sábado, 24 de noviembre de 2018

SIETE AL ANOCHECER (12)

Pedro Conde Sturla
22 de octubre 2018

EL ÚLTIMO CAUDILLO
(Última parte)
Diez u once días después de haber hecho  público el manifiesto a la nación Dominicana del 13 de junio de 1931, Desiderio Arias estaría muerto y decapitado. 

Todo resultó como aparentemente se había planeado. De la fortaleza San Luis de Santiago salió más de un centenar de soldados en medios motorizados para aplastar un levantamiento que en gran parte había sido provocado. Al llegar a Mao tomaron la plaza como si se hubiera tratado de una fortaleza enemiga y mataron a varios de los seguidores del caudillo. Desiderio apenas tuvo tiempo y fuerzas para abandonar el poblado y refugiarse en Gurabo con un puñado de fieles, donde muy pronto sería circundado. Desiderio estaba probablemente enfermo y en las peores condiciones para enfrentar lo que se le venía arriba. Las tropas del gobierno infundían terror entre los lugareños, y a base de terror y de torturas y quizás de traición no fue difícil ubicar su paradero.

Lo hirieron y lo capturaron o lo capturaron y lo hirieron el día 20 o 21 de julio. Lo hirieron según se dice por la espalda, a traición, en la espina dorsal, con un disparo que lo habría dejado inválido y le provocaría un terrible sufrimiento durante horas o minutos. Tal vez lo ametrallaron para poner fin a su agonía o tal vez la prolongaron, lo humillaron, se burlaron, disfrutarían hasta el fondo su martirio.

La historia señala a Mélido Marte, un cancerbero, como el oficial que dirigía las tropas cuando mataron a Desiderio. Mélido Marte era uno de esos personajes que parecía haber sido tocado al nacer por la mano del demonio y se convertiría en uno de los más feroces perros de presa del régimen, el mismo celoso perro de presa que serviría a Trujillo y luego a Balaguer con su pesada cola de infamias, latrocinios y muertos durante más de cuarenta años. La gente decía y no se cansaba de decir que tenía un pacto con alguna fuerza maligna y al parecer no se equivocaba.

Junto a Mélido Marte se encontraba el tenebroso teniente Ludovino Fernández, un personaje abominable que sobresalía entre los abominables, un tipo cuya presencia helaba la sangre, tan oscuro y retorcido que hasta Trujillo llegaría a tenerle desconfianza o miedo o quizás ambas cosas.

Ludovino tuvo la idea, la feliz iniciativa (si acaso no cumplía instrucciones de Trujillo), de cortarle la cabeza (o mejor dicho el cuello) al cadáver de Desiderio y quizás la exhibió públicamente. 

Trujillo se indignó o fingió indignarse, tal vez para ocultar su regocijo, cuando Ludovino se la mostró, y entonces ordenó supuestamente a un médico que volviera a ponerla en su lugar. Este hecho ha dado origen a unas especulaciones macabras y de mal gusto, pero no necesariamente falsas: Ludovino no pudo encontrar el cadáver de Desiderio o lo encontró en estado de descomposición y decidió ejecutar a algún infeliz y cortarle también el cuello para colocar la cabeza del guerrillero en un cuerpo más fresco. El cuerpo de Desiderio Arias habría sido así  enterrado en algún lugar con una cabeza que no le pertenecía y la cabeza en otro lugar con un cuerpo que no era el suyo.

De cualquier manera, lo cierto  es que a partir del día de su muerte, Desiderio Arias salió de la historia y se convirtió en leyenda

En una semblanza muy idealizada de esos últimos tiempos del guerrillero, a quien sin duda admiraba, dice Rufino Martínez:

“Desconfiado de la buena fe del candidato sustentado por la unión de partidos en el año 1930, entró en la combinación política. Complacía a los compañeros del Movimiento Cívico que dió al través con el gobierno de Vázquez, pero la suspicacia del hombre criollo mantenía sus grandes reservas, temeroso del engaño y la perfidia. No se equivocó, y el pueblo entró en una faz dolorosa de asfixia por la falta de libertades públicas y garantía personal. Lo que precisamente reclamaba el pueblo, se le negaba. Tamaña responsabilidad de los hombres creadores indirectos de aquel estado de cosas, no obstante sus empeños de bien público.Un estado de desesperación, efectos de  flojedad y cobardía, fue el producido en la sociedad por la terrible fuerza opresora. En medio de aquella depresión moral, se alzó una virilidad: Desiderio Arias, que tenia el cargo de Senador de la República. Ello no sirvió de estimulo para que se levantaran los ánimos; pareció surtir efecto contradictorio, pues vióse a los del bando liberal renunciar la filiación y hacer labor de descrédito contra el hombre único. Todos se le entregaban al  Presidente Trujillo, que, como amo, repartía él solo los favores del poder. Ante aquel desconcierto en que se le iba haciendo el vacío morbosamente, exclamó: ‘No importa. Cuando ninguno quiera pertenecer al Partido Liberal, yo sólo seguiré siendo liberal...’.  La millarada de tránsfugas de la hora, no derivó beneficio alguno; ni siquiera garantía. La opresión siguió su curso creciente, mientras Arias continuaba de pies, atreviéndose a pedirle al Presidente que le concediera libertad al pueblo.Éste miró en aquel la postrera esperanza de romper las cadenas que le aherrojaban. Por eso se le prendía en el corazón un sentimiento de simpatía, ajeno a toda suerte de interés político. Arias se fue a la manigua, que siempre ha sido un recurso libertador entre nosotros, y pareció iniciarse la solución apetecida. Pero no estuvo en el poder de los hombres torcer el curso de la etapa que se iniciaba para el pueblo dominicano, y todo salió fallido por la falta de factores primordiales. Contratiempos en la salud del hombre y la falta de armas no le permitieron desplegar el dinamismo indispensable a las acciones prontas y atrevidas, Como las que sabe conducir el guerrillero. En las estratégicas lomas de Gurabo de Mao, la acechanza, parapetada en la traición, logró darle muerte”. 

“El pueblo le lloró como nunca había llorado a un guerrillero. Era el último espécimen notable de una clase social que entraba en su fase de extinción (1872-1931).”

A los dos meses del asesinato del caudillo, según informa Ligia Minaya en uno de sus artículos, Rufino Martínez escribió otro emotivo testimonio que sólo pudo publicar treinta y cuatro años después, cuando Trujillo estaba muerto:

“Triunfó el crimen y fracasó el pueblo. Dentro del capitolio se desató la alegría del festín. Afuera desfilaba el pueblo cabizbajo y lloroso al contemplar el cadáver mutilado de un hombre trabajador y honesto, mientras se escuchaba la voz irónica y fatídica de Jacinto B. Peynado Secretario de Interior y Policía:  ‘Es un día de júbilo. Viva el Presidente Trujillo’”.

xxx

Nuestro difunto padre, el conocido general Bonilla, que Dios lo tenga en su gloria, estuvo con el querido Jefe en los momentos más difíciles, lo acompañó en las buenas y en las malas, en todas las circunstancias fue su más fiel servidor. Cuando la patria se vio amenazada por la invasión de haitianos en 1937, él acudió al llamado de las armas y se distinguió junto al sargento Manuel Nuñez  en las fieras batallas que tuvieron lugar durante el proceso de dominicanización de la frontera. Tanto así que el mismo Jefe se vería obligado a amonestarlo por exceso de celo. Pero fue un hombre leal a toda prueba, que dejó a sus hijas, a mí y a mis dos hermanas, un legítimo motivo de orgullo. No fue nunca un oportunista como Desiderio Arias, ese chaquetero que se rebeló contra el orden institucional que forjó  el querido Jefe...

Al Jefe lo mató un grupo de forajidos y lo ha pretendido matar la historia que escriben los resentidos de siempre, sobre todo esas hienas de la fracasada izquierda y todos los que se resisten a callar, que emplean la fábula pintoresca de Desiderio Arias para pretender asesinar al Jefe dos veces con sus rabias inveteradas de perros hueveros, aquellos que no conciben, que se niegan a reconocer que el querido Jefe fue un ente modernizante en su tiempo...

Matar al querido Jefe...varias veces...todas las veces posibles. Ese es el propósito.


pcs



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