viernes, 23 de noviembre de 2018

DILUVIOS (serie completa)


Pedro Conde Sturla
2 de mayo/ 9 de mayo 2016

El diluvio en Mesopotamia

Durante un día sopló la tormenta, del sur, / cada vez más rauda, sumergiendo a las montañas, / alcanzando a todos como una batalla. / Nadie podía ver a su compañero, / ni desde el cielo ser reconocida la gente. / Los dioses estaban asustados por el diluvio /

El primer diluvio ocurrió en Mesopotamia (en el “Poema de Gilgamesh”), ocurrió en la India (en las “Escrituras védicas”), ocurrió en la Biblia (el más famoso y grande de todos), ocurrió en la mitología griega (en el mito de Deucalión y Pirra), y ocurrió también en el Nuevo Mundo, en las mitologías americanas de los chibchas o muiscas, de los mapuches, mayas, mexicas, incas, guaraníes y tainos…Incluso una tradición del pueblo de Isla de Pascua, situada en medio del Pacifico, “dice que sus ancestros llegaron al lugar escapando de la inundación de un mítico continente o isla llamada Hiva”.
El diluvio mesopotámico es un capítulo de “El poema de Gilgamesh”, posiblemente el texto literario más antiguo que se conoce, y la leyenda en que se basa es aún más antigua. “Ahí comenzó todo”, dijo Borges. El hecho es que Gilgamesh, al cabo de muchas aventuras y desventuras, conoce a Utnapishstim, el único hombre que había sobrevivido al diluvio, y de su boca escucha el relato del espantoso acontecimiento y las causas que le dieron origen. Los dioses no desatan el diluvio a causa de la maldad, el mal comportamiento de los humanos, sino principalmente, por la insoportable algarabía:
“El país era tan ruidoso como un toro que bramaba. / Los dioses vivían agitados y sin paz, con los disturbios ensordecedores…”
Mandaron primero una plaga y después una sequía terrible  para provocar una hambruna y reducir la creciente población, pero la población siguió creciendo y haciendo ruido y así también la ira de los dioses. Entonces decidieron desatar las aguas sobre el mundo para que todos perecieran ahogados. (Algunos de ellos se horrorizarán y arrepentirán de haber tomado esa decisión. Los dioses, en Mesopotamia, podían ser compasivos).

Diluvio en Mesopotamia

Utnapishtim vivía en la ciudad de Shurrupak, donde servía al dios Ea y éste le avisó en el sueño del cataclismo que se acercaba y le dijo que construyera una nave y que metiera en ella una pareja de cada especie. Durante siete noches hubo una gran tempestad y el mundo se cubrió de agua. La nave tocó tierra en la cima del monte Nisir. Para verificar la extensión del diluvio, Utnapishtim soltó una paloma, luego una golondrina y luego un cuervo. Este último no regresó. Utnapishtim supuso entonces que había encontrado dónde posarse y que las aguas estaban bajando. En agradecimiento, encendió una hoguera e hizo sacrificios a los dioses. Enlil, el dios que había provocado el diluvio, se encolerizó al oler el humo, pero el dulce Ea intercedió por Utnapishtim y Enlil lo convirtió a él y su esposa en inmortales. Ambos son los antecesores de la humanidad…

Tablilla XI.
(Texto asirio)

“Voy a revelarte, Gilgamesh, algo que se ha mantenido oculto, / un secreto de los dioses voy a contarte: / Shuruppak, una ciudad que tú conoces / y que se extiende a orillas del Éufrates, / era una ciudad antigua, como sus dioses, / cuando éstos decidieron desatar el diluvio. / Estaba allí Anu, el padre de los dioses, / el valiente Enlil, su consejero, / Ninurta, su heraldo, / Ennuge, cuidador de los regadíos. / y también estaba presente Ninigiku-Ea, / que dice a la choza de caña: / ‘¡Choza! ¡Choza! ¡Tabique! ¡Tabique! / ¡Choza, escucha! ¡Tabique, presta atención! / ¡Hombre de Shuruppak, hijo de Ubartutu, / derriba esta casa y construye una nave, / abandona las riquezas y busca la vida, / desprecia toda propiedad y mantén viva el alma! / Reúne en la nave la semilla de toda cosa viviente. / Que las dimensiones de la nave que has de construir / queden bien establecidas: / su longitud ha de ser igual que su anchura; / como a Apsu, dale un techo.’ / Comprendí y dije a Ea, mi señor: / ‘Será una honra para mí, ¡oh señor!, / ejecutar lo que has ordenado, / ¿pero qué diré a la ciudad, al pueblo, a los ancianos?’ / Ea abrió la boca y me contestó, / a mí, su humilde servidor: / ‘Les dirás lo siguiente: / He sabido que Enlil es mi enemigo, / y así no puedo vivir en nuestra ciudad / ni pisar el territorio de Enlil. / Por lo tanto, acudiré a las aguas profundas / para vivir con mi señor Ea. / Pero él os dará la abundancia: / los más escogidos pájaros, los más raros peces, / la tierra con sus ricas cosechas. / Quien, al crepúsculo, gobierna los cereales, / os mandará aludes de trigo.’ / Los pequeños se encargaron de acarrear betún, / mientras los mayores trajeron todo lo que era necesario. / Al quinto día, levantó el armazón, / cuyo fondo era de un acre. / Diez docenas de codos de altura tenía cada uno de sus lados, / diez docenas de codos cada lado de la cuadrada cubierta. / Di forma a sus dos costados y los uní. / De seis cubiertas doté a la nave, / que quedó dividida en siete partes. / Dividí su planta en nueve partes. /
Examiné las pértigas y me procuré abastecimientos. / Seis cargas de betún vertí en el horno, / y vertí en él también tres cargas de asfalto, / tres cargas de aceite trajeron en cestos los acarreadores, / además de la carga que consumieron los calafateadores / y de las dos que estibó el batelero. / Sacrifiqué bueyes para la gente / y degollé corderos cada día. / Mosto, vino rojo, y aceite y vino blanco / di a los trabajadores, así como agua del río, / para que celebraran el día del Año Nuevo. / Al séptimo quedó terminada la nave. / La botadura fue muy difícil, / porque se tuvieron que sacar las planchas de abajo y de arriba, / hasta que los dos tercios de la nave entraron en el agua. / Todo cuanto yo tenía fue subido a bordo. / Todo cuanto yo tenía de plata fue subido a bordo. / Todo cuanto yo tenía de oro fue subido a bordo. / Todo cuanto yo tenía de criaturas vivas fue subido a bordo. / Toda mi familia y parientes fueron subidos a bordo. / Los animales del campo, las bestias salvajes del campo / y todos los artesanos, dispuse que subieran a bordo. / Shamash había fijado la hora para mí: / ‘Cuando el que gobierna el tiempo nocturno / desate un gran aguacero, / sube a bordo y cierra la escotilla.’ / Observé el estado del tiempo / y vi que amenazaba tormenta. / Subí a la nave, y cerré la principal escotilla / y Puzur-Amurri, el batelero, / cerró las otras y tomó el mando. / Cuando apuntó el alba, / una negra nube cubría el horizonte. / Dentro de ella Adad tronaba, / mientras Shallat y Hanish iban delante, / corriendo como heraldos por lomas y llanos. / Erraga arrancaba las estacas de los diques / y Ninurta precipitaba las aguas. / Los anunnaki levantaban las antorchas / e incendiaban la tierra con sus llamas. / A causa de Adad, la consternación llegaba al cielo, / porque todo lo que había sido luz era negrura. / La vasta tierra era sacudida como una olla. /
Durante un día sopló la tormenta, del sur, / cada vez más rauda, sumergiendo a las montañas, / alcanzando a todos como una batalla. / Nadie podía ver a su compañero, / ni desde el cielo ser reconocida la gente. / Los dioses estaban asustados por el diluvio / y, temblando, regresaron al cielo de Anu. / Los dioses, como perros acobardados, / se habían agachado junto a la muralla. / Ishtar gritaba como una mujer en trance de parto; / la amante de los dioses, de dulce voz, ahora gritaba: / ‘¡Ay! Los antiguos días se han convertido en barro, / porque hablé malignamente en la asamblea de los dioses. / ¡Cómo pude hablar malignamente en la asamblea de los dioses, / aconsejando la lucha para la destrucción de mi gente, / cuando yo misma parí a mi pueblo, / que es semejante a los pececillos del mar!’ / Los anunnaki lloraban por ella, / los dioses, llenos de humildad, sollozaban sentados, / apretando los labios …

El diluvio en Mesopotamia (2 de 2)

En una de las dos versiones del diluvio bíblico hay algo ligeramente parecido, cierta muestra de arrepentimiento por parte del sumo hacedor, pero nada tan democrático como las encendidas discusiones entre dioses

En el tembloroso poema del diluvio, que en los albores de la civilización se escribió en Mesopotamia en tabletas de barro, Utnapishtim o Ut-Napishtim describe con tintas fuertes la magnitud del violento episodio, un episodio tan violento y devastador que, como se vio en la pasada entrega, arrancó gritos de conmiseración y dolor a los propios dioses. Las aguas finalmente lo cubren todo y la desolación es infinita, pero poco a poco deja de llover y empiezan los picos de las altas montañas a emerger, parece que se anuncia el principio del fin, o por lo menos el fin del principio:
Durante seis días y seis noches / sopló el viento del diluvio, /
la tormenta del sur barrió la tierra. / Al séptimo día, / la tempestad comenzó a ceder, / como un ejército en la batalla. / El mar se calmó, la tormenta amainó, / la inundación cesó. / Observé el tiempo: reinaba la calma / y la humanidad se había cambiado en barro. / El paisaje aparecía liso como un techo. / Abrí una escotilla, y la luz cayó sobre mi rostro. / Me incliné, reverente, senteme y lloré. / Las lágrimas resbalaban por mis mejillas. / Busqué con la mirada la línea de la costa / en la expansión de las aguas. / En cada una de las catorce regiones / emergía una montaña.
         A la vista de esas montañas, emerge la esperanza en el pecho de Utnapishtim, baja la intensidad del drama, el paisaje poético se suaviza, se produce una calma, un alivio. Mediante el recurso de la reiteración, que se emplea más de una vez en el poema, da la impresión de que Utnapishtim quiere confirmar que sus sentidos no lo engañan:
La nave se detuvo en el monte Nisir. / El monte Nisir retuvo firmemente a la nave, / sin dejar que se moviera. / Un día, dos días el monte Nisir retuvo firmemente a la nave, / sin dejar que se moviera. / Tres días, cuatro días el monte Nisir retuvo firmemente a la nave, / sin dejar que se moviera. / Cinco días, seis días el monte Nisir retuvo firmemente a la nave, / sin dejar que se moviera.
Utnapishtim suelta pájaros a partir del sexto día para cerciorarse de que el nivel de las agua seguía bajando y la tierra volvía a ser habitable. La paloma y la golondrina regresaron. Cuando un cuervo no regresó dejó en libertad a todos los animales que había en la enorme embarcación y ofreció, en acción de gracias, un sacrificio en el que no se menciona la sangre (“siete hogueras para incienso”, “caña, cedro y mirto”). Aun así los dioses -dice Utnapishtim con cierta irreverencia-, al percibir “el aroma” (…) “acudieron como una nube de moscas”. La “gran diosa Ishtar” da muestras de mayor irreverencia o por lo menos de falta de respeto cuando propone que el poderoso Enlil (“dios del cielo, del viento, las tempestades y la respiración”) no tome parte en el sacrificio por haber abierto las compuertas del cielo para exterminar a los ruidosos habitantes de la tierra:
Cuando llegó el sexto día, / solté una paloma. / La paloma emprendió el vuelo, pero regresó: / no había encontrado donde posarse. / Entonces solté una golondrina. / La golondrina emprendió el vuelo, pero regresó: / no había encontrado lugar donde posarse. / Entonces solté un cuervo. / El cuervo emprendió el vuelo, vio la mengua de las aguas, / corrió, resbaló, croó y no regresó. / Entonces hice que todo saliera, hacia los cuatro vientos, / ofrecí un sacrificio, en la cumbre de la montaña, / preparé siete hogueras para incienso. / En su base amontoné caña, cedro y mirto. / Los dioses percibieron el aroma / y acudieron como una nube de moscas, / rodearon al sacrificador. / Cuando la gran diosa Ishtar llegó, / hizo tintinear sus ricas joyas, obra de Anu, y dijo: / ‘¡Oh dioses que estáis reunidos aquí!: / tan cierto como que nunca me olvido de este collar de lapislázuli, / jamás me olvidaré de estos últimos días! / Que los dioses tomen parte en el sacrificio, / pero que Enlil se mantenga aparte, / porque, irreflexivamente, desencadenó el diluvio / y lanzó a mi pueblo a la destrucción’.
Enlil se pone furioso cuando llega y descubre que alguien había sobrevivido a sus designios y que además estaba celebrando en compañía de otros dioses. Un dios chivato denuncia a Ea, el protector de Utnapishtim, lo señala como culpable por haber desobedecido órdenes superiores, pero Ea no se arredra, no se amilana ni almidona y, al igual que la criada respondona, se convierte de acusado en acusador y le hace ver a Enlil lo caro que le ha salido al mundo su rabieta, el fatídico diluvio. Y otra vez, el recurso poético de la reiteración vuelve a demostrar su eficacia: A Enlil se le bajan los humos, se aplaca, bendice a Utnapishtim y colorín colorado. El diluvio mesopótámico tiene un final feliz, al menos para Utnapishtim:
Cuando Enlil llegó / y vio la nave / enfurecióse contra los dioses del cielo. / ‘¿Ha escapado algún alma humana? / ¡Ningún hombre ha sobrevivido a la destrucción!’ / Ninurta abrió la boca y dijo / ‘¿Quién, excepto Ea, puede formar planes? / Sólo Ea lo sabe todo’. / Ea abrió la boca y dijo al valiente Enlil: / ‘¡Oh tú, héroe, tú, el más sabio de los dioses! / ¿cómo pudiste, sin razón, desatar el diluvio? / ¡Al pecador castígalo por su pecado / y al transgresor por su transgresión! / Sin embargo, sé indulgente, / para que él no sea aniquilado; / sé paciente, para que no sea desalojado. / En vez de desatar el diluvio, / mejor hubiera sido que un león mermara a la humanidad. / En vez de desatar el diluvio, / mejor hubiera sido que un lobo mermara a la humanidad. / En vez de desatar el diluvio, / mejor hubiera sido que el hambre mermara a la humanidad. / En vez de desatar el diluvio, / mejor hubiera sido que la pestilencia mermara a la humanidad. / No fui yo quien descubrió el secreto de los grandes dioses. / Dejé que el sabio Ut-Napishtim tuviera un sueño / y penetrara el secreto de los dioses. / Ahora reflexiona sobre lo que debes hacer con él’. / Oído esto, Enlil subió a la nave, / donde me tomó de la mano; / luego tomó de la mano a mi esposa / e hizo que se arrodillara a mi lado. / Colocándose entre ambos, tocó nuestras frentes y nos bendijo: / ‘Hasta ahora, Ut-Napishtim, sólo has sido humano; / pero desde este momento, tú y tu esposa, seréis como dioses. / ¡Irás a vivir lejos, en la desembocadura de los ríos!’ / Tras lo cual, me llevó a vivir lejos, / en la desembocadura de los ríos.
En una de las dos versiones del diluvio bíblico hay algo ligeramente parecido, cierta muestra de arrepentimiento por parte del sumo hacedor, pero nada tan democrático como las encendidas discusiones entre dioses, el  coro de lamentaciones, las muestras de empatía y compasión y, sobre todo, las acusaciones que unos a otros se lanzan. En muchas religiones politeístas los dioses sienten y disienten. El monoteísmo es autoritario.

16 de mayo 20016

El diluvio en Grecia: Filemón y Baucis

Lo más inusual o extraordinario se da por sentado, como algo común y corriente, y cuando el lector muerde el anzuelo queda atrapado (o se deja atrapar) como una mosca en la telaraña.

Filemón y Baucis

Hay tantos diluvios como mitos, leyendas e historias del diluvio, la conocida historia del diluvio que es común a tantos pueblos y culturas en casi todos los continentes. Muchas sólo se relacionan superficialmente y otras son directamente dependientes de la original mesopotámica. En Grecia “La ira de los dioses (los dioses del Olimpo) también se abatió sobre la humanidad, debido a la conducta lujuriosa, deshonesta y egoísta de los hombres, provocando un diluvio universal”. Las huellas o el recuerdo del magno acontecimiento han perdurado en narraciones fantásticas como la de Filemón y Baucis y la de Deucalión y Pirra, que se remontan a tiempos muy remotos. En ambos casos el realismo mágico o la magia de los relatos conservan toda su ingenuidad y frescura, el don de atrapar a ciertos lectores en una narración ficticia que parece verdadera. 

Encantadoramente y aterradoramente verdadera. De hecho, una característica muy estudiada y documentada de las narraciones fantásticas es la presencia de un mecanismo de sustitución de lo verdadero por lo verosímil, por la apariencia de verdadero. Lo más inusual o extraordinario se da por sentado, como algo común y corriente, y cuando el lector muerde el anzuelo queda atrapado (o se deja atrapar) como una mosca en la telaraña.
Así, no es de extrañar que Zeus y su hijo Hermes, el mensajero de los dioses, desciendan del monte Olimpo y toquen la  puerta de una humilde casa de campesinos, “pidiendo abrigo y descanso”, ni que Filemón y Baucis se transformen en árboles y se confundan para siempre en amoroso abrazo.
La versión del mito de Filemón y Baucis que se reproduce a continuación (una entre muchas) ha sido tomada de un portal de mitología para niños y no deja de ser un poco edulcorada y sentimentalista pero preserva sin duda la integridad del maravilloso relato.

 FILEMÓN Y BAUCIS
(Una historia de amor)

Zeus y Hermes descendieron desde el monte Olimpo a la tierra para comprobar la hospitalidad de los habitantes de Frigia. Llamaron a mil puertas pidiendo abrigo y descanso pero todas permanecieron cerradas. La única casa que los acogió fue la de Filemón y Baucis, una pareja de pobres ancianos que vivían en una pequeña y humilde choza de las colinas.
El anciano Filemón les invitó a sentarse en un banco de madera sobre el que su esposa había colocado una manta. Baucis removió las brasas de la chimenea para reavivar el fuego, lo alimentó con hojarasca y cortezas secas, y con su débil soplo de anciana hizo renacer de nuevo las llamas. En un pequeño caldero preparó una humilde pero sabrosa comida para sus huéspedes con un repollo, que su esposo había recogido aquella misma tarde del huerto, y una loncha de lomo de cerdo ahumado, que tenían colgado de una viga. Ofrecieron a los viajeros una cubeta de madera de haya con agua tibia para que pudieran descansar y calentarse los pies.
Baucis limpió la mesa con verdes hojas de menta y sirvió aceitunas, verdes y negras, cerezas maceradas en vino, endibias, rábanos, cuajada, huevos y un buen vino. El guiso de repollo estaba exquisito y fue muy alabado por todos los comensales. Los postres consistieron en nueces, higos secos, dátiles, ciruelas, manzanas aromáticas, uvas y un reluciente panal de miel que colocaron en el centro de la mesa. La generosidad y hospitalidad de los dos ancianos les había hecho ofrecer a sus huéspedes todo lo que tenían y, siempre, mostrando un rostro afable y sonriente.
Filemón y Baucis observaron que la jarra de vino, que habían vaciado varias veces, se volvía a llenar sola. Se dieron cuenta que aquellos hombres eran, en realidad, dioses y les imploraron perdón por la escasa comida y la pobreza de su casa. Filemón se levantó a sacrificar el único ganso que tenían para ofrecérselo a los dioses. Los dos visitantes se quedaron mirando cómo los dos ancianos se dedicaban a perseguir al ganso, pero ni bien el animal se escondió precisamente detrás de ellos, el más viejo de los forasteros detuvo la persecución.
Entonces Zeus les dijo:
– Es verdad que somos dioses y vamos a castigar a todos los habitantes de esta comarca por su falta de hospitalidad. ¡Seguidnos hasta la cima del monte!
Cuando llegaron a la cumbre vieron que un enorme lago había sumergido toda la región ahogando a todos los habitantes de Frigia. Lo único que no se había cubierto por las aguas era su humilde choza.
Filemón y Baucis, asombrados por lo que estaban viendo, lloraban por sus vecinos y en aquel momento su vieja y pequeña cabaña se transformó en un hermoso templo.
Zeus les dijo:
– Pedidme lo que queráis.
Filemón habló brevemente con Baucis y expuso este deseo a los dioses:
– Puesto que hemos vivido juntos en esta tierra toda nuestra vida queremos seguir aquí como guardianes y sacerdotes de vuestro templo y también deseamos que la muerte nos lleve a los dos al mismo tiempo para que yo jamás pueda ver la tumba de mi esposa y ella no tenga que enterrarme a mí.
Y así juntos y felices vivieron muchos años más hasta que un día, ya muy viejos y achacosos, sentados en la escalinata del templo vio Baucis que le salían hojas a Filemón, y Filemón vio que a Baucis le ocurría lo mismo y mientras sus cuerpos se transformaban en troncos y las ramas crecían sobre sus cabezas se hablaban y se cruzaban palabras de despedida y cuando las hojas casi les impedían verse los dos pronunciaron al unísono la misma frase:
– Adiós, mi amor.
Y las ramas sellaron y ocultaron sus labios para siempre. Filemón se transformó en roble y Baucis en tilo. Desde entonces ambos permanecen unidos con las ramas entrelazadas.

El diluvio en Grecia: Deucalión y Pirra (1)

23 de mayo 20016

Zeus no aguanta más tanta impiedad y se reúne con el consejo de dioses mayores para someter a votación o por lo menos a discusión su muy sabia decisión de “arrancar la cepa de los hombres de raíz”, tal como se merecían y merecen. Triunfa la opinión del bando fundamentalista, pero algunos dioses protestan.


El titán Prometeo era un dios rebelde, de esos que nunca faltan en toda mitología que se respete. Por lo que dice Hesiodo en su Teogonía sabemos que, cuando casi todo estaba creado, modeló con barro, con arcilla “una criatura a imagen de los dioses” e hizo que la divina Atenea le infundiera vida. Inventó, en definitiva, entre los griegos, esa plaga que llamamos seres humanos y para que no pasaran frío y pudieran cocinar sus alimentos robó para ellos el fuego del carro de Apolo, dios del sol, y pagó por cierto muy cara su osadía.
Zeus hizo que lo encadenaran a una roca y lo sometió a un suplicio que debía ser eterno. Un águila le devoraba el hígado o las entrañas que le volvían a nacer cada noche y que el águila volvía a devorar, hasta que un día Hércules (hijo adulterino y consentido de Zeus) mató al pajarraco de un flechazo y liberó al titán a cambio de cierta información.
Un hijo o descendiente de Prometeo llamado Deucalión, también se salvó milagrosamente de la cólera de Zeus por mediación de su ilustre progenitor, posiblemente en una época en que éste no había caído todavía en desgracia. Deucalión, junto a su esposa Pirra, protagonizan una conocida versión del  diluvio, la misma que lleva sus nombres. Al igual que Utnapishtim en Mesopotamia y Filemón y Baucis en la misma Grecia, Deucalión y Pirra sobreviven a la catástrofe en una embarcación, aunque no fueron los únicos sobrevivientes. Fue un hecho afortunado, providencial, que redundaría en beneficio de la ciencia, de la filosofía y de las artes. Deucalión y Pirra, según la leyenda, son los padres de un cierto Hélen, el héroe que dio origen a las tribus de los helenos, que se asentaron en un territorio que llamaron y se sigue llamando Hélade. En cambio los romanos los llamaron griegos y al territorio Grecia.
Pero Prometeo es en gran parte culpable por haber desatado la ira de Zeus no sólo contra sí mismo, sino contra todos los seres vivientes, y la salvación de su hijo y de la esposa de éste constituye un favoritismo inexcusable. El fuego y las enseñanzas que puso en manos de los vulgares mortales los habían ensoberbecido. Los dioses eran irrespetados, la crueldad, la malicia, la traición, la violencia, la lujuria campeaban por sus fueros.

Prometeo
Zeus no aguanta más tanta impiedad y se reúne con el consejo de dioses mayores para someter a votación o por lo menos a discusión su muy sabia decisión de “arrancar la cepa de los hombres de raíz”, tal como se merecían y merecen. Triunfa la opinión del bando fundamentalista, pero algunos dioses protestan. Los hombres “llevan incienso a los altares, los honran, inflan sus divinos egos, con ellos y ellas se divierten”. ¿Quién podría sustituirlos? Por esta razón las súplicas de prometeo por su hijo y su compañera no caen en saco roto. A Deucalión y Pirra se les dará oportunamente aviso de la catástrofe que se avecina, y muy puntuales instrucciones.
He aquí una primera parte de la historia:

Deucalón y Pirra

Cuando habitaba sobre la tierra la humana generación de bronce, Zeus, el soberano de los mundos, a cuyos oídos habían llegado malos rumores de sus crímenes, resolvió recorrer la tierra bajo figura de persona humana. En todas partes, sin embargo, encontró que la verdad dejaba pequeño al rumor. Un atardecer, cuando ya el crepúsculo cedía el paso a la noche, entró en la mansión inhóspita del rey de Arcadia, Licaon, famoso por su ferocidad. Realizó varios prodigios para dar a entender que llegaba un dios y la multitud se hincó de rodillas ante él; pero Licaon se burló de aquellas plegarias piadosas. “¡ Ya veremos —dijo— si es un mortal o un dios!”, y resolvió en lo íntimo de su corazón dar muerte inesperada al huésped a media noche, mientras estuviese sumido en el sueño. Antes, sin embargo, sacrificó a un desdichado que le enviara como rehén el pueblo de los molosos, coció sus miembros aun palpitantes en agua hirviente o los asó al fuego y los sirvió para cena a la mesa del forastero. Zeus, que todo lo había penetrado, levantóse airado del convite y envió sobre el palacio del impío la llama vengadora. El Rey, consternado, huyó al campo abierto; el primer grito de dolor que exhaló fue un aullido, sus ropajes se convirtieron en vello, sus brazos en patas y quedó transformado en un lobo ávido de sangre.
Volvió Zeus al Olimpo y, habiendo celebrado consejo con los dioses, resolvió aniquilar aquella desalmada raza humana. Disponíase a esparcir el rayo por todos los países, pero le retuvo el temor a que se inflamase el éter y que el fuego prendiese en el eje del Universo. Dejando el rayo que le forjaran los cíclopes, decidió enviar a toda la superficie de la tierra lluvias torrenciales y destruir a los mortales bajo los aguaceros caídos del cielo. Inmediatamente fueron encerrados en las cavernas de Éolo, Bóreas y todos los vientos que ahuyentan las nubes, y sólo se dio salida al Austro, el cual se precipitó a la Tierra cargado de lluvia. Negro como la pez era su rostro pavoroso, cargadas de nubarrones sus barbas, el agua fluyendo de sus albos cabellos, oculta la frente tras un manto de niebla y con la lluvia manándole del pecho. Asióse a los cielos y sujetando con la mano las nubes suspendidas en vastas extensiones, comenzó a exprimirlas. Retumbó el trueno; un denso diluvio se desplomó del cielo; dobláronse los sembrados bajo la tempestad impetuosa. Desvanecióse la esperanza del campesino que veía perdida su penosa labor de todo el año. Poseidón, hermano de Zeus, acudió también en su ayuda en aquella obra de destrucción y, reuniendo a todos los ríos, díjoles: “¡Que vuestra corriente rompa todo freno, lanzaos sobre las casas, derribad los diques!”. Y ellos cumplieron su orden, y el propio Poseidón abrió con su tridente el seno de la tierra, dando, con la conmoción, vía libre a las olas.
De este modo, los ríos desencadenados invadieron los campos, inundaron los sembrados, arrancaron alamedas y se llevaron templos y casas. Si emergía un palacio, pronto el agua llegaba a su techumbre y las torres más altas se perdían en el remolino. Muy pronto no pudo distinguirse el mar de la tierra: todo era océano, océano sin orillas. Los hombres trataban de salvarse como podían; uno trepaba a la más elevada montaña, otro se refugiaba en un bote, bogando por encima de su hundida granja o de las colinas de sus viñedos, cuya superficie rozaba con su quilla. Extenuábanse los peces entre el ramaje de los bosques; el ligero jabalí huía ante la invasión de las aguas. Pueblos enteros eran arrasados por la oleada, y los que ésta perdonaba sucumbían a la muerte horrible del hambre en las cumbres de los páramos estériles.


El diluvio en Grecia: Deucalión y Pirra (2 de 2)

30 de mayo 20016

La raza humana no contradice este su origen, pues es una raza dura y apta para el trabajo. Cada instante de su existencia le recuerda el tronco de donde procede.


El diluvio en Grecia fue una operación planificada al milímetro y no fue obra de un solo dios. Contó, por lo menos con la participación de Zeus y su hermano Poseidón, dios de las aguas, y hay un detalle que no deja de ser sorprendente. Zeus procede de un modo artesanal (“Asióse a los cielos y sujetando con la mano las nubes suspendidas en vastas extensiones, comenzó a exprimirlas”). En cambio Poseidón emplea sus poderes a fondo, sin ensuciarse o mojarse las manos, y simplemente ordena a ríos y aguas marinas arrasarlo todo. Todo freno, toda casa, todo dique.
En medio de la catástrofe, un angustioso lamento resulta particularmente conmovedor, ¡sobresalta de alguna manera las divinas conciencias?:
“…dobláronse los sembrados bajo la tempestad impetuosa. Desvanecióse la esperanza del campesino que veía perdida su penosa labor de todo el año”.
Otra cosa notable es que el diluvio griego que tiene como protagonistas a Filemón y Baucis es apenas comarcal, pero el de Deucalión y Pirra tiene proporciones mayúsculas, aunque no necesariamente universales (la palabra ‘universal’ en sí misma es desproporcionada, arbitraria, una de tantas). Los animales, por otra parte, no tienen cabida en las pequeñas embarcaciones de los diluvios griegos.
Además, como se explica en la versión de Ovidio, cuando las aguas vuelven o comienzan a volver a su nivel, Deucalión y Pirra manifiestan preocupaciones de orden ético, existencial. Los llamados seres humanos habían  desaparecido y era necesario repoblar la tierra, pero ellos no sabían fabricar muchachos a la manera de prometeo, amasando barro e infundiéndole un soplo de vida. Tampoco estaban en edad de procrear a la manera clásica. Al parecer, “la humanidad está irremisiblemente condenada a su desaparición”:
“Se miran aterrados, sus flácidos miembros poco valen ya para las tareas del amor y si aún fueran capaces de hacerlo toda su prole sería incestuosa a partir de sus nietos (como la de Adan y Eva, pcs). Con altas oraciones claman al ahora apacible cielo, suplican para que continúe la humanidad”.
Deucalión y pirra
Los dioses, en su infinita sabiduría, todo lo tenían previsto y el problema se resuelve a pedradas, como hacían  los azuanos en una época, a pedrada limpia, como se verá a continuación en la última parte de esta fascinante leyenda.

Una elevada montaña proyectaba aún dos peladas cumbres por encima de las aguas en la tierra de Fócida: era el Parnaso. En ella refugióse Deucalión, hijo de Prometeo, a quien éste advirtiera a tiempo y que se había construido una balsa; iba con él su esposa Pirra. No se había hallado ningún hombre ni mujer que superasen a esta pareja en probidad y temor de los dioses. Y he aquí que cuando Zeus, contemplando desde el cielo el mundo sumergido en las aguas quietas, vio que de tantos millares y millares no quedaba sino una única pareja humana, ambos puros, ambos piadosos adoradores de la divinidad, envió a Bóreas, dispersó las negras nubes y le mandó que disipara la niebla; volvió a mostrar al cielo la tierra, y la tierra al cielo. También Poseidón, príncipe de los mares, deponiendo el tridente aquietó las olas. El océano volvió a tener orillas, los ríos tornaron a sus cauces; los bosques sacaron de las honduras las copas de sus árboles cubiertos de limo, siguieron las colinas; ensanchóse de nuevo la llanura y otra vez, por fin, apareció la tierra. Deucalión miró a su alrededor. El país se hallaba devastado y sumido en sepulcral silencio. Ante aquel espectáculo, las lágrimas rodaron por sus mejillas, y dirigiéndose a su esposa Pirra, le dijo: “Amada, compañera única de mi vida, por muy lejos que mire, en cualquier dirección que vuelva los ojos, no descubro una sola alma viviente. Nosotros dos, unidos, constituímos la población de la Tierra, todos los demás moradores han sucumbido bajo el diluvio. Pero tampoco nuestras vidas están del todo seguras. Cada nube que diviso me llena aún de pavor. Y aun suponiendo que todo peligro haya pasado, ¿qué vamos a hacer, solos, en la Tierra abandonada? ¡Ah, si mi padre Prometeo me hubiese enseñado el arte de formar criaturas humanas e infundir un espíritu a la moldeada arcilla!”. Así dijo, y la desamparada pareja prorrumpió en llanto; después hincaron las rodillas ante un altar medio derruido de la diosa Temis y comenzaron a suplicar a los dioses celestiales: “Dinos, ¡oh Diosa!, por qué medio regeneraremos a nuestra raza exterminada. ¡Ayuda a volver a la vida al mundo fenecido!”.
“Dejad mi altar —resonó la voz de la diosa—, cubrid con un velo vuestras cabezas, desceñíos los cinturones y arrojad detrás de vosotros los huesos de vuestra madre”.
Durante un buen espacio permanecieron ambos atónitos ante la enigmática sentencia divina. Pirra fue la primera en romper el silencio: “¡Perdóname, diosa excelsa —dijo—, si, aun temblando, no te obedezco y no quiero agraviar la sombra de mi madre dispersando sus huesos!”. Pero por el alma de Deucalión pasó como un rayo de luz y así tranquilizó a su esposa con afables palabras: “Si mi sagacidad no me engaña, el mandato de los dioses no entraña impiedad ninguna. Nuestra gran madre es la Tierra, sus huesos son las piedras, y éstas son, Pirra, las que debemos arrojar tras de nosotros”.
Con todo siguieron ambos durante mucho tiempo desconfiando de aquella interpretación; pero, ¿qué perderemos en probarlo?, pensaron al fin. Alejáronse, pues, veláronse las cabezas, desciñéronse los vestidos y arrojaron, como se les ordenara, las piedras tras de sí. Entonces se produjo un gran milagro: la piedra comenzó a perder su dureza y fragilidad, volvióse flexible, creció, tomó cuerpo; aparecieron en ella formas humanas, aunque imprecisas todavía, pues más bien parecían figuras toscas o el primer esbozo tallado por el artista en el bloque de mármol. Todo lo que había de húmedo y terreo en el mineral trocóse en la carne del cuerpo; lo rígido y firme se convirtió en huesos; las vetas de la piedra quedaron siendo arterias y venas. De este modo, las piedras arrojadas por el hombre adquirieron en breve, con la ayuda de los dioses, la forma humana masculina, mientras las que arrojara la mujer adoptaban la forma femenina.
(El resto de los animales, con sus diversas especies, los produjo la tierra por sí misma, cuando la humedad que conservaba se calentó con el fuego del sol y el cieno y las húmedas charcas se hincharon por el calor).
La raza humana no contradice este su origen, pues es una raza dura y apta para el trabajo. Cada instante de su existencia le recuerda el tronco de donde procede.

Notas: En otra versión menos poética el final no es tan feliz:

"Más, como es obvio, el mal no se extinguió por completo del mundo, como de buena ley hubiese debido acaecer, sino que sobrevivió a lomos de aquellos que habíamos dejado escalando las más escarpadas cimas. Algunos de ellos, al igual que Deucalión y Pirra, se habían salvado del diluvio. Y es que así eran los dioses griegos, que, a diferencia de otras religiones, tenían debilidades y fallos humanos. Y así sobrevivió en la humanidad la raíz del mal".

Pedro conde Sturla
6 de junio/ 20 de junio 201

Los diluvios en la Biblia (1)

“Para aquellos lectores que deseen obtener una mejor visión de la situación –dice Friedman-, he traducido una historia bíblica del arca de Noé, tal y como aparece en el Génesis, haciendo que dos de las fuentes aparezcan en un tipo de letra distinto.

Hay dos versiones “de un gran número de historias bíblicas: dos versiones de la creación, dos versiones de diversas historias sobre los patriarcas Abraham y Jacob”, y hay también dos versiones del diluvio, versiones duplicadas, unas juntas a otras, fundidas o confundidas en un solo texto durante siglos, como quien dice disimuladas, camuflajeadas, escondidas a la vista de todos. El mejor escondite.
El descubrimiento no se hizo de un día para otro y es obra de varios investigadores (entre ellos un ministro eclesiástico) y en su momento produjo una gran sacudida espiritual y no pocas reacciones adversas. Lo cuenta, con lujo de detalles, Richard Elliot Friedman en su libro “¿Quién escribió la Biblia ?” (edición preparada sin fines comerciales disponible en Internet), un libro tan intenso y apasionante como la mejor novela de detectives, novela de misterio.
Tradicionalmente los primeros cinco libros de la “Biblia hebrea o Tanaj,  antes de ser conocida por los cristianos como el Antiguo Testamento”, se atribuían, según la tradición hebrea, a una sola fuente, Moisés, pero los especialistas en estudios judaicos han identificado cuatro. Cuatro fuentes que se originan a partir de la división del imperio de David en reino de Israel y reino de Judá a consecuencia del desgobierno de Salomón: Una fuente llamada E por la inicial del nombre que en Israel daban a la divinidad (Elohim o El). Otra fuente, procedente de Judá (donde a Dios daban el nombre de Yavéh), llamada J por la inicial del “nombre antiguo y erróneo de Jehová”. Otra fuente llamada P o fuente sacerdotal (por la palabra Priest, en inglés, sacerdote) y otra llamada D porque sólo aparece en el Deuteronomio.
“Para aquellos lectores que deseen obtener una mejor visión de la situación –dice Friedman-, he traducido una historia bíblica del arca de Noé, tal y como aparece en el Génesis, haciendo que dos de las fuentes aparezcan en un tipo de letra distinto. La historia del diluvio es una combinación de la fuente J y la fuente P. Aquí, la fuente J aparece impresa en tipografía normal, mientras que la fuente P aparece impresa en mayúsculas. Si se leen ambas fuentes desde el principio hasta el final y después se retrocede y se lee la otra, se podrán distinguir dos narraciones completas y continuas, cada una de las cuales posee su propio vocabulario y preocupaciones”:

EL DILUVIO

Genesis 6:
1 Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas,
2 que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas.
3 Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años.
4 Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre.
5 Viendo Yahvé que la maldad del hombre cundía en la
Tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón
eran puro mal de continuo,
6 le pesó a Yahvé de haber hecho al hombre en la Tierra , y se
indignó en su corazón.
7 Y dijo Yahvé: “Voy a exterminar de sobre la haz del suelo
al hombre que he creado —desde el hombre hasta los ganados,
las sierpes, y hasta las aves del cielo —, porque me pesa
haberlos hecho”.
8 Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahvé.
9 ÉSTA ES LA HISTORIA DE NOÉ: NOÉ FUE EL VARÓN
MÁS JUSTO Y CABAL DE SU TIEMPO. NOÉ ANDABA CON
DIOS.
10 NOÉ ENGENDRÓ TRES HIJOS: SEM, CAM Y JAFET.
11 LA TIERRA ESTABA CORROMPIDA EN LA
PRESENCIA DE DIOS: LA TIERRA SE LLENÓ DE
VIOLENCIAS.
12 DIOS MIRÓ A LA TIERRA , Y HE AQUÍ QUE ESTABA
VICIADA, PORQUE TODA CARNE TENÍA UNA
CONDUCTA VICIOSA SOBRE LA TIERRA.
13 DIJO, PUES, DIOS A NOÉ: “HE DECIDIDO ACABAR
CON TODA CARNE, PORQUE LA TIERRA ESTÁ LLENA DE
VIOLENCIAS POR CULPA DE ELLOS. POR ESO, HE AQUÍ
QUE VOY A EXTERMINARLOS DE LA TIERRA.
14 HAZTE UN ARCA DE MADERAS RESINOSAS. HACES
EL ARCA DE CAÑIZO Y LA CALAFATEAS POR DENTRO Y POR FUERA CON BETÚN.
15 ASÍ ES COMO LA HARÁS : LONGITUD DEL ARCA,
TRESCIENTOS CODOS; SU ANCHURA, CINCUENTA
CODOS; Y SU ALTURA, TREINTA CODOS.
16 HACES AL ARCA UNA CUBIERTA Y A UN CODO LA
REMATARÁS POR ENCIMA, PONES LA PUERTA DEL
ARCA EN SU COSTADO, Y HACES UN PRIMER PISO, UN
SEGUNDO Y UN TERCERO.
17 “POR MI PARTE, VOY A TRAER EL DILUVIO, LAS
AGUAS SOBRE LA TIERRA , PARA EXTERMINAR TODA
CARNE QUE TIENE HÁLITO DE VIDA BAJO EL CIELO:
TODO CUANTO EXISTE EN LA TIERRA PERECERÁ.
18 PERO CONTIGO ESTABLECERÉ MI ALIANZA:
ENTRARÁS EN EL ARCA TÚ Y TUS HIJOS, TU MUJER Y LAS
MUJERES DE TUS HIJOS CONTIGO.
19 Y DE TODO SER VIVIENTE, DE TODA CARNE,
METERÁS EN EL ARCA UNA PAREJA PARA QUE
SOBREVIVAN CONTIGO. SERÁN MACHO Y HEMBRA.
20 DE CADA ESPECIE DE AVES, DE CADA ESPECIE DE
GANADOS, DE CADA ESPECIE DE SIERPES DEL SUELO
ENTRARÁN CONTIGO SENDAS PAREJAS PARA
SOBREVIVIR.
21 TÚ MISMO PROCÚRATE TODA SUERTE DE VÍVERES Y
HAZTE ACOPIO PARA QUE OS SIRVAN DE COMIDA A TI
Y A ELLOS.”
22 ASÍ LO HIZO NOÉ Y EJECUTÓ TODO LO QUE LE
HABÍA MANDADO DIOS.
GÉNESIS 7:
1 Yahvé dijo a Noé: “Entra en el arca tú y toda tu casa,
porque tú eres el único justo que he visto en esta generación.
2 De todos los animales puros tomarás para ti siete parejas, el
macho con su hembra, y de todos los animales que no son
puros, una pareja, el macho con su hembra.
3 (Asimismo de las aves del cielo, siete parejas, machos y
hembras) para que sobreviva la casta sobre la haz de toda la
Tierra.
4 Porque dentro de siete días haré llover sobre la Tierra
durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de
sobre la haz del suelo todos los seres que hice”.
5 Y Noé ejecutó todo lo que le había mandado Yahvé.
6 NOÉ CONTABA SEISCIENTOS AÑOS CUANDO
ACAECIÓ EL DILUVIO, LAS AGUAS, SOBRE LA TIERRA.
7 Noé entró en el arca, y con él sus hijos, su mujer y las
mujeres de sus hijos, para salvarse de las aguas del diluvio.
8 (DE LOS ANIMALES PUROS, Y DE LOS ANIMALES QUE
NO SON PUROS, Y DE LAS AVES, Y DE TODO LO QUE
SERPEA POR EL SUELO,
9 SENDAS PAREJAS DE CADA ESPECIE ENTRARON
CON NOÉ EN EL ARCA, MACHOS Y HEMBRAS, COMO
HABÍA MANDADO DIOS A NOÉ.)
10 A la semana, las aguas del diluvio vinieron sobre la Tierra.
11 EL AÑO SEISCIENTOS DE LA VIDA DE NOÉ, EL MES
SEGUNDO, EL DÍA DIECISIETE DEL MES, EN ESE DÍA
SALTARON TODAS LAS FUENTES DEL GRAN ABISMO, Y
LAS COMPUERTAS DEL CIELO SE ABRIERON,
12 y estuvo lloviendo sobre la Tierra cuarenta días y cuarenta
noches.

Los diluvios en la Biblia (2)

El unificador de esas versiones -dice Friedman- “armó todo sin casi eliminar una palabra. Es un logro sin parangón en toda la historia de las ediciones literarias, uno de los logros más grandes jamás alcanzados por persona alguna.

El descubrimiento de cuatro fuentes, cuatro autores en el Pentateuco -tradicionalmente atribuido a Moisés-, fue un acontecimiento extraordinario que “terminó por dominar las investigaciones bíblicas hacia finales del siglo XIX.”
Por lo que dice Richard Elliot Friedman, “se habían necesitado siglos de recopilación de claves para llegar a esta fase”. Durante siglos –explica Frieman– nadie se había atrevido a cuestionar el criterio de autoridad comúnmente aceptado de que Moisés, sólo Moisés era el autor del Pentateuco. “Ahora, en cambio, personas de reconocida piedad podían decir y escribir que no lo era”. A la larga los investigadores, los “detectives bíblicos” establecieron que Moisés no sólo no era el único autor del Pentateuco, sino que ni siquiera era uno de los autores.
Se habían identificado “por lo menos cuatro escrituras en los cinco primeros libros de la Biblia.” Cuatro fuentes que, como dije en la anterior entrega, se hallaban unas juntas a otras, fundidas o confundidas en un solo texto durante siglos, como quien dice disimuladas, camuflajeadas, escondidas a la vista de todos. El mejor escondite.
Fuentes que alguna vez estuvieron separadas, como sucede con los cuatros evangelios, hasta que alguien las unió. No fue una simple unión mecánica, fue una recopilación realizada por alguien  “extremadamente hábil, conocido como un redactor, alguien que fue capaz de combinar y organizar estos documentos separados en una sola obra con la suficiente unidad como para ser legible en un mismo discurso narrativo”. Es toda una hazaña literaria. Una de las grandes hazañas literarias. Lo que podríamos llamar el nacimiento de la literatura cubista, una escritura poliédrica de varias facetas, en las que algunas historias se repiten y a veces se contradicen porque obedecían al interés personal, político, a la ambición pura y simple de los mandatarios de turno, a los requerimientos del poder y las intrigas sacerdotales.
El unificador de esas versiones -dice Friedman- “armó todo sin casi eliminar una palabra. Es un logro sin parangón en toda la historia de las ediciones literarias, uno de los logros más grandes jamás alcanzados por persona alguna. Lo armó todo tan bien que su trabajo no es solo satisfactorio, sino amado: es el libro más exitoso, más poderoso en el mundo desde hace 2,500 años, cuando él lo hizo”.
Lo anterior se puede apreciar o seguir apreciando a continuación en la segunda parte de la historia del diluvio, que es, como se recordará, una combinación de dos fuentes. La fuente P o sacerdotal (en mayúsculas) donde se llama Dios a Dios y la fuente J (en tipografía normal), donde se llama a Dios por el nombre de Yahvé.

EL DILUVIO
Génesis 7 (contiuación):

13 EN AQUEL MISMO DÍA ENTRÓ NOÉ EN EL ARCA,
COMO TAMBIÉN LOS HIJOS DE NOÉ, SEM, CAM Y JAFET,
Y LA MUJER DE NOÉ, Y LAS TRES MUJERES DE SUS HIJOS;
14 Y CON ELLOS LOS ANIMALES DE CADA ESPECIE,
LAS SIERPES DE CADA ESPECIE QUE REPTAN SOBRE LA
TIERRA, Y LAS AVES DE CADA ESPECIE: TODA CLASE DE
PÁJAROS Y SERES ALADOS;
15 ENTRARON CON NOÉ EN EL ARCA SENDAS
PAREJAS DE TODA CARNE EN QUE HAY ALIENTO DE
VIDA,
16 Y LOS QUE IBAN ENTRANDO ERAN MACHO Y
HEMBRA DE TODA CARNE, COMO DIOS SE LO HABÍA
MANDADO. Y Yahvé cerró la puerta detrás de Noé.
17 El diluvio duró cuarenta días sobre la Tierra. Crecieron las
aguas y levantaron el arca que se alzó de encima de la Tierra.
18 Subió el nivel de las aguas y crecieron mucho sobre la
Tierra, mientras el arca flotaba sobre la superficie de las aguas.
19 Subió el nivel de las aguas mucho, muchísimo sobre la
Tierra, y quedaron cubiertos los montes más altos que hay
debajo del cielo.
20 Quince codos por encima subió el nivel de las aguas
quedando cubiertos los montes.
21 PERECIÓ TODA CARNE: LO QUE REPTA POR LA
TIERRA, JUNTO CON AVES, GANADOS, ANIMALES Y
TODO LO QUE PULULA SOBRE LA TIERRA , Y TODA LA
HUMANIDAD.
22 Todo cuanto respira hálito vital, todo cuanto existe en
tierra firme, murió.
23 Yahvé exterminó todo ser que había sobre la haz del suelo,
desde el hombre hasta los ganados, hasta las sierpes y hasta las
aves del cielo: todos fueron exterminados de la Tierra ,
quedando sólo Noé y los que con él estaban en el arca.
24 LAS AGUAS INUNDARON LA TIERRA POR ESPACIO
DE CIENTO CINCUENTA DÍAS.
GÉNESIS 8:
1 ACORDÓSE DIOS DE NOÉ Y DE TODOS LOS
ANIMALES Y DE LOS GANADOS QUE CON ÉL ESTABAN
EN EL ARCA. DIOS HIZO PASAR UN VIENTO SOBRE LA
TIERRA Y LAS AGUAS DECRECIERON.
2 SE CERRARON LAS FUENTES DEL ABISMO Y LAS
COMPUERTAS DEL CIELO, y cesó la lluvia del cielo.
4 Poco a poco retrocedieron las aguas sobre la Tierra. AL
CABO DE CIENTO CINCUENTA DÍAS, LAS AGUAS
HABÍAN MENGUADO, Y EN EL MES SÉPTIMO, EL DÍA
DIECISIETE DEL MES, VARÓ EL ARCA SOBRE LOS
MONTES DE ARARAT.
5 LAS AGUAS SIGUIERON MENGUANDO
PAULATINAMENTE HASTA EL MES DÉCIMO, Y EL DÍA
PRIMERO DEL DÉCIMO MES ASOMARON LAS CUMBRES
DE LOS MONTES.
6 Al cabo de cuarenta días, abrió Noé la ventana que había
hecho en el arca,
7 Y SOLTÓ AL CUERVO, EL CUAL ESTUVO SALIENDO
Y RETORNANDO HASTA QUE SE SECARON LAS AGUAS
SOBRE LA TIERRA.
8 Después soltó a la paloma, para ver si habían menguado
ya las aguas de la superficie terrestre.
9 La paloma, no hallando donde posar el pie, tornó donde él,
al arca, porque aún había agua sobre la superficie de la Tierra ;
y alargando él su mano, la asió y metióla consigo en el arca.
Aún esperó otros siete días y volvió a soltar la paloma del arca.
10 La paloma vino al atardecer, y he aquí que traía en el pico
un ramo verde de olivo, por donde conoció Noé que habían
disminuido las aguas de encima de la Tierra.
11 Aún esperó otros siete días y soltó la paloma, que ya no
volvió donde él.
12 EL AÑO SEISCIENTOS UNO DE LA VIDA DE NOÉ, EL
DÍA PRIMERO DEL PRIMER MES, SE SECARON LAS
AGUAS DE ENCIMA DE LA TIERRA. Noé retiró la cubierta
del arca, miró y he aquí que estaba seca la superficie del suelo.
13 EN EL SEGUNDO MES, EL DÍA VEINTISIETE DEL MES,
QUEDÓ SECA LA TIERRA.
14 HABLÓ ENTONCES DIOS A NOÉ EN ESTOS
TÉRMINOS:
15 “SAL DEL ARCA TÚ, Y CONTIGO TU MUJER, TUS
HIJOS Y LAS MUJERES DE TUS HIJOS.
16 SACA CONTIGO TODOS LOS ANIMALES DE TODA
ESPECIE QUE TE ACOMPAÑAN, AVES, GANADOS Y
TODAS LAS SIERPES QUE REPTAN SOBRE LA TIERRA.
QUE PULULEN SOBRE LA TIERRA Y SEAN FECUNDOS Y
SE MULTIPLIQUEN SOBRE LA TIERRA ”.
17 SALIÓ, PUES, NOÉ, Y CON ÉL SUS HIJOS, SU MUJER Y
LAS MUJERES DE SUS HIJOS.
18 TODOS LOS ANIMALES, TODOS LOS GANADOS,
TODAS LAS AVES Y TODAS LAS SIERPES QUE REPTAN
SOBRE LA TIERRA SALIERON POR FAMILIAS DEL ARCA.
19 Noé construyó un altar a Yahvé, y tomando de todos los
animales puros y de todas las aves puras, ofreció holocaustos
en el altar.
20 Al aspirar Yahvé el calmante aroma, dijo en su corazón:
“Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre,
porque las trazas del corazón humano son malas desde su
niñez, ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho.
Mientras dure la Tierra , sementera y siega, frío y calor, verano
e invierno, día y noche, no cesarán”.

Los diluvios en la Biblia (y 3)

El resto de la trama, la detectivesca y apasionante trama que describe Richard Elliot Friedman en su obra es algo que ningún lector curioso debería perderse. “¿Quién escribió la Biblia ?” es, de principio a fin, tan intrigante como la mejor novela de misterio, toda una aventura intelectual.

Richard Elliot Friedman considera que el simple hecho de poder dividir o separar el relato bíblico del diluvio en “dos historias continuas” y “cada una con sus propias palabras” es un fenómeno impresionante y una prueba de la existencia de varias fuentes que fueron luego unificadas, integradas en lo que durante siglos parecía ser obra de un sólo autor.
De hecho, además de separarlas tipográficamente, como se vio en las entregas anteriores, Friedman separó las fuentes físicamente en su libro y el resultado, como se esperaba, es que cada una se puede leer con independencia de la otra (véase, al respecto, Richard Elliot Friedman ,“¿Quién escribió la Biblia ?”, edición preparada sin fines comerciales, disponible en Internet, pgs. 69-73).
Sin embargo argumenta Friedman- “no sólo se trata de la posibilidad de extraer dos historias. Lo más extraordinario es que cada historia emplea consistentemente su propio lenguaje. La historia P siempre se refiere a la divinidad llamándola Elohim. La historia J, por el contrario, siempre le llama Yahvé. P se refiere al sexo de los animales llamándolos ‘macho y hembra’. J emplea los términos ‘hombre y su mujer’, así como macho y hembra. P dice que todo ‘perecerá’, mientras J dice que todo ‘murió”’.
Lo interesante es que ahí no acaban las diferencias. Hay cosas que una fuente narra y otra omite, cosas que las fuentes llaman de distintas maneras, cosas que  se describen de forma diferente:
“…las dos versiones –explica Friedman-, no sólo difieren en cuanto a terminología, sino también en detalles de la historia que se narra. En P se toma una pareja de cada clase de animal. En J se toman siete parejas de animales puros y una pareja de animales impuros. (Aquí, el término ‘puro’ se refiere a que es adecuado para el sacrificio. Así, los corderos son puros, mientras que los leones son impuros.) P dice que el diluvio duró un año (370 días). J dice que fueron cuarenta días y cuarenta noches. P dice que Noé envió un cuervo. J dice que una paloma. Evidentemente, P muestra una preocupación por las edades, las fechas y las medidas en codos, mientras que J no”.
         Un dato más importante remite al concepto de Dios, la forma de representarlo y no sólo de nombrarlo.
“…probablemente -dice Friedman-, la diferencia más notable entre ambas versiones sea su forma distinta de representar a Dios. No se trata únicamente de que denominen a la divinidad con nombres distintos. J nos presenta una divinidad capaz de lamentar cosas que ha hecho, lo que plantea interesantes cuestiones teológicas, como la de si un ser todopoderoso y sapientísimo lamentaría las acciones del pasado. Nos presenta una divinidad capaz de ‘indignarse en su corazón’, que cierra personalmente el arca, y que aspira el aroma del sacrificio de Noé. En P, en cambio, falta prácticamente la cualidad antropomórfica que vemos en J. En P Dios es considerado más bien como un controlador trascendente del universo”.
Téngase presente por otra parte, que lo anterior no ocurre solamente en la historia del diluvio. Hay –como ya se dijo- dos versiones “de un gran número de historias bíblicas: dos versiones de la creación, dos versiones de diversas historias sobre los patriarcas Abraham y Jacob”, etcétera, dos fuentes, tres fuentes, cuatro fuentes descubiertas hasta el momento en el Pentateuco (J, P, E, D).  Y “cada una de estas fuentes es una colección consistente de historias, poemas y leyes”.
Con precaución curándose en salud, Friedman advierte, que “El simple hecho de que distintas historias de los primeros libros de la Biblia llamen a Dios con nombres diferentes no demuestra nada en sí mismo. Alguien puede hablar de la reina de Inglaterra, llamándola a veces la reina y otras veces Isabel II”.
No obstante, más adelante recuerda que, como había “señalado, había algo más sospechoso en la forma en que los distintos nombres de la divinidad se sucedían a lo largo de los cinco primeros libros de la Biblia. Los dos nombres, Yahvé y Elohim, aparecían consistentemente en cada una de las dos versiones de las mismas historias, en los dobletes (historias repetidas, pcs). Si separamos las historias de Elohim (E) de las historias de Yahvé (J), obtenemos una serie consistente de claves que nos muestran que las historias E fueron escritas por alguien relacionado con Israel, mientras que las historias de J fueron escritas por alguien relacionado con Judá”.
La explicación más plausible sigue, pues, siendo la misma. Es decir, que las fuentes (J, P, E, D), provienen de dos países, el reino de Judá y el Reino de Israel, y provienen de varios escritores que eventualmente, según el criterio de Friedman, podrían ser identificados:
“En primer lugar, tenemos la cuestión del escenario donde ocurren las historias. En el Génesis, en aquellas historias donde a Dios se le llama Yahvé, el patriarca Abraham vive en Hebrón. Hebrón fue la ciudad principal de Judá, la capital de Judá bajo el rey David, la ciudad de donde procedía Sadoc, el sumo sacerdote judeo de David.
“En la alianza que establece Yahvé con Abraham, le promete que sus descendientes poseerán el territorio ‘desde el río de Egipto hasta el… río Eufrates’. Éstas fueron, precisamente, las fronteras de la nación en tiempos del rey David, el fundador de la familia real de Judá.
“Pero en una historia que llama a Dios Elohim, Jacob, el nieto de Abraham, tiene un enfrentamiento cara a cara con alguien que resulta ser Dios (o quizá un ángel), y al lugar en que ocurre esto Jacob lo llama Penuel (que significa ‘Rostro de Dios’). Penuel fue una ciudad que ordenó construir el rey Jeroboam en Israel”.
El resto de la trama, la detectivesca y apasionante trama que describe Richard Elliot Friedman en su obra es algo que ningún lector curioso debería perderse. “¿Quién escribió la Biblia ?” es, de principio a fin, tan intrigante como la mejor novela de misterio, toda una aventura intelectual.

El diluvio en la India

Pedro Conde Sturla
27 de junio 2016

Nada más que esto: a un hombre pío se le notifica el diluvio que se acerca; el hombre construye un buque, atraviesa el cataclismo, y llega por fin a la cima de un monte, donde celebra un sacrificio.

El Rig Veda –uno de los textos sagrados más antiguos de la India y del mundo–, recoge una original leyenda del diluvio que tiene poco en común con las de Mesopotamia, Grecia y la Biblia.
El Rig Veda es una  colección de “relatos mitológicos y poéticos que hablan sobre el origen del universo, himnos que alaban a los dioses, oraciones para la vida, la prosperidad, etc”, y cuenta cómo en la India había un rey llamado Manu que fue salvado de las aguas por una encarnación del dios Visnú en forma de pez y vivió, al parecer, durante varios millones de años.
“Según el Rig Veda, Manu es el nombre del primer ser humano, el primer rey que reinó sobre la Tierra. En sánscrito, Manu proviene de manas: ‘mente’, y significaría ‘pensante, sabio, inteligente’ y ‘criatura pensante, ser humano, humanidad’. También se cree que proviene de un vocablo indoeuropeo que habría dado lugar al término inglés man (hombre varón) y a los términos españoles ‘humano’ y humanidad’”.
El diluvio hindú no es pluvial, es de origen marítimo y fue, en consecuencia, “mucho más devastador, ya que el agua no provenía de las nubes de este planeta, sino que se trataba de una creciente del océano que se encuentra en el fondo del universo. Esta versión es congruente con el desbordamiento del Mar Mediterráneo que inundó el área ahora ocupada por el Mar Negro, forzando a los supervivientes indoeuropeos de la zona este del Mar Negro a emigrar, en este caso hacia la India. El mito persistió al igual que en Mesopotamia”.
Como dice el profesor Paolo Magnone (“El mito indio del diluvio en su relación con los cuentos clásicos y próximo-orientales”), “Los rasgos principales de la versión india más antigua son los siguientes: un hombre pío (Manu) salva a un pececillo — el pececillo sufre gradualmente una metamorfosis prodigiosa en monstruo marino — le devuelve el favor a Manu descubriéndole el diluvio inminente — el hombre construye un buque — empieza el diluvio — el pez viene en su ayuda — el hombre engancha el buque al cuerno del pez que lo remolca — se acaba el diluvio — el buque atraca en la cima de un monte — el hombre desembarca y ofrece un sacrificio — engendra descendencia con la mujer nacida del sacrificio”.
No hay, pues, como en los mitos mesopotámico, griego y bíblico “una motivación ética para el diluvio como castigo de la humanidad pecadora. Tal motivación brilla por su ausencia en la versión india, que ofrece en cambio un antecedente de naturaleza folklórica: el hombre pío le hace bien a una criatura humilde, que resulta por fin un ser poderoso y le devuelve el beneficio — un motivo bien conocido de numerosos cuentos populares”.
En el mito indio tampoco tiene cabida ninguna disidencia entre dioses ni “algún vestigio interiorizado en forma de tardío arrepentimiento.”
Algo más realista es que en el mito indio, aunque “al elegido se le confía la tarea de llevar a salvo ejemplares de las criaturas en vista de la futura” repoblación del mundo, hay una diferencia capital: “no se trata de “parejas, o en todo caso de seres completos.” De hecho, “en los mitos indios siempre se trata de semillas.
En resumen, Argumenta Paolo Magnone, “el mito indio no concuerda” con los demás en “los detalles marginales (…) Por ejemplo, no hay ni rastro del episodio de las aves enviadas a la descubierta, que en cambio fue adoptado por la versión bíblica gracias a su eficacia narrativa”.
“¿Qué queda entonces en común? –se pregunta Paolo Magnone-. Nada más que esto: a un hombre pío se le notifica el diluvio que se acerca; el hombre construye un buque, atraviesa el cataclismo, y llega por fin a la cima de un monte, donde celebra un sacrificio. Pero hasta estas concordancias, aunque sean bastante genéricas, son más aparentes que reales”.
EL DILUVIO HINDÚ
(Fragmento del Rig Veda)
Manú, en cierta mañana se hizo servir agua en un vaso. En tanto que se lavaba las manos, un pececillo que había en el agua le dirigió la palabra: “Manú, sálvame, y yo te salvaré del diluvio que debe arrastrar a todos los seres.”—¿Qué es necesario hacer para salvarte? —preguntó Manú al pez.—Mientras que somos peces pequeños nuestra existencia es precaria, porque los peces grandes nos devoran. Déjame, pues, en este vaso. Cuando yo haya crecido, haz un estanque y llénalo de agua para que me reciba, y cuando haya aumentado más aún de tamaño llévame al mar. Entonces seré bastante fuerte para librarme de todos los peligros. Efectivamente, el pez creció y un día dijo a Manú: “Deberás construir una nave para salvarte del diluvio que te he anunciado. Haz exactamente lo que te digo. Cuando el diluvio comience, métete en la nave que habrás construido y déjate llevar por las olas: yo iré entonces a salvarte”. Manú, cuando el pez llegó a ser enorme, lo llevó al mar. Después construyó una nave donde puso a salvo semillas de todos los arboles y plantas y el semen de todos los animales para repoblar la Tierra, y se metió en ella tan pronto como el diluvio comenzó. Las olas pronto llegaron a levantar a la nave y la transportaron de un lugar a otro. Manú vio entonces venir el pez que él había salvado; lo ató por medio de un cable a su nave, y el pez, nadando vigorosamente, lo condujo hacia una montaña elevada que el mar no había podido cubrir. Allí, el pez le dijo: “Amarra tu nave al tronco de aquel árbol corpulento. Conviene hacerlo así para evitar que las aguas cuando se retiren puedan arrastrarla.” Después se alejó y Manú no lo volvió a ver. Cuando las aguas se retiraron, Manú salió de su nave y se halló solo en la tierra, porque las aguas habían sumergido todo lo que había en el mundo, y habían hecho perecer a todas las criaturas. Manú vivió cuerdamente e hizo numerosas ofrendas al mar, al que pidió una compañera. Al cabo de un año, una mujer salió del mar y se dirigió hacia los dioses.Éstos le preguntaron quién era. “Soy la hija de Manú, respondió, y a él pertenezco.” Los dioses quisieron obligarla a permanecer con ellos, pero ella se negó, y fue a buscar a Manú: éste le preguntó quién era ella.—Soy tu hija —le respondió.—¿Cómo puedes ser mi hija?—Las ofrendas que has dedicado al mar me han dado vida, correspondiendo así a un voto que hiciste. Si quieres tener grandes riquezas y una larga prosperidad, hazme tu esposa durante un sacrificio, y todos nuestros deseos se realizarán. Manú celebró entonces un sacrificio y se unió a aquella mujer; vivieron largos años y fueron padres de la raza llamada de Manú…

UN DILUVIO EN MACONDO
  




Bill Clinton afirmó en una ocasión que “Cien años de soledad -escrita por su canchanchán García Márquez- es la obra literaria más importante en cualquier lengua de los últimos cincuenta años”. Lo anterior me lleva a pensar que si Clinton no hubiera estado tan ocupado leyendo todas las obras del mundo en cualquier lengua durante los últimos cincuenta años, quizás habría prestado mayor atención a la política exterior del imperio y no habría bombardeado la industria farmacéutica de aquel país africano llamado Sudán, que se quedó sin medicinas durante varios años.

Otra sentencia apocalíptica pronunció generosamente su compatriota, el novelista William Kennedy, al afirmar que “Cien años de soledad” es “la primera obra de literatura desde el Libro del Génesis que debería ser lectura obligatoria para toda la raza humana”.
A mí no se me ocurriría obligar o exigirle a nadie que leyera un libro (ni siquiera el de nuestro señor Don Quijote) y mucho menos el libro del Génesis, porque sólo contribuiría a ahuyentar a los lectores, pero ciertamente, “Cien años de soledad” es un libro apocalíptico (un “libro que cambia nuestra manera de ver el mundo”, dijo el norteamericano Auster), un libro al que, por su incuestionable inspiración bíblica, le sientan bien los juicios apocalípticos.
Borges dijo que, según recordaba, “no llueve una sola vez en todo el Quijote”, pero en realidad llueve dos veces, sostienen los entendidos, aunque se trata al parecer de una lluvia menuda que tampoco recuerdo. En cambio en “Cien años de soledad” llueve como quien dice de maldad, cae un diluvio bíblico en toda regla y no es ese el único episodio de inspiración bíblica.
La opinión de Juan Antonio Monroy, un destacado escritor y conferencista protestante, arroja mucha luz en este sentido como se podrá apreciar en su jugoso escrito:
La Biblia en Cien años de soledad
CIEN AÑOS DE SOLEDAD ha sido estudiado por la crítica literaria desde numerosos ángulos y facetas. Algunos especialistas han destacado las vinculaciones entre las siete generaciones contenidas en la novela y las diferentes etapas bíblicas. Germán Darío escribe: “Un análisis detenido de CIEN AÑOS DE SOLEDAD revela que García Márquez ha rastreado este paralelismo teniendo como fundamento el recuento bíblico”.
Entre quienes con más insistencia han señalado la decisiva influencia de la Biblia en la obra de García Márquez destacan Ricardo Gullón, Mario Vargas Llosa, Germán Darío Carrillo, Juan Manuel García Ramos y Benjamín Torres Caballero.
Ricardo Gullón, el excelente crítico literario ya fallecido, señala cinco grandes etapas bíblicas en CIEN AÑOS DE SOLEDAD.
La creación
García Márquez dice en la primera página de su novela: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. En este texto está recogida la obra de la Creación, de la que tenemos noticia completa en los dos primeros capítulos de la Biblia.
El éxodo
La escapada de Moisés al desierto tras haber dado muerte al egipcio y la posterior salida del pueblo hebreo, episodios que se cuentan en el libro del Éxodo, están representados en CIEN AÑOS DE SOLEDAD por la huida de Riohacha de José Arcadio Buendía y su gente. Después de matar a Prudencio Aguilar atravesándole la garganta de una lanzada, José Arcadio Buendía no lograba tranquilizar su conciencia. Harta de verlo sufrir, su mujer, Úrsula, le dice: “Está bien, Prudencio. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no regresaremos jamás. Ahora vete tranquilo. Fue así como emprendieron la travesía de la sierra. Varios amigos de José Arcadio Buendía, jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido” (página 29). La llegada de los peregrinos a su punto de destino parece calcada del capítulo 34 de Deuteronomio: “Una mañana, después de casi dos años de travesía, fueron los primeros mortales que vieron la vertiente occidental de la sierra. Desde la cumbre nublada contemplaron la inmensa llanura acuática de la ciénaga grande, explayada hasta el otro lado del mundo” (página 30).
Las plagas
En los capítulos 7, 8 ,9 ,10, 11 y 12 del libro del Éxodo, segundo en el catálogo bíblico, se relatan las diez plagas que Dios desencadenó para obligar al faraón de Egipto a dejar salir de sus dominios al pueblo hebreo. Aunque estas plagas se relacionan con fenómenos naturales, revisten en mayor o menor grado el carácter poderoso y milagroso de Dios. Para Ricardo Gullón, el paralelo entre las plagas de Egipto y las plagas que padece Macondo “salta a la vista”. Macondo padece la plaga del insomnio, la plaga de las guerras civiles, la plaga del olvido, la plaga de la solapada invasión norteamericana, la plaga del banano y otras. Dice Gullón: “La variante introducida por García Márquez no afecta a la sustancia, sino a la extensión de la condena. En la Biblia sólo son castigados los dominadores; en Macondo también los sometidos, los contagiados”.
El diluvio
Aceptando el lenguaje hiperbólico de San Juan, en el mundo no cabrían los libros que se han escrito acerca del diluvio del que nos habla la Biblia en los capítulos 6, 7 y 8 del Génesis. La inundación catastrófica que según la Biblia tuvo alcance universal duró unos 400 días, de acuerdo a los análisis más fiables que se han hecho del texto bíblico. En CIEN AÑOS DE SOLEDAD el diluvio azota Macondo a raíz del asesinato ordenado por la compañía bananera. No es Dios quien lo desencadena, sino el norteamericano y todopoderoso Mister Brown. Esto es, al menos, lo que cree el pueblo. Su duración sobrepasa el tiempo del diluvio bíblico, según García Márquez: “Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convaleciente para celebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento. Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de las plantaciones” (p. 269). (Juan Antonio Monroy).
Otros autores comparan “la Asunción de remedios la bella con la Asunción de María la Virgen” y ponen de manifiesto que en la novela se atribuyen de alguna manera los castigos, las plagas y la misma caída de Macondo al pecado original del incesto. Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía eran primos, y ella temía que a causa del parentesco sus hijos podían tener cola de cerdos, como ocurrió, en efecto, “En la última madrugada de Macondo” con el último descendiente, cuando “Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico…”.
En cuanto al tema del diluvio, todavía hay mucha tela que cortar, pero con esta entrega paro de llover…

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