domingo, 31 de diciembre de 2017

El humo de los rostros

    
        Pedro Conde Sturla
                                                                                  
     No había, en principio, mucho en común, salvo unos viernes de cerveza en el colmado D’León, detrás del Hotel Continental. Cerveza y poesía -ya se sabe- con música para ver pasar a las muchachas. Ramón Tejera Rosas, el escurridizo, fue paradójicamente el factor aglutinante. La amorosa tertulia en torno a un poema suyo, dio sentido a aquellas tardes bohemias. ¿Que otra cosa podían hacer, juntos, dos poetas de mala leche y un critico de mala fama? Poetizar, criticar, cervecear y fumar.
     Poco a poco, en el humo de infinitos cigarrillos había ido tomando cuerpo la idea de “El humo de los rostros”: una publicación conjunta, partiendo del titulo y del poema de Ramón Tejera Rosas. Corría el año de 1989, los últimos meses de 1989.

Dino Buzzati: el ingenio sombrío

            Pedro Conde Sturla
        
Un libro de relatos de Dino Buzzati (1906-1972), de cuyo título no logro acordarme, fue el primero o uno de los primeros que leí en italiano, allá por los años setenta. Me lo prestó mi breve amiga Carmela, y leyendo a Buzzati aprendí a leer italiano, buen italiano. A parlotear en esa lengua me enseñó un diccionario de cabellos largos, la hermana de Carmela.
Confieso que la lectura de la obra del singular escritor me estremeció, me entumeció los sentidos, me dejó como quien dice turulato, prácticamente knockout. Pocas veces me había enfrentado (enfrentado, sí) a un narrador tan pesimista, sombrío tétrico, melancólico, angustioso, gobernado por un sentido tan absurdo de la existencia, solitario, desesperanzado, vacío...Un engendro entre Kafka y Poe como sugiere Borges. (Nada extraño que sea uno de los favoritos de nuestro clandestino Fernando Vargas).
El mismo Borges lo celebra, y cómo, en el séptimo prólogo de su exquisita “Biblioteca personal”, con palabras que desbordan entusiasmo:
        “Dino Buzzati
         El Desierto De Los Tártaros
          Podemos conocer a los antiguos, podemos conocer a los clásicos, podemos conocer a los escritores del siglo XIX y a los del principio del nuestro, que ya declina. Harto más arduo es conocer a los contemporáneos. Son demasiados y el tiempo no ha revelado aún su anto-logía. Hay, sin embargo, nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente, el de Dino Buzzati. Buzzati nació en 1906 en la antigua ciudad de Belluno, cerca del Véneto y de la frontera con Austria. Fue periodista y se entregó después a la literatura fantástica. Su primer libro, ‘Bárnabo delle Montagne’, data de 1933; el último, ‘I miracoli di Val Morel’, de 1972, el año de su muerte. Su vasta obra, no pocas veces alegórica, exhala angustia y magia. El influjo de Poe y de la novela gótica ha sido declarado por él. Otros han hablado de Kafka. ¿Por qué no aceptar sin desmedro alguno de Buzzati, ambos ilustres magisterios?
          Este libro [‘El Desierto De Los Tártaros’], que es acaso su obra maestra y que ha inspirado un hermoso film de Valerio Zurlini, está regido por el método de la postergación indefinida y casi infinita, caro a los eleatas y a Kafka. El ámbito de las ficciones de Kafka es deliberadamente gris y mediocre y sabe a burocracia y a tedio. Tal no es el caso de esta obra. Hay una víspera, pero es la de una enorme batalla, temida y esperada. Dino Buzzati, en estas páginas, retrotrae la novela a la epopeya, que fue su manantial. El desierto es real y es simbólico.
         Está vacío y el héroe espera muchedumbres.
         J.L.B.”

El escudo rojo


Pedro Conde Sturla


En uno de episodios de “Momentos estelares de la humanidad” Stefan Zweig describe la batalla de Waterloo. Napoleón derrota al ejército prusiano, que se repliega hacia Bruselas donde lo espera Wellington, y manda al Mariscal Grouchy en seguimiento de las tropas “vencidas pero no aniquiladas” para que no se juntaran con las de Wellington, como en efecto lo hicieron. Grouchy persigue sin éxito a los prusianos, que se repliegan a marcha forzada. El estado mayor de Grouchy se rebela. Le dicen que hay que dejar la inútil persecución y acudir en defensa del Emperador en Waterloo, donde ya se escuchan los cañones. Pero Grouchy impone su autoridad. Dice que recibió órdenes del mismo Emperador de perseguir a los prusianos y no tiene contraórdenes. De modo que los prusianos llegaron primero a Waterloo y Napoleón perdió la batalla, su última batalla, gracias a la obediencia servil y a la falta de iniciativa personal de Grouchy. El Mariscal obediente a ciegas hundió a su Emperador:

sábado, 30 de diciembre de 2017

Confesiones melancólicas y poéticas

Pedro Conde Sturla

Juan José Arreola, a manera de presentación, escribió en uno de sus libros una “confesión melancólica” que he siempre valorado como una pieza de ingeniería literaria que define el oficio de escritor y el oficio de lector:
“Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka”.
Yo confieso que, al margen de mis creencias he sido un enamorado y visitador asiduo de iglesias y catedrales.  Admiro sinceramente la pintura y la escultura religiosa moderna, y entre mis favoritas se cuentan La Piedad, de Miguel Ángel  y el Orgasmo de Santa Teresa, de Bernimi. Amo como Arreola el lenguaje, aunque no sobre todas las cosas, y aprecio, al margen de mis creencias, ciertas zonas de la poesía religiosa, como se puede notar en mi entrega anterior sobre El Cántico de las criaturas de Francisco de Asís.
Hoy vuelvo sobre el tema con dos poemas muy afines a la religiosidad del “pequeñuelo”, uno de San Juan de la Cruz, Noche oscura, y otro de nuestro Emilio A. Morel, San francisco de Asís entre los pájaros.
Sobre el primero (en un artículo titulado “San Juan de la Cruz y César Vallejo, grandes poetas universales”) dice Manuel Piquera:
“Noche oscura, de San Juan de la Cruz (1542- 1591), uno de los poemas más bellos  de la literatura universal, nos conduce a una experiencia de contemplación del misterio del sufrimiento humano, de su naturaleza  paradojal: la noche oscura me guiaba más cierta que la luz del mediodía”.
“Como  en  el  poema  de  César  Vallejo (Voy a hablar de la esperanza),  Juan  de  la  Cruz  nos  revela  el gran arte poético que la humanidad ha creado, la mayor lucidez de que es capaz la especie humana en la Tierra y el universo. El pensador poético, tal como nos  lo manifestó Walter Benjamin, permite mirar lejos, como un Amadeus de la lengua de La Mancha.”

La comedia trágica


Pedro Conde Sturla

 
La “Tragicomedia de Calisto y Melibea” es más trágica que cómica y sobre todo más enjundiosa. Enjundia literaria y filosófica. Ninguno de los personajes principales sobrevive a la trama que urdió quienquiera que haya sido el autor de la obra. Quizás el mismo que muchos identifican con el Bachiller en leyes Fernando de Rojas, un judío converso, probablemente un criptojudío, un marrano, alguien que profesaba en secreto el judaísmo.

jueves, 28 de diciembre de 2017

ACUSE DE RECIBO Y MEA CULPA

Me han pedido por email que acuse recibo de un texto crítico del delfín negro Juan Freddy Armando y aquí acuso. Y por la tardanza meo culpa.

Acuso recibo, todos los recibos recibidos. Por email y por Facebook.

El texto crítico del delfín negro Juan Freddy Armando está a la altura de la poesía y del poeta, exactamente a la misma altura del poeta y su poesía. Definitivamente a la altura de la poesía y del poeta

Casimente igual a la altura de los textos criticos que cometieron con anterioridad Plinio Chaín y José Mármol.

Congratulaciones.

pcs



ALERTA. Viaje alrededor de la poesía de Mateo Morrison

Publicado el: 24 diciembre, 2017



Me propongo aquí tratar sobre los versos de este bardo de la generación de post-guerra, ganador del Premio Nacional de Literatura 2010. Ensayista, cuentista, novelista, articulista, gestor cultural, pero sobre todo poeta. Caballero a carta cabal a la manera inglesa. Andar de pelotero retirado, habla tímida de obrero, ojos de buena gente y manos siempre prestas a dar la palmada estimulante al joven aspirante a escritor que se le acerque.

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