Pedro Conde Sturla
27 de febrero de 2014
Juliano, el llamado apóstata, fue quizás el más tolerante de los emperadores romanos y puso todo el empeño de su corta vida en eliminar la influencia que “los galileos” -como le llamaba a los cristianos-, ejercían en el imperio, hasta que los cristianos le cortaron, metafóricamente, el pescuezo. En realidad fue abatido con lanzas o flechas durante un acto de valentía suicida.
Se trata de la cristiana influencia que el famoso historiador Gibbon considera fatídica y decisiva en la caída del imperio Romano. Algo con lo que, por cierto, no estoy de acuerdo. De ninguna manera me parece un factor decisivo. Demasiado ingenuo me parece achacar la caída del imperio romano al cristianismo.
Atanasio o Satanasio, por orden de Constantino, que no tenía nada de grande ni de cristiano y mucho de asesino, estableció el dogma de la Santísima Trinidad y la divinidad de Cristo en el famoso Concilio de Nicea del año 326 con lo que convirtió a la iglesia en politeísta con tres dioses que adorar. Arrio se opuso y tuvo que abandonar el concilio a la carrera. El arrianismo fue la gran herejía de la época, y paradójicamente, Constantino, en lecho de muerte, se convirtió al cristianismo de Arrio porque era todavía pagano. Durante mucho tiempo, Arrianos y Atanasianos se mataban alegremente por sus creencias. Y Atanasio pagó con la vida por su radicalismo, porque era insoportable incluso para el romano imperio que lo había aupado.
Luego se estableció el culto a María, madre de Cristo, para sustituir el culto de la Ceres pagana y un poco después del año 1000 fue consagrada “virgen”, a pesar de los muchos hijos que tuvo y el mucho follar. A ese culto se añadieron otros de santos y mártires, igualmente propios de un panteón politeísta.
“Tengo a San Antonio puesto de cabeza/ si no me busca novio nadie lo endereza”.
La virgen tiene muchos nombres y es adorada politeísta y pagananamente en todo el continente. Quizás la más famosa es la Guadalupe de México. Aquí, en la fastuosa Basilíca de Higuey se la conoce como Virgen de la Altagracia o Tatica, protectora, y mala protectora del pueblo dominicano, al cual no le caben más desgracias.
Para peor, las puertas de la moderna Basílica se construyeron en parte con aportes generosos de tenebrosos personajes de los doce años de Balaguer.
Razón tienen los evangélicos para decir que los católicos adoran fetiches como el mamotreto de esa virgen tan mal tramada por alguien que sólo merece ser evocado con escarnio. Un poco casi igual que la misma virgen que con otro nombre aniquiló miles de indígenas en el llamado Santo Cerro. Pero los evangélicos, a su vez, adoran a un demonio que inventaron los judíos para achacarle todas sus culpas y tienen como héroe favorito a David, que era un asaltante de camino y asesino en serie. Aunque buen poeta... si acaso es cierto lo de los Salmos que se le atribuyen.
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