miércoles, 21 de noviembre de 2018

HAROLD Y KOLDO: VIVENCIAS Y TRIBULACIONES


Pedro Conde Sturla

14 de marzo 2006

Koldo


Harold y Koldo tienen muchas cosas en común, aparte de que son amigos y se hacen llamar uno por el nombre de pila y el otro por un apodo (no voy a decir “un alias” para evitarme problemas jurídicos, aunque también lo de “pila” se puede prestar a equívocos). Uno es más distraído, más despistado que el otro, y ambos están dotados de una personalidad fuera de serie, de humor chispeante y una retahíla de nombres que da gusto. Alguna gente no sabe que el célebre columnista vasco de El Nacional –dije vasco- se llama en realidad Juan Carlos Campos Ilurdoz y Sagaceta. El autor de la tira cómica de Diario Libre se firma ocasionalmente Harold Priego García-Godoy II. Tienen más nombres que un piloto de Iberia, nombres de aristócratas pobres, que es la cosa más triste del mundo según Borges. Otra cosa en común es que sus cabezas tienen precio, igual que mucho aprecio. De España han pedido varias veces la del colmunista –dije colmunista- y los judíos la del tiracómico. Hipólito Mejía gustosamente se las habría arrancado.
Por algún tiempo estos personajes fueron sometidos a una camisa de fuerza, una especie de censura que de seguro no ha cesado del todo todavía, porque la libertad de prensa como el mercado libre tiene dueños y ellos no son ni siquiera accionistas.

A Harold Priego lo conocí en los predios de Publicitaria InterAmérica, donde trabajamos varios años en compañía de personajes memorables como el cubano Orestes Martínez y un conocido publicista catalán de apellido sicalíptico. Recuerdo que cantaba óperas en italiano, siempre a voz en cuello y desentonando, soltando gallos y maltratando sin piedad la lengua de Dante. Cuando no estaba cantando declamaba, que era peor, hacía chistes, se burlaba, se carcajeaba. En realidad no se callaba nunca, salvo cuando dormía la siesta. Harold inventó una manera de dormir la siesta en forma peculiar. Dormía en su sillón de trabajo, plácidamente, por cierto, descansando la cabeza sobre un rollo de papel higiénico apoyado en el hombro. Aparte de eso, ya se destacaba como un excelente dibujante publicitario. Algunas reuniones con empresarios de las cuentas que manejábamos terminaban a veces en risotadas cuando Harold dejaba como quien dice al descuido las caricaturas que hacía de los más encopetados personajes que allí se encontraban.

A Koldo lo conocí y lo traté brevemente en otra agencia de publicidad de la que es mejor no acordarse, y en compañía de personajes igualmente memorables. Koldo era el asistente de creatividad y el tiempo libre lo dedicaba a escribir sainetes sobre la dama de las camelias (parte atrás) o sobre la verdadera historia del descubrimiento. De su despacho salían con frecuencia ruidos extraños, pues Koldo se inspiraba para escribir en música de Vivaldi que escuchaba con audífonos y acompañaba con solos de batería. En una ocasión los sonidos se tornaron tan alarmantes que acudimos en grupo a ver lo que sucedía y al abrir la puerta vimos a Koldo, la expresión ligeramente desencajada por la sorpresa, audífonos bien colocados y un par de bolígrafos en la mano con los que sacaba frenéticamente sonido a un extraño cenicero metálico.

El humor y las ocurrencias de Harold y Koldo seguirán dando frutos sin duda y es posible que algún día se embarquen o ya estén embarcados en un proyecto común del que oí hablar en una ocasión. De seguro alguna gente seguirá pidiendo sus cabezas, pero mientras sólo sean las cabezas qué más da.

VIVENCIAS Y TRIBULACIONES DE HAROLD Y KOLDO


 04 de septiembre de 2009
Harold


Hace unos años publiqué en Clave digital un artículo sobre Harold y Koldo que ahora he vuelto a visitar con el propósito de desempolvarlo, remodelarlo, ampliarlo y actualizarlo en base a nuevos datos sobre la biografía de estos ilustres y lustrosos personajes.
Harold y Koldo tienen muchas cosas en común, aparte de que son amigos y uno se hace llamar por un nombre adoptado y el otro por el nombre de pila, aunque lo de “pila” se puede prestar a equívocos en nuestro lenguaje insular. No se sabe cuál de los dos es más distraído, más despistado que el otro, pero ambos han sido agraciados con una personalidad fuera de serie, humor chispeante y una retahíla de nombres que da gusto. De hecho tienen más nombres que un piloto de Iberia, nombres de aristócratas pobres (“la cosa más triste del mundo”). Alguna gente no sabe que Koldo, el célebre ex colmunista vasco de El Nacional –dije vasco, no español- se llama en realidad Juan Carlos Campos Sagaseta de Ilúrdoz, mientras que el autor de la tira cómica de Diario Libre, el tiracómico, se firma ocasionalmente Harold Priego García-Godoy II. 
A Harold Priego lo conocí en los predios de Publicitaria InterAmérica, donde trabajamos varios años en compañía de personajes memorables como el difunto cubano Orestes Martínez y un conocido publicista catalán de apellido sicalíptico. Recuerdo que cantaba óperas en italiano, siempre a voz en cuello y desentonando, soltando gallos y maltratando sin piedad la lengua de Dante. Cuando no estaba cantando declamaba, que era peor, hacía chistes, se burlaba, se carcajeaba. En realidad no se callaba nunca, salvo cuando dormía la siesta. Harold inventó una manera peculiar de dormir la siesta, valiéndose de un objeto destinado a otro uso. Dormía en su sillón de trabajo, plácidamente, por cierto, descansando la cabeza sobre un rollo de papel higiénico apoyado en el hombro. 
Aparte de eso, ya se destacaba como un excelente dibujante publicitario y empezaba a perfilarse como caricaturista. Algunas reuniones con empresarios de las cuentas que manejábamos terminaban a veces en risotadas cuando Harold dejaba como quien dice al descuido las caricaturas de encopetados personajes. De un conocido oligarca hizo una en la que aparecía como un vampiro y no tuvo problemas porque el oligarca se reconoció en la caricatura y se la llevó a su casa para ponerla en un marco con sus mechones blancos de origen italiano. Recuerdo que también caricaturizaba a sus compañeros de trabajo. De Añez Bergés y un elefante que le hacía travesuras con la trompa produjo una serie memorable que se perdió para siempre. A Papacho Leiba Bonetti y a Orestes Martínez –el presidente de Publicitaria InterAmérica- los presentó más de una vez en el papel de Batman y Robín. El cubano Orestes Martínez era la encarnación de la honradez y el buen humor y siempre apreció el talento de Harold. Me consta que atesoró esos trabajos y quizás en algún lugar la familia los conserve. 
A Harold Priego, por cierto, le debo una caricatura de cuerpo entero en la salgo mejor que en todas la fotos que me he tomado. Mercader, en cambio, no tuvo piedad y me retrató como el Pedro Quijote avejentado y arrugado que aparece en esta página. Pero no me quejo. Peor se muestra a sí mismo con expresión demoníaca 666 y peor representa al cardenal con la cola de diablo que se merece.
El sentido del humor de Harold se manifestaba y se manifiesta de varias maneras, a veces suavemente y a veces vitriólicamente. Un día lo vimos en compañía de una persona mayor que se le parecía. Cuando alguien le preguntó si era su padre respondió lacónicamente: “Yo creo”. A un empleado de sexualidad incierta solía castigarlo preguntándole si nunca se le había desmayado un hombre atrás. A una secretaria con figura de modelo le dijo que sus vestidos eran muy bonitos pero que todos tenían nalgas chatas.
En cierta ocasión, uno de los integrantes del departamento de arte se enredó fieramente en una relación amorosa con una ejecutiva de cuenta y de cuentos que lo engañaba, por lo menos, con Vicente y otros veinte. En el fondo era una muchacha de buen corazón, una muchacha “graciosa que a todos daba la misma rosa”, como en la canción de Fabrizio De Andrè, y su infidelidad e inconstancia eran un secreto a voces. Pero el amor es ciego, como se sabe, o en este caso sordo. Cuando el enamorado se enteró por fin de la traición o traiciones de su bien amada, entró a mi despacho llorando lágrimas de rabia y se desahogó pegándole un puñetazo a la puerta, que era de playwood o madera contrachapada como se dice finamente, y le causó una notable avería. Para reparar el daño y evitar consecuencias, Harold cubrió el hueco con un afiche de la Sociedad Industrial Dominicana y se olvidó el asunto. 
Algún tiempo después, curado ya de la terrible enfermedad del amor, el dibujante volvió a mi despacho con cualquier pretexto, quitó el afiche de la puerta para contemplar su obra y dijo con un timbre de orgullo:
-La verdad es que le di un golpe fuerte. 
Harold lo miró de soslayo y no pudo contener la risa al tiempo que decía:
-Suerte que le diste con el puño, porque si le hubieras dado con los cuernos la habrías pasado de lado a lado.

***
A Koldo lo conocí y lo traté brevemente en otra agencia de publicidad de la que es mejor no acordarse, y en compañía de personajes igualmente memorables. Koldo era el asistente de creatividad y el tiempo libre lo dedicaba a escribir suculentas sátiras como Dios creó a la mujer, la dama de las camelias (parte atrás) o la verdadera historia del descubrimiento. De su despacho salían con frecuencia ruidos extraños, pues Koldo se inspiraba para escribir en música de Vivaldi que escuchaba con audífonos y acompañaba con solos de batería. En una ocasión los sonidos se tornaron tan alarmantes que acudimos en grupo a ver lo que sucedía y al abrir la puerta vimos a Koldo, la expresión ligeramente desencajada por la sorpresa, audífonos bien colocados y un par de bolígrafos en la mano con los que sacaba frenéticamente sonido a un extraño cenicero metálico.
Koldo se destacaría en breve como teatrista o teatrantre, escribiendo y representando sus propias obras en los más variados escenarios, haciendo de tripas corazón para lograr sobrevivir en un medio que nunca le permitió la bonanza económica. Se destacaría también en el periódico El Nacional con su columna Cronopiando, que desde el principio llamó la atención y causó ronchas en la epidermis sensible de la diplomacia española y ciertos círculos del poder. La presión contra el colmunista de El Nacional en realidad no cesó en ningún momento, hasta que finalmente lo reventaron. Lo borraron de El Nacional con sica de gato porque no cabía en el nuevo diseño del diario según la marrerística explicación oficial. Borraron a Koldo del nuevo diseño con una justificación descabellada porque ni siquiera necesita que lo peinen. Algunos todavía se esfuerzan en querer borrar incluso la memoria de su columna de este país que también es el suyo, borrar incluso hasta su memoria. Por eso de vez en cuando le regalamos un espacio como este para que pueda asomarse a la cotidiana amanecida de Santo Domingo y sus alrededores. 
La singular manera en que este querido personaje llamado Koldo hace frente a la vida y a sus bromas pesadas, su filosofía existencial y su humor frecuentemente negro se pone de manifiesto una vez más en un texto que envió recientemente a un grupo de amigos. Koldo se burla de sus desventuras, se mofa de sus dolencias y siempre encuentra ocasión para reírse de sí mismo y hacerle un guiño al amor, a la amistad, a la esperanza. He aquí a Koldo de cuerpo entero. Bueno, casi entero:
“Yo sé que hay quienes se van de vacaciones. Yo -espero que sólo por este año-, en vez de vacaciones he estado yéndome de hospitales. La última vez hace trece días en que estando solo en casa, comiendo arroz, me atraganté, no encontraba el aire, me levanté a por un vaso de agua y ya con él en la mano perdí el conocimiento y me desplomé. Cuando me desperté en el suelo, minutos más tarde, con el vaso hecho añicos a mí alrededor y el agua encima, estaba mareado, con un fuerte dolor de cabeza y me zumbaba el oído. Llamé a Emergencias y más tarde me trasladaron en ambulancia al hospital de Zumárraga y de allí al de San Sebastián donde estuve una semana. Resulta que tenía la cabeza rota (encima de la oreja izquierda) lo que había provocado un derrame y tres hematomas al otro lado. Entre resonancias y escaners, persistía el dolor de cabeza en sesión continua y para más inri la hernia se sumaba al coro obsequiándome con los peores días de mi vida. Hace cuatro días me mandaron a casa con la encomienda de estar en reposo absoluto todo el mes y volver cuando me llamen del hospital para seguir haciendo más escaners y comprobar como evoluciono. Por suerte, Urra ha conseguido, en complicidad con el gerente de su trabajo, cogerse tres semanas de baja para poder quedarse en casa y ocuparse de Itxaso y Haizea, de las que os mando fotos.
”La buena noticia es que si bien me he roto la cabeza no se me ha roto ninguna idea, especialmente las buenas, y ningún sentimiento de esos hermosos que uno conserva con respecto a esos seres humanos que ayudan a vivir y entre los que os cuento.
”La verdad es que ahora mismo hasta me duelen las gafas (los lentes) cuando me pongo a escribir, pero sé que como dicen en Dominicana ‘más alante hay vida’ y en eso estoy.”

pcs, viernes, 04 de septiembre de 2009




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