lunes, 21 de diciembre de 2020

LOS DIFUSOS COLORES DE LÁPICES AJENOS

 Pedro Conde Sturla



        

Norberto Pedro James Rawlings, de nacionalidad dominicana, portador de la Cédula Personal de Identidad No. 39145, Serie 23, nació en el año de gracia de 1945 en el Ingenio Consuelo, San Pedro de Macorís, “convirtiendo por segunda vez” en madre a su madre.

         De cuna humilde –cual testimonia la condición de padres obreros, tíos y primos mecánicos, electricistas, torneros, artesanos­- el susodicho no recibió por bienes de familia más que un caudal de buenos modales y un temperamento sanguíneo, engañosamente apacible, y pertenece, por derecho de sangre, al más auténtico linaje cocolo, De ahí su orgullo de clase, que también es orgullo de origen, de raza, de actitud, de mérito.

         Al igual que todos los chicos del entorno azucarero, Norberto Pedro vio transcurrir su infancia en un compás de espera monótono y parejo, contrapunteado por el bullicio del tiempo de zafra y el “duro silencio de batey en tiempo muerto”. En esas circunstancias se moldeó su carácter, el carácter de un niño de la provincia aldeana, con más sombras que luces a pesar del sol abrazador.

         A edad temprana, el reverendo Douglas (cura párroco de la Iglesias anglicana) lo inició en sus primeras vocaciones artísticas: el piano y la pintura, que fueron durante un período fuentes de entretenimiento y modo de vida. Después ocurrió lo inevitable en estos casos: el muchacho empezó a escribir literatura, se trasladó a la Capital y consiguió trabajo para costearse los estudios de bachillerato, desempeñando “oficios de tinieblas”: obrero, mecánico, telefonista, etc. Una beca cubana lo rescató del trance y el hombre se hizo Licenciado en Filología. Otra beca oportuna lo llevó a Estados Unidos, donde obtuvo el doctorado en Lengua y Literatura Hispánica. En la actualidad reside en Boston como todo un caballero bostoniano. Quizás por eso se aferra, más que nunca, a sus vínculos afectivos con el terruño. En el fondo, y a contrapelo de su barniz aristocrático, sigue siendo un hijo de la caña y el cantor de la provincia.

         Para fines de cómputos, hay que consignar que sus títulos universitarios son posteriores a la investidura de poeta, que obtuvo en 1969 con la publicación de Sobre la marcha. La obra fue toda una revelación, sin duda –revelación y herejía- y quedó constituida de inmediato como uno de los hitos literarios de la década. Por primera vez, la épica de los inmigrantes irrumpe triunfalmente en las letras dominicanas y ocupa desde entonces un lugar propio, en espera de nuevos cultores.

         El resto de su obra no hace más que confirmar sus obsesiones, y también sus limitaciones. De hecho, el poeta no ha superado su primer libro, aunque ha escrito otros textos dignos de consideración. En La provincia sublevada (1972), especie de segunda parte de Sobre la marcha, evoca la frustración de una infancia  sin “libros/ ni bicicletas”. Persigue la “poesía de  los días/.../ en difusos colores/ de lápices ajenos”. En Vivir (1982) describe el trauma de la readaptación al suelo patrio después de la fructífera experiencia cubana. En Hago constar (1983) se recoge, se antologa y se despide del país, sin aportar nada nuevo. Quizás nunca regrese, pero con lo que dejó es suficiente.

         De este período, Norberto James es el único poeta de relieve que no procede del círculo de la pequeña burguesía. Es un poeta proletario, el primero que descuella en el contexto de la literatura posterior al descabezamiento de Trujillo. Así lo presentó el lúcido Antonio Lockward de otra época, quien tuvo el privilegio de escribir el prólogo de Sobre la marcha con palabras que aún son dignas del recuerdo, dignas de antología:


         “!¿Norberto James?!...¿Cómo me dijo?..., ¿pero de quién es hijo ese tipo? ¡Yo nunca lo había oído mentar!...¿De Miramar?...!Ay, Dios mío, un cocolo!

         Norberto James. No Troncoso ni Peynado. Salido del Ingenio  Consuelo, hijo de Dolores Rawlings, a quien dice:

        

‘“Qué difícil se me hace

permanecer en calma

estar alegre

sabiéndote flagelada

por la severidad del exilio

-tu autoexilio.-’’’


Fruto del ingenio, en el amplio sentido del término, su poesía es necesariamente agridulce, amarga y doliente, y a la vez tierna. Representa  el momento más sereno de la poesía joven de esa época, el más apacible y doloroso a la callada. Norberto James nunca levanta la voz, no grita, no incurre en estridencias. Es un poeta metódico, con un estilo directo y seco.  Usa las palabras para construir versos simétricos en los que cada frase es un directo complemento de la anterior. En la construcción se traduce una voluntad de aprovechamiento exhaustivo de las ocasiones temáticas: de aquí que la órbita creativa corresponda siempre a un giro alrededor de un motivo fijo. Se diría que Norberto pertenece a la clase de poetas que se agotan o quieren agotarse en un tema. Las piezas de Sobre la marcha tienen algo de máquina de precisión, de flema inglesa, de guerrero en reposo. La capacidad de acción del poeta está por debajo de su posición de espectador. Norberto es, en efecto, más testigo que actor.

Otra nota distintiva de su poesía radica en la carencia de música y movimientos rumbosos. Salvo raras excepciones, en su obra sólo se escucha música soul. Casi todos sus textos se inician y se desarrollan  con una cadencia lenta, triste. Se trata, ciertamente, de una poesía que “no asiste a las grandes bacanales del idioma”, como dijera Enriquillo Sánchez en una memorable ocasión. Por ello su poesía es visual, casi nunca auditiva, como si fuera escrita para sordos. Leyendo un poema de Norberto se tiene la impresión de asistir a una fiesta muda. Sus paisajes preferenciales están instalados en una geografía de quietud y silencio donde podría advertirse el vuelo del menor insecto. Todo esto se corresponde, desde luego, con su propia biografía intelectual: “qué puede dar/ un triste muchacho sin paz/ que no sea su heredada calma/ su duro silencio de batey en tiempo muerto?”.

Una novela y una poesía se escriben y se leen de la misma manera en que se escribe y se lee una vida. Y la vida, como las novelas y la poesía, solo sirven para ser vividas. Para vivir la poesía de Norberto hay que meterse adentro, ponérsela como un saco, porque se trata de una poesía que no se da superficialmente. Es una poesía reticente, igual que el autor, una poesía que tiene el don del distanciamiento y de una cierta ingravidez: a veces flota, parece flotar sobre la base de conceptos finamente elaborados. Es poesía de contenido, exenta de frivolidades, una poesía que sólo toca las fibras más sensibles:


No es culpa nuestra

-Maggy-

que los niños ignoren

la casi inexplicable ternura de la flor.


La poética de Moreno Jimenes encarna un poco en Norberto James, a través de la influencia de su colega y mentor Juan Sánchez Lamouth, de quien ya se dijo fue una especie de poeta puente, el enlace entre el realismo social de los postumistas y el nuevo realismo de los años sesenta. Esta influencia se manifiesta en el carácter austero y calculador de la poesía de Norberto, en su notoria economía de recursos, en su búsqueda de la expresión exacta, e incluso en la prudencia que proviene de “el aprendido miedo a las palabras”. No hay audacias verbales en esta poesía de Norberto, y ni siquiera riesgos calculados. Norberto, en su poesía, hace votos de pobreza y humildad, al igual que Moreno Jimenes, igual que Incháustegui Cabral y Sánchez Lamouth. Semejante poética de austeridad implica el culto a la forma llana, desadorna, sin grandes modulaciones rítmicas, escasa de efectos y rica de afectos, pero sin el “temblor metafísico” que Manuel del Cabral advirtiera en la poesía de Moreno Jimenes. En lugar del temblor está la ternura, que es otra forma de sacudimiento. Por su ternura y delicadeza, algunas piezas de la obra de Norberto parecen haber sido escritas para piano:


Si me ves llegar

-sonriente-

con un libro bajo el brazo

       beso tu niña

te pido me cuentes de tus viajes

y sonrío mientras hablas alegremente

de la primera vez que te perdiste

en Riverside

        no me creas.

-Aquí-

junto a estos cuadros

y la sonora presencia de Für Elise

        te recuerdo.

Te siento ligada a cada objeto

y por momentos me veo obligado a aceptar que

        te he perdido

y que realmente

no eres la misma colegiala del amor breve

que no supe buscar a tiempo.


Otras veces, en la brevedad de textos como “Te sentí venir”, la ternura hace el milagro de los peces y el poema se multiplica en luces y sombras, desborda su propio espacio físico y se proyecta hacia vastos espacios interiores. La chispa que le da vida al poema se origina en un drama tan menudo como universal: el drama del pobre que no tiene nada que ofrecer salvo su propia riqueza espiritual. Esta es, quizás, la composición más honda de Norberto, y una de las más hermosas de cuántas se escribieron por esos años.


Te sentí venir

con tu lento acopio de luz

cargada de alegrías

        quise compartirlas

ignorando quizás tu brevedad en mi tiempo.


No puede darte más que amor

y la limpia timidez que de niño me acompaña.

Más ¿qué puede dar

      un triste muchacho sin paz

que no sea su heredada calma

su duro silencio de batey en tiempo muerto?


Parco y ligero, con el don de una cierta ingravidez y una cadencia suave –de las cuales ya se dijo- Norberto James sólo parece capaz de sentir la alegría de la palabra diáfana, transparente, oculta en la “llaneza del lenguaje”, una llaneza alada. En esa misma nota llana y alada rindió tributo de admiración y aprecio a su amigo y mentor Juancho Lamouth:


    Uno a uno

han silenciado los perros.

Una a una se te han apagado

las lámparas amargas lámparas

que rodearon tu borrascosa existencia.


¿Acaso no levantan vuelo las humildes palabras de este otro testimonio tan gravemente sentido?:


Ya no te alcanzan las sales del viento.

Ya no te alcanzan los continuos dolores

que aquí permanecen.


Todos los elementos de esa poética confluyen en una de sus creaciones más celebradas: “Los inmigrantes”. Este ha sido considerado el texto clave de la obra de Norberto James, y quizás lo sea, a pesar de ciertas aristas terribles. Lo cierto es que en “Los inmigrantes” el poeta se da y se juega por entero, desatando los fuegos agridulces de la provincia al evocar la memoria de su estirpe. Aquí está su verdadera biografía, la de su familia, su progenie, su raza. El poema, no por casualidad, se abre paso desandando el vía crucis de “minorías preteridas”, apenas dueñas de su orgullo y su identidad:


Aún no se ha escrito

la historia de su congoja.

Su viejo dolor unido al nuestro.


En la remembranza de sus orígenes, Norberto se emplea a fondo contra la enfermedad de la ignorancia y el olvido, recreando la historia de los inmigrantes cocolos:


   No tuvieron tiempo

-de niños-

para asir entre sus dedos

los múltiples colores de las mariposas.

Atar en la mirada los paisajes del archipiélago.

Conocer el canto húmedo de los ríos.


La historia de los cocolos pasa, desde luego, por la famosa danza de los millones, que fue el producto de las alzas del azúcar durante la primera guerra mundial. Está dejó profundas huellas de realizaciones materiales en el pueblo de San Pedro de Macorís, y quedó en la memoria colectiva como una época feliz. El poeta contempla en retrospectiva la danza de los millones y la describe, en principio, con tintes luminosos, que parecen augures de venturanza. Los tintes se van tornando oscuros, sin embargo, cerrándose paulatinamente a la vida y la esperanza:


   Hubo un tiempo

-no lo conocí-

en que la caña

los millones

y la provincia de nombre indígena

de salobre y húmedo apellido

tenían música propia

y desde los más remotos lugares

llegaban los Danzantes.


   Por la caña.

Por la mar.

Por el raíl ondulante y frío

muchos quedaron atrapados.

Tras la alegre fuga de otros

quedó el simple sonido del apellido adulterado

difícil de pronunciar.


La prosperidad no llegó a los cocolos, por supuesto, ni al barrio de Miramar, donde vivió el poeta. Fue una ilusión de masas. A eso alude James Rawlings. La realidad del surrealista barrio de Miramar la deja, en cambio, plasmada en una imagen realísima, felicísima:


El polvoriento barrio

cayéndose sin ruido.


Antonio Locward Artiles fue el primero en advertir la “resonancia” épica, o más bien épico lírica, de “Los inmigrantes”. La resonancia del poema se me antoja, no sé por qué, al efecto que produce un solo de batería, un redoblante tal vez, que acompaña la mención de los protagonistas de la historia. El mecanismo de reiteración puede lucir a ratos mecánico o monocorde, una especie de “Bolero” de Ravel, pero en eso consistió básicamente la “novedad” del registro poético que dio nombradía a Norberto James. Escuchemos:


Óyeme viejo Williy  cochero

fiel enamorado de la masonería.


Óyeme tú George Jones

ciclista infatigable.


John Thomas  predicador.


Winston Brodie  maestro.


Prudy Ferdinand  trompetista.


Cyril Chalanger  ferrocarrilero.


Aubrey James  químico.


Violeta Stephen  soprano


Chico Conton  pelotero.


En el poema, en fin, se hace justicia a una ola de inmigrantes que, partiendo desde abajo, se ha dado a conocer -con su dedicación, su humildad, su seriedad, su laboriosidad- por sus aportes a la cultura, a la ciencia y al deporte en todas las áreas. Por eso Norberto reivindica para ellos y para él un espacio propio, no al margen, sino dentro de la sociedad que han contribuido a enriquecer. El suave Norberto construye, a la par, en su poesía, una conciencia y una patria espiritual. No es la poesía de uno que se margina, es la poesía de un marginado que se integra de pleno derecho “en esta patria mía y vuestra”.

El texto remite de muchas maneras al proceso de mestizaje de la nación dominicana, al verdadero melting pot americano, ese crisol de razas que caracteriza al pueblo de Santo Domingo. Norberto Pedro James Rawlings no plantea, no propone, pues, una distancia, sino un acercamiento respecto a una cultura que lo negaba y lo niega desde la cúspide, aunque lo reconocía y lo reconoce desde la base. Porque sabe que aquí, entre nosotros, hay un espacio para todos, implícitamente reconoce y hace reconocer que nosotros somos ustedes y somos un poco todos, y al realizar su pequeña y gran proeza literaria abre, quizás, sin darse cuenta una ventana que permite respirar un aire nuevo, modifica una sensibilidad. Provoca y produce un cambio en la sensibilidad y en la percepción social de los meritorios inmigrantes cocolos. El resto es historia patria. Aún así, la última palabra no está dicha. Norberto Pedro James Rawlings escribe todavía desde Boston, y escribe bien, aferrado al terruño.





[1] Brigadas Líricas, No. 5, abril de 1972, p. 8. Citado por Baeza Flores, op. cit., p51.





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