lunes, 29 de enero de 2018

Rimbaud: el gran maldito.

Pedro Conde Sturla
12 de octubre de 2011

[Entre los poetas malditos de Francia, que son muchos, ninguno fue más maldito que el excelso simbolista Jean Nicolas Arthur Rimbaud (Charleville, 20 de octubre de 1854 – Marsella, 10 de noviembre de 1891), por lo menos durante los tres escasos años en que ejerció la poesía, de los 17 a los 20, antes de convertirse quizás en algo peor, más peor que la crápula que era.
Cuando abandonó para siempre la poesía hizo una vida errante. Viajó por Europa, fue soldado y desertor del ejército holandés, estuvo en Indonesia, en Chipre, se estableció en Yemen varios años, tuvo amantes a granel, se convirtió en mercader en Etiopía, ganó mucho dinero como contrabandista de armas, al estilo de Joseph Conrad y en el esplendor de su vida se le declaró un carcinoma en la rodilla derecha, del cual murió en un miserable hospital marsellés a los 37 años.
Pero ese breve ejercicio de la poesía, de apenas tres años, al juicio de los entendidos, dejó huellas imborrables en la literatura francesa y transformó o trastornó por completo el modo de decir poético en esa noble lengua.


Era perfectamente díscolo, salvaje, disoluto, transgresor de todo orden constituido, adicto al ajenjo y al hachís, borracho consuetudinario y provocador de escándalos por los que fue expulsado de París, a pesar del talento con que sus versos maravillaban a la sociedad.

En París sedujo a Verlaine, que abandonó mujer e hija, para convertirse en su “virgen demente” y él en “esposo infernal”. La tormentosa relación “perversa, degradante, enfermiza, sadomasoquista...,” terminó a balazos y el herido fue Rimbaud. La cárcel le tocó durante dos años a Verlaine..
En “Una temporada en el infierno” (1873), describió bajo el influjo de las drogas su relación con Verlaine, un texto tan memorable como indescifrable de inspiración simbolista, más bien de fundación simbolista. “Iluminaciones” (1874), colección de versos en prosa, es otro de sus textos fundamentales.

A los 17 años escribe quizás su obra maestra, “El barco ebrio”, joya de la literatura francesa y uno de los mayores enigmas poéticos.

«Nadie pudo desear más ardientemente entregarse que él. De niño se dio a Dios, de joven al mundo; y en ambos casos se sintió engañado y traicionado... La esencia de su ser permanece intacta, inconmovible, inaccesible.» (Henry Miller, "El tiempo de los asesinos").

Igual permanece “El Barco ebrio”, relativamente inaccesible en un misterio conmovedor y provocativo.

En "El barco ebrio" (1871), que escribe sin haber viajado por Europa, incluso sin conocer todavía el mar, quizá trasciende los alcances de la desmesura que le espera: "Yo conozco los cielos que estallan en relámpagos, y las trombas/ y las resacas, y las corrientes; conozco el atardecer,/ el Alba exaltada igual que una multitud de palomas,/ ¡y he visto algunas veces lo que el hombre creyó ver!/ ¡He visto el sol poniente manchado de horrores místicos,/...///... ¡He visto fermentar las enormes marismas, nasas/ en cuyos juncos se pudre el Leviatán!/...///... Toda luna es atroz y todo sol amargo: el acre amor me llenó de torpores embriagantes./... Ya no puedo, ¡ay olas!, bañado como estoy por vuestra languidez,/ seguir la estela de los cargueros de algodón/..." En ese poema mayor está lo advertido de la tragedia personal y la grandeza de un alma que se extasía en los vericuetos turbulentos del mar embravecido que es la vida, con imágenes propias del parnasianismo, que críticos asumen surgidas más de lecturas que de vivencias.”


Confieso que el poema me conmueve, me hace alucinar, pero no me permite siempre entrar en el contexto, como me ocurre con “Itaca” de Kavafis. Invito, pues, a reflexionar sobre “El barco ebrio”, invito a navegar. Invitación y provocación. PCS]


El barco ebrio
[Poema: Texto completo]
Arthur Rimbaud

Según iba bajando por Ríos impasibles, / me sentí abandonado por los hombres que sirgan: / Pieles Rojas gritones les habían flechado, / tras clavarlos desnudos a postes de colores.
Iba, sin preocuparme de carga y de equipaje, /con mi trigo de Flandes y mi algodón inglés. / Cuando al morir mis guías, se acabó el alboroto: / los Ríos me han llevado, libre, adonde quería.
En el vaivén ruidoso de la marea airada, / el invierno pasado, sordo, como los niños, / corrí. Y las Penínsulas, al largar sus amarras, / no conocieron nunca zafarrancho mayor.
La galerna bendijo mi despertar marino, / más ligero que un corcho por las olas bailé / ––olas que, eternas, rolan los cuerpos de sus víctimas– / diez noches, olvidando el faro y su ojo estúpido.
Agua verde más dulce que las manzanas ácidas / en la boca de un niño mi casco ha penetrado, / y rodales azules de vino y vomitonas / me lavó, trastocando el ancla y el timón.
Desde entonces me baño inmerso en el Poema / del Mar, infusión de astros y vía lactescente, / sorbiendo el cielo verde, por donde flota a veces, / pecio arrobado y pálido, un muerto pensativo.
Y donde, de repente, al teñir los azules, / ritmos, delirios lentos, bajo el fulgor del día, /más fuertes que el alcohol, más amplios que las liras, / fermentan los rubores amargos del amor.
Sé de cielos que estallan en rayos, sé de trombas, / resacas y corrientes; sé de noches... del Alba /exaltada como una bandada de palomas. / ¡Y, a veces, yo sí he visto lo que alguien creyó ver!
He visto el sol poniente, tinto de horrores místicos, / alumbrando con lentos cuajarones violetas, / que recuerdan a actores de dramas muy antiguos, / las olas, que a lo lejos, despliegan sus latidos.
Soñé la noche verde de nieves deslumbradas, / beso que asciende, lento, a los ojos del mar, / el circular de savias inauditas, y azul
y glauco, el despertar de fósforos canoros.
Seguí durante meses, semejante al rebaño / histérico, la ola que asalta el farallón, / sin pensar que la luz del pie de las Marías
pueda embridar el morro de asmáticos Océanos.
¡He chocado, creedme, con Floridas de fábula, / donde ojos de pantera con piel de hombre desposan / las flores! ¡Y arcos iris, tendidos como riendas / para glaucos rebaños, bajo el confín marino!
¡He visto fermentar marjales imponentes, / nasas donde se pudre, en juncos, Leviatán! / ¡Derrubios de las olas, en medio de bonanzas, / horizontes que se hunden, como las cataratas. / ¡Hielos, soles de plata, aguas de nácar, cielos / de brasa! Hórridos pecios engolfados en simas, / donde enormes serpientes comidas por las chinches / caen, desde los árboles corvos de negro aroma!
Quisiera haber mostrado a los niños doradas / de agua azul, esos peces de oro, peces que cantan. / ––Espumas como flores mecieron mis derivas / y vientos inefables me alaron , al pasar.
A veces, mártir laso de polos y de zonas, / el mar, cuyo sollozo suavizaba el vaivén, /me ofrecía sus flores de umbría, gualdas bocas, / y yacía, de hinojos, igual que una mujer.
Isla que balancea en sus orillas gritos / y cagadas de pájaros chillones de ojos rubios / bogaba, mientras por mis frágiles amarras / bajaban, regolfando, ahogados a dormir.
Y yo, barco perdido bajo cabellos de abras, / lanzado por la tromba en el éter sin pájaros, / yo, a quien los guardacostas o las naves del Hansa / no le hubieran salvado el casco ebrio de agua,
libre, humeante, herido por brumas violetas, / yo, que horadaba el cielo rojizo, como un muro / del que brotan ––jalea exquisita que gusta / al gran poeta–– líquenes de sol, mocos de azur,
que corría estampado de lúnulas eléctricas, / tabla loca escoltada por hipocampos negros, /cuando julio derrumba en ardientes embudos, / a grandes latigazos, cielos ultramarinos,
que temblaba, al oír, gimiendo en lejanía, / bramar los Behemots y, los densos Malstrones, / eterno tejedor de quietudes azules,
yo, añoraba la Europa de las viejas murallas
¡He visto archipiélagos siderales, con islas / cuyo cielo en delirio se abre para el que boga: / ––¡.Son las noches sin fondo, donde exiliado duermes, / millón de aves de oro, ¡oh futuro Vigor!? .
¡En fin, mucho he llorado! El Alba es lastimosa. / Toda luna es atroz y todo sol amargo: / áspero, el amor me hinchó de calmas ebrias. / ¡Que mi quilla reviente! ¡Que me pierda en el mar!
Si deseo alguna agua de Europa, está en la charca / negra y fría, en la que en tardes perfumadas, / un niño, acurrucado en sus tristezas, suelta / un barco leve cual mariposa de mayo.
Ya no puedo, ¡oleada!, inmerso en tus molicies, / usurparle su estela al barco algodonero, / ni traspasar la gloria de banderas y flámulas / ni nadar, ante el ojo horrible del pontón.

pcs, miércoles 12 de octubre de 2011


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