sábado, 5 de mayo de 2018

HISTORIA OCULTA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL (serie completa)

Pedro Conde Sturla

Los malos de la película no son siempre los malos de la vida real. En las películas del oeste los malos son los indios y en las películas de Tarzán los malos son los negros y los leones. En las infinitas series de televisión sobre las guerras de las galaxias los malos son prietos y feos y en las películas de tema bélico, igual que en la mayoría de noticieros, se les llama muchas veces terroristas a las víctimas del terrorismo.


Para peor, en el show mediático que montan y desmontan diariamente los dueños del mundo, a los países que han sido saqueados y empobrecidos se les llama países en vía de desarrollo o simplemente países de mierda.
En las películas clásicas de guerra, por supuesto, los malos y los peores son siempre los alemanes y en menor medida los japoneses. De hecho, todo el peso de la cinematografía bélica y de la historia ha caído sobre los alemanes, tanto en lo que respecta a la primera como a la segunda guerra mundial.
La historia es algo que hacen los hombres, como decía Marx, aunque no tengan conciencia de ello. Pero la historia es también algo que se inventa y manipula y eso lo hacen los hombres a conciencia desde hace miles de años. La historia que se escribe, ya se sabe, es la de los vencedores.
Japón ha sido satanizado históricamente por la crueldad vesánica de su empresa de conquista, pero Japón no hizo o trató de hacer algo diferente a lo que habían hecho España, Inglaterra y Estados Unidos con anterioridad. Su mayor ofensa fue haberle propinado algunas de sus derrotas más vergonzosas a Inglaterra y Estados Unidos y pagó caro por ello. Es decir, pagó la población civil, la que fue condenada a la hoguera en el incendio de más de cien ciudades y a la pulverización en Hiroshima y Nagasaki.
Por otro lado, durante más de cien años Alemania ha sido y sigue siendo culpada por haber provocado el estallido de la primera guerra mundial. Hay algo de cierto en eso, pero no todo encaja en el esquema de los vencedores, no todo es del color de la dorada píldora que nos hicieron tragar los manipuladores de la historia.
Muy por el contrario, una juiciosa investigación “del profesor escocés Gerry Docherty (1948) y el médico e investigador también escocés Jim MacGregor (1947)” trajo como resultado la publicación de un libro demoledor acerca de los orígenes desconocidos de la primera guerra mundial: “Hidden History: The Secret Origins of the First World War”, (2013).



Se advierte que la opinión de ambos investigadores puede herir la conciencia de conformistas y conservadores y otras personas sensibles o simplemente alérgicas a la verdad histórica y se aconseja prudencia, mucha prudencia.


Orígenes secretos de la Primera Guerra Mundial
Gerry Docherty y Jim MacGregor

La historia de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) es una mentira deliberadamente elaborada. No el sacrificio, el heroísmo, el horrendo desperdicio de vidas o la miseria que siguió. No, ésas fueron cosas muy reales; pero la verdad de cómo comenzó todo y de cómo la guerra fue prolongada innecesaria y deliberadamente más allá de 1915 ha sido exitosamente encubierta durante un siglo. Fue creada una historia cuidadosamente falsificada para ocultar el hecho de que fue Gran Bretaña, y no Alemania, la responsable de la guerra.
Si la verdad hubiera sido ampliamente conocida después de 1918, las consecuencias para el Establishment británico habrían sido catastróficas.
Para los vencedores son los despojos, y el juicio de ellos se reflejó en las descripciones oficiales. En Versalles en 1919 Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos afirmaron que Alemania había planeado la guerra, que la había comenzado deliberadamente, y que había rechazado todas las ofertas de los Aliados para la conciliación y la mediación. Millones de documentos fueron destruídos, ocultados o falsificados para justificar aquel veredicto. Alemania correctamente protestó que ella había sido forzada a entrar en guerra por causa de la agresión rusa. A los delegados alemanes en Versalles, bajo la amenaza de la ocupación, el desmembramiento territorial y el hambre, les quedó poca opción salvo aceptar la culpa y estar de acuerdo con reparaciones masivas. Como se dijo en The Economist, el Tratado de Versalles fue el crimen final cuyos duros términos asegurarían una segunda guerra (The Economist, 31 de Diciembre de 1999).




Nuestra investigación demuestra que los verdaderos orígenes de la guerra deben ser encontrados no en Alemania sino en Inglaterra. A finales del siglo XIX una sociedad secreta de hombres enormemente ricos y poderosos fue establecida en Londres con el objetivo declarado de expandir el Imperio británico a través del mundo entero. Ellos deliberadamente causaron la Guerra Sudafricana de 1899-1902 a fin de arrebatarles a los Bóers el oro del Transvaal. Su
responsabilidad por aquella guerra, y el horror de los campos de concentración británicos en los cuales murieron 20.000 niños, ha sido eliminada de las historias oficiales. La segunda etapa de su plan global fue la destrucción del competidor industrial y económico que se estaba desarrollando rápidamente: Alemania.
¿Historia cuidadosamente falsificada?, ¿veinte mil niños que mueren en campos de concentración británicos?. ¿una sociedad secreta que toma el control del mundo?, ¿Gran Bretaña responsable de la Primera Guerra Mundial? Si usted salta inmediatamente a la conclusión de que ésta es una disparatada teoría de conspiración, por favor considere el trabajo del profesor Carroll Quigley, uno de los historiadores más altamente respetados del siglo XX. La mayor contribución de Quigley a nuestro entendimiento de la Historia en su libro “El Establishment Anglo Estadounidense”. Tiene explosivos detalles de cómo la sociedad secreta de banqueros internacionales, aristócratas y otros hombres poderosos controló las palancas de la política y las finanzas en Gran Bretaña y Estados Unidos. Quigley explica que muy pocas personas supieron de eso porque dicha Sociedad consiguió ocultar su existencia y “muchos de sus miembros más influyentes son desconocidos incluso para estudiantes atentos de la historia británica”. (Gerry Docherty y Jim MacGregor, http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html).



Nota: “El tema recurrente de los textos históricos de Carroll Quigley es la opresión del pobre por la banca internacional. Cuando habla de Rothschild y Rockefeller (R*R), los trata como el epítome de las familias parasitarias de usureros que se guían por la Regla de Oro, es decir, quien tiene el oro hace las reglas. Así ha sido en la mayor parte del mundo en nuestra Historia reciente, donde familias como los Rothschild o los Rockefeller han sido los propietarios más prominentes de la riqueza. La responsabilidad de la mayor parte de los genocidios y la mayor parte de los asesinatos de la historia reciente puede achacárseles aunque también pueda ser compartida por sus camaradas banqueros del resto del mundo. Si Cristo volviese a este mundo serían ellos los que le perseguirían a él para expulsarle Templo”.


(Esta traducción corresponde al resumen del libro realizado por John Turmelhttp://www.cyberclass.net/turmel/quig00.htm)





Historia oculta de la Primera Guerra Mundial: La amenaza teutónica

Javier Reverte y los historiadores y cronistas en general describen a Cecil Rhodes como un racista engreído, un megalómano, un colonialista “convencido de la superioridad de la raza blanca y angloparlante”. Alguien que se había propuesto “ayudar a Dios a lograr que el mundo (fuera) inglés”. El mismo que “consiguió en su medio siglo de vida hacerse millonario gracias a las minas de diamantes y a cambiar el mapa del continente africano”, el hombre que hizo “asesinar a miles de personas y llegó a dominar dos países que llevaron su apellido, Rhodesia del Norte y del Sur”.



Rhodes soñaba con el dominio de África desde ciudad de El Cabo hasta El Cairo y soñaba con unir ambas capitales mediante una línea ferroviaria. Quizás por eso, dice Javier Reverte, “Sus servidores, sus secuaces y sus fieles le bautizaron como Rhodes el Coloso, en clara alusión al mítico Coloso de Rodas”.
De hecho, Cecil Rhodes soñaba con el dominio del mundo y estaba convencido de que la raza blanca angloparlante estaba perfectamente diseñada y escogida como “Divino instrumento para su Plan”.
El problema es que otras grandes potencias capitalistas se sentían igualmente calificadas para llevar a cabo la misericordiosa obra de Dios y a partir de 1870 se habían expandido por África y el resto del mundo. Pero el mundo, lamentablemente, no es infinito. La expansión provocaría choques y fricciones y a la larga produciría algo peor: la Primera Guerra Mundial.
Cecil Rhodes sabía que para llevar a cabo su ambicioso plan de dominación mundial había que eliminar la competencia, y el principal competidor era Alemania.
Alemania había surgido como estado-nación unificado en 1871, al término de la guerra franco-prusiana, con la humillante derrota de Francia y la humillante proclamación del imperio alemán el día 18 de enero en el fastuoso palacio de Versalles, el palacio del rey sol, el de Luis XIV, el símbolo por excelencia de la grandeza y prepotencia de Francia.
La capacidad de movilización de las tropas germanas y el moderno armamento empleado durante la breve y aplastante contienda dejó claramente establecido que en Europa había cambiado radicalmente el equilibrio de fuerzas y había un nuevo protagonista. Un país que había logrado un impresionante proceso de industrialización a marcha forzada (la vía prusiana, como la llamó Lenin) y ahora se perfilaba como la primera potencia continental.
Para peor, a partir de 1884 Alemania empezó a imitar a las otras grandes potencias, empezó a expandirse, y a pesar de que había llegado tarde al reparto, dio inicio al establecimiento de varias colonias en África y en el Pacifico.
Contra ese contendiente o competidor tenía que vérselas ahora la Inglaterra reina de los mares, que en ese entonces era dueña y señora del mayor imperio del planeta.
Contra esa pujante Alemania dirigiría Cecil Rhodes sus mejores esfuerzos. Es decir: los peores.

La Conspiración para destruír la “Amenaza Teutónica”
Gerry Docherty y Jim MacGregor

Cecil Rhodes, el millonario sudafricano de diamantes, formó la sociedad secreta en Londres en Febrero de 1891 . Sus miembros pretendieron renovar el lazo existente entre Gran Bretaña y Estados Unidos, difundir todo lo que ellos consideraban digno en los valores de las clases dirigentes inglesas, y poner todas las partes habitables del mundo bajo su influencia y control. Ellos creían que los hombres de la clase dirigente de ascendencia anglosajona se sentaban con toda justicia en lo alto de una jerarquía construída en base al predominio en el comercio, la industria, la banca y la explotación de otras razas.
La Inglaterra victoriana estaba confiadamente sentada en el pináculo del poder internacional, pero ¿podría permanecer allí para siempre? Ésa era la pregunta que provocaba serios debates en las grandes casas de campo y en los influyentes salones llenos de humo. Las élites abrigaban un temor profundamente arraigado de que, a menos que se actuara con decisión, el poder y la influencia británica a través del mundo serían erosionados y sustituidos por extranjeros, empresas extranjeras, y costumbres y leyes extranjeras.
La opción era clara: tomar medidas drásticas para proteger y posteriormente expandir el Imperio británico, o aceptar que la nueva y retoñante Alemania pudiera reducirlo hasta convertirlo en un jugador menor en el escenario mundial. En los años que siguieron inmediatamente a la Guerra de los Bóers se logró tomar una decisión: la “amenaza teutónica” tenía que ser destruída. No derrotada: destruída.
El plan comenzó con un ataque de múltiples frentes contra el proceso democrático. Ellos:
(a) Manejarían el poder en la administración y la política por medio de políticos cuidadosamente seleccionados y dóciles en cada uno de los partidos políticos principales;
(b) Controlarían la política exterior británica desde detrás del escenario, independientemente de cualquier cambio de gobierno;
(c) Atraerían a sus filas a los cada vez más influyentes magnates de la prensa para ejercer influencia en las avenidas de información que crean la opinión pública, y
(d) Controlarían la financiación de cátedras universitarias, y monopolizarían completamente la escritura y la enseñanza de la Historia de su propia época.
Cinco jugadores principales —Cecil Rhodes, William Stead, Lord Esher, Sir Nathaniel Rothschild y Alfred Milner— fueron los padres fundadores, pero la sociedad secreta se desarrolló rápidamente en cantidad, poder y presencia en los años previos a la guerra. Las influyentes antiguas familias aristocráticas que habían dominado durante mucho tiempo Westminster estuvieron profundamente implicadas, como asimismo el rey Eduardo VII que funcionó dentro del núcleo interior de la Élite Secreta. Los dos grandes órganos del gobierno imperial británico, el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Oficina Colonial, fueron infiltrados, y se estableció un control sobre sus funcionarios de mayor rango.
Ellos igualmente asumieron la Oficina de Guerra y el Comité de Defensa Imperial. De forma crucial, ellos también dominaron los grados más altos de las fuerzas armadas por medio del Mariscal de Campo Lord Roberts en lo que hemos llamado la “Academia Roberts”. La lealtad a partidos políticos no era un requisito previo para los miembros; la lealtad a la causa del Imperio sí lo era. Ellos han sido mencionados de manera indirecta en discursos y libros como el “poder del dinero”, el “poder oculto” o “los hombres detrás de la cortina”. Todas esas etiquetas son pertinentes, pero nosotros los hemos llamado, colectivamente, la Élite Secreta. (Gerry Docherty y Jim MacGregor)
(http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html). 

Historia oculta de la primera guerra mundial: la élite secreta

Karlheinz Deschner, el controversial autor alemán de una “Historia criminal del cristianismo” en once tomos, afirma que “El que no escriba la historia universal como historia criminal, se hace cómplice de ella.” Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a la primera guerra o carnicería mundial, un acontecimiento que fue planificado al milímetro por una elite secreta inglesa, cuyos padres fundadores fueron Cecil Rhodes, William Stead, Lord Esher, Sir Nathaniel Rothschild y Alfred Milner.


Alfred Milner y su equipo


En opinión de Karlheinz Deschner: “Los crímenes pequeños son objeto de persecuciones por parte de perros y policías. Los grandes son objeto de reverencia por parte de los historiadores”.
Algo parecido sostiene Elías Canetti cuando afirma que: “Para los historiadores, las guerras vienen a ser algo sagrado; rompen a modo de tormentas saludables o por lo menos inevitables que, cayendo desde la esfera de lo sobrenatural, vienen a intervenir en el decurso lógico y explicado de los acontecimientos mundiales.”
Por lo que se verá a continuación, hay poco de sobrenatural o providencial en la criminal conspiración que condujo al mundo a lo que hasta entonces fue el mayor derramamiento de sangre de la historia y armó al mismo tiempo el mecanismo de relojería que conduciría al estallido de algo todavía peor: la segunda guerra mundial


El Importante Papel Desempeñado por Alfred Milner
Gerry Docherty y Jim MacGregor


La principal figura en la Élite Secreta de alrededor de 1902 hasta 1925 fue Alfred (posteriormente vizconde) Milner. De manera notable, pocas personas han oído alguna vez su nombre. El profesor Quigley señaló que todas las biografías de Milner habían sido escritas por miembros de la Élite Secreta y ocultaban más que lo que ellas revelaban. En su opinión, este abandono de una de las figuras más importantes del siglo XX era parte de una deliberada política de secreto. Milner se convirtió en el líder indiscutido de la Élite Secreta.
A su regreso de Sudáfrica en 1905 él empezó a preparar al Imperio británico para la guerra con Alemania. Aunque no era un miembro del Parlamento, él se sentó en el círculo interior del Gabinete de Guerra Imperial de Lloyd George a partir de 1916 en adelante.
¿Qué había de tan precioso en Lord Alfred Milner que él ha sido prácticamente suprimido de la Historia?
Al incitar a los Bóers a la guerra, Milner mostró la fría objetividad que condujo dicha causa. La guerra era desafortunada, pero necesaria. Tenía que ser. Las propias ambiciones globales futuras de la Élite Secreta dependían de un resultado victorioso. Hacia Mayo de 1902 el oro de Transvaal estaba en sus manos al costo de 32.000 muertes en los campos de concentración. Aunque la Guerra de los Bóers finalmente terminó en victoria, llegó a un costo mayor que los 45.000 hombres del Imperio muertos o heridos. Gran Bretaña tenía menos amigos que nunca. Hasta aquel punto, a Gran Bretaña no le importaba. Vivir en un “espléndido aislamiento” y carente de tratados obligatorios con cualquier otra nación no había sido visto como una desventaja mientras ninguna otra potencia en la Tierra desafiara al Imperio.
Pero en los primeros años del siglo XX apareció un serio aspirante. Si la Élite Secreta debiera conseguir su sueño de la dominación mundial, el primer paso tenía que ser la remoción del advenedizo competidor alemán y la destrucción de su valor industrial y económico. Eso presentaba una considerable dificultad estratégica. Sin amigos en su aislamiento, Gran Bretaña nunca podría ella sola destruir a Alemania.
Como una nación-isla, su fuerza estaba en su todopoderosa marina. La amistad y las alianzas eran algo necesario. “Habría sido imposible para Gran Bretaña haber derrotado a Alemania por sí misma. Por lo tanto, necesitaba al numeroso ejército francés y al aún más grande ejército ruso para que asumieran la mayor parte del combate en el continente”. Tuvieron que ser abiertos los canales diplomáticos y establecerse contactos con los viejos enemigos Rusia y Francia. Ésa no fue una tarea menor ya que el resentimiento anglofrancés había sido prevaleciente durante la década anterior, y la guerra entre ellos fue una posibilidad real en 1895.
Eduardo VII se puso al frente como el arma más especial de la Élite Secreta, rey cuya mayor contribución está en haber diseñado los muy necesarios realineamientos, e intentar el requisito previo de la Élite Secreta de aislar a Alemania. La responsabilidad última de la política exterior británica pertenece, de acuerdo a los precedentes, al gobierno elegido y no al soberano, pero fue el rey quien sedujo tanto a Francia como a Rusia para alianzas secretas en el breve tiempo de seis años. Los inmensos ejércitos de Francia y Rusia eran parte integral de la colosal tarea de detener el curso de Alemania.
Dicho de manera simple, la Élite Secreta requería que otros emprendieran gran parte de su sangriento negocio, ya que la guerra contra Alemania sería ciertamente sangrienta.
El tratado con Francia, la Entente Cordiale (Alianza Amistosa), fue firmado el 8 de Abril de 1904, marcando el final de una época de conflictos que había durado casi mil años. La conversación era de paz y prosperidad, pero las cláusulas secretas firmadas aquel mismo día alineaban a ambos países contra Alemania. La Élite Secreta entonces atrajo a Rusia a su red con una promesa que ellos nunca tuvieron la intención de cumplir: el control ruso de Constantinopla y de los estrechos del Mar Negro después de una guerra exitosa contra Alemania.

La Élite Secreta Controla Ambos Lados de la Política 
La democracia británica, con elecciones regulares y cambios de gobierno, fue retratada como una red de protección confiable contra el gobierno despótico. Pero nunca ha sido así. Tanto los partidos conservadores como los liberales habían estado controlados desde 1866 por la misma pequeña camarilla que consistía en no más de media docena de familias principales, sus parientes y aliados, reforzados por ocasionales llegados con las credenciales “apropiadas”.
La Élite Secreta hizo una forma de arte de la identificación del talento potencial y del poner a hombres jóvenes prometedores, por lo general de la Universidad de Oxford, en posiciones que ayudaran a sus futuras ambiciones. Con la desaparición del Gobierno conservador en 1905, la Élite Secreta ya había seleccionado a sus sucesores naturales en el Partido Liberal: hombres confiables y confiados, inmersos en sus valores imperiales. Herbert Asquith, Richard Haldane y Sir Edward Grey fueron los hombres elegidos por Milner.
Grey se trasladó al Ministerio de Asuntos Exteriores y Haldane a la Oficina de Guerra, y dentro de dos años Asquith era el Primer Ministro. La continuidad en la política exterior estaba asegurada. Una reorganización radical y completa de la Oficina de Guerra comenzó en preparación para la próxima guerra con Alemania. Cómo debe haberse reído la Élite Secreta, mientras tomaba champaña, con la noción de Democracia Parlamentaria.
(Gerry Docherty y Jim MacGregor, http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html)


Historia oculta de la Primera Guerra Mundial: el arma de la mentira

Durante la fase preparatoria de la primera guerra mundial, Inglaterra perfeccionó un arma que había sido utilizada a través de los tiempos, un arma de desorientación, confusión, estupidización masiva: el arma de la mentira. Algo que tiene que ver con la propaganda, la comunicación social, la censura, la falsificación de la realidad. Algo que tiene que ver con “la revolución industrial y las profundas transformaciones en las tecnologías de la información asociadas a ese proceso, tecnologías que al comienzo del siglo XX permitían ya publicar la información casi en tiempo real, haciéndola llegar a un público cada vez más alfabetizado, tanto en Europa y América”.
El telégrafo, los diarios, la fotografía, el cine, los medios motorizados habían puesto al alcance de un cierto sector social el conocimiento de hechos que en otras épocas permanecían ocultos o ignorados durante siglos.
Para hacer frente a este fenómeno fue necesario establecer un sofisticado sistema de contención y apropiación, privatización o monopolización de la información.
“La Primera Guerra Mundial – explica Pablo Sapag- marca el comienzo de una etapa que se prolonga hasta hoy y en la que la lucha por la información que libran los aparatos de censura y propaganda y el periodismo se sistematiza cada vez más…Desde ese conflicto en adelante, la propaganda y su aliada la censura se sistematizan y se empieza a hablar de propaganda científica, es decir, estrategias de persuasión técnicamente diseñadas que contrastan con las que se venían utilizando desde la Antigüedad, informales, intuitivas y dependientes de individuos concretos y no tanto de organizaciones establecidas para hacer propaganda y censurar con criterios y objetivos claros”.



La información y la lucha por el control de la información provocó un refinamiento y a la vez un endurecimiento de los mecanismos de regulación social:
“Gran Bretaña fue el primer país que reaccionó desde el punto propagandístico. Ya en agosto de 1914 fueron creados diversos organismos de prensa y propaganda tendentes a la centralización, y en marzo de 1918 vio la luz el nuevo Ministerio de Información, dirigido por William Maxwell Aitken (Lord Beaverbrook), magnate de la prensa y colaborador del Gobierno. Su principal objetivo: atraer la colaboración de los periódicos para mantener la apariencia de un régimen de prensa liberal”. (Miguel Márquez, https://www.20minutos.es/noticia/2101331/0/primera-guerra-mundial/prensa/propaganda/).
Mucho tiempo antes, Honorato de Balzac afirmaba: “La gente piensa que hay muchos periódicos, pero en realidad hay uno solo”, el periódico del poder. Roa Bastos en su libro “Vigilia del Almirante”, dice que el poder de la palabra, “El poder de la escritura sólo existe cuando es escritura del poder”.
La llamada opinión pública está secuestrada en todos los gobiernos y sistemas, y el secuestro real lo ejecutan las agencias noticiosas, que están en manos de los grandes consorcios y corporaciones industriales y financieras. Desde el momento en que las grandes agencias de noticias mandan una información, casi todos los diarios del mundo se convierten en uno sólo y reproducen el mensaje. Ellas deciden lo que es verdad o mentira.
La información, el acceso a la verdad o la mentira vale tanto como el oro. Fue eso lo que permitió a la adinerada familia de banqueros Rothschild realizar la famosa jugada maestra de Waterloo. Los Rothschild financiaban a los principales contendientes, Inglaterra y Francia, y Nathan Mayer Rothschild fue uno de los primeros en enterarse del resultado de la batalla y con esta información en sus manos jugó a la baja en la bolsa de valores de Inglaterra, hizo creer que Francia había ganado la batalla, hundió el mercado, compró en secreto las acciones devaluadas y se hizo prácticamente dueño del país .
Para los Rothschild la información vale tanto como el oro. La sangre vale su peso en oro. El arma de la mentira vale más que el oro. Entre los miembros de la elite secreta que planificó la primera guerra mundial no podía faltar y no faltaba un Rosthchil y no podía faltar Alfred Miller.
Sir Alfred Milner se echó sobre los hombros “la tarea colosal de preparar el Imperio para la guerra”, predicar en todos los confines del imperio la necesidad de la guerra contra una Alemania satánica y satanizada. Correría la sangre y se convertiría en oro.
El privilegio de participar en la primera guerra mundial le costaría a los súbditos de Reino Unido casi un millón de muertos.

El Brazo de Propaganda de la Élite Secreta: la Prensa
Gerry Docherty y Jim MacGregor

El control de la política nunca ha sido un problema, ni tampoco el control de la prensa. Lord Northcliffe (Alfred Harmsworth), el más poderoso magnate de la prensa, fue un valioso contribuyente de la Élite Secreta con su tendencia a vilipendiar a Alemania y a preparar a la nación para la guerra eventual. Su propiedad de The Times y del Daily Mail permitió que ellos crearan la impresión de que Alemania era el enemigo. En historia tras historia, el mensaje del peligro alemán para el Imperio británico, para los productos británicos, o para la seguridad nacional británica, era constantemente regurgitado. No todos los periódicos siguieron el ejemplo, pero la prensa derechista fue particularmente virulenta.
Una sección grande e influyente de la prensa británica trabajó para la rabiosa agenda de envenenar las mentes de la nación. Eso era parte de un esfuerzo de propaganda sostenido directamente hasta y durante la Primera Guerra Mundial. Si The Times fue su base intelectual, los diarios populares difundieron el evangelio del odio anti-alemán entre las clases obreras. Entre 1905 y 1914 historias de espías y artículos anti-alemanes lindaban con la locura en lo que era un escandaloso intento de generar miedo y resentimiento.

Solicitando a las Colonias Carne de Cañón

Sir Alfred Milner estableció la tarea colosal de preparar el Imperio para la guerra. Gran Bretaña tenía sólo una pequeña y altamente entrenada Fuerza Expedicionaria, pero el Imperio permanecía como una enorme fuente sin explotar con más de seis millones de hombres en edad militar. Milner sabía que cuando la guerra llegase él tenía que asegurarse de que Australia, Nueva Zelanda y Canadá estuvieran hombro con hombro con Gran Bretaña. Una Conferencia Colonial fue sostenida en Londres en 1907 para envolver la Bandera del Reino Unido alrededor del Imperio.


El Primer Ministro Alfred Deakin de Australia era el principal objetivo de Milner. Ellos compartieron escenario en el Salón de la Reina en el cual Milner elogió a Deakin y el compromiso de Australia con el Imperio, y destacó los vínculos de raza y lealtad que ligan a ambas naciones. Ellos adoptaron un plan para organizar el dominio militar de acuerdo con el reorganizado ejército británico de modo que ellos pudieran ser integrados en “una emergencia”. Eso condujo a la reorganización completa de las fuerzas de Nueva Zelanda y australianas.
Canadá, del mismo modo, tenía una reserva enorme de hombres jóvenes, y en 1908 Milner emprendió un viaje ferroviario de costa a costa elogiando el espíritu canadiense, su patriotismo y su lealtad al Imperio.
En Junio de 1909 él comunicó sus energías en una Conferencia de Prensa Imperial en Londres que reunió a más de 60 dueños de periódicos, periodistas y escritores desde más allá del Imperio. Se hicieron todos los esfuerzos para impresionar —en realidad, para intimidar— a los invitados, con alabanzas y hospitalidad pródigas. Él estaba determinado a reunir el apoyo del Imperio para la madre patria en tiempos de guerra. Viajando en tren privado en primera clase, ellos visitaron fábricas de armamentos en Manchester y un astillero en Glasgow donde estaban siendo construidos unos destructores para Australia. Se concedieron grados honorarios a diversos periodistas principales de Canadá, Australia, India y Sudáfrica.
En el discurso fundamental Lord Rosebery, un miembro de la Élite Secreta, advirtió que nunca antes en la Historia del mundo había habido “una preparación para la guerra tan amenazante y abrumadora”. Aunque Alemania no fue mencionada por su nombre, la inferencia clara era que el Káiser se estaba preparando para la guerra, y que Gran Bretaña y el Imperio debían prepararse rápidamente. Lord Rosebery pidió a los delegados “recuperar nuestros jóvenes dominios a través de los mares”, y el mensaje fue que “el deber personal hacia la defensa nacional descansa en cada hombre y ciudadano del Imperio.
Milner más tarde envió a sus acólitos más confiables para organizar grupos locales influyentes a través de todo el Imperio. Su mensaje repetía el mantra de lealtad, deber, unidad y las ventajas del Imperio… El Imperio… el Imperio. En el análisis final, Australia colocó su marina bajo comando británico, y un total de 332.000 australianos fueron a la guerra. Nueva Zelanda envió 112.000 hombres. El Imperio cumplió “su deber”, y sin embargo ¿qué ha oído usted alguna vez acerca de Lord Alfred Milner?
(Gerry Docherty y Jim MacGregor, http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html).


Historia oculta de la primera guerra mundial: Sarajevo
Eduardo VII, o, mejor dicho, Alberto Eduardo de Sajonia-Coburgo-Gotha, el hijo ocioso de la famosa e infamosa reina Victoria de Inglaterra, tuvo que esperar cincuenta y nueve años, dos meses y trece días para acceder al trono, y gobernó entre 1901 y 1910 con los títulos de rey del Reino Unido y los dominios de la Mancomunidad Británica y emperador de la India. En ese corto período jugó un papel estelar en la planificación de la primera guerra mundial.
Gerry Docherty y Jim MacGregor, en su “Historia oculta de la primera guerra mundial”, lo definen “como el arma más especial de la Élite Secreta”. Su “mayor contribución está en haber diseñado los muy necesarios realineamientos, e intentar el requisito previo de aislar (…) a Alemania. La responsabilidad última de la política exterior británica pertenece (…) al gobierno elegido y no al soberano, pero fue el rey quien sedujo tanto a Francia como a Rusia para alianzas secretas en el breve tiempo de seis años “.



Jorge VII


Eduardo VII estaba emparentado con el monarca de Rusia (y también con el de Alemania) y eso facilitaba las cosas. Al primo Nicolás II, zar de todas las rusias, le endulzaron la boca con la promesa de un bocadillo que nadie pensaba darle: el control de Constantinopla y de los estrechos del Mar Negro. Él sería el primero en movilizar sus tropas contra Alemania (y contra los buenos consejos de Rasputin), pero el tiro le salió por la culata y cuando fue expulsado del trono y pidió asilo en Inglaterra se lo negaron. Lo consignaron prácticamente en manos de los bolcheviques.
Gracias a Eduardo VII y la Élite secreta de Londres surgió La triple entente, una alianza entre Inglaterra, Francia y Rusia a la que luego se unirían Bélgica, Japón, Rumanía, Grecia, Portugal, Italia, Estados Unidos, China… Del otro lado surgió una triple alianza entre Alemania, el imperio austro-húngaro y una indecisa Italia, que cambiaría de bando a última hora.
A raíz del surgimiento de La triple entente y de La triple alianza los vientos de la guerra soplaron y arreciaron en Europa y otras partes del mundo. Era algo de lo que todos hablaban y temían, algo que se veía venir. Sólo faltaba que se produjera un acontecimiento de cierta importancia para que estallara la guerra y el acontecimiento se produjo el 28 de junio de 1914 en Sarajevo y “proporcionó la excusa para la monstruosa manipulación”.
De hecho, la mayoría de los historiadores todavía están convencidos de que la guerra estalló a causa del asesinato del heredero del trono austrohúngaro en Sarajevo, así como muchos incautos creen que la guerra de secesión usamericana tenía por objeto la liberación de los negros esclavos, por los cuales se habrían sacrificado de una u otra manera tantos blanquitos.
Pero las cosas sucedieron de otra manera.

Un Asesinato Conveniente
Gerry Docherty y Jim MacGregor

Dos condiciones tenían que cumplirse antes de que la Élite Secreta pudiera comenzar su guerra. En primer lugar, Gran Bretaña y el Imperio tenían que estar preparados. En segundo lugar, a fin de amontonar la culpa sobre Alemania, ésta tenía que ser incitada para dar el primer golpe. El asesinato del heredero del trono austrohúngaro, el archiduque Franz Ferdinand, el 28 de Junio de 1914 proporcionó la excusa para la monstruosa manipulación. A menudo se lo ha citado como la causa de la Primera Guerra Mundial. Qué tonterías. En sí mismo fue sólo un asesinato político más en una época de tales asesinatos. La culpa era de un grupo de funcionarios servios que entrenaron, armaron y ayudaron a los asesinos, y una venganza austriaca era generalmente aceptada como una reacción válida.
Lo que hemos demostrado en nuestro libro “Hidden History” es que las conexiones vinculaban a los servios, el embajador ruso en Belgrado, el ministerio de Asuntos Exteriores en San Petersburgo y a la Élite Secreta de Londres. Austria exigió que el gobierno servio tomara acciones específicas contra los autores y permitiera la participación austriaca en la investigación. Servia se negó. Rusia, habiendo asumido el falso papel de protector, expresó su apoyo total a Servia.
En Londres, la Élite Secreta estimuló resueltamente los orquestados antagonismos hasta convertirlos en una crisis. Cuando Servia y Austria llegaron a un acuerdo entre sí en lo que debería haber sido un conflicto localizado, Rusia, con el pleno apoyo de Londres y París, comenzó en secreto a movilizar sus masivos ejércitos en la frontera Este de Alemania. Todos estaban conscientes de que una vez que comenzara la movilización general de un ejército, eso significaba la guerra y de allí no había vuelta atrás.
Alemania enfrentó la invasión a lo largo de su frente Este, y, a medida que el ejército francés se movilizaba hacia el Oeste, el Káiser repetidamente hizo valientes intentos para persuadir a su primo el Zar a que retirara sus ejércitos. Con pleno conocimiento de que Francia había prometido unirse a Rusia inmediatamente, y de que Gran Bretaña, sin admitir abiertamente su colusión, estaba en secreto comprometida a la guerra, el Zar se negó. El sueño de Rusia de tomar Constantinopla podría ser por fin realizado.
Arrinconada en una esquina y forzada a una guerra defensiva, Alemania fue la última potencia en Europa que movilizó su ejército. A fin de tratar con los franceses que se habían movilizado en secreto hacia el Oeste, el Káiser ordenó que el ejército alemán avanzara hacia Francia pasando por Bélgica. Él tenía pocas otras opciones.

Europa continental estaba en guerra.

La Élite Secreta miró y esperó. Aunque los preparativos conjuntos para la guerra habían estado llevándose a cabo desde 1905, ellos habían sido mantenidos tan secretos que sólo cinco de veinte ministros en el gobierno británico sabían de los compromisos británicos. Sir Edward Grey habló ante la Cámara de los Comunes el 3 de Agosto y prometió que no se tomaría ninguna acción sin la aprobación del Parlamento, incluso si aquella aprobación nunca fuera sometida a votación.
El punto crucial de su argumento estaba en la neutralidad belga, aunque él sabía demasiado bien que tal neutralidad era una grotesca farsa. Entre otros, el escritor estadounidense Albert J. Nock más tarde reveló que Bélgica había sido un aliado secreto pero sólido de Gran Bretaña, Francia y Rusia mucho antes de Agosto de 1914.
La ficción de la neutralidad belga proporcionó la excusa legal y popular para que Gran Bretaña declarase la guerra contra Alemania el 4 de Agosto de 1914. Sir Edward Grey, el leal sirviente de la Élite Secreta, mintió al Imperio británico para involucrarlo en la guerra.
(Gerry Docherty y Jim MacGregor,
http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html).

Historia oculta de la primera guerra mundial: la falsificación de la historia

La historiografía tradicional reproduce, con pocas excepciones, la versión convencional, casi canónica, sobre las causas inmediatas de la primera guerra mundial, el cuentecito de hadas que le han hecho tragar a tantas generaciones:
El doble asesinato del heredero del trono austriaco, archiduque Francisco Fernando y su esposa, desató la primera guerra mundial con apoyo de Alemania, que preveía la conquista de Francia en pocas semanas (antes de que los ingleses pudiesen intervenir en el conflicto), como había ocurrido durante la guerra franco-prusiana en 1972.
Esa historia tradicional, maniqueísta, se hace eco de una lucha entre el bien y el mal, entre buenos y malos. Pero la guerra no era entre buenos y malos, sino entre malos y peores.
Véase, por ejemplo, lo que dice E. Tarlè en su Historia de Europa (1971-1919):
“Añadiré que en la actualidad existe una opinión según la cual si toda una serie de establecimientos comerciales ingleses y otras empresas, malgrado sus exteriorizaciones de ferviente patriotismo, no hubiesen sostenido a Alemania, a lo largo de toda la guerra, con el envío de mercancía a través de los países escandinavos (desde luego para acumular fabulosas ganancias), Alemania quizás no hubiera resistido tanto tiempo. Este hecho sintomático se halla desenmascarado en todos sus pormenores en el libro del almirante inglés Consett, ‘The triumph of civil forces’, aparecido en 1927. El libro de Consett, después de algunos vanos intentos de la prensa del gran capital de hacerlo caer en el olvido, produjo a pesar de todo una gran impresión. La prensa inglesa lo recibió como una prueba de que la guerra pese a costar cada día torrentes de sangre, era prolongada de modo artificial y deliberada, en interés de los mismos capitales que la habían acarreado.”
Sobre este tema, Gerry Docherty y Jim MacGregor han publicado otro libro, “Prolonging the agony”, en el que explican cómo el establishment, la clase dirigente angloamericana prolongó deliberadamente la primera guerra mundial durante tres años y medio.
A esa agonía, a esa guerra planificada en detalle para que durara el mayor tiempo posible, le siguió la humillación del tratado de Versalles que pretendía reducir Alemania a la impotencia, que alimentó los odios, el revanchismo y sentó las bases para el estallido de la segunda guerra mundial.
En el intervalo, hubo otra guerra de ocultamiento, destrucción de documentos y falsificación de la historia a un nivel nunca visto.
Hasta qué punto y con cuales medios o recursos se llevó a cabo esa infamia es algo que también analizan Gerry Docherty y Jim MacGregor en la última entrega de esta serie.



Pruebas Documentales Destruídas e Historia Falsificada
Gerry Docherty y Jim MacGregor

Durante los últimos cien años los hechos han sido distorsionados y falsificados por los historiadores de la Corte. Los miembros de la Élite Secreta tuvieron un excepcional cuidado para remover los rastros de su conspiración, y cartas, telegramas, informes oficiales y minutas de gabinete que habrían revelado la verdad, han desaparecido. Las cartas a y de Alfred Milner fueron eliminadas, quemadas o de algún modo destruídas. Las cartas incriminatorias enviadas por el rey Eduardo estaban sujetas a la orden de que, tras su muerte, ellas debían ser destruídas inmediatamente.
Lord Nathan Rothschild, un miembro fundador de la Élite Secreta, igualmente ordenó que sus papeles y correspondencia fueran quemados póstumamente para que su influencia política y conexiones no llegaran a ser conocidas. Según comentó su biógrafo oficial, uno no puede sino “preguntarse cuánto del papel político de Rothschild permanece irrevocablemente oculto de la posteridad”.
El profesor Quigley apuntó un dedo acusador sobre aquellos que monopolizaron “tan completamente la escritura y la enseñanza de la Historia de su propio período”. No hay ninguna ambivalencia en su condenatoria acusación. La Élite Secreta controló la escritura y la enseñanza de la Historia de numerosos modos, pero ninguno fue más efectivo que la Universidad de Oxford.
Los hombres de Milner dominaban en gran parte el Balliol College, el New College y el All Souls College, los cuales, a su vez, dominaban en gran parte la vida intelectual de Oxford en el campo de la Historia. Ellos controlaban el Diccionario de Biografías Nacionales, lo que significaba que la Élite Secreta escribía las biografías de sus propios miembros. Ellos crearon su propia historia oficial de miembros claves para el consumo público, borrando cualquier prueba incriminatoria y retratando la mejor imagen de espíritu cívico que podría ser sin peligro fabricada. Ellos pagaron por nuevas cátedras de Historia, política, economía e, irónicamente, estudios de paz. Había una conspiración sistemática por parte del gobierno británico para encubrir todos los rastros de sus propias retorcidas maquinaciones. Las memorias oficiales que cubren los orígenes de la guerra fueron cuidadosamente escudriñadas y censuradas antes de ser publicadas. Los archivos de gabinete para Julio de 1914 están relacionados casi exclusivamente con Irlanda, sin la mención de la inminente crisis global. No se ha hecho ningún esfuerzo para explicar por qué faltan los archivos cruciales.
A principios de los años ’70 el historiador canadiense Nicholas D’Ombrain notó que los archivos de la Oficina de Guerra habían sido “desmalezados”. Durante su investigación él comprendió que tanto como cinco sextos de archivos “sensibles” habían sido removidos a medida que él iba tras su asunto. ¿Por qué?, ¿dónde fueron ellos?, ¿quién autorizó su retiro?; ¿fueron ellos enviados a Hanslope Park, el depósito del gobierno detrás de cuyas cercas de alambre de púas más de 1,2 millón de archivos secretos, muchos acerca de la Primera Guerra Mundial, permanecen ocultos hoy? De manera increíble, ése no fue el peor episodio de robo y engaño.
Herbert Hoover, el hombre que encabezó la Comisión de Ayuda Belga y que fue posteriormente el trigésimo primer Presidente de Estados Unidos, estaba estrechamente vinculado a la Élite Secreta. Ellos le dieron la importante tarea de suprimir de Europa la evidencia incriminatoria, vistiéndola con una capa de respetabilidad académica. Hoover persuadió al general John Pershing para que liberara a 15 profesores de Historia y a alrededor de 1.000 estudiantes que estaban sirviendo en las fuerzas estadounidenses en Europa y que los enviara, con uniforme, a los países que su agencia estaba alimentando.
Con alimentos en una mano y tranquilizadora certeza en la otra, esos agentes enfrentaron poca resistencia en su búsqueda. Ellos hicieron los contactos correctos, “fisgonearon” por ahí en busca de archivos y encontraron tantos que Hoover “pronto los estuvo embarcando hacia EE.UU como el lastre en los barcos vacíos de comida”. El retiro de documentos desde Alemania presentó pocos problemas. Quince carretadas de material fueron tomadas, incluyendo “las minutas secretas completas del Supremo Consejo de Guerra alemán”, un “regalo” de Friedrich Ebert, el primer Presidente de la República alemana de posguerra.
Hoover explicó que Ebert era “un radical sin interés en el trabajo de sus predecesores”, pero el hambriento hombre cambiará hasta su derecho de nacimiento por comida. ¿Dónde está ahora la evidencia vital para demostrar la culpa de guerra de Alemania, si ésta hubiera sido culpable? Si hubiera habido pruebas, habrían sido publicadas inmediatamente. No había ninguna. Lo que ha sido escondido o destruído nunca será conocido, y es un hecho alarmante el que pocos historiadores de guerra, si es que alguno, hayan escrito alguna vez sobre ese robo ilícito de documentos europeos, documentos que están relacionados probablemente con el acontecimiento más crucialmente importante en la Historia europea y mundial. ¿Por qué?

Historia Escondida: Los Orígenes Secretos de la Primera Guerra Mundial

Después de un siglo de propaganda, mentiras y lavado de cerebro acerca de la Primera Guerra Mundial, la disonancia cognoscitiva nos deja demasiado incómodos para soportar la verdad de que fue un pequeño grupo socialmente privilegiado de auto-calificados patriotas de raza inglesa, apoyados por poderosos industriales y financieros en Gran Bretaña y Estados Unidos, el que provocó la Primera Guerra Mundial. La determinación de esa Élite Secreta con sede en Londres para destruir Alemania y tomar el control del mundo fue en último término responsable de la muerte de millones de honorables hombres jóvenes que fueron engañados y sacrificados en una matanza irracional y sangrienta para llevar adelante una causa deshonrosa.
Hoy, decenas de miles de monumentos conmemorativos de guerra a través del mundo atestiguan la gran mentira, la traición, de que ellos murieron para “la mayor gloria de Dios” y para que “pudiéramos ser libres”. Ésa es una mentira que los liga a un mito. Ellos fueron las víctimas. Ellos son recordados en actos vacíos erigidos para ocultar el verdadero objetivo de la guerra. Lo que ellos merecen es la verdad, y no debemos fallarles en este deber.
(Gerry Docherty y Jim MacGregor, (http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html).










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