(1)
Pedro
Conde Sturla
Alexis
Gómez Rosa es nuestro más abundante y calificado poeta moderno, un excelente
crítico/poeta, un espíritu festivo, imaginativo, desacralizador o iconoclasta.
Es un rebelde a carta cabal, con demostrado talento, apabullante talento y una
mente en permanente ebullición, un personaje inquieto, un tipo cuya inquietud y
capacidad de iniciativa perturba, molesta a los envidiosos, a los ineptos, a
los cortesanos, a los burrócratas que medran tímidamente a la sombra del poder.
Alexis está siempre más allá
de los dictados de la burrocracia, inventa cosas, produce ideas, entiende que
el trabajo en el ámbito de una secretaría de cultura es como la poesía para los
griegos, es creación.
Se fajó de campana a campana
para llevar a cabo el proyecto “Cruzando el río”, una antología del grupo
literario “La Antorcha ”,
que brilló en los años sesenta y setenta (aunque muy poco), y al final, casi al
final se lo quitaron de la mano, se lo escamotearon, le quitaron el prólogo que
había escrito, le negaron su condición de editor, lo ningunearon, lo dejaron a
mitad del río.
Cuando se atrevió a protestar
en las páginas de “Areíto” recibió las diatribas de dos criados respondones: Mafeo Robinson y Berrinche Eusebio.
Mafeo Robinsón lo mafeó, Berrinche Eusebio lo eusebició. Lantigua, el
Secretario de Cultura, apoyó a sus polluelos. En breve recibiría Alexis Gómez
una lacónica comunicación. La
Secretaría de Estado de Cultura prescindía de sus servicios,
de sus muy valiosos servicios. El cuarto vate de la poesía moderna dominicana
quedaba cesante, fuera del juego, aunque ninguno como él tiene asegurada su
entrada al Salón de la Fama.
Pero los cazadores de brujas
no quedaron satisfechos, no le perdonaron su rebeldía y han continuado el
hostigamiento. La última travesura de los muchachos de cultura fue eliminar el
prólogo que Alexis Gómez había escrito para la primera edición del libro
“Facturas y otros papeles” de Luís Manuel Ledesma. Es el colmo de la
mezquindad, una mezquindad que afecta sobre todo al autor del libro que nunca
debió aceptar el despropósito. Afecta, desde luego, indirectamente a Gómez Rosa
y afecta en primer lugar a los responsables de la Secretaría de Cultura,
una secretaria en la no hay cabida para el talento y la generosidad intelectual
de Alexis Gómez Rosa.
Aquí en esta página cabe, sin
embargo, aunque no de cuerpo entero, ni de ancho ni de largo porque ocupa mucho
espacio el poeta. Cabe su prólogo, el magnífico prólogo de Alexis Gómez Rosa que los burrócratas de La Secretaría de Cultura se
permitieron rechazar. Esta es una manera como cualquier otra de pasar a los
deudores “Facturas y otros papeles”:
LUIS MANUEL LEDESMA: POETA DE UN REINO EN EXTINCIÓN
Cuando la vida nos regala un
buen poema es motivo para la fiesta. Ahora, cuando el poema viene de una mano
amiga el festejo es doble, porque además de la excelencia escritural que pone a
circular, nos lo entrega en la envoltura del afecto imperecedero. Luís Manuel
Ledesma (Esperanza, provincia de Valverde Mao, 1949), me acostumbró al
sobresalto, al asombro, en aquellos años setenta de intransferible alegría y
libertaria inocencia fundadora, para los que no faltaba el amor ni el licor que
los dimensionaran en los parques de intramuros o del Ozama: río que tantas
veces atravesamos a pie con el tembleque del puente Duarte, o en destartalados
carros de concho de diez centavos.
Ledesma, el cachondo Ledesma,
era y es un poeta en estado químicamente puro: un órgano de la naturaleza para
la imagen aguerrida y deslumbrante, o la feliz metáfora sorprendente y
sorprendida donde resplandecía un pobre amor.
Cortas resultaron las
caminatas que emprendimos para entretejer versos que previamente habíamos
subrayados en manoseadas antologías. En esos días la Biblia era el volumen de
poesía norteamericana del cubano Eugenio Florit, editado por Unión
Panamericana, de Washington, D.C., donde aprendimos a ver lo poético en el
diario acontecer de la existencia (abandonado el cíngulo del amanecer y el
mirar en lontananza), a descubrir la poesía en el luminoso ardor de las cosas.
Con los norteamericanos eso aprendimos: tratar la poesía con ese dejo de
familiaridad de quien conoce al cojo sentado y al ciego durmiendo. Sabiduría de
pueblo que podíamos apreciar en cada bocado de “Spoon River Anthology”, de Edgar Lee Masters: poeta que inicia
(además de la selección de Florit), una corriente nueva de voces enérgicas y
desafiantes. El nos enseñó a venerar la fiesta que es el poema, porque “la
inmortalidad no es un don; a la inmortalidad la conquistamos. Y sólo aquél que
lucha con denuedo logrará poseerla”. Enseñanza inicial, a los veinte años, que
el poeta Ledesma profundizó en el conocimiento de otros poetas como W.H. Auden,
Elizabeth Bishop, Hart Crane, E.E. Cummings, T.S.Eliot, Robert Frost, Carl
Sandburg, Langston Hughes, Randall Jarrell, Amy Lowell, Ezra Pound y Wallace
Stevens, que perseguíamos en la Biblioteca
Lincoln del Instituto Cultural Domínico-Americano. Un libro
arrastraba al otro, el que acentuaba nuestra voracidad de muchachos que se
impusieron abrir bien los ojos. Y con los ojos abiertos en la desmesura del
saber, vi al poeta conjugar su vocación inicial en la teneduría de libros, con
lecturas de los poetas fundamentales desde los románticos ingleses, alemanes y
simbolistas franceses –vía el modernismo
hispanoamericano–, hasta la moderna poesía expresada en obras de los mexicanos
José Emilio Pacheco y Homero Aridjis; el chileno Enrique Lihn y los peruanos
Rodolfo Hinostroza y Antonio Cisneros. Valido entonces la otra cara de la
moneda que traduce una realidad más cerca del Hoyo de Chulín o La Yaguita de Pastor.
Diferencia de matices. La poesía de un universo y otro convergen con igual
espíritu de búsquedas expresivas porque uno es la prolongación del otro.
Realmente atravesábamos las aguas de un río que suma muchos afluentes: pasado y
presente en un diálogo de confrontaciones y afinidades en el que se fue
forjando un universo en consonancia con nuestras apetencias y
motivaciones. Dos antologías pasaron a
ser libros de cabecera: “Antología de la
poesía viva latinoamericana”, de Aldo Pellegrini y “Poesía en movimiento”, de Octavio Paz, entre otros. En ellos
hicimos nuestra primera residencia latinoamericana con la que ganamos carta de
ciudadanía poética. Ese derecho nos permitió tocar la puerta No. 62 de la calle
Espaillat donde vivía el cachondo mayor: Franklin Mieses Burgos.
“Padre y maestro mágico”, a
dúo le decíamos; a lo que el viejo respondía: “liróforo celeste”, con alegre
complicidad. (Alexis Gómez Rosa, Ciudad
Colonial, Santo Domingo, 2009).
(2)
La primera parte de esta
entrega hirió susceptibilidades enfermizas y provocó reacciones histéricas entre
admiradoras de Luís Manuel Ledesma que se dieron por ofendidas, no sé por qué,
y se vieron en el deber de publicar artículos de desagravio, enviar insultos
por correo electrónico, retorcer mis
argumentos y defender a rajatabla, justificar la intolerancia que
provocó la salida, el despido de Alexis Gómez Rosa de la Secretaría de Cultura.
La publicación del prólogo de Alexis Gómez Rosa, que
fue excluido por mezquindad de la primera edición del libro “Facturas y otros papeles” (a cargo de la Secretaría de Cultura),
tiene como propósito principal llenar un vacío, exaltar, dar a conocer la obra y
los asuntos vitales de Ledesma a través del fino y penetrante bisturí crítico y
poético de Alexis Gómez Rosa.
En Gómez Rosa –para envidia de todos sus detractores- se
da una doble, una rara condición y una rara intuición. Cualquier aproximación
crítica a un texto es siempre poética, necesariamente visionaria y poética. En
él es inseparable el poeta del crítico. Su crítica es pura poesía. Se puede
comprobar en la siguiente y última parte del prólogo amputado por la perfidia y
el ejercicio perverso del poder:
LUIS
MANUEL LEDESMA:
POETA
DE UN REINO EN EXTINCIÓN
Conjuntamente con el autor de “Sin mundo ya y herido por el cielo”, se
inició una amistad edificante con Don Manuel Rueda: otro talento, otra
personalidad, y a el seguiríamos “haciendo escuela” en la experiencia
pluralista. Si Mieses Burgos nos proporcionaba el placer de la tertulia, con
Manuel Rueda desentrañábamos la madeja del texto. Entre uno y otro armamos
muchas escuelitas en la cafetería de la Facultad de Humanidades en la Universidad Autónoma
de Santo Domingo. Sus alumnos: fugaces, de ocasión, dejaban bajo la mata de
mango sus temblores y relámpagos. Recuerdo, de aquellos que no faltaban, a los
poetas Enriquillo Sánchez y a Fernando Vargas (esgrimiendo siempre el “Ulises” o el “Finnegan´s wake”, de James Joyce),
a Víctor Hugo Deláncer; pero, por sobre todas las cosas, las
motivaciones poéticas: Marcia Facundo, Nora Pieters, Josefina Pimentel.
Porque dolía y duele la sangre
de los buenos. Porque no supimos ser honestos para refundar la República.
Caminamos.
Sobre nuestros pasos
regresamos al origen de una sociedad que a rajatablas quisimos modificar, de
manera mecanicista, al margen de una historia con características muy propias.
Podría parecer extraño: la
literatura nos enseñó la vida porque la vida era la literatura. Mucho a poco (¡muchísimo!),
fuimos avanzando, leyendo, tropezando, levantándonos, volviendo a leer, al
ritmo de un país que surge de un trauma
que dejó, fruto de la guerra fría, en el cuerpo social graves heridas.
El poeta en silencio sufrió su
drama personal no sin desgarraduras, en una época en que por deporte se anatematizaba
a quienes abrazaron la carrera militar, o simplemente se integraron a sus
filas. Aunque auxiliar mecanógrafo del área administrativa, el poeta Ledesma
por influencia paterna, devino en policía y candidato a Contador Público
Autorizado. En ambas carreras él mismo se dio de baja por culpa de la diosa
poesía, que no lo apartó del todo del sueño materno de hacer profesional uno de
los suyos. Enorme responsabilidad le ocupaba. Continuar los estudios de
contabilidad que Don Ramón Francisco aquí había legitimado en la cuadratura del
círculo y, en otras tierras, convirtieron a Eliot, Kavafis y Pessoa en poetas
numerólogos. O probar suerte en el extranjero gracias a las becas del Partido
Comunista Dominicano que después de un maratónico periplo te depositaba en
Moscú. Con todo el dolor que la decisión implicaba, el primogénito del teniente
Pedro Ledesma y de Doña Chela González, terminó asustado preparando su
equipaje. Atrás iban a quedar la provincia y el famoso cura del merengue; las
primas de Maizal y los arroyos risueños y juguetones de los que siempre habla
Beby; el barrio humilde de la capital y los sobresaltos de la vieja que no ha
pegado el ojo.
Su
atención, por favor.
Iberia, líneas aéreas de España, anuncia la salida de
su vuelo 4637 con destino al aeropuerto de Barajas, Madrid.
El poeta Ledesma partió una
tarde de junio. En la maleta dos o tres pantalones, camisas, ropa interior y un nervioso cuaderno de poemas que ha
esperado tres décadas para ver la luz pública. “Facturas y otros papeles” es un libro inédito ganador. Obtuvo el primer lugar del concurso
de poesía que organizó para la
Editora la Razón, en el año 1974, el poeta Mateo Morrison.
Doblemente ganador, me atrevo a decir, porque al galardón suma la excelencia de
su escritura que sobrevive al tiempo, desplegando un surtidor de imágenes
nuevas: imágenes en derroche.
Por el tema, necesariamente,
tenemos que asociarlo con los “Poemas de
la oficina” (1956), de Mario Benedetti que, a su vez, debemos asociar con
el argentino Roberto Mariani, autor del volumen “Cuentos de la oficina” (1925), que le sirvió de inspiración. En
común los dos libros tienen el clima y un tono celebratorio de humor de
sobremesa. Común también la sencillez de lenguaje y esa visión totalizadora de
quien tiene por misión “relojear”, asegurar puertas y ventanas, conectar la
alarma, antes de echar llave a la cerradura y apagar las luces. Ahora bien,
donde el poeta dominicano se distancia de su prestigioso antecesor, es en la
resolución poética mucho más elaborada y eficaz; trabajada en la médula.
Ledesma es el poeta de lo urbano que ha recorrido la gran urbe a través de los
ojos de T. S. Eliot (vía Jaime Gil de Biedma), de los poetas de dos antologías
emblemáticas: la “Antología de la nueva
poesía española”, de José Batlló y “Nueve novísimos españoles” de Josep María Castellet.
Porque decir la ciudad es
decir la cafetería, el cine, la tienda de ropa, el lugar de trabajo, el piano bar,
el burdel, y todos esos poetas hicieron esquina con la modernidad en una de
esas iglesias del mercado en su oferta y demanda. Ledesma no fue la excepción.
De ahí que su “Factura y otros papeles” esté impregnada del aire
viciado de tabaco del señor Schecker (“…palabras bonitas de diccionario
mercantil / que nos llegan mullidas con algo de tabaco”.) y del perfume a
suicidio de la señorita Violeta un lunes de marzo.
Poema tras poema, Ledesma ha
ido creando una galería de personajes maniáticos y furtivos que exhiben su malicia como Fernández, que “presiona las
teclas de la Olimpia
como si fueran ombligos de bañistas”, y Méndez, taciturno, detenido en “sus
gastos por concepto de cine y subsistencia”, vislumbrando “la adquisición de
una moto / en la que pueda ascender al paraíso”. Ojo de poeta que hizo suyo el
reclamo de Nicanor Parra, de poner a correr la mirada para descubrir el alma de
las cosas. Puntillista en la descripción, el poeta hace gala pormenorizada de
su observación para catalogar las personalidades del conjunto, o las diferentes
formas de una realidad corporal, como se puede apreciar en “Relación de senos en contabilidad al 30 de
junio”.
Ledesma, dueño de un
particular sentido de economía verbal y limpieza expositiva, a veces nos
suspende en la lectura dejando la sensación de sorpresa para la próxima página,
convertida en sorpresa realmente porque
el poema ha terminado. En otros momentos, en los poemas cortos, adquiere su voz
un tono epigramático de filosa contundencia, que hacen de sus “Panfletos” artículos de fina ironía que
se han aposentado en el aprecio del lector, a pesar de la distancia.
Luis Manuel Ledesma se fue a
Nueva York en 1980, ilusionado con la democracia de Whitman y consciente de la
advertencia de Martí. Allí hizo familia y trabajó dejando la piel en diarios y
publicaciones de la gran urbe. Alejado del mundanal ruido, sin dejar de
escribir, hoy regresa con el poemario inicial de aquel lejano 1974 para
entregarlo impreso, “con la misma actitud de quien cancela un cheque” que tiene
fondos para solventar su compromiso con la poesía y la sociedad. (Alexis Gómez Rosa, Ciudad Colonial, Santo
Domingo, 2009).
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