Pedro Conde Sturla
23 de Agosto de 2006
Cuando las potencias
coloniales injertaron a la cañona el estado de Israel en la tierra prometida
–la tierra de los palestinos-, las promesas no tardaron en cumplirse y los
frutos de la manzana de la discordia prosperaron de tal modo que en pocos años
convirtieron a la región, a toda la región, en una fuente de conflicto
permanente y en cliente permanente de la industria armamentista de esas mismas
potencias y otras que se añadieron. Todo un negocio redondo, el negocio de la
guerra sin fin, el negocio de la muerte y las ganancias desorbitadas.
En uno de sus famosos documentales
Michael Moore cita una frase de Orwell en el sentido de que la guerra no se hizo
para ganarla sino para eternizarla. La guerra produce y reproduce los valores y
miserias del sistema y contribuye en general a perpetuar el estado de cosas, el
estado de opresión de los pobres que libran las guerras en nombre de la patria para
enriquecer aún más a los ricos. No importa quien gane o pierda, la ganancia es
la guerra en sí, sobre todo si se libra fuera de los territorios de los
productores de armas, de los mercaderes de la muerte.