jueves, 31 de mayo de 2018

UN TURCO LLAMADO MUSTAFÁ (1-4)

 Pedro Conde Sturla 
(1)
Cada año, a las 9:05 de la mañana del día 10 de noviembre, Turquía se paraliza y sus habitantes dedican un minuto de silencio a la memoria de Mustafá Kemal Atatürk. A esa hora y en ese día murió en 1938 -cuando apenas cumplía 57 años- uno de los grandes reformadores de la historia, el fundador y padre de la patria de la República turca.

Muchas cosas en este glorioso personaje son excepcionales, incluyendo su lugar de nacimiento: Salónica, la ciudad de los espíritus, como la define Mark Mazower en su obra homónima. Una ciudad que conserva el nombre de la hija del conquistador Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro, desde que la fundaran los griegos cuatro siglos antes de nuestra era:
“Salónica es una ciudad única en la historia del mundo. Conquistada por los turcos en 1430, dio acogida a los judíos expulsados de España en 1492 y se convirtió en lugar de convivencia de cristianos, musulmanes y judíos, donde comerciantes egipcios, esclavos ucranianos, bandidos albaneses y rabinos sefardíes se entendían en media docena de idiomas. Una ciudad tan famosa por sus palacios como por sus burdeles, donde abundaron los mesías, los mártires y los milagros. Hasta que el siglo XX acabó con esta vocación cosmopolita: la ciudad en que nacieron Kemal Ataturk y la revolución de los ‘jóvenes turcos’, vio cómo los griegos expulsaban a los musulmanes y cómo los nazis deportaban a los judíos a campos de concentración”. [i]
Algo también excepcional, o por lo menos poco ortodoxo, fue el hecho de que el padre de Mustafá, un oficial de aduana del Imperio otomano, contrariando los deseos de la madre lo sacara de la madraza, de la escuela coránica del barrio donde ya había comenzado sus estudios y lo hizo ingresar a una escuela laica privada, la escuela de Şemsi Efendi, que enseñaba conforme a un nuevo método. Eso permitiría al muchacho empezar a respirar en otro ambiente cultural.
De esta experiencia conservaría una imborrable memoria que, muchos años después (1922), describiría a un periodista:
“Lo primero que recuerdo de mi infancia es el ingreso a la escuela. Hubo una profunda lucha entre mi madre y mi padre con respecto a esto.
“Mi madre deseaba comenzar mi educación inscribiéndome en la escuela religiosa del barrio con cantos de los himnos religiosos apropiados. Pero mi padre, que trabajaba en la oficina de aduanas, estaba a favor de enviarme a la recién inaugurada escuela de Semsi Efendi y de obtener el nuevo tipo de educación. Al final, mi padre ingeniosamente encontró una solución.
“Primero, con la ceremonia habitual, entré en la escuela clerical. Por lo tanto, mi madre estaba satisfecha. Después de unos días, dejé la escuela clerical y pasé a la de Semsi Efendi. Poco después, mi padre murió”.[ii]
Incluso en una ciudad como Salónica, el ambiente de tolerancia era limitado y tanto Semsi Efendi como su escuela fueron objeto de agrias controversias, incluso ataques violentos por parte de elementos conservadores.
Efendi tenía reputación por la disciplina y el carácter militar que imprimía a la educación y a la relación con los estudiantes. De su breve estadía en su escuela preservaría Mustafá gratos recuerdos, como el de su primer día de clases, la voz de mando del maestro Efendi cuando ordenaba entrar a clases alineándo a los alumnos en doble fila, el “delicioso olor de las ramas de los pinos”, el maestro Efendi, de pie junto a la pizarra, con borrador y tiza en las manos, enseñando el alfabeto letra por letra, el recreo en el patio bajo estricta supervisión, las clases de gimnasia, los juegos en los que no se permitían pleitos ni el uso de malas palabras.
Pero el episodio que permaneció quizás más tercamente anclado a su memoria fue el de una turba de cuarenta o cincuenta fanáticos religiosos que entró a la escuela gritando, rompiendo sillas y pupitres, amenazando seguramente al maestro Efendi, pidiendo a gritos la condenación de su alma. ¡Qué delito tan grave había cometido?: “Efendi estaba -dice Mustafá- enseñando a los niños con el método de los infieles. Estaba permitiendo que los niños jugaran y practicaran gimnasia”.[iii]
Mustafá continuará su formación académica en la escuela militar de la ciudad donde demostrará un esmerado afán de pulcritud, disciplina, aplicación a los estudios, sobresale “por su elegancia y exquisitez de maneras, su atractivo físico y su viveza de inteligencia”, sobresale en química y matemáticas y en todo lo que se propone. Tanto así que un maestro, y sus propios condiscípulos, le aplican el nombre de Kemal (el perfecto). Ahora se llama Mustafá Kemal y algún día se llamará Mustafá Kemal Atatürk (padre de la patria).
Cuando se gradúa finalmente en la Escuela de Guerra de Estambul, es un hombre hecho y derecho, o más bien un poco torcido a la izquierda. Los estudios militares tenían ya como modelo el de las naciones occidentales de Europa y en cuanto ciencia militar se habían emancipado de la autoridad religiosa del Imperio otomano. En ese ambiente militaba parte de la elite intelectual y germinaba el descontento, las ideas subversivas, la percepción crítica del desastre que amenazaba al Imperio en la fase final de descomposición.
Mustafá Kemal “descubre” la literatura, estudia historia, se relaciona con las ideas de los ateos y disociadores de la época, con el travieso Voltaire, con el perverso Rousseau, el visionario Montesquieu, el extremista Diderot, Auguste Comte, Camille Desmoulins, las luminosas ideas de los enciclopedistas y del siglo de las luces, la revolución francesa. Y además se convierte en devoto admirador de Napoleone Bonaparte Ramolino. El célebre corso.
Como suele suceder y sucedió a Don Quijote, las muchas lecturas, el conocimiento, el mal hábito de pensar y criticar tuvieron un efecto devastador y el joven Mustafá Kemal se echó a perder. Algún día “decretaría la abolición del califato y de las órdenes religiosas y (…) la separación entre la Iglesia y el Estado,” y convertiría “a Turquía en la primera sociedad secularizada del mundo islámico”.[iv]



(2)

La Ciudad de Salónica, que había sido conquistada por los turcos en 1430, volvió a manos de los griegos en 1912 a raíz de la primera guerra balcánica. Allí, paradójicamente, habían nacido Mustafá Kemal y el movimiento de los Jóvenes turcos, financiado en parte por la población mayoritariamente judía de la ciudad. 
Salónica, la ciudad de los espíritus, era la única en su época donde los judíos constituían una mayoría, unos ochenta mil de un total de ciento veinte mil habitantes. Por eso también le llamaban entonces la Jerusalén de los Balcanes, y su destino sería trágico a manos de los nazis durante la segunda guerra mundial, aunque no tanto como el de la verdadera Jerusalén a manos de los cristianos de las cruzadas en 1099, cuando la liberaron de los musulmanes.Los cruzados pasaron a cuchillo o por la hoguera a toda la población, incluyendo hombres, mujeres y niños. Derramaron -como dice Henry Pirenne en su “Historia de Europa”- “torrentes de sangre en nombre del Dios del amor y de la paz, del cual se estaba conquistando la tumba”.
El imperio otomano o imperio turco, como se le quiera llamar, había surgido oficialmente en el año 1299 y debía su nombre a la dinastía fundada por Osman I. En el período de mayor expansión se extendía por tres continentes: la costa norte de África, el medio oriente y los Balcanes y otros territorios del sureste de Europa, y ocupaba un área de más de cinco millones de kilómetros cuadrados, tenía veinte y nueve provincias (un poco menos que la República Dominicana) y un montón de estados vasallos, incluyendo a Crimea. Era un estado multiétnico y multi confesional que respetó y protegió en lo esencial a las minorías y muy en especial a los judíos que los reyes católicos expulsaron de España, los sefarditas.
En la época de Mustafá Kemal el imperio se había reducido considerablemente a causa de las guerras con Rusia y el “estallido del nacionalismo balcánico, concretado en guerras de liberación” nacional y una inmensa ola de descontento popular. La violencia estatal contra ese descontento popular se materializó en la rebelión de los Jóvenes Turcos (con el llamado Enver Bey o Enver Pasha a la cabeza), los cuales presionaron al sultán para que aceptara una constitución y luego, en 1909, lo derrocaron y pusieron a su hermano.
De hecho, lo suplantaron, conservando las apariencias y desde entonces hasta 1818 el poder estuvo en sus manos como se describe a continuación:
“En julio de 1908, siendo (Mustafá Kemal) jefe de estado mayor de Sawqat, participó en el levantamiento del ejército de Macedonia que a punto estuvo de derrocar al sultán. La revuelta militar obligó a Abdül-Hamid II a poner en vigor la Constitución de 1876, lo que significaba de hecho la caída del régimen absolutista. El sultán siguió siendo líder religioso del Imperio, en cuanto que califa, pero el sultanato sólo conservó su apariencia nominal. Desde entonces hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, los Jóvenes Turcos -liderados por dos oficiales, Cemal Bey y Enver Bey, y un funcionario, Talaat Bey- dirigieron el destino de Turquía. En 1909, al intentar un retroceso a la situación anterior, Abdül-Hamid fue depuesto y sustituido por su hermano, Mehmet V”.   [i]   
Mustafá Kemal simpatizaba hasta un cierto punto con el movimiento, aunque tenía también profundas diferencias y tomó distancia del poder político, se mantuvo en un segundo plano y se consagró astutamente a su carrera militar. Al parecer, en esos años se daba cuenta de que la vastedad y diversidad étnica y cultural del imperio otomano eran ya inmanejables y estaba interesado mayormente en mantener el territorio donde predominaba la población turca, específicamente la de Anatolia o Asia menor. Además, a su juicio la monarquía y el islamismo constituían una retranca histórica de la que había que deshacerse.
Entre los Jóvenes Turcos prevalecía en cambio la idea “de preservar la estructura imperialista otomana al tiempo que intentaban reformar sus estructuras políticas”. [ii] En consecuencia, no vacilaron en perpetrar la terrible represión contra los armenios, el llamado genocidio armenio, el primero del siglo XX, que costó la vida a más de un millón de personas.
Kemal no parece haber estado involucrado en el sangriento episodio, aunque algunas fuentes afirman lo contrario, pero evidentemente no veía con buenos ojos la causa separatista de los armenios en la frontera con su archienemigo ruso.
La alianza del desgastado imperio otomano con el imperio alemán y austrohúngaro contra Inglaterra, Francia y Rusia en la primera guerra mundial terminó siendo un desastre, pero era en el fondo una alianza natural. Hacía tiempo que estás naciones estaban, de hecho, en guerra no declarada contra el imperio otomano. Lo hostigaban continuamente, fomentaban los movimientos separatistas, ambicionaban el territorio en todo o en parte. En Egipto, que se había independizado en 1805, los ingleses se habían hecho dueños del canal de Suez, lo compraron compulsivamente con un jugoso préstamo proporcionado por los superbanqueros judíos de la casa Rothschild.
Durante la guerra, los Jóvenes Turcos sufrieron derrota tras derrota al tiempo que Mustafá Kemal acumulaba victoria tras victoria. Con anterioridad había librado una brillante campaña contra los invasores italianos en el territorio de lo que entonces recibía el nombre de Tripolitania y luego Libia. La Libia que el imperio usamericano y sus aliados convirtieron en confeti en años recientes. Luego se impuso a los británicos y franceses en Gallípoli, se cubrió literalmente de gloria al derrotarlos e impedirles el paso hacia el estrecho de los Dardanelos, salvar a Constantinopla y obligarlos a retirarse. En el frente oriental paró en seco a las tropas del ejército ruso, y en Siria y Palestina volvió a combatir y enseñarles un poco de humildad a los británicos. 


(3)

Mustafá Kemal estaba en Siria cuando el imperio otomano, derrotado por “las potencias vecinas y la implosión de los nacionalismos internos”[1], capituló en forma humillante ante la llamada Triple entente, de la cual se había separado Rusia a raíz de la revolución bolchevique. Esta pérdida se había compensado con la entrada de los Estados Unidos, que sería el mayor beneficiario de la contienda.
La firma del armisticio de Mudros el 30 de octubre de 1918, una rendición incondicional, puso al imperio de rodillas, lo obligó a desprenderse de todos sus territorios, a excepción de Anatolia o Asia menor (actual Turquía).
Mustafá Kemal estaba de acuerdo con la retirada de los territorios no turcos a condición de la preservación a cualquier costo de la tierra donde habitaba la mayoría de los suyos, pero ingleses y franceses también estaban interesados en desmembrar Asía Menor, los griegos soñaban con Estambul, la capital del antiguo imperio bizantino, y también con la idea de recuperar el país que ahora ocupaban en su mayoría los turcos. 
El tratado de paz de Sevres, firmado en 1920, endurecía los términos del armisticio de Mudros y contemplaba la creación de Kurdistán y de la Gran Armenia:
“Como consecuencia de las durísimas condiciones de paz impuestas al gobierno de Estambul, el ejército fue en gran parte desmovilizado, al tiempo que las tropas de las potencias aliadas ocupaban el territorio turco desde distintos frentes. Los británicos mantuvieron el control sobre la capital y sobre el propio sultán. Las imposiciones hechas en el armisticio de Mudros fueron ratificadas en el Tratado de Sèvres, por el cual el Imperio renunció a todos sus territorios no turcos (Macedonia, Siria, Palestina, Armenia y Arabia), además de a las islas del Dodecaneso y Rodas, cedidas a Grecia, que también recibió Anatolia occidental por un período de cinco años, tras el cual se revisaría el estatuto del territorio mediante plebiscito. El ejército turco fue evacuado de los estrechos, que quedaron bajo control aliado. El Imperio quedó así reducido a una estrecha franja en torno a Estambul y a Anatolia, sin Esmirna ni los territorios orientales, para los que los vencedores establecieron la creación de una república armenia independiente. Las capitulaciones incluían asimismo una serie de acuerdos comerciales y jurídicos muy ventajosos para las potencias aliadas, además de sustanciosas indemnizaciones de guerra”.[2]
Mientras el imperio otomano se hundía, la fama de Mustafá Kemal se acrecentaba. Era el hombre del momento y cuando regresó a Estambul fue recibido como un héroe, como lo que era. Al mismo tiempo, una ola de nacionalismo y furor popular se apoderaba del país y en Anatolia había tropas que permanecían acantonadas y se negaban a desmovilizarse. Alguien tuvo entonces la feliz ocurrencia de sugerirle u ordenarle al nuevo sultán que enviase a Mustafá Kemal a poner orden en la región y el tiro salió por la culata, uno de tantos. Mustafá Kemal impuso y puso -a sangre y fuego- el orden, otro tipo de orden.
Primero puso en orden su conciencia, se desentendió de las instrucciones recibidas y se dedicó a la formación de un movimiento nacionalista contra los invasores, aglutinó a los más diferentes sectores de la población con un programa político de carácter liberal, formó un ejército y se dispuso a la toma del poder. 
En 1920 puso orden político en toda la región, estableciendo un gobierno provisional que proclamó Ankara como la nueva capital del país en la región de Anatolia central, el centro medular de país. Una jugada maestra.
En 1921 puso el orden a los griegos, que habían invadido la región de Esmirna y desatado una represión feroz contra la población. A estos los derrotó, los puso en fuga y los expulsó del país tras un par de victorias aplastantes.
Mientras tanto, el sultán o los dueños del sultán habían puesto precio a su cabeza que adquirió un valor inconmensurable en la medida en que se consolidaba el movimiento nacionalista y Kemal obtenía victoria tras victoria en la lucha por independizar a la futura Turquía del dominio extranjero y de la monarquía otomana. 
Durante el proceso de unificación y reconquista, el pragmático Mustafá Kemal se deshizo por medios radicales de los radicales de izquierda que contaminaban y ponían a su juicio en peligro la causa nacionalista, Así, “Tras eliminar al fundador del Partido Comunista, Mustafá Suphi, ordenó la desarticulación del Ejército Verde de Edhem Cerkes, constituido a imagen y semejanza del Ejército Rojo soviético, y que ya había emprendido la revolución socialista en algunas regiones de Anatolia con la confiscación de tierras”.[3]
Sin embargo, Kemal mantuvo excelentes relaciones con los soviéticos, de los cuales recibió apoyo económico y militar. Pero el apoyo no fue gratis, sino “a cambio de la sustitución de la república armenia establecida por los aliados por una Armenia soviética y la cesión a la federación soviética del Azerbaiján”.[4]
Mustafá Kemal también puso orden en el frente diplomático y logró que Francia y otros países reconocieran el régimen. A los ingleses los puso en orden hablándoles en el idioma que mejor entendían y entienden, el de la fuerza armada, la fuerza bruta, la amenaza de involucrarlos en un nuevo conflicto bélico contra un pueblo en pie de lucha.
“Finalmente, Kemal forzó las negociaciones, que se concretaron en el Tratado de Lausana de 1923, por el que las potencias aliadas reconocieron la soberanía nacional del nuevo Estado de Turquía sobre los territorios de Esmirna, Tracia oriental y Anatolia. Además, se anularon en bloque las indemnizaciones de guerra. El 29 de octubre de 1923, Kemal pudo finalmente deponer al sultán y proclamar la República de Turquía”.
El genio de Mustafá Kemal había puesto a Turquía en el siglo XX. Toda una obra de arte, una perfecta ecuación de ciencia política.
[2] Ibid
[3] Ibid
[4] Ibid



MUSTAFÁ EL REFORMADOR



Mustafá Kemal enseñando el alfabeto latino en un parque. Fuente externa


Los ingleses y franceses habían prometido a los árabes durante la primera guerra mundial la creación de un estado nacional a condición de levantarse en armas contra el imperio turco otomano, del cual formaban parte, y los árabes se levantaron puntualmente confiando en que ambas naciones honrarían al final de la guerra sus palabras. 
La promesa, que los aliados de la triple entente no tenían intención de cumplir y no cumplieron, fue hecha a través del  celebérrimo T. E. Lawrence, un oficial, arqueólogo, escritor y agente inglés más conocido como Lawrence de Arabia por la película de David Lean.  Un agente que jugó, como es sabido, un papel relevante durante la revuelta árabe.   
El estado nacional, la tierra prometida, abarcaría casi todo el cercano oriente, casi casi lo que es hoy Arabia Saudí, los emiratos del golfo, Yemen, Irak, Israel, Palestina,  Jordania, Kuwait, Líbano, Siria, pero en lugar de eso los ingleses y franceses impusieron a los árabes, a cambio de su valiosa contribución, el tratado secreto Sykes-Picot, muy conocido en la historia universal de la infamia
Este tratado puso en manos de franceses e ingleses los principales territorios árabes del cercano oriente a los cuales dividieron antojadizamente en protectorados como el Mandato francés de Siria, el Mandato inglés de Iraq y el Mandato inglés de palestina, el “British mandate”, compuesto por los territorios que ocupan la actual Jordania y la Palestina propiamente dicha, dividida en dos por el Jordán e integrada hoy por Israel, la franja de Gaza y Cisjordania. 
La inmensa península de Arabia, con sus dos millones de kilómetros cuadrados y sus grandes recursos petrolíferos, sería cedida a la larga a la familia Saudí y sigue siendo propiedad de esa familia, que instauró una monarquía absoluta, una tiranía absoluta, en calidad de administradora de los intereses coloniales. El régimen está basado, por cierto, en la más rígida y fanática interpretación de los principios del islam, el wahabismo, que Arabía saudita exporta (es el segundo producto de exportación después del petróleo) a través de cientos de escuelas coránicas o madrazas esparcidas por varios continentes.  
La compartimentación de Asia Menor, Anatolia, también era parte del tratado. Los ingleses pretendían quedarse con Estambul y con el control de la ruta que da acceso desde el Mediterráneo al mar Negro, pasando por el estrecho de los  Dardanelos, el mar de Mármara y el peliagudo estrecho del Bósforo. 
“El gobierno de los zares en Rusia fue una parte menor en el acuerdo y cuando ocurrió la Revolución rusa, fueron los bolcheviques quienes publicaron el acuerdo el 23 de noviembre de 1917, resultando que ‘los británicos se avergonzaron, los árabes se consternaron y los turcos se alegraron’”. [1]
Aparte de alegrarse, Mustafá Kemal hizo un llamado a la población, incluyendo mujeres y niños para emprender una guerra de liberación nacional e impedir el reparto de su tierra. De allí saldrían los invasores con el rabo entre las piernas.
El 29 de octubre de 1923 se fundó la República de Turquía y Mustafa Kemal Atatürk se convirtió en su primer presidente, instauró una dictadura popular y ocupó el cargo hasta el último día de su vida, cuando cayó vencido por una cirrosis alcohólica, al igual que su padre. 
Atatürk había luchado contra las grandes potencias mundiales a las que, sin embargo, admiraba y tenía como modelo de lo que debía ser Turquía constitucional y culturalment, y el principal objetivo de su vida fue modernizarla por medio de una serie de reformas que la sacara del atraso secular en que se encontraba. En este  sentido, es más fácil decir lo que hizo que lo que no hizo. El pliego de reformas sociales, culturales, económicas, políticas, etc., algunas de ellas traumáticas, revolucionarias,  contemplaba en primer lugar la secularización del estado. Es decir: “el paso de algo o alguien de una esfera religiosa a una civil o no teológica. También significa el paso de algo o alguien que estaba bajo el ámbito de una doctrina religiosa, a la estructura secular, laica o mundanal. (Wikipedia)”.  
Turquía fue, en efecto, la primera nación islámica en llevar a cabo este proceso, la separación de la religión y el estado, que empezó con la adopción de una constitución, la abolición del califato o del califa como jefe religioso, la abolición de las peregrinaciones obligatorias a La Meca, la abolición de la sharía (el derecho islámico) y su sustitución por un código penal, civil y comercial según el modelo italiano y suizo. En consecuencia, las escuelas coránicas o madrazas fueron clausuradas y sustituidas por modernos centros de enseñanza. Se introdujo entonces “el alfabeto latino (que sustituyó al árabe), el sistema métrico y el calendario gregoriano. La educación fue declarada obligatoria y secularizada, al tiempo que se fomentaba la investigación, especialmente en la historia de la lengua y de la cultura turcas. Kemal fundó las dos principales sociedades científicas del país (a las que legó la mayor parte de su fortuna personal a su muerte): la de historia y lingüística, así como la facultad de letras de Ankara”.[2] Una parte de la población adulta fue obligada, por cierto, a ingresar a los nuevos centros de enseñanza para ser reeducada. También “se impuso que la llamada a la oración y las recitaciones públicas del Corán (se hicieran) en turco en vez de en árabe” [3] y el domingo fue instaurado como día de descanso. 
Para peor, a las viles y despreciadas mujeres se les concedió derecho a voto, derecho a elegir y ser elegidas y a trabajar por cuenta propia, se estableció el matrimonio civil y el divorcio, se prohibió el uso del velo y el uso del fez o  sombrero tradicional turco (¡?). Se prohibió asimismo (al menos oficialmente) la poligamia y se incentivó el uso de la moda occidental “y se animó a la juventud turca a empaparse de las tendencias musicales y culturales de Occidente”.[4]  
En cambio, el alcohol, al cual Mustafá Kemal era muy aficionado, “dejó de estar prohibido y se impuso la obligatoriedad de usar un apellido, inexistente hasta ese momento”.[5]
“La occidentalización fue acompañada, no obstante, por un proceso de recuperación de la cultura turca, despojada de sus componentes otomanos e, incluso, islámicos. En este sentido, Kemal ordenó una depuración de la lengua, con la eliminación de las ‘impurezas’ árabes y persas. De esta forma, pretendía preservar la unidad turca mediante el respeto a las diversas tradiciones étnicas de la población. A pesar del enorme trasvase demográfico de 1925 (1.400.000 griegos del Asia menor fueron deportados a Grecia, mientras que los 450.000 turcos que vivían en los Balcanes ‘regresaron’ a Turquía), la multiplicidad étnica y religiosa seguía representando un problema para la cohesión nacional preconizada por Kemal. La constitución del Estado laico supuso un esfuerzo por integrar a los diversos grupos bajo un poder nacional despojado de connotaciones imperialistas y confesionales. En 1933, al decretar el uso de los antiguos patronímicos, la Asamblea Nacional otorgó oficialmente a  Mustafá Kemal el nombre de Atatürk, ‘padre de los turcos’".[6]
Pero no se engañe nadie. Mustafá Kemal Atatürk es amado por el pueblo turco y es igualmente odiado por los fanáticos fundamentalistas a quienes despojó de sus poderes e infinitos privilegios. Sin ir más lejos, Recep Tayyip  Erdoğan, el actual gobernante de Turquía, está empeñado en deshacer parcialmente la obra monumental de Mustafa Kemal auspiciando un proceso de reislamización de   pronóstico reservado. Algo que hasta el momento han evitado los militares progresistas, que de alguna manera se consideran todavía depositarios del legado de Atatürk y representan frente al islamismo radical un elemento de contención.

pcs, viernes1 de junio de 2018





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