sábado, 26 de mayo de 2018

UN TURCO LLAMADO MUSTAFÁ (3 de 3)

Un turco llamado Mustafá (3-3)

Mustafá Kemal estaba en Siria cuando el imperio otomano, derrotado por “las potencias vecinas y la implosión de los nacionalismos internos”[1], capituló en forma humillante ante la llamada Triple entente, de la cual se había separado Rusia a raíz de la revolución bolchevique. Esta pérdida se había compensado con la entrada de los Estados Unidos, que sería el mayor beneficiario de la contienda.
La firma del armisticio de Mudros el 30 de octubre de 1918, una rendición incondicional, puso al imperio de rodillas, lo obligó a desprenderse de todos sus territorios, a excepción de Anatolia o Asia menor (actual Turquía).
Mustafá Kemal estaba de acuerdo con la retirada de los territorios no turcos a condición de la preservación a cualquier costo de la tierra donde habitaba la mayoría de los suyos, pero ingleses y franceses también estaban interesados en desmembrar Asía Menor, los griegos soñaban con Estambul, la capital del antiguo imperio bizantino, y también con la idea de recuperar el país que ahora ocupaban en su mayoría los turcos. 
El tratado de paz de Sevres, firmado en 1920, endurecía los términos del armisticio de Mudros y contemplaba la creación de Kurdistán y de la Gran Armenia:
“Como consecuencia de las durísimas condiciones de paz impuestas al gobierno de Estambul, el ejército fue en gran parte desmovilizado, al tiempo que las tropas de las potencias aliadas ocupaban el territorio turco desde distintos frentes. Los británicos mantuvieron el control sobre la capital y sobre el propio sultán. Las imposiciones hechas en el armisticio de Mudros fueron ratificadas en el Tratado de Sèvres, por el cual el Imperio renunció a todos sus territorios no turcos (Macedonia, Siria, Palestina, Armenia y Arabia), además de a las islas del Dodecaneso y Rodas, cedidas a Grecia, que también recibió Anatolia occidental por un período de cinco años, tras el cual se revisaría el estatuto del territorio mediante plebiscito. El ejército turco fue evacuado de los estrechos, que quedaron bajo control aliado. El Imperio quedó así reducido a una estrecha franja en torno a Estambul y a Anatolia, sin Esmirna ni los territorios orientales, para los que los vencedores establecieron la creación de una república armenia independiente. Las capitulaciones incluían asimismo una serie de acuerdos comerciales y jurídicos muy ventajosos para las potencias aliadas, además de sustanciosas indemnizaciones de guerra”.[2]
Mientras el imperio otomano se hundía, la fama de Mustafá Kemal se acrecentaba. Era el hombre del momento y cuando regresó a Estambul fue recibido como un héroe, como lo que era. Al mismo tiempo, una ola de nacionalismo y furor popular se apoderaba del país y en Anatolia había tropas que permanecían acantonadas y se negaban a desmovilizarse. Alguien tuvo entonces la feliz ocurrencia de sugerirle u ordenarle al nuevo sultán que enviase a Mustafá Kemal a poner orden en la región y el tiro salió por la culata, uno de tantos. Mustafá Kemal impuso y puso -a sangre y fuego- el orden, otro tipo de orden.
Primero puso en orden su conciencia, se desentendió de las instrucciones recibidas y se dedicó a la formación de un movimiento nacionalista contra los invasores, aglutinó a los más diferentes sectores de la población con un programa político de carácter liberal, formó un ejército y se dispuso a la toma del poder. 
En 1920 puso orden político en toda la región, estableciendo un gobierno provisional que proclamó Ankara como la nueva capital del país en la región de Anatolia central, el centro medular de país. Una jugada maestra.
En 1921 puso el orden a los griegos, que habían invadido la región de Esmirna y desatado una represión feroz contra la población. A estos los derrotó, los puso en fuga y los expulsó del país tras un par de victorias aplastantes.
Mientras tanto, el sultán o los dueños del sultán habían puesto precio a su cabeza que adquirió un valor inconmensurable en la medida en que se consolidaba el movimiento nacionalista y Kemal obtenía victoria tras victoria en la lucha por independizar a la futura Turquía del dominio extranjero y de la monarquía otomana. 
Durante el proceso de unificación y reconquista, el pragmático Mustafá Kemal se deshizo por medios radicales de los radicales de izquierda que contaminaban y ponían a su juicio en peligro la causa nacionalista, Así, “Tras eliminar al fundador del Partido Comunista, Mustafá Suphi, ordenó la desarticulación del Ejército Verde de Edhem Cerkes, constituido a imagen y semejanza del Ejército Rojo soviético, y que ya había emprendido la revolución socialista en algunas regiones de Anatolia con la confiscación de tierras”.[3]
Sin embargo, Kemal mantuvo excelentes relaciones con los soviéticos, de los cuales recibió apoyo económico y militar. Pero el apoyo no fue gratis, sino “a cambio de la sustitución de la república armenia establecida por los aliados por una Armenia soviética y la cesión a la federación soviética del Azerbaiján”.[4]
Mustafá Kemal también puso orden en el frente diplomático y logró que Francia y otros países reconocieran el régimen. A los ingleses los puso en orden hablándoles en el idioma que mejor entendían y entienden, el de la fuerza armada, la fuerza bruta, la amenaza de involucrarlos en un nuevo conflicto bélico contra un pueblo en pie de lucha.
“Finalmente, Kemal forzó las negociaciones, que se concretaron en el Tratado de Lausana de 1923, por el que las potencias aliadas reconocieron la soberanía nacional del nuevo Estado de Turquía sobre los territorios de Esmirna, Tracia oriental y Anatolia. Además, se anularon en bloque las indemnizaciones de guerra. El 29 de octubre de 1923, Kemal pudo finalmente deponer al sultán y proclamar la República de Turquía”.
El genio de Mustafá Kemal había puesto a Turquía en el siglo XX. Toda una obra de arte, una perfecta ecuación de ciencia política.
[2] Ibid
[3] Ibid
[4] Ibid



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Pedro Conde Sturla
26 mayo, 2018


Mustafá Kemal estaba en Siria cuando el imperio otomano, derrotado por “las potencias vecinas y la implosión de los nacionalismos internos”[1], capituló en forma humillante ante la llamada Triple entente, de la cual se había separado Rusia a raíz de la revolución bolchevique. Esta pérdida se había compensado con la entrada de los Estados Unidos, que sería el mayor beneficiario de la contienda.
La firma del armisticio de Mudros el 30 de octubre de 1918, una rendición incondicional, puso al imperio de rodillas, lo obligó a desprenderse de todos sus territorios, a excepción de Anatolia o Asia menor (actual Turquía).
Mustafá Kemal estaba de acuerdo con la retirada de los territorios no turcos a condición de la preservación a cualquier costo de la tierra donde habitaba la mayoría de los suyos, pero ingleses y franceses también estaban interesados en desmembrar Asía Menor, los griegos soñaban con Estambul, la capital del antiguo imperio bizantino, y también con la idea de recuperar el país que ahora ocupaban en su mayoría los turcos.  
El tratado de paz de Sevres, firmado en 1920, endurecía los términos del armisticio de Mudros y contemplaba la creación de Kurdistán y de la Gran Armenia:
“Como consecuencia de las durísimas condiciones de paz impuestas al gobierno de Estambul, el ejército fue en gran parte desmovilizado, al tiempo que las tropas de las potencias aliadas ocupaban el territorio turco desde distintos frentes. Los británicos mantuvieron el control sobre la capital y sobre el propio sultán. Las imposiciones hechas en el armisticio de Mudros fueron ratificadas en el Tratado de Sèvres, por el cual el Imperio renunció a todos sus territorios no turcos (Macedonia, Siria, Palestina, Armenia y Arabia), además de a las islas del Dodecaneso y Rodas, cedidas a Grecia, que también recibió Anatolia occidental por un período de cinco años, tras el cual se revisaría el estatuto del territorio mediante plebiscito. El ejército turco fue evacuado de los estrechos, que quedaron bajo control aliado. El Imperio quedó así reducido a una estrecha franja en torno a Estambul y a Anatolia, sin Esmirna ni los territorios orientales, para los que los vencedores establecieron la creación de una república armenia independiente. Las capitulaciones incluían asimismo una serie de acuerdos comerciales y jurídicos muy ventajosos para las potencias aliadas, además de sustanciosas indemnizaciones de guerra”.[2]
Mientras el imperio otomano se hundía, la fama de Mustafá Kemal se acrecentaba. Era el hombre del momento y cuando regresó a Estambul fue recibido como un héroe, como lo que era. Al mismo tiempo, una ola de nacionalismo y furor popular se apoderaba del país y en Anatolia había tropas que permanecían acantonadas y se negaban a desmovilizarse. Alguien tuvo entonces la feliz ocurrencia de sugerirle u ordenarle al nuevo sultán que enviase a Mustafá Kemal a poner orden en la región y el tiro salió por la culata, uno de tantos. Mustafá Kemal impuso y puso -a sangre y fuego- el orden, otro tipo de orden.
Primero puso en orden su conciencia, se desentendió de las instrucciones recibidas y se dedicó a la formación de un movimiento nacionalista contra los invasores, aglutinó a los más diferentes sectores de la población con un programa político de carácter liberal, formó un ejército y se dispuso a la toma del poder.  
En 1920 puso orden político en toda la región, estableciendo un gobierno provisional que proclamó Ankara como la nueva capital del país en la región de Anatolia central, el centro medular de país. Una jugada maestra.
En 1921 puso el orden a los griegos, que habían invadido la región de Esmirna y desatado una represión feroz contra la población. A estos los derrotó, los puso en fuga y los expulsó del país tras un par de victorias aplastantes.
Mientras tanto, el sultán o los dueños del sultán habían puesto precio a su cabeza que adquirió un valor inconmensurable en la medida en que se consolidaba el movimiento nacionalista y Kemal obtenía victoria tras victoria en la lucha por independizar a la futura Turquía del dominio extranjero y de la monarquía otomana. 
Durante el proceso de unificación y reconquista, el pragmático Mustafá Kemal se deshizo por medios radicales de los radicales de izquierda que contaminaban y ponían a su juicio en peligro la causa nacionalista, Así, “Tras eliminar al fundador del Partido Comunista, Mustafá Suphi, ordenó la desarticulación del Ejército Verde de Edhem Cerkes, constituido a imagen y semejanza del Ejército Rojo soviético, y que ya había emprendido la revolución socialista en algunas regiones de Anatolia con la confiscación de tierras”.[3]
Sin embargo, Kemal mantuvo excelentes relaciones con los soviéticos, de los cuales recibió apoyo económico y militar. Pero el apoyo no fue gratis, sino “a cambio de la sustitución de la república armenia establecida por los aliados por una Armenia soviética y la cesión a la federación soviética del Azerbaiján”.[4]
Mustafá Kemal también puso orden en el frente diplomático y logró que Francia y otros países reconocieran el régimen. A los ingleses los puso en orden hablándoles en el idioma que mejor entendían y entienden, el de la fuerza armada, la fuerza bruta, la amenaza de involucrarlos en un nuevo conflicto bélico contra un pueblo en pie de lucha. 
“Finalmente, Kemal forzó las negociaciones, que se concretaron en el Tratado de Lausana de 1923, por el que las potencias aliadas reconocieron la soberanía nacional del nuevo Estado de Turquía sobre los territorios de Esmirna, Tracia oriental y Anatolia. Además, se anularon en bloque las indemnizaciones de guerra. El 29 de octubre de 1923, Kemal pudo finalmente deponer al sultán y proclamar la República de Turquía”.

El genio de Mustafá Kemal había puesto a Turquía en el siglo XX. Toda una obra de arte, una perfecta ecuación de ciencia política.


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