Pedro Conde Sturla
Hoy
me vino a la mente algo así como un soplo, el viento de un recuerdo
y la nostalgia que siempre trae aparejada. Es el recuerdo y la
nostalgia de gratas conversaciones en el Palacio de la Esquizofrenia
(Restaurante Cafetería El Conde) con el poeta Ernesto Hernández,
Caquito. Cariñosamente Caquito.
POEMAS DE ERNESTO HERNÁNDEZ
31
de julio de 2009
Caquito visto por Cestero |
Corrían
los años noventa, el siglo apuntaba a su fin. Caquito vivía también
sus últimos años y en El Palacio de la Esquizofrenia todo era viejo
y nuevo como sigue siendo ahora. Nuevo y viejo y actual.
Caquito
había pasado su juventud en el exilio y había regresado al país
para cuidar a la madre anciana y descubrir que era extranjero en su
patria. En alguna calle de Nueva York había sido aparatosamente
atropellado por un vehículo El accidente le dejó cicatrices en el
cuerpo y en el alma, y una notable cojera.
Caquito
era un ser cansado y desencantado, envejecido quizás prematuramente
y con grandes limitaciones económicas. Una mano atrás y otra
adelante. Se fumaba la vida que le quedaba, un pitillo tras otro, y
sólo bebía café, mucho café. En él ya se cumplía la sentencia
de aquellos versos de Quevedo:
“Vencida
de la edad sentí mi espada, / y no hallé cosa en que poner los ojos
/ que no fuese recuerdo de la muerte.”
Sin
embargo, en la grata conversación, en tantas gratas conversaciones
en El Palacio de la Esquizofrenia (a veces en compañía del poeta
Barracuda, Macho Miolán y Marta Matos), el poeta revivía evocando
mejores días y revivía por el amor a la revolución y la poesía.
Declamaba intensamente poemas ajenos y propios. Nadie come él
recitaba “Soneto de yodo y sal” de Ruben Suro. Ernesto Hernández,
Caquito, vivía por el amor a la poesía y por el amor a una musa
misteriosa y morena, con la cual desaparecía ocasionalmente sin
dejar rastro.
Cuando
a uno le tocaba en suerte conocer a Ernesto Hernández, un poeta con
cara de llamarse Ernesto Hernández, podían suceder dos cosas: la
aceptación o el rechazo. No había medias tintas. Hernández carecía
de dobleces y ambigüedades, carecía de la hipocresía social del
simulador y sólo le interesaba ser el mismo, si acaso le interesaba
algo, aparte de su madre, el sexo y la poesía. El hombre se daba o
no se daba a la amistad, y cuando se daba lo hacía de cuerpo entero,
quizás por horror al menudeo.
Ernesto
Hernández, Caquito, se parecía a su cara: tenía cara de llamarse
Ernesto, “la importancia de llamarse Ernesto”. Mejor aún: se
parecía a su poesía. Templado en el exilio, en la soledad, en la
ausencia, el hombre y su poesía eran una misma cosa: exilio,
soledad, ausencia, reticencia. Así lo captó el ojo certero del
pintor Cestero en la instantánea de un genial dibujo de trazos
elementales: con toda su extraña leche, sentado frente a una tacita
de café, mirada torva, la expresión desafiante, el semblante
aguerrido, el aura trágica de soledad.
Ninguno
de sus poemas se le parece tanto ni lo desnuda tanto como “Lápiz”.
Es un poema paranoico, típico del exiliado que aun no se repone del
exilio. Es el poema de alguien que ha vivido en el sobresalto, en el
peligro, en el temor a la delación, la sospecha: un poema reticente
que expresa el miedo del poeta a sus propias palabras, cuando no a
sus propios pensamientos. El poema habla sin hablar de un régimen de
espanto donde la palabra era prohibida. Prohibida y peligrosa incluso
en el exilio, por lo menos en ciertas circunstancias de exilio,
porque aún en el exilio muchas cabezas rodaban. Ninguna palabra era
prudente entonces. La cojera del poeta. Hernández lo confirma.
!Accidente, atentado? Lo cierto es que el poeta miraba todavía por
encima del hombro, temiendo que alguien lo escuchara, lo delatara. Se
ponía clandestino cuando decía:
“Escribe
lápiz mió. Di algo. / Me conoces, te conozco. / soy tu historia.”
Hay
aquí palabras cargadas de sentido. Cada palabra remite a un sentido,
no deja un solo verso vacío. Si algo hay que celebrar en la poesía
de Ernesto Hernández, dentro de su forma engañosamente simple y
apacible, es la densidad de pensamiento y vivencia que acuna en cada
verso, así como su determinación de llevar el poema, a través de
un exordio y un nudo, a un desenlace.
El
poeta paranoico no se repuso ni se repondría del exilio porque lo
seguía sufriendo en el retorno a su país natal. Por eso dice a su
lápiz:
“No
me delates, / déjame salir del reloj, / y entonces, / escribe sin
mi, / cuando no encuentres mi mano.”
El
poeta ejercía su oficio con palabras de post-muerte, confiaba al
lápiz lo que no podía decir, y mientras tanto se arrinconaba, se
sumergía en capítulos herméticos y deambulaba como sombra por la
calle El Conde. Sombra sonámbula que soñaba, derrelicto de un
exilio sin fin: el exilio interior.
La
obra poética completa de Ernesto Hernández, Caquito, cabe en pocas
páginas y sobra espacio. No es una obra significativa, quizás, pero
es una obra representativa de un estado del alma, puro trabajo de
humildad. En la lápida de Ernesto Hernández, Caquito, encajaría
perfectamente el “Epitafio para un poeta" de Conrado Nalé
Roxlo:
“No
le faltaron excusas / para ser pobre y valiente. / Supo vivir
claramente. / Amó a su amor y a la Musas. / Yace aquí como ha
vivido, / en soledad decorosa. / Su gloria cabe en la rosa / que
ninguno le ha traído.”
POEMAS DE ERNESTO HERNÁNDEZ
Lápiz
“Escribe
lapiz mio. / Di algo. No todo. / Me conoces, /te conozco, / soy tu
historia. / Te conozco / hasta cuando cambias / el color de mi
palabra, / o se te cae una letra. / Somos amigos / antes de que mi
mano hablara. / Soy tu secreto. / No digas La verdad / que se esconde
en las uñas / de mis manos urbanas; / fábrica de puñales
invisibles / que nacen rotos. / Economiza; / deja algo. / Eso, / no
lo sabe el hombre. / No me delates, / déjame salir del reloj, / Y
entonces, / escribe sin mi, / cuando no encuentres mi mano.”
(1993).
MARIPOSA AZUL
“Tú
/ mariposa azul / volando sobre el mundo / de mis cosas. / Yo. /
canción casi olvidada / por tus Labios. / Se / que no se, / que eres
ajena. / cuando el agua baña mi alma / con Las manos vacías. / Tú,
/ mariposa azul, / volando sobre el mundo de mis cosas. / Yo, /
dolor
llorando una canción / cada mañana.” (Enero, 1993).
NOCHE
“Habló
el silencio en las puertas del olvido. / Lloró la noche inmensa su
agonía. / Se apagaron los astros en el cielo. / Y yo mi Dios perdí
la amada mía. / La vi marcharse de manos con la noche. / Sin virar
siquiera su cara adonde mi. / Y quedé callado cual estatua / Sin
hablar, sin mirar, sin sentir. / Por ella es que roto está mi verso.
/ Por ella es que en mi ser ya no hay poesía. / Porque la mano negra
de su engaño / rompió las cuerdas de la lira mía.” (Enero,
1993).
SOLEDAD
“Llegó
/ más temprano / que el alba. / Más serena / que la calma. / Y
sentóse / sobre mi alma / a pasarle la mano / a mi tristeza. /
Serena / como la muerte. / Implacable / como el Destino. / Cuando
marchó / había mojado / mi cabeza en vino.” (22 de marzo, 1993).
ODA A JUAN LOCWARD
“Aquel
buen amigo / de la cara triste, / que escribe canciones /al amor y al
mar, / estará dormido / sobre el pentagrama / o estará soñando /
con el ancho mar. / Aquel buen amigo / de la cara triste / que un fin
de semana / se puso a cantar / canciones muy bellas / bordadas de
estrellas / con música suave / de yodo y de sal. / A mi buen amigo /
de la cara triste / hoy que estoy tan solo / quiero preguntar / ¿por
qué esta tan lejos / la reina de mi alma? / Es que yo sin ella / no
puedo soñar. / Dime amigo mió / de la cara triste, / que escribes
canciones / al amor y al mar, / ¿qué hago con mis penas? / Dímelo
en tu canto, / si las dejo al viento / o las tiro al mar.” (1993).
pcs,
viernes 31 de julio de 2009
1 comentario:
Pedro, en NY Caquito y yo fuimos amigos, lo recuerdo bailando en cualquier fiesta y susurrando "Pobre pueblo, mi pueblo".... Muy buena persona.....
Rafael Hernández Núñez.....
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