pedro Conde Sturla
Literatura y oralitura constituyen uno de mis temas favoritos, sobre todo en lo que se refiere a China, a su civilización cinco veces milenaria a la que rindo culto, la única que existe y persiste, junto a la de la India, sin solución de continuidad desde la más negra noche de los tiempos.
Los chinos lo inventaron todo, casi todo, incluyendo los cuentos chinos y uno de los sistemas de escritura más enrevesados del mundo. Se expresan en una lengua retórica (más bien familia de lenguas) en la que, según tengo entendido, no se dice “Buenas noches”, sino “Que tenga usted sueños perfumados” o algo parecido. Una lengua tonal (como la de los indígenas de Chiapas) en la que el significado de las palabras varía de acuerdo con la entonación, con la música que se le imprime:
“mā, en primer tono, significa ‘madre’ en chino, entre otras cosas.
“má, en segundo tono, puede significar ‘sésamo’.
“mǎ, en tercer tono, puede significar ‘caballo’.
“mà, en cuarto tono, ‘regañar’.
En ese sistema lingüístico complejo se han escrito historias maravillosas que, a pesar del tradicional aislamiento de China, forman parcialmente parte de un patrimonio común a otros pueblos euroasiáticos: “Posee pues semejanzas totalmente sorprendentes con las mitologías germana, griega o eslava”.
El dato no es en realidad tan sorprendente porque todas las culturas tienen vasos comunicantes y la originalidad artística y literaria consiste más bien en la elaboración de los temas y no en el tema en sí.
Muchos relatos chinos tienen el encanto de la ingenuidad, como si el autor creyera en la fábula que se inventa o recrea por más fantástica que parezca.
A esta ingenuidad del autor, que cree o pretende creer firmemente en lo que narra, no son inmunes los lectores, porque lo que cuenta en la creación artística no es la veracidad sino el verosímil.
El origen de la seda, por ejemplo, se atribuye a los buenos oficios de un caballo y a la ingratitud de una doncella. En la fabricación de la gran campana del emperador interviene el sacrificio de una doncella agradecida.
Por más que nuestra capacidad de asombro se ponga a prueba, es difícil substraerse al magnetismo, al aura mágica de relatos como “La señora gusano de seda” y “Los lamentos de la gran campana del emperador”.
LA SEÑORA GUSANO DE SEDA
La seda llegó al mundo gracias al amor filial de una muchacha. Hace mucho tiempo vivía un hombre que tuvo que ausentarse de casa una larga temporada por motivos de negocios. Su joven hija le echaba mucho de menos, y un día, mientras cepillaba su caballo, dijo:
“Me casaré con cualquiera que traiga a mi padre”. De repente, el caballo salió al galope y desapareció.
Al día siguiente, en una ciudad lejana, el padre vio con sorpresa que el caballo se aproximaba a él, relinchando. Como pensó que algo le había ocurrido a la familia, subió a lomos del animal y partió hacia su casa. Al llegar, vio con alivio que todo estaba en orden y le preguntó a su hija qué había impulsado al caballo a ir a buscarle, y ella respondió que debía de saber que le echaba en falta. El hombre, agradecido, le dio más raciones del mejor heno durante los días siguientes, pero el caballo no parecía contento y apenas tocaba la comida, y cada vez que se acercaba la muchacha se ponía muy nervioso, relinchaba y se encabritaba. Al cabo de unos días, mientras cepillaba el caballo, la muchacha recordó sus palabras y se lo contó a su padre. Furioso porque un caballo se atreviera a pensar que podía casarse con su hija, el hombre lo sacrificó y tendió la piel al sol para que se secara.
Una vez, cuando la muchacha y sus amigos se burlaban de la piel como si estuviera viva, ésta se envolvió bruscamente alrededor de ella y desapareció. Su padre y los vecinos la vieron al fin en la copa de un árbol, y la muchacha estaba dentro, transformada en un ser parecido a un gusano de seda, Can Nü (señora Gusano de Seda). Movió la cabeza de un lado a otro y de su boca salió un hilo blanco, fino y brillante. Todos se quedaron atónitos y comentaron que era el hilo más fuerte que hubieran visto jamás y que podía hilarse y tejerse para confeccionar bonitas prendas.
LOS LAMENTOS DE LA GRAN CAMPANA DEL EMPERADOR
Era en la época de un emperador tirano y déspota que en lo único que pensaba era en acometer obras faraónicas para demostrar su poderío. En cierta ocasión hizo llamar a su hombre de confianza para ordenarle la construcción de la campana más grande y más sonora del mundo. Quería conseguir un toque de campana que se expandiese por todos los confines del planeta y así demostrar lo importante y poderoso que era.
Su consorte comenzó a calcular la cantidad de metales que necesitaría, preparó los hornos y contrató a los mejores fundido res. Cuando todo estuvo calculado y controlado se acometió la obra pero se produjo un fenómeno curioso, pues el oro, la plata, el hierro y el cobre no fundían como estaba previsto y hubo que tirar la mezcla. El emperador se encolerizó al enterarse y amenazó a su hombre con que si la siguiente vez también fracasaba su cabeza sería cortada.
El pobre hombre no fue capaz de contárselo a su hija pero ella se enteró porque le llegó una documentación oficial con el sello imperial donde quedaba reflejado el ultimátum. La muchacha quedó horrorizada ante la posibilidad de quedarse sin padre, así que decidió visitar, a escondidas, a un mago-adivino para intentar evitar el mandato imperial en caso de que su padre fallase de nuevo. El mago se concentró y dijo que los metales se fundirían si a ellos se les unía la sangre de una joven virgen.
El día de la prueba final, la muchacha pidió a su padre estar presente y prometió silencio y discreción, por lo que el padre aceptó. Los hornos echaban fuego y llegó el momento de mezclar los metales y verterlos en el molde. Todos estaban pendientes de la mezcla y de la cara del emperador por lo que nadie se dio cuenta ni pudo evitar que la bondadosa joven se lanzase hacia la mezcla y se fundiese con ella. El horror invadió la sala y ella se esfumó sin ningún lamento mientras su padre, roto de dolor, se despidió del emperador para siempre.
La masa fundió y se convirtió en la campana más brillante pero con el toque más triste que jamás se hubiera escuchado. El emperador, al escucharlas, ordenó que jamás se tocaran, pues una epidemia de tristeza embargaría la ciudad.
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