miércoles, 21 de noviembre de 2018

CAQUITO

Pedro Conde Sturla
31 de julio de 2009

Caquito visto por Cestero
Hoy me vino a la mente algo así como un soplo, el viento de un recuerdo y la nostalgia que siempre trae aparejada. Es el recuerdo y la nostalgia de gratas conversaciones en el Palacio de la Esquizofrenia (Restaurante Cafetería El Conde) con el poeta Ernesto Hernández, Caquito. Cariñosamente Caquito.
Corrían los años noventa, el siglo apuntaba a su fin. Caquito vivía también sus últimos años y en El Palacio de la Esquizofrenia todo era viejo y nuevo como sigue siendo ahora. Nuevo y viejo y actual.
Caquito había pasado su juventud en el exilio y había regresado al país para cuidar a la madre anciana y descubrir que era extranjero en su patria. En alguna calle de Nueva York había sido aparatosamente atropellado por un vehículo El accidente le dejó cicatrices en el cuerpo y en el alma, y una notable cojera.
Caquito era un ser cansado y desencantado, envejecido quizás prematuramente y con grandes limitaciones económicas. Una mano atrás y otra adelante. Se fumaba la vida que le quedaba, un pitillo tras otro, y sólo bebía café, mucho café. En él ya se cumplía la sentencia de aquellos versos de Quevedo:
Vencida de la edad sentí mi espada, / y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte.”
Sin embargo, en la grata conversación, en tantas gratas conversaciones en El Palacio de la Esquizofrenia (a veces en compañía del poeta Barracuda, Macho Miolán y Marta Matos), el poeta revivía evocando mejores días y revivía por el amor a la revolución y la poesía. Declamaba intensamente poemas ajenos y propios. Nadie come él recitaba “Soneto de yodo y sal” de Ruben Suro. Ernesto Hernández, Caquito, vivía por el amor a la poesía y por el amor a una musa misteriosa y morena, con la cual desaparecía ocasionalmente sin dejar rastro.
Cuando a uno le tocaba en suerte conocer a Ernesto Hernández, un poeta con cara de llamarse Ernesto Hernández, podían suceder dos cosas: la aceptación o el rechazo. No había medias tintas. Hernández carecía de dobleces y ambigüedades, carecía de la hipocresía social del simulador y sólo le interesaba ser el mismo, si acaso le interesaba algo, aparte de su madre, el sexo y la poesía. El hombre se daba o no se daba a la amistad, y cuando se daba lo hacía de cuerpo entero, quizás por horror al menudeo.
Ernesto Hernández, Caquito, se parecía a su cara: tenía cara de llamarse Ernesto, “la importancia de llamarse Ernesto”. Mejor aún: se parecía a su poesía. Templado en el exilio, en la soledad, en la ausencia, el hombre y su poesía eran una misma cosa: exilio, soledad, ausencia, reticencia. Así lo captó el ojo certero del pintor Cestero en la instantánea de un genial dibujo de trazos elementales: con toda su extraña leche, sentado frente a una tacita de café, mirada torva, la expresión desafiante, el semblante aguerrido, el aura trágica de soledad.
Ninguno de sus poemas se le parece tanto ni lo desnuda tanto como “Lápiz”. Es un poema paranoico, típico del exiliado que aun no se repone del exilio. Es el poema de alguien que ha vivido en el sobresalto, en el peligro, en el temor a la delación, la sospecha: un poema reticente que expresa el miedo del poeta a sus propias palabras, cuando no a sus propios pensamientos. El poema habla sin hablar de un régimen de espanto donde la palabra era prohibida. Prohibida y peligrosa incluso en el exilio, por lo menos en ciertas circunstancias de exilio, porque aún en el exilio muchas cabezas rodaban. Ninguna palabra era prudente entonces. La cojera del poeta. Hernández lo confirma. !Accidente, atentado? Lo cierto es que el poeta miraba todavía por encima del hombro, temiendo que alguien lo escuchara, lo delatara. Se ponía clandestino cuando decía:
Escribe lápiz mió. Di algo. / Me conoces, te conozco. / soy tu historia.”
Hay aquí palabras cargadas de sentido. Cada palabra remite a un sentido, no deja un solo verso vacío. Si algo hay que celebrar en la poesía de Ernesto Hernández, dentro de su forma engañosamente simple y apacible, es la densidad de pensamiento y vivencia que acuna en cada verso, así como su determinación de llevar el poema, a través de un exordio y un nudo, a un desenlace.
El poeta paranoico no se repuso ni se repondría del exilio porque lo seguía sufriendo en el retorno a su país natal. Por eso dice a su lápiz:
No me delates, / déjame salir del reloj, / y entonces, / escribe sin mi, / cuando no encuentres mi mano.”
El poeta ejercía su oficio con palabras de post-muerte, confiaba al lápiz lo que no podía decir, y mientras tanto se arrinconaba, se sumergía en capítulos herméticos y deambulaba como sombra por la calle El Conde. Sombra sonámbula que soñaba, derrelicto de un exilio sin fin: el exilio interior.
La obra poética completa de Ernesto Hernández, Caquito, cabe en pocas páginas y sobra espacio. No es una obra significativa, quizás, pero es una obra representativa de un estado del alma, puro trabajo de humildad. En la lápida de Ernesto Hernández, Caquito, encajaría perfectamente el “Epitafio para un poeta" de Conrado Nalé Roxlo:
No le faltaron excusas / para ser pobre y valiente. / Supo vivir claramente. / Amó a su amor y a la Musas. / Yace aquí como ha vivido, / en soledad decorosa. / Su gloria cabe en la rosa / que ninguno le ha traído.”

POEMAS DE ERNESTO HERNÁNDEZ

Lápiz

Escribe lapiz mio. / Di algo. No todo. / Me conoces, /te conozco, / soy tu historia. / Te conozco / hasta cuando cambias / el color de mi palabra, / o se te cae una letra. / Somos amigos / antes de que mi mano hablara. / Soy tu secreto. / No digas La verdad / que se esconde en las uñas / de mis manos urbanas; / fábrica de puñales invisibles / que nacen rotos. / Economiza; / deja algo. / Eso, / no lo sabe el hombre. / No me delates, / déjame salir del reloj, / Y entonces, / escribe sin mi, / cuando no encuentres mi mano.” (1993).

MARIPOSA AZUL

Tú / mariposa azul / volando sobre el mundo / de mis cosas. / Yo. / canción casi olvidada / por tus Labios. / Se / que no se, / que eres ajena. / cuando el agua baña mi alma / con Las manos vacías. / Tú, / mariposa azul, / volando sobre el mundo de mis cosas. / Yo, /
dolor llorando una canción / cada mañana.” (Enero, 1993).

NOCHE

Habló el silencio en las puertas del olvido. / Lloró la noche inmensa su agonía. / Se apagaron los astros en el cielo. / Y yo mi Dios perdí la amada mía. / La vi marcharse de manos con la noche. / Sin virar siquiera su cara adonde mi. / Y quedé callado cual estatua / Sin hablar, sin mirar, sin sentir. / Por ella es que roto está mi verso. / Por ella es que en mi ser ya no hay poesía. / Porque la mano negra de su engaño / rompió las cuerdas de la lira mía.” (Enero, 1993).

SOLEDAD

Llegó / más temprano / que el alba. / Más serena / que la calma. / Y sentóse / sobre mi alma / a pasarle la mano / a mi tristeza. / Serena / como la muerte. / Implacable / como el Destino. / Cuando marchó / había mojado / mi cabeza en vino.” (22 de marzo, 1993).

ODA A JUAN LOCWARD

Aquel buen amigo / de la cara triste, / que escribe canciones /al amor y al mar, / estará dormido / sobre el pentagrama / o estará soñando / con el ancho mar. / Aquel buen amigo / de la cara triste / que un fin de semana / se puso a cantar / canciones muy bellas / bordadas de estrellas / con música suave / de yodo y de sal. / A mi buen amigo / de la cara triste / hoy que estoy tan solo / quiero preguntar / ¿por qué esta tan lejos / la reina de mi alma? / Es que yo sin ella / no puedo soñar. / Dime amigo mió / de la cara triste, / que escribes canciones / al amor y al mar, / ¿qué hago con mis penas? / Dímelo en tu canto, / si las dejo al viento / o las tiro al mar.” (1993).

pcs, viernes 31 de julio de 2009


1 comentario:

Unknown dijo...

Pedro, en NY Caquito y yo fuimos amigos, lo recuerdo bailando en cualquier fiesta y susurrando "Pobre pueblo, mi pueblo".... Muy buena persona.....

Rafael Hernández Núñez.....