Pedro
Conde Sturla
18 de junio de 2008.
Un
emplasto de hojas del Nuevo Testamento con cebo de carnero aplicado sobre el corazón
previene los infartos y mitiga las horribles molestias del lumbago.
Los
maravillosos poemas de El Cantar de los cantares tienen tal poder afrodisíaco
que hacen innecesario el consumo del Viagra y permiten a mujeres de edad
provecta como Sara el milagro de la concepción.
El poder regulador de La Biblia , o mejor dicho el
Viejo Testamento, Las sagradas escrituras, no se limita entre los ortodoxos al
ámbito personal sino que impone un modo de vida y en países fundamentalistas
como Israel sustituye prácticamente a la constitución. El derecho a la posesión
de tierras usurpadas a los palestinos se ampara en el legado divino de la
tierra prometida.
Cuando Saúl deja vivo al miembro
de una tribu que Jehová le había exigido exterminar, Samuel lo visita para
decirle que Jehová está encabritado por su desobediencia y Saúl, aterrorizado,
saca su espada y parte en cuatro al infeliz.
Quizás el sentido cabal de la
prohibición es “No matarás, a menos que no te lo ordene Jehová”. Y Jehová
siempre ordena.
Entre nosotros la Biblia tiene un uso
pragmático en política, orientado al endiosamiento de mandatarios como el
querido Jefe que terminó convertido en objeto de culto y goza todavía de la
veneración de connotados paladines de la libertad de prensa y políticos
situados en la cumbre del poder.
Sin ir más lejos, hay indicios de
que el proceso de beatificación y virtual canonización del actual monarca
constitucional de la Res
Pública ya se ha iniciado a juzgar por declaraciones de
ministros, columnistas y periodistas de panel que diariamente lo ensalzan, lo
elevan incluso al ámbito divino llamándolo redentor y mensajero de Dios.
Un agudo lector, que se
identifica o no se identifica como Patgarpol, me gratificó en la pasada entrega
con un comentario que no tiene desperdicio e incluyo a continuación a manera de
cierre. Un broche de oro:
“Ese artículo de Germán Pérez, comentado por
PCS, me recuerda la anécdota del funcionario trujillista que hizo encolerizar
al Jefe hasta un punto en que el Benefactor le pegó un fuerte manotazo. La
degradación del agredido era tanta que sólo atinó a exclamar: ¡Me ha tocado un
santo! Así andan las cosas en estos días en el país. Parece como si los relojes
de la historia se hubieran detenido en los años treinta o cuarenta del pasado
siglo. El interés de conseguir algún tipo de dádiva lleva a muchos a decir las
más horribles estupideces. De ahora en adelante, cambiaremos la vieja frase de
Dios y Trujillo por la de Dios y Leonel. Y hasta es posible que cambiemos el
orden de los factores: Leonel y Dios.”
pcs, miércoles, 18 de
junio de 2008.
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