lunes, 5 de marzo de 2018
domingo, 4 de marzo de 2018
MÁS CAFÉ, POR FAVOR, INFINITAMENTE CAFÉ
Un relato del libro Los cuentos negros
Pedro Conde Sturla
Pedro Conde Sturla
En
su despacho del Palacio de la Esquizofrenia -Cafetería Restaurante El Conde por
más señas- Gómez Doorly lee y subraya periódicos. Pide un café, otro café.
Vuelve a leer y subrayar periódicos, todos los periódicos (infinitamente
periódicos, diría Borges). Con caligrafía perfecta escribe comentarios y poemas
al margen, lee y subraya periódicos, recorta, ordena, clasifica, rectifica.
Pide un café.
LOS RITOS ANCESTRALES
Un relato completo del libro
Ritos ancestrales
Pedro Conde Sturla
![]() |
DE VENTA EN http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0 |
En su lecho de enfermo percibió la llegada del cura, el rito de la unción, la extremaunción, y aquellas formas difusas que se agitaban como fantasmas de su mala conciencia, sobrevolando el escenario por encima de las cabezas de sus parientes. Ninguno parecía percatarse de esas presencias ni parecía escucharlo por más que hablaba duro y claro, y ya de tanto hablar se iba quedando ronco. El derrame, o lo que fuera esa cosa que había oído en boca del médico y luego repetida en boca de todos los demás, lo había dejado tieso, reducido a una estatua, con los ojos vidriados, la lengua estropajosa, pero con un inmenso ruido por dentro y multitud de imágenes. Podía gritar sin mover los labios y gritaba a pleno pulmón, pero nadie quería escucharlo. Allí estaban sencillamente los parientes, cuchicheando, ciegos y sordos, sin obtemperar a sus reclamos, sólo atentos a su posible deceso, atentos a sus despojos, como aves de rapiña.
FÁBULA DEL FABULADOR (fragmento)
Un relato del libro Los cuentos negros
De venta en
Pedro Conde Sturla
Lo de marquesa es otra historia. Ahora Dato está en París de Francia. El relato de cómo la sedujo y la llevó al orgasmo por teléfono es una suerte de filigrana.
El Dato se acomoda, dirige las antenas del recuerdo en dirección a la memoria feliz de aquel encuentro, se prepara para darle largas a un relato y relata. Era la primera vez que cometía adulterio por teléfono...
Pero la marquesa telefónicamente infiel era ninfómana, insaciable, una mujer difícil de satisfacer, en pocas palabras. Difícil, incluso, hasta para un hombre come él, dotado por supuesto con la potencia sexual de un fauno. De manera que, después del primer
asalto, cuando Dato daba por cumplida su misión, creyendo haberla complacido a saciedad, la marquesa reaccionó como una gata en calor, dando muestras de un renovado apetito. El apetito de quien ha probado apenas un bocadillo, un simple aperitivo, y siente que el estómago se expande. Tenía hambre, más hambre, y la comida era él. Ahora le tocaba a ella seducir al seductor y lo sedujo, lo atrajo a la perdición con cantos de sirena. La marquesa era mujer de una belleza implacable y de tal modo experta en artes
amatorias que con el guiño apropiado era capaz de provocarle una erección a la estatua de un santo.
Primero fue el chasquido en el auricular. Dato se estremeció. Con un simple chasquido de la lengua le puso todos los pelos de punta, por no hablar de otra cosa. Un miauguleo sensual crispó sus nervios, una jaculatoria obscena lo sacó de casillas, perdió el control —a sus años— y allí lo estamos viendo en su cama de hotel barato parisino, momentáneamente abandonado a la vergüenza de la jaculación precoz, junto al teléfono.
Dato se empleó a fondo en el siguiente asalto con toda su mala leche, de la cual más adelante le quedaría poca, y al cabo de un complicado preámbulo erótico basado en técnicas orientales que no podía revelar, le acarició fonéticamente el pubis (Dató, Dató, mon amour). Casi rendida, la marquesa ripostó con un nuevo chasquido, una vez y otra vez y otra vez.
Pero en esta ocasión Dato estaba pre venido —ya lo hemos visto— y le soltó un pasaje del Cantar de los cantares en un latín tan licencioso y provocativo que le alborotó gravemente el hormonamen. (Dató, Dató, mon amour). Hubo una pausa, un silencio. Al otro lado escuchó los gemidos de una diosa en agonía, arrastrando las eres en forma proporcional a la intensidad del placer y dio por terminado el asunto. Pero la marquesa se repuso en breve y volvió a la carga con susurros y siseos, frases y fraseos parecidos a cosas del demonio y en cuanto bajó la guardia (o mejor dicho: al revés) lo ordeño sin piedad hasta que se puso azul, como hacía con todos sus amantes. Azul pintado de azul.
Dato se aplicó de nuevo con la voz y el tacto, el tacto de la voz —su único órgano sexual disponible en ese momento. Se aplicó con devoción, con destreza inaudita, soplándole al oído unas palabras aladas de aquellas de las que habla Homero en La Ilíada . Halagó su inteligencia, su vanidad —por supuesto— su belleza. Sutilmente la condujo a un estado de éxtasis que era primero místico antes que sensual y la marquesa se desvaneció dulcemente. Esta vez había tratado de ganársela y se la ganó espiritualmente, apelando a sus sentimientos profundos y no a sus bajos instintos, hurgando entre los pliegues preciosos del alma, no del sexo. En algún lugar había encontrado a la marquesa virginal y casta, que era la que ahora le interesaba. La marquesa, en efecto, dormía tranquila, con un sueño apacible al otro lado del teléfono.
La experiencia del diestro había triunfado sobre el instinto animal. Podía tomar su merecido reposo de guerrero. Dormiría también, junto al teléfono abierto, por si acaso. Fue entonces cuando escuchó aquel jadeo de fiera enardecida que lo llenó de terror. El asunto iba en serio, muy en serio. Ahora —pensó— le sacaría la sangre, porque otra cosa no le quedaba. Ocurrió, sinembargo, lo que nadie habría podido imaginarse a esas alturas. La marquesa se pronunció con una voz liviana, afrodisíaca, plena de leche y miel bajo la lengua libidinosa de serpiente del paraíso, una voz en la cual estaban conjuradas todas las artes de Venus y las argucias del demonio. Dato acusó el golpe —¡Misericordia, Señor, misericordia!— antes de verse arrastrado al torbellino de un orgasmo múltiple que le dejóel corazón en mangas de camisa. (Los cuentos negros).
De venta en:
FLAUBERT SE FUE A LA GUERRA
Pedro Conde Sturla
Una hora más tarde Flaubert se
encontraba en las ofi-
cinas del director del periódico de más
abolengo, el más
influyente y de mayor circulación del
país, el Listín Diario.
Se encontraba, Flaubert, cómodamente sentado en un
amplio y lujoso despacho frente a don
Rafael Herrera, di-
rector vitalicio de un medio cuya
fundación se remontaba
al 1 de agosto de 1889. Herrera era uno
de los hombres de
más peso y mayor prestigio en la
opinión pública de todo
el país. Era, sin lugar a dudas, la
primera excelsa figura del
periodismo dominicano. El decano de la
prensa nacional.
Y era además un hombre de reconocida
cultura y dedica-
ción a los libros. No por nada era
dueño de una biblioteca
memorable cuya colección de Biblias
habían tratado de
comprarle sin éxito las principales
universidades y museos
del imperio norteamericano.
|
EL COLMADÓN DE LOS FURUFOS
A la grata memoria de Joselín
Miniño.
El Filósofo
adopta un aire entre ecuménico y paternalista y pide calma y pide moderación y
pide orden y pide una soda amarga y pide hielo frío, bien frío, con una voz
rasgada y cordial que quiere ser autoritaria, pero el dependiente del colmadón
no se da por enterado y el Filósofo vuelve a reclamar hielo frío, bien frío,
por favor hielo frío, y una silla y un vaso para el ingeniero que acaba de
llegar. Siéntese, por favor, ingeniero, y toma un respiro y toma un trago corto
y toma de nuevo la palabra y reanuda el tema de la revolución francesa, el
papel de los furufos en la revolución francesa. Robespierre, por ejemplo, era
un furufo, un don nadie, un carajo a la vela, un descastado. Y Marat otro
furufo. Y Danton más furufo. Furufos todos y fusiladores.
EL VIAJE
Un relato del libro Monedas en la fuente
De venta en:
http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0
Pedro Conde Sturla
En Florencia las cosas fueron diferentes, hacía frío, pero también hacía sol, como de costumbre en Florencia. La ciudad de Dante es una de las más impresionantes del mundo y caminar por sus calles amplias y luminosas es siempre un encanto, un ejercicio de rejuvenecimiento. El arte desborda todo el paisaje urbano y en especial los alrededores de la catedral de Santa María de las flores, plazas y parques. Todo está abierto a la admiración del viajero en aquel escenario renacentista, allí donde una vez se realizaron las más grandiosas obras del genio artístico, literario y científico en una atmósfera de horror político, de inenarrables y abominables acontecimientos.
Un día vi que, sin darme cuenta, estaba pisando una lápida en forma de círculo con una inscripción en mármol indeleble: la lápida que en Plaza de la Señoría conmemora la muerte en la hoguera, aparte de otras torturas, de Girolamo Savonarola y varios de sus seguidores. Savonarola había sido un rebelde y fanático cristiano que comparó a la iglesia papal de los Borgia con la corrupta Babilonia, y Babilonia no se lo perdonó.
Los datos estaban bajo mis pies en aquel círculo. Pero no eran datos para turistas. Todo en ese círculo hablaba de seres humanos que habían pagado con el martirio el precio de sus ideales. Evoqué la hoguera, la multitud arremolinada para disfrutar el espectáculo (Leonardo da Vinci observando científicamente), los anatemas solemnes, los insultos, el martirio de aquellos religiosos que lo
dieron todo a cambio de nada, y me alejé del círculo con extremo respeto y conmiseración.
Esa noche me desperté sobresaltado. En el lugar donde habían quemado a Savonarola estaban quemando rumanas y gitanas y en medio de la pira, con un gesto de asombro indescriptible, se encontraba el Filósofo. En la mano derecha sostenía un ejemplar del último libro de Stephen Hawking, The grand design. Luchaba por salvarlo de las llamas con el brazo en alto, trataba inútilmente de pasarlo a Leonardo da Vinci, que en medio de aquel gentío no podía acercarse, aunque hacía todo lo posible. Lo peor es que los demás compañeros del grupo contemplábamos
la escena como si fuera algo ajeno a nosotros, y los Siameses, que raras veces se separaban, tiraban fotos y posaban junto a la pira con las caras sonrientes, turnándose el uno al otro. La Siamesa posaba y sonreía y luego le pasaba la cámara al Siamés que posaba y sonreía. Luego me pasaban la cámara y posaban y sonreían y yo tomaba las lúgubres fotos con el Filósofo al fondo, quemándose en la hoguera, sin que nadie se compadeciera de su suerte.
De venta en:
http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0
Pedro Conde Sturla
En Florencia las cosas fueron diferentes, hacía frío, pero también hacía sol, como de costumbre en Florencia. La ciudad de Dante es una de las más impresionantes del mundo y caminar por sus calles amplias y luminosas es siempre un encanto, un ejercicio de rejuvenecimiento. El arte desborda todo el paisaje urbano y en especial los alrededores de la catedral de Santa María de las flores, plazas y parques. Todo está abierto a la admiración del viajero en aquel escenario renacentista, allí donde una vez se realizaron las más grandiosas obras del genio artístico, literario y científico en una atmósfera de horror político, de inenarrables y abominables acontecimientos.
Un día vi que, sin darme cuenta, estaba pisando una lápida en forma de círculo con una inscripción en mármol indeleble: la lápida que en Plaza de la Señoría conmemora la muerte en la hoguera, aparte de otras torturas, de Girolamo Savonarola y varios de sus seguidores. Savonarola había sido un rebelde y fanático cristiano que comparó a la iglesia papal de los Borgia con la corrupta Babilonia, y Babilonia no se lo perdonó.
Los datos estaban bajo mis pies en aquel círculo. Pero no eran datos para turistas. Todo en ese círculo hablaba de seres humanos que habían pagado con el martirio el precio de sus ideales. Evoqué la hoguera, la multitud arremolinada para disfrutar el espectáculo (Leonardo da Vinci observando científicamente), los anatemas solemnes, los insultos, el martirio de aquellos religiosos que lo
dieron todo a cambio de nada, y me alejé del círculo con extremo respeto y conmiseración.
Esa noche me desperté sobresaltado. En el lugar donde habían quemado a Savonarola estaban quemando rumanas y gitanas y en medio de la pira, con un gesto de asombro indescriptible, se encontraba el Filósofo. En la mano derecha sostenía un ejemplar del último libro de Stephen Hawking, The grand design. Luchaba por salvarlo de las llamas con el brazo en alto, trataba inútilmente de pasarlo a Leonardo da Vinci, que en medio de aquel gentío no podía acercarse, aunque hacía todo lo posible. Lo peor es que los demás compañeros del grupo contemplábamos
la escena como si fuera algo ajeno a nosotros, y los Siameses, que raras veces se separaban, tiraban fotos y posaban junto a la pira con las caras sonrientes, turnándose el uno al otro. La Siamesa posaba y sonreía y luego le pasaba la cámara al Siamés que posaba y sonreía. Luego me pasaban la cámara y posaban y sonreían y yo tomaba las lúgubres fotos con el Filósofo al fondo, quemándose en la hoguera, sin que nadie se compadeciera de su suerte.
Los cortesanos de Vargas Llosa
Un capítulo del libro
El chivo de Vargas Llosa
De venta en :
http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0
Pedro Conde Sturla
30/7/2000
En la novela de
Vargas Llosa se alude repetidas veces, y no por casualidad, a un personaje
histórico que es, también, un personaje de novela. Es el Petronio de la Roma
imperial, un rico terrateniente, propietario de miles de esclavos. (Ese
Petronio es el autor de Satiricón,
una obra con la cual me identifico por razones de complicidad y de apellido).
Pero es, además, el Petronio de Quo
vadis?, el Petronio de la novela de Enrique Sienkiewicz que alguna vez se
vendía como pan caliente. Es el Petronio árbitro de la elegancia, el arbiter elegantiorum, el áulico por
excelencia. Un personaje emblemático, sin duda.
El chivo de Vargas Llosa
De venta en :
http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0
Pedro Conde Sturla
CRÓNICAS TARDÍAS DESDE EL PALACIO DE LA ESQUIZOFRENIA
Pedro Conde Sturla
1
El cronista amaba sin remedio, casi sin esperanza, el marchito esplendor de la ciudad colonial, la dignidad de sus calles perfectamente trazadas, tiradas a cordel, la sobria y desdibujada arquitectura de sus iglesias, palacios y palacetes, la exuberancia claustral de los jardines interiores, sus armoniosas y desfiguradas plazas y parques, y quizás, sobre todo, el misterio recóndito de ciertas callejuelas, casonas y callejones, la poesía resonante del Callejón de los curas.
Amaba irracionalmente, con la misma ilusión desencantada, incluso el despojo de lo que fue, lo que había sido la ciudad colonial. Tesoros arquitectónicos en ruinas, techos y fachadas de edificaciones coloniales y republicanas cayéndose a pedazos, postes decrépitos cayéndose sin ruido, colgajos de cables del tendido eléctrico casi a nivel del suelo, cuadras enteras desvencijadas, arrabalizadas, sucias, superpobladas, vecinos que sobreviven en condiciones miserables, entre el olor de cloacas y letrinas, entre el reino de la mugre y la pestilencia, recovecos infames, montones de basura, desperdicios e inmundicias, cosas muertas. Casas y cosas muertas.
FLAUBERT SE FUE A LA GUERRA (fragmento)
Un relato del libro Ritos ancestrales
http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0
http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0
no con la cabeza. El general consultó a
su vez con otros
generales que dijeron que no de igual manera,
moviendo
a uno y otro lado con gran esfuerzo y voluntad
de ánimo
las cabezotas, todas las cabezotas. Luego,
casi al oído, el
doctor Balaguer le habló a su amigo el ministro,
que puso
cara de asombro, cara de circunstancias,
se echó hacia
atrás, negó enfáticamente. Todos los funcionarios
civiles
y militares adoptaron entonces una actitud
perpleja, aflo-
jaron las mandíbulas, pestañaron al unísono,
sonrieron al
mismo tiempo como los chicos de un coro,
se pusieron las
máscaras de inocencia de los culpables. |
Suscribirse a:
Entradas (Atom)