martes, 29 de mayo de 2018

EL NOMBRE DE LAS COSAS

La magia o destreza de un escritor consiste muchas veces en los giros inusitados que imprime al lenguaje, esos giros en qué las palabras se vuelven una sola cosa con el sentido que fundan...
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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: EL NOMBRE EXACTO DE LAS COSAS

.“¡Inteligencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
… Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas…
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!.”
(Eternidades, 1918)
Comentario:
Este bello poema de Juan Ramón presenta un antiguo problema de la filosofía: la relación entre el lenguaje y la realidad. Frente al lenguaje cotidiano (mal llamado ‘natural’),  el poeta exige un (el) lenguaje que se corresponda exactamente con las cosas, ‘dame el nombre exacto de las cosas’, un lenguaje que no sea arbitrario y convencional, sino que guarde una relación natural con la realidad. Más aún, que la ‘palabra sea la cosa misma’. Este será el lenguaje digno de ser llamado verdaderamente ‘natural’, el lenguaje poético por excelencia. 
Este lenguaje ha de surgir del nivel más profundo de la conciencia: ‘que mi palabra sea …. creada por mi alma nuevamente’. Será un lenguaje de la inteligencia y universal: ‘¡Inteligencia, dame el nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas!.’, por tanto no afectado por las diferencias individuales, el espacio o el tiempo. El lenguaje convencional arbitrario no nos permite conocer directamente la realidad, es sólo un sistema sustitutivo que apunta hacia ella (en el mejor de los casos). Por el contrario, este lenguaje verdaderamente natural permitirá a todos conocer la realidad, subsanar el olvido (ignorancia) y restaurar nuestra conexión con la realidad: ‘Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los que las olvidan, a las cosas; que por mí vayan todos los mismos que las aman, a las cosas’
Este tema tiene una larga historia en la filosofía, la teología y la ciencia. Se remonta ya a los orígenes de la tradición védica y su doctrina de los cuatro niveles del lenguaje, recogida luego en la escuela Vyakaran por Bhartrihari:
“Es la fuente suprema de la palabra, triple como Vaikharî, Madhyamâ Pashyantî, y que se realiza a través de varios estadios”.
(Bhartrihari: Vâkyapadîya, I, 143).
Lenguaje, nivelesEl nivel más externo es la palabra hablada (vaikharî) donde el lenguaje se expresa como un impulso físico de sonido. Más sutil e interno es el nivel del pensamiento (madhyamâ), el lenguaje mental. En estos dos niveles el lenguaje es diferente de su referente y está basado en la distinción entre sonido y significado.
En el nivel más sutil del pensamiento, el punto de unión entre la conciencia pura y sus estados excitados, el sonido y el significado están unificados de modo natural, su correspondencia no es arbitraria. Este nivel se llama pashyantî. La fuente última del lenguaje es trascendental, parâ, la conciencia pura. Aquí lenguaje y realidad coinciden plenamente. Una ley de la naturaleza es conocida como un impulso de la conciencia y es ella misma su propio lenguaje. Este lenguaje universal es el lenguaje con el cual la conciencia pura se habla a sí misma y crea sus propios impulsos de sonido y de significado. Este es el origen del sánscrito védico, el lenguaje del Veda, el lenguaje de la naturaleza.
Platón dedica todo un diálogo, el Cratylo, a examinar la relación que existe entre el lenguaje y la realidad. El Cratylo se abre presentando dos posturas contrarias sobre la relación entre las cosas y las palabras: naturalismo (para cada objeto existe sólo un nombre correcto que expresa su naturaleza) y convencionalismo (la relación es arbitraria).
Platón afirma que la palabra debe expresar el verdadero ser  de las cosas mediante la voz.  El lenguaje es imitación, mímesis. Un nombre enuncia correctamente un objeto si imita su Forma, su esencia estable y duradera. Se remonta entonces al lenguaje primero y original, que dio por primera vez nombres a las cosas. La inteligencia que lo creó debía necesariamente conocer el verdadero ser de las cosas, las Formas. En este primer lenguaje las Formas eran los significados de las palabras: de los nombres y de los verbos. Las palabras tenían un significado completo, universal, inmutable, perfecto.
Las palabras no sólo tienen significado, sino además sonido. En este primer lenguaje los sonidos se correspondían con las Formas e imitaban su naturaleza. Existía una relación natural entre el nombre y lo designado, entre el sonido y  el significado. Era un lenguaje natural, no arbitrario, ni convencional. Puesto que los objetos son copias de las Formas, las palabras se corresponden con las cosas, los objetos son reflejos del sonido y del significado del lenguaje primordial. Era un lenguaje perfecto, invariable y universal. A partir de aquí sólo pudo degradarse para dar lugar a los múltiples lenguajes existentes.
Esta idea de un lenguaje original, universal, perfecto y trascendental reaparece en las especulaciones de los teólogos del renacimiento bajo la forma del ‘lenguaje adámico’, el lenguaje que hablaba Adán en el paraíso, cuando puso por primera vez nombres a los seres. La historia de la torre de Babel simboliza también la idea de un lenguaje único y universal anterior a la ‘confusión de lenguas’.
En la edad moderna esta idea toma cuerpo en Böehme y su ‘lenguaje de la naturaleza’ en el que las palabras se corresponden con las ‘signaturas’ de las cosas. Continúa en Descartes (carachterística universalis) y en Leibniz como la búsqueda de un lenguaje ordenado y universal en el que pudiera estar contenido todo el conocimiento verdadero. En el siglo XX se expresa en Frege, el primer Wittgenstein y en la lógica matemática como la aspiración de construir un lenguaje lógicamente perfecto, libre de las múltiples deficiencias del lenguaje ordinario. En Husserl con su doctrina de los significados universales accesibles a la intuición desde la conciencia pura. Y de la mano de Chomsky como una gramática de los universales lingüísticos, la estructura innata común a todos los lenguajes que hace posible su aprendizaje y entendimiento.
Didáctica:
Este texto literario es adecuado para introducir un gran variedad de cuestiones sobre el lenguaje: su relación con la conciencia, el conocimiento y la realidad, la relación signo-referente, las teorías sobre el significado, etc., dentro del bloque sobre ‘Conocimiento y realidad’ en la Filosofía de 1º. Permite también un tratamiento del tema del lenguaje en numerosos autores de la Historia de la Filosofía, especialmente los defensores de la concepción trascendental del lenguaje.. En Psicología puede usarse para introducir la concepción del lenguaje de Chomsky y la relación entre lenguaje, pensamiento y aprendizaje.
Preguntas para los alumnos:
1.- Compara la postura de Juan Ramón Jiménez con el ‘lenguaje de la naturaleza’ de Böehme. ¿Qué semejanzas hay entre ambos?
2.- Compara la postura de Juan Ramón Jiménez con la de Platón expuesta en el comentario y en su diálogo Cratylo.
3.- Compara la postura de Juan Ramón Jiménez sobre la relación entre el lenguaje ‘verdadero’ y la realidad con la de Wittgenstein.
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