[La más conocida versión del ajusticiamiento de Ulises Hilarión Heureaux Lebert, alias Lilís (1845-1899), es de origen literario, o mejor dicho, histórico literario. La descripción de los hechos reales e inventados la hace Antonio Portocarrero, protagonista de la célebre novela “La Sangre” (1914), de Tulio Manuel Cestero, una obra que recrea las vicisitudes de “una vida bajo la tiranía” y las tensiones sociales de finales del siglo XIX.
Tan aceptada y acreditada es la versión novelística de Cestero que Charles Sumner la da por buena y válida y en ella se basa –como se sabe- para explicar el mismo acontecimiento en su historia “La viña de Naboth”.
Es difícil separar la verdad de la ficción en el relato de Portocarrero. Presenta a Lilís como un hombre que marcha sin vacilación hacia un destino que conoce, todo un griego. Lilís aparentemente sospechaba de la conspiración que se urdía en en Moca en su contra y aún así envía a su estado mayor hacia Santiago y luego prosigue el viaje en compañía de dos subalternos. Visita en su almacén de Moca a Jacobo de Lara, cuyo hijo Jacobito era parte del complot, y cuando empieza la acción enfrenta a sus adversarios, sobre todo a Mon Cáceres, con un valor admirable. Sosteniendo en una mano un revolver y en la otra un sombrero, “Avanzaba increpándole, y con el panamá le hacía visajes de brujo,” para desviar las balas.
Magnífica es en todos sus aspectos la narración que queda a medio camino entre la historia y el realismo mágico, aunque en lo esencial es histórica. Histórico es el hecho, quizás no los detalles, de que Mon Cáceres junto a Jacobito de Lara ajusticiaron al tirano, cometieron un tiranicidio, un lilisidio. PCS]
La narración de Antonio Portocarrero
-¿Y cómo y quiénes mataron al negro?
_-Un momento. ¡Caray, qué calor!
Y Arturo se desviste, colocando en el catre las ropas, cuidadosamente dobladas. Una vez en paños menores, narra:
-Hay varias versiones, pues cada uno relata a su acomodo; pero esta mía es el evangelio, porque la tengo de muy buena tinta, por gente de adentro. Verás: Horacio Vázquez propuso esperar a Lilís en el camino con un grupo igual al que le acompañara, y
atacarlo; eso hubiera sido muy caballeresco, pero muy fácilmente Lilís habría escapado.
Mon Cáceres rechazó el plan, como antes todo proyecto de revolución, y con razón, porque Lilís era invencible. La culebra se mata por la cabeza. ¿Y quién se atreve? Y Mon tomó para sí la empresa en la cual habían de colaborar otros muchachos. Lilis sabía desde La Vega que algo serio se tramaba, y sin embargo,despachó el Estado Mayor por delante para Santiago, y se quedó solo con un oficial y el Secretario para seguir aquella misma tarde. A los conjurados ya les arreglarían las cuentas, según sus órdenes, las autoridades locales. ¿Tú conoces a Moca?
-No.
Bueno, pues fíjate bien. El almacén de los Lara forma esquina; a una calle da la tienda, que también tiene puerta a la otra, en la que están las oficinas, y como la casa es la última de la calle transversal, detrás de ella hay una barranca, y una guásima, en cuyo tronco amarró Mon Cáceres su caballo. No olvides ese detalle. Lilís estaba sentado en la acera, en la puerta de la oficina, de espalda al árbol, con botas y espuelas calzadas, hablando con don Jacobo. Como oyera en la tienda la voz de Mon Cáceres, a quien hubo de conocer la noche antes en el Club, preguntó: “¿qué hace ahí ese joven Cáceres?”, y en el acto, vio a Mon enfrentársele, en la diestra un revólver y en la siniestra una daga. Mon es alto, hercúleo, buen tirador y gran jinete.
Lilís se irguió. El primer tiro, dicen que se lo dio por la espalda Jacobito de Lara que salió por la puerta del patio. Mon estuvo siempre frente a frente a Lilís, quien tomó el revólver que llevaba en bolsillo trasero del pantalón con la izquierda, y pasándolo a la manca hizo un disparo. Avanzaba increpándole, y con el panamá le hacía visajes de brujo, retrocediendo cuando Mon le amagaba con el puñal. El último disparo fue a quemarropa, apoyado el cañón en la boca, así se ve en la fotografía del cadáver, el bembe chamuscado y tumefacto. Otros dispararon; pero la verdad es que cuando el lance se trabó, se quedaron solos Lilís y Mon, como dos gallos. Dicen unos que Lilís mató a un viejo limosnero, al cual, rato antes, le había regalado una papeleta de cinco pesos; otros que fue Pablito Arnaud que hacía fuego desde la esquina.
Mon, cuando al fin cayó Lilís, cargó de nuevo el revólver, le examinó para cerciorarse de que estaba bien muerto. ¡Le parecía mentira! Y saltó sobre el caballo y escapó con Pablito, a grupas.
El cadáver quedó tendido en la calle, sin que nadie se acercara. El oficial que le acompañaba acudió a los tiros; pero le cerró el paso Manuel, un hermano de Cáceres, y se batieron. Aún caído, Lilís infundía pavor, y a Mon mismo debió de asombrarle aquel hombre que acometía impávido, a pesar del plomo que le destrozaba el pecho. ¡Qué toro!
-Era valiente; pero tenía que ser: entre él y la sociedad había pactado un duelo a muerte.
-Óyeme. Ahora todos encuentran la hazaña fácil, y despídete de los que la pensaron, y más aún, le esperaron más de una vez, escapándoseles de milagro.
-¡Ah! eso ya lo supongo; pero ese Mon es un héroe epónimo, y ¡qué ganas tengo de darle un abrazo!
-Sí; también su responsabilidad es grave, y hasta ahora la carga es para él, pues los
otros se sacuden.
-Mejor, la gloria será toda suya.
-Sí, aunque lo malo es que en este caso la gloria cae dentro del Código.
-Es verdad, dura lex sed lex. Sin embargo, el matador de Lilís es un libertador, ha hecho servicio eminente al país…
(“Tulio Manuel Cestero, “La sangre, una vida bajo la tiranía”).
pcs, jueves 28 de febrero de 2013
No hay comentarios.:
Publicar un comentario