Willians cerró los ojos para recordar y recordaba bien. En el asiento trasero del flamante Ford Galaxie rojo descapotado, justo detrás del Güero Padilla, el aire gélido de la noche de Monterrey lo mantenía despabilado.
Willians Jerez había recibido la noticia de la beca a bordo de un barco mercantil. Era marino y seguiría siéndolo: marino, trompetista, pianista, músico, artista, y desde luego un poco loco por definición y un poco pobre, más bien pobre en el sentido literal de la palabra, con una inteligencia despejada que no le permitía otras realizaciones hasta el día en que recibió la beca que el gobierno de Juan Bosch (fundador sietemesino de la democracia dominicana después del ajusticiamiento de Trujillo) dispensaba a granel a estudiantes meritorios sin importar clase ni origen.
En Monterrey, Willians se ambientó como en todos los ambientes que había conocido, como pez en el agua, a pesar de que era desierto lo que rodeaba a la ciudad. Al poco tiempo de llegar ya había formado un grupo de música popular que tocaba en fiestas familiares, salones de baile y ciertos lugares non sanctos a ritmo de merengue y salsa y otras géneros musicales menos gastronómicos.