sábado, 24 de junio de 2017

LA TUMBA DE LOS IMPERIOS: (1-7)

Pedro Conde Sturla

 (1)

El sanguinario Alejandro (el Magno) conquistó el territorio con relativa facilidad, pero le resultó más difícil mantenerlo bajo su mando.

Afganistán fue alguna vez, durante el imperio persa, entre los años 550 y 330 a. C. el imponente escenario de una refinada civilización en Asia central. La parte norte coincidía aproximadamente con la provincia o satrapía llamada Bactria o Bactriana, un territorio montañoso de clima severo e inestable, que en esa época poseía importantes recursos hídricos: generosos manantiales, oasis, tierra fecunda:

Imperio persa
“…desde tiempos remotos la Bactriana fue una etapa importantísima y casi obligada para el tráfico comercial y la comunicación entre el Extremo Oriente, el subcontinente indio y la cuenca del Mediterráneo. Fue en la Bactriana donde se considera que el profeta Zoroastro predicó y ganó sus primeros adeptos”.
El sur y el norte están divididos por una cadena de montañas que los griegos llamaron Hindu Kush (Caucasus Indicus), creyendo al parecer que eran una prolongación del Cáucaso europeo:
“…es un macizo montañoso de aproximadamente 1,000 kilómetros , situado a caballo entre Afganistán y el noroeste de Pakistán, la prolongación más  occidental de las cordilleras del Himalaya. Gran parte de este sistema orográfico supera los 5,000 mil metros de altitud sobre el nivel del mar y en su parte más elevada llega a unos 7,690” . Es uno de los más altos rascacielos naturales del mundo.
De hecho “Afganistán está dominado por el macizo del Hindu Kush con más de 100 picos de más de 6,000 metros , siendo el más alto el Naochak en el Pamir de casi 7,500 metros . El Hindu Kush es una especie de pared que divide el país en dos partes, perforada por unos cuantos puertos (pasos entre montañas) bloqueados en invierno, y por el túnel de Salang construido con ayuda soviética en 1960. El Hindu Kush está sometido a un máximo de 50 sismos por año, algunos de los cuales pueden causar la muerte de miles de personas, como ocurrió en febrero o mayo de 1998” .
El río Helmand, el mayor del país, baja desde el Hindu Kush hacia el sur,  recorre unos 1,300 kilómetros y alimenta un conjunto de lagos de agua dulce que era uno de los graneros del antiguo imperio persa. Hoy día se produce el 42% del opio del mundo.
“Cuando la nieve comienza a fundirse en marzo, los ríos elevan su caudal con un pico en la primavera, excepto el Wakhan, que tiene el máximo en agosto. Un calentamiento demasiado rápido del aire puede causar inundaciones violentas e imprevisibles, arrastrando animales y seres humanos. De las cuatro cuencas acuíferas principales (los ríos Amu Darya, Hari Rud, Helmand y Kabul) sólo el río Kabul llega hasta el mar, los otros se evaporan en el desierto o en el mar de Aral.
“La nieve de las montañas es la principal, si no la única, fuente de agua en un país donde casi nunca llueve. Un proverbio afgano dice: ‘Mejor ver Kabul sin oro que Kabul sin nieve’”.
El sanguinario Alejandro (el Magno)  conquistó el territorio con relativa facilidad, pero le resultó más difícil mantenerlo bajo su mando. Después de la victoria sobre los persas en la batalla de Gaugamela (año 331, a 27 kilómetros de la actual, asediada y martirizada Mosul), Darío III Rey de Reyes huye hacia la Bactriana despavorido y Alejandro lo persigue sin darle tregua para evitar que pudiera formar otro ejército. Un año más tarde sus propios fieles se lo entregan en bandeja de plata.
Hugo A Cañete, un experto en historia militar, describe así el episodio:
Muerte de Darío
Dos años antes, Beso era uno de los muchos nobles persas que habían luchado contra Alejandro en la batalla de Gaugamela (Arbela) cerca de la actual población de Irbil en Iraq. Era, también, el sátrapa de Bactriana, una de las satrapías orientales del Imperio Persa. Tras la espantosa derrota de 331 a .C., Darío necesitaba desesperadamente a la renombrada caballería bactriana para intentar detener el imparable avance macedonio. Su plan era retirarse a las satrapías orientales y alzar otro ejército con el que hacer frente a los invasores. Pero Alejandro les estaba pisando los talones. En el oasis de Tara (actual Lasjerd), el macedonio recibió noticias preocupantes del contingente persa. Beso y sus cómplices habían arrestado a Darío y lo transportaban en un carro, prisionero y cargado de cadenas de oro (…) Alejandro, sin dudarlo un momento, cruzó el desierto que separaba a perseguidores y perseguidos en línea recta con 6.000 jinetes, alcanzando a los persas rezagados al alba. Al primer indicio que tuvieron los sediciosos del avance macedonio, apuñalaron prestos a Darío, que quedó malherido al borde del camino. Según Arriano, los regicidas fueron Satibarzanes, sátrapa de Aria; y Barsaentes, sátrapa de Drangiana y Aracosia, aunque los auténticos instigadores fueron Beso y Nabarzanes.
 Alejandro no encajó bien la noticia de la muerte de Darío, pues no era su intención que el desdichado Rey persa acabase sus días de aquella manera. (Hugo A Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”, disponible en formato digital: http://www.gehm.es/biblio/alejandro.pdf).
El imperio persa había dejado de existir y para los soldados que acompañaban a Alejandro la guerra había terminado y era el momento de empezar a disfrutar las mieles del botín. Pero para Alejandro la vida no tenía sentido sin la guerra. Licenció una parte de su ejército, los griegos no macedónicos, y continuó la marcha hacia Afganistán con el pretexto de atrapar y castigar al “regicida Beso y a su grupo de conspiradores”, que representaban “una amenaza para el nuevo imperio”. Cualquier pretexto era y sigue siendo bueno para la guerra.
“Tras la captura de Beso en el verano de 329 a .C., una extraña calma se extendió sobre la Bactriana y la Sogdiana. La amenaza de guerra había pasado. El usurpador había caído en desgracia, la caballería bactriana había sido desmovilizada, los granjeros habían vuelto a trabajar los campos. Tras traicionar y entregar a Beso, los rebeldes habían dejado las armas y vuelto a sus comunidades. No había ya más pretendientes que amenazaran la corona de Alejandro. Salvo por las inclemencias atmosféricas, la campaña había sido rápida y fácil. Probablemente importara poco a los bactrianos qué hombre retuviera la corona de un trono lejano allá en Mesopotamia, siempre que las cosas permanecieran igual en su propia tierra. Beso no había presentado batalla, ninguna ciudad, ni siquiera Bactra, había tenido que ser asediada, y la única política aplicada de tierra quemada había venido del lado del usurpador y no de Alejandro. Los únicos masacrados eran griegos descendientes de otros griegos. Ningún otro bactriano, aparte de Beso, había sido juzgado o ejecutado. Parecía que todo acabaría bien. Es una sensación que, en su momento, ya sintieron los británicos, los soviéticos y, recientemente, los norteamericanos. (Hugo A Cañete, “Alejandro y Afganistán…”).



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La tumba de los imperios (2)

En el sometimiento y pacificación del dilatado territorio que corresponde a lo que hoy día es Afganistán y el sur de Tayikistán y Uzbekistán (antiguas Bactriana y Sogdiana), el sanguinario Alejandro Magno invirtió más tiempo, más recursos, más violencia, más sangre que en todas sus campañas anteriores, y aún así no dejó plenamente consolidado el dominio.
En el curso de varios años recorrió con su ejército miles de kilómetros, tuvo que librar incontables batallas y  escaramuzas contra jefes militares y caudillos locales, enfrentarse a conspiraciones, sobreponerse a heridas de lanza y flecha, fiebres malignas, ataques de diarrea, a un clima y un enemigo insidiosos. Sus oficiales y soldados lo veneraban, lo querían convertir en dios. Quizas por eso tantas veces intentaron ajusticiarlo.



Charles Le Brun, batalla del Hidaspes.

“Alejandro sometió entonces las provincias orientales y prosiguió su marcha hacia el este. Muchas fueron las anécdotas y leyendas que a partir de entonces fueron acumulándose alrededor de este semidiós que parecía invencible. La historia da cuenta de que vistió la estola persa, ropaje extraño a las costumbres griegas, para simbolizar que era rey tanto de unos como de otros. Sabemos que, movido por la venganza, mandó quemar la ciudad de Persépolis; que, iracundo, dio muerte con una lanza a Clito, aquel que le había salvado la vida en Gránico; que mandó ajusticiar a Calístenes, el filósofo sobrino de Aristóteles, por haber compuesto versos alusivos a su crueldad, y que se casó con una princesa persa, Roxana, contraviniendo las expectativas de los griegos” (Armando Marónese, “Alejandro Magno” http://www.historias-leyendas.com.ar/Alejandro%20Magno.htm) 
En el año 329 envió 2.300 soldados a levantar el sitio de la ciudad de Maracanda o Samarcanda. Pero estos cayeron en una emboscada y sufrieron una derrota. “La peor derrota del reinado de Alejandro”.
Desastre en Maracanda
Al poco tiempo, a principios de noviembre de 329 a .C., Alejandro tuvo malas noticias de Maracanda. Los 2.300 soldados que había enviado a levantar el sitio de la ciudad habían caído en una emboscada. Pocos se salvaron, muriendo el emisario persa Farnuces, jefe de la expedición, y los tres generales macedonios al mando: Andrónico, Menedemo y Carano. Alejandro trató de mantener esta historia, en secreto.
Lo ocurrido demuestra lo poco preparados que estaban los macedonios para este tipo de guerra. Sucedió que cuando llegaron a Maracanda, donde Farnuces esperaba negociar con Espitámenes, éste había abandonado ya la ciudad, retirándose a lo largo del valle del río Politimeto (actual Zerafshan).
Durante la marcha se unieron a sus fuerzas 600 jinetes Dahos, la tribu más occidental de los Escitas. Demasiado listo para verse clavado al terreno, Espitámenes, que demostró ser un maestro de la guerra de guerrillas, preparó una trampa para los griegos que lo seguían. Se adentró en el desierto y se aseguró de que los griegos lo persiguieran.
Una vez allí, los atacó con su caballería utilizando la táctica circular escita. Desafortunadamente, los jefes griegos no fueron capaces de contrarrestar la maniobra. Farnuces había dispuesto su ejército en orden de batalla con vistas a un enfrentamiento clásico, y cada vez que pasaba al ataque, los escitas huían a galope tendido con sus veloces caballos, para volver otra vez y comenzar el hostigamiento. Esta maniobra fue repitiéndose una y otra vez hasta que los mermados griegos iniciaron la retirada tratando de refugiarse en un valle arbolado junto al río Politimeto, donde los escitas no podían llevar a cabo su peculiar forma de ataque. Las tropas estaban sumidas en la desesperación y los jefes no se mostraban de acuerdo en qué hacer, deshaciéndose finalmente el contingente. Carano, que mandaba la caballería macedonia, trató de buscar refugio al otro lado del río sin indicárselo a los demás. Los infantes, al ver a los jinetes alejarse, los siguieron sin haber recibido orden alguna. Los hombres de Espitámenes se percataron de la maniobra y se precipitaron a caballo sobre el río. El pánico se apoderó de los hombres de Farnuces, que acabaron refugiándose en un islote en medio de la corriente, donde una vez rodeados fueron muertos.
Cuando todo hubo acabado, Espitámenes ejecutó a los cautivos. Los que consiguieron escapar, que según Arriano fueron no más de 300 de a pie y 40 jinetes, llevaron consigo las noticias de la derrota, la peor del reinado de Alejandro. Todos los oficiales habían muerto, y las versiones de lo sucedido relatadas por los confusos soldados supervivientes eran más bien contradictorias. 
“Alejandro reaccionó con la marcha más rápida de su vida. Llevando consigo a la mitad de los Compañeros, a los hipaspistas y a lo más selecto de la infantería de la falange, hizo los 290 km que le separaban de Maracanda en 3 días y 3 noches, según cuenta Arriano (sin duda de forma exagerada). Crátero le seguía con las unidades más lentas. Espitámenes mientras tanto, había puesto sitio a Maracanda otra vez, pero tuvo que retirarse al tener noticias de la llegada de Alejandro. Éste inició rápidamente su persecución pero al saber que Espitámenes había ya cruzado el desierto, le dejó marchar, dirigiéndose al paraje donde había tenido lugar la emboscada para enterrar a los muertos. Mientras se oficiaban las ceremonias, impartió una orden a sus generales:
“Asolad el valle del Politimeto, tomad cada fuerte, pueblo o aldea y demoledlos, quemad las cosechas y matad a cualquiera que pueda simpatizar con Espitámenes”. El valle del Politimeto era, quizás, la zona más poblada y rica de toda la Sogdiana. Al final de la estación, la región se había convertido en un yermo. En 1980 la doctrina militar soviética preveía ataques devastadores contra la población rural. Cuando los Muyahidines emboscaban un convoy, los soviéticos inmediatamente bombardeaban las aldeas cercanas en venganza.
Destruían los cultivos y talaban los árboles. Algunas veces llevaban órdenes incluso de matar al ganado, los caballos, los perros y los gatos. A menudo, no dejaban supervivientes con la excusa de que era un escondite de rebeldes. (Hugo A Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”, disponible en formato digital: http://www.gehm.es/biblio/alejandro.pdf).
Cuando por fin pudo salir del atolladero, Alejandro marchó hacia la India. Y en la puerta de la India, a orillas de un río, en el valle del indo (que hoy forma parte de Pakistán), en el el año 326 sufrió una aparatosa victoria frente al rey Poros en la batalla de Hidaspes
 “Como consecuencia de la trágica batalla, murió su fiel caballo Bucéfalo, en cuyo honor fundó una ciudad llamada Bucefalia”. (Armando Marónese, “Alejandro Magno” http://www.historias-leyendas.com.ar/Alejandro%20Magno.htm)) 
Poco tiempo después el ejercito se amotinó, Alejandro se vio obligado a contener sus desmedidas ambiciones de conquista y emprender la vía del retorno. Fue el comienzo del fin para Alejandro.



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La tumba de los imperios: Gran Bretaña en acción (3)

Y vino el turno de los ingleses, los invencibles, prepotentes ingleses que se lanzaron a la guerra contra el despreciable país tribal con gran espíritu deportivo, como si de un picnic se tratara.

La brutal conquista de Afganistán por Alejandro Magno en el siglo tercero a.C. permitió a la larga la fusión de las culturas griegas, la iraní y la india, y el florecimiento de una refinada civilización que ha dejado su huella a través de los siglos. Un fenómeno que recibió, quizás injustamente, el nombre de helenismo, ya que los griegos, los helenos no eran precisamente los más avanzados.
El país fue conquistado más adelante, durante los primeros siglos de nuestra era, por el budismo. A ese período memorable pertenecían las estatuas gigantes (“clásica mezcla del arte greco-budista”) de los budas de Bamiyan que los talibanes dinamitaron hace unos años.
Luego le tocó el turno a los árabes, que ocuparon el país en el siglo VII, no sin enfrentar una feroz resistencia “que impidió una conquista completa e hizo que la islamización fuese muy lenta.”

Primera guerra anglo afgana
Entre los siglos XI y XII brilló otra civilización comparable a la del Afganistán budista, que sucumbió aparatosamente ante las hordas de Gengis Khan (1221-1222). Éste castigó con saña la resistencia que opusieron los siempre valientes afganos, pero lo peor no había pasado. Detrás de Gengis Khan vendría el cojo más famoso y más temible de la historia (con perdón de Goebbels). Me refiero a Timur el cojo, es decir Timur Lang o Tamerlán:
“A las devastaciones mongolas se añadieron las de Timur Lang (Tamerlán), quien se hizo coronar en Balj, en 1370. Este fue culpable, entre otras cosas, de la ruina del importante sistema de riego, de lo que ya no se recuperaría jamás”.
“La decadencia de los mogoles y el debilitamiento de los safawi, a principios del siglo XVIII, hicieron que las inquietas tribus afganas recuperaran sus libertades y permitieron el nacimiento del Afganistán moderno… Afganistán se convirtió en Estado tapón entre los imperios británico y ruso”.
Y vino el turno de los ingleses, los invencibles, prepotentes ingleses que se lanzaron a la guerra contra el despreciable país tribal con gran espíritu deportivo, como si de un picnic se tratara.
“ La Primera guerra anglo-afgana se desarrolló entre 1839 y 1842, ante el temor británico de que la esfera de influencia rusa se extendiera a las fronteras indias”.
Sólo uno de los soldados ingleses regresó vivo. 
He aquí la versión de Hugo A. Cañete:
Un viejo problema sin solución moderna
Aunque Alejandro abandonara la región para no volver, la cultura helenística llegó para quedarse, y prueba de ello son los numerosos restos arqueológicos y los abundantes elementos helenizantes que perduran actualmente en la cultura de estos pueblos. Durante el periodo de dominación helenística, diádocos y epígonos gobernaron aquellas tierras, vertebrando las rutas comerciales que unirían en los siglos posteriores occidente con el extremo oriente. Con el paso de los siglos, la zona sufrió otras invasiones de extranjeros, más ninguna provino de Europa. Hubo que esperar a la baja edad media para ver documentada la visita de un occidental, Marco Polo, que viajó a través de la antigua Sogdiana, siguiendo la ruta de las caravanas, también llamada “de la seda”, en su viaje hacia la corte del Gran Khan. Sin embargo,
en los últimos tres siglos, algunas superpotencias de corte occidental han puesto su punto de mira en el territorio comprendido por el actual Afganistán. En orden sucesivo, han sido Gran Bretaña, la Unión Soviética y los Estados Unidos de América.
El Imperio Británico fue el primero en enviar, desde el valle del Indo, un gran ejército en 1838 con la intención se subyugar a los afganos. Según el plan británico, todo consistiría en cambiar su líder político (Dost Muhammed) por otro más proclive a los intereses de los invasores europeos (el exilado Shah Shuja). La expedición británica, compuesta por 15.000 soldados, además de pésimamente preparada, fue de lo más pintoresca. Junto a los soldados, viajaban 38.000 sirvientes, banda de música, gaitas, ponies de polo, realas de perros de caza y 30.000 camellos cargados de suministros. Por poner dos ejemplos de lo estrafalario del contingente, los oficiales de un regimiento necesitaron dos camellos solo para cargar su tabaco, siendo necesarios sesenta para acarrear sobre sus lomos las pertenencias de un brigadier.
El general Sir John Keane celebró anticipadamente el éxito de su misión en Kandahar y Ghazni, llegando posteriormente a Kabul en 1839, donde instauró a Shuja en el poder. Esta intromisión en los asuntos internos locales fue poco a poco creando resentimiento entre los nativos del país. Resentimiento que se fue acrecentando a medida que los contingentes ingleses iban regresando a la India. La espita de la rebelión saltó finalmente cuando un oficial inglés fue brutalmente asesinado. En enero de 1842, los 4.500 soldados británicos que aún quedaban en Kabul se retiraron, seguidos de 12.000 sirvientes en una “marcha de la muerte” hacia el este en mitad del crudo invierno afgano. Solamente un europeo sobrevivió a tan penosa prueba. Shuja, sin protección británica, fue asesinado en abril y el territorio se desintegró en una amalgama de tribus feudales dirigidas por caudillos locales. Dost Muhammed regresó al trono desde el exilio y las aguas volvieron a su cauce en el peculiar equilibrio afgano.
 (Hugo A Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”, disponible en formato digital: http://www.gehm.es/biblio/alejandro.pdf).



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La tumba de los imperios: Gran Bretaña contraataca (4)

Hasta ese momento, la India había estado en manos de la todopoderosa Compañía de las Indias, “gobernada por una empresa comercial, no por un estado, y menos por una nación-estado”. Algo parecido a la finca de Leopoldo, el Congo belga.

El imperio británico (uno de los grandes favoritos de la historia), llegó a tener bajo su dominio en la época de mayor expansión casi quinientos millones de personas y un territorio de unos treinta millones de kilómetros cuadrados. Es decir, una cuarta de la población mundial de la época y una quinta parte de la superficie no sumergida de la tierra (148, 940, 000 kilómetros cuadrados).
Entre los siglos XVI y XX Gran Bretaña se convirtió en efecto en el más grande imperio de la historia, hasta que su más exitosa ex colonia tomó el relevo a partir de la segunda guerra mundial y la convirtió en un aliado vasallo, igual que a casi todos los países de Europa occidental y otras latitudes.
Basta echarle un vistazo a un mapa del imperio británico para tener una idea gráfica (geográfica) de la magnitud del fenómeno. En la parte norte del continente americano poseía los inmensos territorios de lo que hoy son Canadá y Estados Unidos, algunas islas en el Caribe, pequeños territorios en Centroamérica,  la Guyana Británica en Sudamérica, docenas de islas en el Atlántico.  
Por África y el cercano oriente se extendieron los británicos como plaga de langosta. Crearon un imperio casi continuo que incluía Adén, Omán,  Emiratos árabes, Katar, Bahrein, Kuwait, Irak, Transjordania, Egipto, Sudán, Uganda, Kenya, Tangañica, Rodesia del norte y del sur, Suazilandia, Sudáfrica. Luego Nigeria, Costa de Oro, Sierra Leona, Gambia…
A España, la otrora reina de los mares, le arrebataron Gibraltar en 1704. A Irlanda la mantuvieron durante siglos bajo un pesado yugo.
En 1757 iniciaron la conquista de la india donde permanecerían a sangre y fuego casi dos siglos, se extendieron a Ceilán, Burma, Malasia, Australia, Nueva Guinea, Nueva Zelanda y una caterva de islas del Pacífico, Hong Kong y otros territorios en China y paro de contar.
“El imperio inglés organizó los territorios principalmente de dos formas distintas, dominios o colonias:
“Los dominios recibían población inglesa que se instalaba con vocación de permanencia en el territorio. Poseían instituciones similares a las inglesas, con parlamento propio y capacidad para decidir sobre sus asuntos internos aunque la política exterior seguía dependiendo de Londres. Este fue el caso de Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda o Canadá.
“Las colonias eran simples proveedoras de materias primas, carecían de autonomía y el volumen de la población inglesa no fue representativo respecto a la población local. Fue el caso de La India y todas las colonias africanas salvo Sudáfrica”.
A juicio de Carlos Marx, el dominio de los ingleses en la India produjo “la más grande, y, para decir la verdad, la única revolución social que jamás se (había) visto en Asia”, pero no dejó de reconocer el alto precio que por ello pagaron varias generaciones  “No cabe duda –dijo Carlos Marx- de que la miseria ocasionada en el Indostán por la dominación británica ha sido de naturaleza muy distinta e infinitamente más intensa que todas las calamidades experimentadas hasta entonces por el país”.
Hubo, en consecuencia, grandes episodios de resistencia en la India que fueron brutalmente aplastados con grandes masacres. Uno de los más importantes tuvo lugar en 1856 y contó con el apoyo de los cipayos (los soldados indios que servían en los ejércitos de Inglaterra), y sacudió los cimientos del molde colonial. Tras la derrota el país se hizo “británico” y la reina Victoria fue declarada virreina de la India.
Hasta ese momento, la India había estado en manos de la todopoderosa Compañía de las Indias, “gobernada por una empresa comercial, no por un estado, y menos por una nación-estado”. Algo parecido a la finca de Leopoldo, el Congo belga.
Entre China y Gran Bretaña se produjeron por igual innumerables conflictos. Uno de ellos todavía llama la atención de todos por el motivo que lo provocó. La famosa  Guerra del Opio, que tuvo lugar entre1839 y1842:
“El desencadenante del mismo fue la introducción en China de opio cultivado en la India y comercializado por la compañía británica de las Indias Orientales, administradora de la India.
“El comercio del opio fue rechazado y prohibido por el gobierno chino.
“Los emisarios enviados por los comerciantes británicos e indios quejándose por el quebranto que tal prohibición causaba a sus intereses decidió a la Corona británica a enviar una flota de guerra que finalmente derrotó a la China
“Como consecuencia de este descalabro el emperador chino hubo de firmar el Tratado de Nanking, por el que se obligaba a China al libre comercio -el del opio incluido- con Inglaterra, a través de cinco puertos (el más importante de ellos Cantón) así como a la cesión de la isla de Hong Kongdurante 150 años.”
No hay que extrañar que un imperio tan potente y prepotente como el británico emprendiera una segunda guerra contra Afganistán, un país pobre, débil, desunido, que sólo por circunstancias excepcionales había logrado librarse de su tutela.
La  primera guerra no le sirvió de escarmiento, pero la segunda le dio una lección inolvidable.
Así lo cuenta Hugo a Cañete:
SEGUNDA GUERRA ANGLO-AFGANA
Algunas décadas más tarde, los británicos volvieron a campear por las abruptas tierras de Afganistán. Dost Muhammed murió en el año 1863 sin haber conseguido unificar políticamente el territorio. Los doce hijos que le sobrevivieron se enzarzaron en una guerra civil que alarmó a las potencias coloniales vecinas, esto es, Gran Bretaña y Rusia. Ambas aprovecharon el momento para ganar influencia política a través de las distintas facciones. Cuando Gran Bretaña comprendió que a pesar de sus esfuerzos, estaba perdiendo influencia en la zona, decidió, otra vez, intervenir militarmente.
La Segunda Guerra Afgana (1878-1880) comenzó con la invasión de Afganistán por 35.000 soldados británicos. La campaña se abrió con tres frentes distintos de progresión, que aseguraron el éxito de la ocupación. Entonces, la naturaleza orográfica y climática afgana les dio la bienvenida.
Debido a las condiciones insalubres de la región y a las altas temperaturas veraniegas de más de 40º C a la sombra, una epidemia de cólera asoló a las tropas británicas. Una vez superadas estas dificultades, se siguió adelante con la campaña, de la reina Victoria. Una vez más, cuando todo había vuelto a la calma, un alto oficial inglés fue asesinado. Los británicos respondieron con la captura masiva y ejecución de los considerados rebeldes.
En un abrir y cerrar de ojos estalló la rebelión y se reanudó la guerra. En la batalla de Maiwand (Julio de 1880), una fuerza británica de 2.500 hombres sufrió una severa derrota cerca de Kandahar, como la que sufriera Farnuces a orillas del río Politimeto 2200 años antes. Sin embargo, no tardaron en llegar refuerzos a la zona. De la mano del general Sir Frederick Roberts, hicieron acto de presencia 10.000 soldados acompañados de 7.000 sirvientes, 4.700 caballos y ponies, 6.000 asnos y mulas, y 13.000 animales de transporte de diverso tipo. Tras una serie de enfrentamientos armados con los afganos, los británicos renunciaron a tener una presencia permanente en Kabul y a retirarse a Pakistán a cambio de la cesión a Gran Bretaña del control de la política exterior afgana. En compensación, obtendrían protección y ayuda de los británicos. Una vez acabada la campaña, Roberts escribió estas palabras:
“Estoy en lo cierto cuando digo que mientras menos nos vean los afganos a los occidentales, menos odio nos tendrán. Si en el futuro Rusia intentara conquistar Afganistán o cruzarlo para invadir la India , tendríamos más posibilidades de que los afganos se pusieran de nuestro lado en tanto en cuanto evitemos, en el ínterin, toda interferencia con ellos”.
(Hugo A Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”, disponible en formato digital: http://www.gehm.es/biblio/alejandro.pdf).



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https://acento.com.do/2017/opinion/8464994-la-tumba-los-imperios-turno-los-sovieticos-5/

La tumba de los imperios: El turno de los soviéticos (5)

Los soviéticos habían preparado la invasión concienzudamente, construyendo carreteras y autopistas que la facilitaran. Siempre, claro, con el pretexto de ayudar a los afganos.

Gran Bretaña no se conformó con perder dos guerras a manos de los afganos. Llevó a cabo y perdió una tercera en 1919, y al final de la misma tuvo que firmar un tratado de paz, un armisticio, y Afganistán declaró su independencia.
La Unión Soviética (que aún no se llamaba así) fue el primer gobierno que reconoció la independencia y soberanía de Afganistán y sería el último que invadieran. No sólo se perdió la guerra, se perdió también la Unión Soviética. Y uno de los grandes artífices de la derrota y el derrumbe de los soviéticos fue Zbigniew Brzezinski, de origen polaco, con nombre y apellido impronunciablemente polacos. Alguien que tenía sobradas razones para odiar a la Unión Soviética.
Las relaciones entre afganos y soviéticos fueron amigables y estables hasta finales de diciembre de 1979, fecha en que el ejército rojo entró en Afganistán con ciento diez mil soldados “a petición” y en apoyo de un gobierno títere. Poco tiempo después se desató en Afganistán una guerra patria contra el invasor.
El conflicto no era cosa del azar, había sido planificado al milímetro:
“El 3 de julio de 1978, el presidente de Estados Unidos Jimmy Carter firmó un decreto presidencial secreto que autorizaba el financiamiento de guerrillas anticomunistas en Afganistán aunque las primeras operaciones de la inteligencia estadounidense y británica y la participación del gobierno de Pakistán, todas clandestinas, datan de comienzos de la década. Un primer intento de guerra civil y golpe de estado fracasó en 1975”.
“En su obsesiva misión de socavar la influencia soviética, directa o indirecta, Brzezinski jugó un papel clave en operaciones como el fallido rescate de los rehenes estadounidenses en Irán (el consejero creía que el ayatolá Jomeini buscaba entablar un diálogo con Rusia), también construyó lazos con China para evitar que Vietnam -apoyada por los soviéticos- triunfara sobre la Camboya de Pol Pot. Pero quizás no hay otra decisión con ramificaciones tan dramáticas para los Estados Unidos como el financiamiento multimillonario de los muyahidín ante la invasión soviética de Afganistán”.
“El apoyo económico y táctico de la CIA -a través de la Operación Ciclón- a los grupos subversivos en Afganistán les dio no solo el armamento necesario, sino el impulso que requerían para promover su lucha fuera de sus fronteras, donde había mucho islamista radical dispuesto a ser reclutado para dar su vida en pro de una causa noble. Un joven idealista que pertenecía a una familia influyente en Arabia Saudita escuchó el llamado y viajó hasta Pakistán para unirse a los combatientes islamistas en la lucha contra la maquinaria soviética. Su nombre: Osama bin Laden”.
“La Operación Ciclón es una de las operaciones de la CIA más largas y caras llevadas a cabo. El financiamiento comenzó con $20-30 millones por año en 1980 y alcanzó los $630 millones anuales en 1987; para un total estimado de 40.000 millones de dólares durante los años de duración, aunque el verdadero valor no se conoce por el secretismo de ésta”.
“El consejero de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, apoyó la decisión estadounidense de ayudar a los muyahidines para provocar que la Unión Soviética se involucrara en un conflicto costoso, equivalente al de la guerra de Vietnam, del que no podría desprenderse por amenazar directamente su frontera sur. En una entrevista en 1998 con el semanario francés Le Nouvel Observateur, Brzezinski recordó que:
“No presionamos a los rusos a intervenir, pero incrementamos a propósito la probabilidad de que lo hicieran… Esa operación secreta fue una idea excelente. Tuvo el efecto de atraer a los soviéticos hacia la trampa afgana… El día que los soviéticos cruzaron la frontera, escribí al presidente Carter: ‘Ahora tenemos la oportunidad de darle a la Unión Soviética su guerra de Vietnam”.
“Brzezinski había puesto la trampa, y como resultado, logró darle a la Unión Soviética su propio Vietnam”.
Muchos miles de soldados invasores perecieron en el sangriento y desigual enfrentamiento, que concluyó al cabo de diez añoz con una retirada humillante y precipitada del ejército rojo y una crisis institucional de proporciones elefantíacas que contribuyó de muchas maneras a la desintegración del coloso soviético en 1991.
Así describe el conflicto Hugo E. Cañete:
GUERRA AFGANO-SOVIÉTICA
Un siglo más tarde, en plena guerra fría, la Unión Soviética envió a 100.000 soldados a instaurar un gobierno títere en Afganistán (1979-1989), país que seguía siendo gobernado todavía por señores tribales. Naturalmente, las armas de las que disfrutaban los rusos en el siglo XX no eran las de 100 años atrás. Tras alcanzar con facilidad los objetivos iniciales fueron presa de una falsa sensación de victoria. Creían que aquello era un asunto de semanas, pero las semanas se tornaron años y los años, lustros.
Los soviéticos habían preparado la invasión concienzudamente, construyendo carreteras y autopistas que la facilitaran. Siempre, claro, con el pretexto de ayudar a los afganos. Sin embargo, en el contexto de la guerra fría, Estados Unidos pensó que apoyando a la resistencia afgana podía darle a la Unión Soviética su guerra de Vietnam. El dinero y el armamento americano mantuvieron viva la llama de los muyahidines, los señores de la guerra actuales.
En 1986, Gorbachov se refirió al conflicto afgano como una herida sangrante para la Unión Soviética. Los Estados Unidos interpretaron estas declaraciones como una debilidad en la determinación soviética de mantenerse en Afganistán y decidieron darle el golpe de gracia mediante el suministro de misiles tierra aire Stinger a los muyahidines. Las pérdidas soviéticas pronto ascendieron a 118 aviones y 333 helicópteros. Finalmente, el 15 de febrero de 1989 el último soldado soviético se retiró de suelo afgano, dejando atrás 14.500 camaradas muertos, a la par que otra superpotencia abandonaba Afganistán. Tras la salida soviética, los muyahidines volvieron a gobernar el territorio como los antiguos señores de la guerra feudales.
Pronto la corrupción, el caos y la violencia se apoderaron de Afganistán. Un movimiento religioso, los Talibán, surgieron como respuesta a estos desmanes que afectaban a los principios morales. Financiados por el millonario saudí Bin Laden y con un profundo resentimiento hacia los países occidentales, que habían armado a las facciones guerrilleras y luego habían hecho bien poco por evitar el caos en el país, comenzaron una campaña de dominación al frente de su líder el Mullah Omar. En septiembre de 1996 entraron en Kabul y se hicieron con el país, arrinconando a los muyahidines de la Alianza del Norte en el Valle del Panshir.
Una vez dominado el país, los talibán permitieron que células terroristas integristas islámicas como Al-Qaeda se instalaran en su territorio. (Hugo A. Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”, disponible en formato digital: http://www.gehm.es/biblio/alejandro.pdf). 
Nota: Algunos expertos creen que la segregación moderna en tribus y facciones feudales de señores de la guerra se remonta al siglo V de nuestra era, cuando la invasión de los Hunos provocó la desintegración de la ley y el orden, provocando el aislacionismo y parroquianismo raíz de la fiereza tribal y de la independencia a nivel microgeográfico y mutua hostilidad que caracteriza la estructura de la sociedad afgana en siglos recientes. Calamidades idénticas tuvieron lugar en los siglos XIII, XIV y XVI con las devastaciones provocadas por el Gran Kan, Tamerlan y Babur respectivamente.
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La tumba de los imperios: la guerra infinita (6)

El precio que han pagado los habitantes de Afganistán en vidas humanas, en sufrimientos inenarrables, en pérdidas materiales es sobrecogedor.

Zbigniew Brzezinski, la eminencia gris que utilizó como marionetas a varios presidentes norteamericanos en materia de política exterior, el aristócrata polaco, el brillante y poco escrupuloso asesor quizás no sabía (o quizás no le importaba o quizás así fue planeado) que la Operación Ciclón plantaría “las semillas del nuevo conflicto global tras el término de la Guerra Fría.” No sabía quizás que el imperio usamericano estaba afilando cuchillo para su propia garganta:
“El apoyo económico y táctico de la CIA -a través de la Operación Ciclón- a los grupos subversivos en Afganistán les dio no solo el armamento necesario, sino el impulso que requerían para promover su lucha fuera de sus fronteras, donde había mucho islamista radical dispuesto a ser reclutado para dar su vida en pro de una ‘causa noble’. Un joven idealista que pertenecía a una familia influyente en Arabia Saudita escuchó el llamado y viajó hasta Pakistán para unirse a los combatientes islamistas en la lucha contra la maquinaria soviética. Su nombre: Osama bin Laden”.
El autoatentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 sirvió de pretexto para llevar a cabo una operación que había sido planificada en secreto con muchos años de antelación.
La historia, explica Hugo A. Cañete, vuelve a repetirse:
“Como consecuencia, otra superpotencia vuelve a poner sus ojos en Afganistán. En el plazo de un mes, los cielos afganos hervían de aviones y helicópteros equipados con la última tecnología. Al contrario que las antiguas tropas coloniales británicas, un piloto norteamericano podía sobrevolar territorio afgano a Mach 1, soltar la carga de bombas y volver a la base en cuestión de horas. Solo unos cuantos grupos de tropasespeciales estaban sobre el terreno. Algunos de ellos llevaron a cabo en 2001 el célebre asalto a Mazar-i-Sharif, una de las principales bases terroristas, a lomos de pony afgano.
Fue la primera carga de caballería del ejército de los Estados Unidos en el siglo XXI. “La ofensiva desencadenada por USA y sus aliados dio sus frutos, y pronto los talibanes huyeron a sitios más seguros en las tierras altas de las montañas del Hindu Kush, quedando los campos de entrenamiento de terroristas de Al-Qaeda abandonados. Una vez más, los invasores extranjeros pusieron
en el poder un régimen, el de Hamid Karzai, afín a los intereses de la Coalición.
“Todas las invasiones llevadas a cabo en Afganistán fueron bien en sus comienzos, pero hasta la presente, ninguna superpotencia ha encontrado una alternativa viable a lo que se conoce como la receta del fracaso en Afganistán” (Hugo A. Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”).
Más adelante, las reflexiones de Hugo A. Cañete sobre las causas que han hecho tan difícil o imposible el dominio de Afganistán, arrojan mucha luz sobre el problema y permiten sin duda un mejor entendimiento:
“Afganistán ha sido siempre un territorio invertebrado más que una nación en el sentido convencional. Algunas veces ha tenido líder, bandera, moneda y sistema jurídico, pero las tradiciones y costumbres de independencia locales preponderan fuertemente sobre cualquier institución política superior. Después de todo, Afganistán está compuesto por distintas etnias que hablan más de 30 idiomas. Solo el 12 % de la tierra es cultivable [incluso su principal cultivo, el opio, es ilegal] dispersada por valles fértiles aislados entre desiertos y montañas, por lo que no tienen mucho que perder resistiéndose a intrusos invasores.
“En Afganistán, una rebelión siempre se perpetúa en el tiempo. Una fuerza compuesta por un mero 10% de la población puede valerse del terreno agreste y el clima hostil muy eficientemente contra ejércitos muy superiores. Incluso estas minorías pueden crecer circunstancialmente hasta el 90% de la población. Los locales no se dejan dominar por el mero hecho de que un extranjero invada sus tierras. El país no tiene elementos de vertebración ni límites definidos. Éstos son nominales y poco importan a sus habitantes.
“Las pocas ciudades grandes que hay en Afganistán están todas en su periferia: Mazar-i-Sharif en el norte, Herat en el oeste, Kandahar en el sur y Kabul en el este. Muchos grupos étnicos en Afganistán tienen más cosas en común con etnias de otros países circundantes que con el resto de la población de su propio país. Esto permite a los rebeldes moverse a través de fronteras, dispersarse y reagruparse, siendo amparados por gentes de cultura afín. Bajo estas circunstancias, al margen de que se conquisten o no las grandes ciudades, un invasor nunca puede llegar a tener una noción clara de quién está ganando la guerra”. (Hugo A. Cañete, “Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja”).
Tras tantos años, la guerra no ha terminado y no parece que va a terminar. El precio que han pagado los habitantes de Afganistán en vidas humanas, en sufrimientos inenarrables, en pérdidas materiales es sobrecogedor.
Parte importante de la “devastación de la infraestructura civil de ese país, que creó las bases de ese desastre humanitario, es obra de la Unión Soviética entre 1979 y 1989” . Otras cifras “sugieren que en Afganistán el balance total de las consecuencias directas e indirectas de las operaciones estadounidenses [y occidentales] desde el inicio de los años 1990 hasta el día de hoy podría ser estimado entre 3 y 5 millones de muertos” y faltan muertos.
Faltan millones de muertos en todos los bandos porque uno de los grandes protagonistas de los conflictos bélicos actuales es el general uranio. El uranio empobrecido. Un hermano menor del uranio enriquecido, pero sumamente letal a corto y largo plazo.
El uranio empobrecido, el pobre uranio, es un residuo de la industria nuclear. “Después de más de 50 años de producción de armas atómicas y de energía nuclear, EEUU tiene almacenadas 500.000 toneladas de uranio empobrecido, según datos oficiales”. Hay que pensar desde luego que Rusia y otros países del club atómico no se quedan atrás.
“El uranio empobrecido es también radiactivo y tiene una vida media de millones de años. Por ello, estos desechos han de ser almacenados de forma segura durante un período de tiempo indefinido, un procedimiento extremadamente caro. Para ahorrar dinero y vaciar sus depósitos, los Departamentos de Defensa y de Energía ceden gratis el uranio empobrecido a las empresas de armamento nacionales y extranjeras. Además de EEUU, países como Reino Unido, Francia, Canadá, Rusia, Grecia, Turquía, las monarquías del Golfo, Taiwán, Corea del Sur, Pakistán o Japón compran o fabrican armas con uranio empobrecido. El ejército israelí reconocía el pasado 10 de enero que lleva utilizando desde hace años munición de uranio empobrecido.
“Desde 1977 la industria militar norteamericana emplea uranio empobrecido para revestir munición convencional (artillería, tanques y aviones), para proteger sus propios tanques, como contrapeso en aviones y en las pruebas de los misiles Tomahawk, y como componente de aparatos de navegación. Ello es debido a que el uranio empobrecido tiene unas características que lo hacen muy atractivo para la tecnología militar: en primer lugar, es extremadamente denso y pesado (1 cm3 pesa casi 19 gramos ), de tal manera que los proyectiles con cabeza de uranio empobrecido pueden perforar el acero blindado de vehículos militares y edificios; en segundo lugar, es un material pirofórico espontáneo, es decir, se inflama al alcanzar su objetivo, generando tanto calor que provoca su explosión” (“¿Qué es el uranio empobrecido?”, http://iacenter.org/depleted/du_eurspan.htm)
Además, el general uranio no distingue entre invadidos e invasores, entre aliados y enemigos. Estamos, pues, en presencia de una de las grandes maravillas de la modernidad.



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La tumba de los imperios: el general uranio (y 7)

Durante la Operación Tormenta del Desierto, en sus 110.000 ataques aéreos contra Iraq, los aviones de EEUU lanzaron 940.000 proyectiles con uranio empobrecido, y en la ofensiva terrestre sus tanques dispararon otros 4.000 proyectiles también revestidos de uranio

El general uranio, el uranio empobrecido del que se habló al final de la pasada entrega, no distingue entre invadidos e invasores, entre aliados y enemigos, ni entre culpables o inocentes. Mata indiscriminadamente sin reparar en el color o en la raza y mata lentamente, mata de mala manera, con horribles sufrimientos. Produce cáncer, varios tipos de cáncer, enfermedades respiratorias, nerviosas, alteraciones genéticas, hemorragias internas.
Hace tiempo que los soldados usamericanos están padeciendo enfermedades “misteriosas” (“comenzando a mostrar síntomas de envenenamiento por uranio empobrecido”) y hace más de un siglo que están siendo utilizados como conejillos de indias y material gastable.
De acuerdo con una información que parece exagerada el 75 % de las tropas de Estados Unidos que tomaron parte en la primera guerra del golfo (1990-1991) “están ahora muertos, muriendo o enfermos por el uranio empobrecido”. (http://www.cuttingedge.org/sp/n1843.htm). 
La cifra de soldados muertos en combate es insignificante en relación a las bajas sufridas a causa del general uranio.
Otras informaciones no menos aterradoras ponen una vez más en entredicho la cordura, la llamada racionalidad de los llamados seres humanos y permiten hacerse una idea de la magnitud del problema que no hace más que empeorar con el paso del tiempo:
“La primera guerra del Golfo dejó en el medio ambiente 350 toneladas de uranio empobrecido y en la atmósfera entre 3 y 6 millones de gramos de aerosoles de uranio empobrecido. Sus consecuencias para la salud humana, conocidas bajo el nombre de síndrome de la guerra del Golfo, consisten en la aparición de afecciones complejas multiorgánicas progresivas e invalidantes, dolores musculares, afecciones dolorosas del esqueleto y de las articulaciones, dolores de cabeza, afecciones neurosiquiátricas, cambios bruscos de los estados de ánimo, confusión mental, problemas con la vista, problemas para caminar, pérdida de la memoria, linfoadenopatías, pérdida de la capacidad respiratoria, impotencia y alteraciones morfológicas y funcionales del sistema urinario. Los conocimientos actuales de las causas son totalmente insuficientes” (“Enfermedades no diagnosticadas y guerra radiológica”, por Asaf Durakovic, http://www.voltairenet.org/article151803.html).
“Durante la Operación Tormenta del Desierto, en sus 110.000 ataques aéreos contra Iraq, los aviones de EEUU lanzaron 940.000 proyectiles con uranio empobrecido, y en la ofensiva terrestre sus tanques dispararon otros 4.000 proyectiles también revestidos de uranio: en total —sin contabilizar los desechos de los ataques que ha sufrido el país desde 1991— se calcula que en Iraq hay esparcidas 320 toneladas de residuos contaminados, principalmente en el sur del país, según señala el investigador norteamericano Dan Fahey, en su trabajo ‘Don’t Look, Don’t Find. Gulf Veterans, the US Goverment and Depleted Uranium 1990- 2000.”
De hecho, tan castigada ha sido esa región que durante un breve período de la administración de Obama los bombardeos fueron tan intensos que superaron la capacidad de producción del complejo militar industrial (el mismo contra el cual advirtió en su época el presidente Ike Eisenhower).
Ese episodio recuerda por cierto el caso de Laos, uno de los países más pobres y pequeños del planeta que fue bombardeado, machacado con explosivos durante ocho o más años en una “guerra que fue silenciada mediáticamente por la CIA”:
“Entre 1965 y 1973, mientras los ojos del mundo miraban a Vietnam, Estados Unidos peleó en Laos la llamada Guerra Secreta lanzando 2.000.000 de toneladas de bombas sobre el país. 500 kilos de explosivos por habitante. Es decir una misión, un bombardeo cada 8 minutos durante casi una década. Todavía hoy, Laos es el país más bombardeado del mundo”. (“Laos, el país más bombardeado del mundo”, http://93metros.com/blog/project/laos-el-pais-ómas-bombardeado-del-mundo/).
Yugoslavia, o mejor dicho lo que quedaba de Yugoslavia, también recibió su bautizo de uranio empobrecido durante la intervención de la OTAN en 1999. La filántropica organización, inspirada en razones humanitarias que conmovieron al presidente Clinton, empleó todos sus buenos oficios para detener una limpieza étnica mediática en Kosovo (algo que podría ocurrir en cualquier momento en nuestro país, el llamado apartheid del Caribe). De esta suerte, “la fuerza área norteamericana lanzó unos 30.000 proyectiles de uranio empobrecido, lo que supone algo más de 10 toneladas de residuos. Gran Bretaña empleó asimismo munición de uranio empobrecido. EEUU ya había utilizado este tipo de munición en 1995-96 en Bosnia. (“Uranio empobrecido: Del Síndrome de la Guerra del Golfo al Síndrome de los Balcanes, https://www.rebelion.org/hemeroteca/ecologia/uranio090201.htm).
En cuanto a lo que se refiere a Afganistán, el panorama no podría ser más desolador. La tumba de los imperios se está convirtiendo en la tumba prematura del pueblo afgano:
“Después de la Operación Anaconda , realizada en Afganistán en 2002, nuestro equipo examinó a la población en las regiones de Jalalabad, Spin Gar, Tora Bora y Kabul y comprobó que los civiles presentaban síntomas similares a los de la guerra del Golfo.
“El estudio de las muestras recogidas en 2002 reveló, en los distritos de Tora Bora, Yaka Trot, Lal Mal, Makam Khan Farm, Bibi Mahre, Poli Cherki y el aeropuerto de Kabul, concentraciones de uranio 200 veces más importantes que las del grupo de comprobación [recogidas en zonas no afectadas]. Las tasas de uranio en las muestras de suelo de los lugares bombardeados son dos o tres veces más elevadas que los límites mundiales de concentración de 2 a 3 mg/kg y las concentraciones en el agua son significativamente superiores a las tasas máximas tolerables que establece la OMS. Estas pruebas, cada vez más numerosas, convierten el problema de la prevención y de la respuesta a la contaminación por uranio empobrecido en una necesidad prioritaria”. (“Enfermedades no diagnosticadas y guerra radiológica”, por Asaf Durakovic, http://www.voltairenet.org/article151803.html).
Lo peor es que tras casi diecisiete años de guerra en Afganistán los Estados Unidos no han logrado ni siquiera estabilizar el país. Miles de soldados usamericanos todavía permanecen dando apoyo a un régimen corrupto en un territorio ingobernables donde provincias enteras permanecen en control de grupos opositores.
Aparentemente no se vislumbra un fin para la guerra en Afganistán, sobre todo ahora que el presidente Trump ha mostrado su firme determinación de continuar con más brío la perpetua “guerra contra el terrorismo”. Una guerra que incluye planes para contener la agresividad, el expansionismo ruso, “que acerca cada día más sus fronteras a las bases de la OTAN.” Una guerra que incluye planes para frustrar el proyecto de desarrollo de China en la ruta de la seda, el proyecto que podría transformar Asia Central (la región que ocupan la mayoría de los países que terminan en istan), y crear un inmenso mercado euroasiático desde el estrecho de Gibraltar hasta el Pacífico.
Por el momento, la guerra se la pueden permitir gracias a las inmensas riquezas minerales que han sido descubiertas en Afganistán y el inmenso botín que representa la producción del 90 % de la heroína que se consume en el mundo. Lo importante, además, no es ganar la guerra sino perpetuarla:
“En el mundo orwelliano que la OTAN nos diseña –dice Manlio Dinucci-, las guerras son procesos que permiten transferir las riquezas de los pueblos hacia las cajas registradoras de las multinacionales que se dedican a la fabricación de armas”.
En la guerra infinita el general uranio juega un papel tenebroso. Casi todo el cercano oriente y países como Libia están contaminados de cabo a rabo, condenados a seguir librando una guerra a muerte después de la guerra, si acaso hay un después. El general uranio continuará durante siglos ejecutando su silenciosa operación limpieza.



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