miércoles, 11 de abril de 2018

Prueba 2

Pedro Conde Sturla
9 de abril de 2018

https://acento.com.do/2018/opinion/8553797-el-gatopardo-en-politica/

En el sustrato narrativo de “El Gatopardo” está presente -omnipresente- el tema político. La obra es, como se ha dicho, parcialmente un gran fresco de la decadencia de una clase social, la refinada agonía de la refinada y holgazana aristocracia que cede el paso a una burda burguesía de prestamistas, usureros y comerciantes de menor cuantía. Todo ello en el marco de un ambiente cultural y clerical inconfundible, el de la isla de Sicilia, que debe todas sus desgracias históricas a su importancia geográfica y a sus codiciados puertos.
En la simple y atinada descripción de la pesada huella arquitectónica conventual de la ciudad de Palermo está implícita una clave de interpretación de la luminosa y oscura realidad de la isla:
“La calle descendía ahora en una ligera pendiente y se veía Palermo muy cerca y completamente a oscuras. Sus casas bajas y apretadas estaban oprimidas por las desmesuradas moles de los conventos. Había docenas, gigantescos todos, a menudo asociados en grupos de dos o tres, conventos para hombres y conventos para mujeres, conventos ricos y conventos pobres, conventos nobles y conventos plebeyos, conventos de jesuitas, de benedictinos, de franciscanos, de capuchinos, de carmelitas, de ligurinos, de agustinos…

Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale en El Gatopardo
“Descarnadas cúpulas de curvas inciertas, semejantes a senos vaciados de leche, elevábanse todavía más altas, y eran ellos, los conventos, los que conferían a la ciudad su oscuridad y su carácter, su decoro y, al mismo tiempo, el sentido de muerte que ni la frenética luz siciliana conseguía hacer desaparecer. Además, a aquella hora, en noche casi cerrada, se convertían en los déspotas del paisaje. Y, en realidad, se habían encendido contra ellos las hogueras de las montañas, atizadas, por lo demás, por hombres muy semejantes a los que vivían en los conventos, fanáticos como ellos, y, como ellos, ávidos de poder, es decir, como es costumbre, de ocio”.
         De las conversaciones del príncipe Salina con el mimado sobrino Tancredi surgen por igual las ideas políticas, o mejor dicho la más celebrada y manoseada idea política de la obra, la que ha convertido a Lampedusa en una especie de Maquiavelo siciliano y que ha dado origen a términos como lampedusismo o gatopardismo, sinónimos de cambiar un poco las cosas para que nada cambie o sigan más o menos igual.
La inmejorable receta reformista -de la que se han hecho eco todos los conservadores de mediana inteligencia-, la formula Tancredi cuando le anuncia al querido tío (el tiazo) que se unirá a las tropas de Garibaldi, el mismo que en ese momento atentaba contra el pesado orden borbónico constituido, del cual el príncipe de Salina es prominente figura:
“-Estás loco, hijo mío. ¡Ir a mezclarte con esa gente! Son todos unos hampones y unos tramposos. Un Falconeri debe estar a nuestro lado, por el rey.
“Los ojos volvieron a sonreír.
“-Por el rey, es verdad, pero ¿por qué rey?
“El muchacho tuvo uno de sus accesos de seriedad que lo hacían impenetrable y querido.
“-Si allí no estamos también nosotros -añadió-, ésos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?
“Un poco conmovido abrazó a su tío.
“-Hasta pronto -dijo-. Volveré con la tricolor.
El apotegma o sentencia que pronuncia Tancredi proviene al parecer “del francés Alphonse Karr, que escribió en enero de 1849 en la revista ‘Les Guêpes’ (‘Las avispas’) la frase ‘plus ça change, plus c’est la même chose’ (‘cuanto más cambie, es más de lo mismo’)”:
“¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado”. …una de esas batallas que se libran para que todo siga como está”.
La idea se repite, circula por muchas páginas de la novela a manera de leitmotiv, invade constantemente los pensamientos del príncipe:
“Ahora había entendido todos los ocultos significados: las palabras enigmáticas de Tancredi, las retóricas de Ferrara, las falsas, pero reveladoras, de Russo, habían puesto de manifiesto su tranquilizador secreto. Sucederían muchas cosas, pero todo habría sido una comedia, una ruidosa y romántica comedia con alguna manchita de sangre sobre el bufonesco disfraz. Éste era el país de las componendas, no tenía la furia francesa. También en Francia, por otra parte, si se exceptúa el junio del cuarenta y ocho, ¿cuándo había sucedido algo realmente serio? Tenía deseos de decírselo a Russo, pero su innata cortesía lo contuvo.
“-He comprendido perfectamente: no queréis destruirnos a nosotros, vuestros ‘padres’. Queréis sólo ocupar nuestro puesto. Con dulzura, con buenas maneras, pero metiéndoos en el bolsillo unos miles de ducados. ¿Verdad que es esto? Tu nieto, querido Russo, creerá sinceramente que es barón, y tú te convertirás, ¡yo qué sé!, en el descendiente de un gran duque de Moscovia, gracias a tu nombre, en lugar de ser el hijo de un paleto de pelo rojo, justamente como tu apellido indica. Y tu hija, previamente, se habrá casado con uno de nosotros, acaso incluso con el mismo Tancredi, con sus ojos azules y sus manos torponas. Por lo demás, es guapa, y una vez haya aprendido a lavarse… ‘Para que todo quede tal cual’. Tal cual, en el fondo: tan sólo una imperceptible sustitución de castas. Mis llaves doradas de gentilhombre de cámara, el cordón cereza de San Jenaro, deberán quedarse en el cajón y acabarán luego en una vitrina del hijo de Paolo, pero los Salina serán los Salina, y acaso tengan alguna compensación: el Senado de Cerdeña, la cinta verde de San Mauricio. Oropeles las unas, oropeles las otras”.
Chevalley, un funcionario del nuevo régimen que ha venido a ofrecerle al príncipe un alto cargo que este rechaza, pensaba en cambio que “Este estado de cosas no durará. Nuestra administración nueva, ágil y moderna lo cambiará todo”.
El príncipe, obstinado, se aferra sin embargo a sus ideas:
“-Todo esto no tendría que durar, pero durará siempre. El siempre de los hombres, naturalmente, un siglo, dos siglos… Y luego será distinto, pero peor. Nosotros fuimos los Gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra”.
El final de la novela, no de la película, desmiente en parte el optimismo de la fórmula gatopardiana sobre la idea del cambio. Nada, a la larga, quedará de la rancia aristocracia, del mundo de los príncipes y de sus privilegios, todo terminará siendo polvo, como el emblemático  Bendicò.
El amado y simbólico Bendicò, el enorme perro del príncipe, había sido al morir embalsamado, momificado, convertido en pieza de museo, pero ni siquiera esta condición lo preservará para siempre y es víctima de las polillas, se reduce a un “montoncito de pieles” de donde “brotaba una niebla de malestar”. Una de las hijas del príncipe, a la que su miserable estado provoca malestar, ordena perentoriamente tirarlo a la basura:
“Mientras los restos eran arrastrados afuera de la habitación los ojos de cristal miraron con el humilde reproche de las cosas que se apartan, que se quieren anular. Pocos minutos después lo que quedaba de ‘Bendicò’ fue arrojado en un rincón del patio que el basurero visitaba a diario. Durante su vuelo desde la ventana su forma se recompuso un instante. Habríase podido ver danzar en el aire a un cuadrúpedo (el Gatopardo danzante, PCS) de largos bigotes que con la pata anterior derecha levantada parecía imprecar. Después todo halló la paz en un montoncillo de polvo lívido”.



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