viernes, 19 de enero de 2018

El cumpleaños de la Infanta

Pedro Conde Sturla

8 de febrero de 2011 

[El irlandés Oscar Wilde vivió poco (1854–1900) y escribió mucho y bien. Escribió en modo quizás insuperable y fustigó las lacras y la hipocresía de la sociedad de Inglaterra, que se lo hizo pagar muy caro.
Uno de sus relatos más extraordinarios (del cual se publica la parte final), es “El cumpleaños de la Infanta “, un texto que no tiene nada de inocente.
El día de su cumpleaños la Infanta fue agasajada por malabaristas, titiriteros, niños cantores, “Pero lo más divertido de la fiesta, lo mejor de todo sin duda alguna, fue la danza del enanito. Cuando apareció en la plaza tambaleándose sobre sus piernas torcidas y balanceando su enorme cabezota deforme, los niños estallaron en ruidosas exclamaciones de alegría…”
El enanito no piensa que se burlan de su deformidad sino que ríen de sus gracias. Y cuando la Infanta –por burla- le arroja una flor, lo confunde con un gesto de amor.
Más tarde, mientras deambula por los pasillos palaciegos vio una criatura monstruosa que avanzaba hacia él amenazante. Cada paso que daba lo acercaba, inexplicablemente al monstruo, y cuando al final del pasillo vio que el monstruo replicaba sus movimientos desde ese “muro invisible de agua transparente y sólida”,  descubrió que ese monstruo era él mismo, se reconoció de alguna manera en el espejo de su deformidad y se le paró el corazón. La Infanta prohibió que sus compañeros de juego tuvieran corazón.
Adulones, cortesanos, bufones, sicofantes, malandrines, diputados, senadores, jueces, politicastros, mininistros, eclesíasticos, lambiscones y mascotas de este reino se ven todos los días en el espejo de su deformidad, pero no hay peligro de que mueran de infarto, no tienen corazón, como dictó la princesa, y ni el menor asomo de dignidad. PCS] 

EL CUMPLEAÑOS DE LA INFANTA

De todas las habitaciones dónde ya había estado, ésta era la más espléndida y hermosa. Las paredes estaban tapizadas de damasco rojo, salpicado de pájaros y flores de plata; los muebles eran de plata maciza y ante las dos enormes chimeneas, se abrían dos grandes pantallas, con pavos reales y papagayos de hilo de oro bordado en relieve. El pavimento, de ónix color verde mar, parecía perderse en la lejanía. Pero aquí no estaba solo. Desde la sombra de la puerta, al otro extremo de la habitación, una pequeña figura lo contemplaba. Le tembló el corazón, dejó escapar un grito de alegría, y avanzó. Entonces, la figura avanzó también y el enanito consiguió distinguirla con claridad.
¿Era la Infanta ? No, quien se le acercaba era un monstruo, el monstruo más grotesco que podía existir. No era proporcionado como todo el mundo, sino jorobado y patizambo, con una cabezota enorme que se bamboleaba de un lado a otro, y una hirsuta crin negra. El enanito frunció el ceño, y el monstruo también lo frunció. Se echó a reír, y el monstruo se puso a reír con él, dejando caer los brazos lo mismo que él. Le hizo una reverencia burlona, y el monstruo le respondió con una reverencia todavía más irónica. Avanzó hacia él, y el monstruo vino a su encuentro remedando todos sus gestos y deteniéndose cuando él se detenía. Gritó alegremente y corrió hacia él, alargándole la mano, y la mano del monstruo tocó la suya y era fría como el hielo. Se asustó y retiró la mano y la mano del monstruo le imitó vivamente, mientras ponía una grotesca expresión de miedo. 
Hizo un intento de esquivarlo y seguir adelante pero lo detuvo aquel ente, poniéndosele siempre por delante con su contacto duro y resbaladizo. La cara del monstruo estaba muy cerca de la suya, como si tratase de besarlo, y se veía patéticamente aterrorizada. Retiró los mechones que le caían sobre los ojos, y el monstruo hizo lo mismo. Lo golpeó, y el monstruo le devolvió golpe por golpe, le hizo muecas y en el rostro del monstruo se dibujaron las mismas muecas. Retrocedió, y el monstruo retrocedió también, entreabriendo una jeta repulsiva. 
¿Qué extraño fenómeno era ése? Reflexionó un momento mirando en torno suyo por todo el salón. Era extraño: todo parecía tener su igual detrás de ese muro invisible de agua transparente y sólida. Si, cuadro por cuadro, y asiento por asiento todo estaba allí como duplicado. El fauno dormido, junto a la puerta, tenía su hermano gemelo que dormía también; y la Venus de plata, en pie bajo los rayos del sol, extendía los brazos a otra Venus tan hermosa como ella. 
¿Sería aquello el Eco? 
Recordó aquella ocasión en que había llamado al eco en el valle y el Eco le había respondido palabra por palabra. ¿Podría burlar la vista, como burlaba la voz? ¿Podría crear un mundo a imitación, idéntico al mundo real? ¿Las sombras de las cosas, podrían tener color y vida y movimiento? ¿Sería posible que…? 
Se estremeció, y sacando de su pecho la rosa blanca, la besó. ¡Pero he aquí que el monstruo también tenía una rosa, pétalo por pétalo idéntica a la suya! ¡Y la besaba con igual deleite, y la estrechaba contra su corazón haciendo gestos grotescos! 
Cuando al final la verdad se abrió paso en su mente, el enano lanzó un aullido un grito de desesperación y cayó al pavimento sollozando. ¡Ese ser deforme y jorobado, de aspecto horrible y grotesco, era él! ¡Era él mismo, él era el monstruo, y era de él de quien se habían reído todos los muchachos… y la Princesita , en cuyo amor creyera… ella también se había burlado de su fealdad, había hecho mofa de sus piernas torcidas! ¿Por qué no lo habían dejado en el bosque, donde no había espejo que le mostrara su horror? ¿Por qué no lo había matado su padre antes de permitir que se burlaran de él? Lloró lágrimas quemantes, y sus manos destrozaron la rosa blanca… y el monstruo hizo lo mismo y esparció por el aire los delicados pétalos. 
El enanito se cubrió los ojos con las manos, y se alejó del espejo temiendo verlo una vez más. 
Como un pobre ser herido se arrastró hacia la sombra, y allí se quedó gimiendo. 
En ese preciso instante, por el ventanal abierto, entró la propia Infanta con su séquito, y cuando vieron al horroroso enanito de bruces en el pavimento, golpeándolo con los puños del modo más fantástico, estallaron en alegres carcajadas. 
—Sus danzas son muy graciosas —dijo la infanta—, pero su manera de actuar es mucho más divertida todavía. Lo hace casi tan bien como las marionetas, aunque con menos naturalidad. 
Agitó su abanico, y aplaudió. 
Pero el enanito no levantó la cabeza. Sus sollozos eran cada vez más débiles; hasta que exhaló un extraño suspiro y se oprimió el costado. Luego, cayó boca arriba y quedó inmóvil. 
—¡Lo has hecho estupendo! —aplaudió la Infanta después de una pausa— Pero ahora te toca bailar. 
—Sí —gritaron los demás niños—, tienes que levantarte y bailar. Eres tan inteligente como los monos de Berbería, y mucho más gracioso.
Pero el enanito no contestó. 
La Infanta , airada, dio un golpe en el suelo con su pie, y llamó a su tío, que estaba paseando con el Chambelán, mientras leían unas cartas recién llegadas de México, donde se acababa de establecer la Santa Inquisición. 
—Mi enanito se está haciendo el desobediente —gritó la Infanta —. ¡Levántenlo y díganle que baile! 
Los caballeros sonrieron entre sí y entraron sin prisa. Al llegar junto al enanito, don Pedro se inclinó y lo golpeó suavemente en la mejilla con su guante bordado.
—Baila ya, petit montre —dijo—. La Infanta de España y de todas las Indias quiere que la diviertas. 
Pero el enanito permaneció inmóvil. 
—Habrá que hacer venir al verdugo —dijo enojado don Pedro. 
Pero el Chambelán, que miraba la escena con rostro grave, se arrodilló junto al enanito y le puso la mano sobre el corazón. Después de un momento se encogió de hombros y levantándose, hizo una profunda reverencia a la infanta diciendo: 
—Mi bella Princesa, tu enanito no volverá a bailar. Y es lamentable, porque es tan feo, que con seguridad habría hecho sonreír al propio Rey. 
—¿Y por qué no volverá a bailar? —preguntó la Infanta con aire decepcionado.
—Porque su corazón se ha roto —contestó el Chambelán.
Y la Infanta frunció el ceño, y sus finos labios se contrajeron en un delicioso gesto de fastidio. 
—De ahora en adelante —exclamó echando a correr al jardín— los que vengan a jugar conmigo no deben tener corazón. (OSCAR WILDE).

jueves, 18 de enero de 2018

CURSILERÍAS ROMÁNTICAS

Pedro Conde Sturla

Hoy casi nadie lo conoce ni lo recuerda, salvo los viejos de mi generación, si acaso. Murió de cáncer aquí en Santo Domingo, en 1982, y creo que pocos fueron a su entierro.
Era un discreto cubano de la diáspora, pero su fama y popularidad rivalizaban en los años cincuenta y sesenta con las de Neruda y otros clásicos de la lengua, guardando desde luego la distancia.
Se llamaba José Ángel Buesa (1910-1982) y muchas de sus poesías las conocía de memoria, igual que mi compañero de curso en la Escuela Normal de Varones Presidente Trujillo, el vilipendiado y memoriógrafo Miguel Guerrero, que no me deja mentir.
Era un poeta pos romántico quizás trivial y superficial, que René del Risco admiraba e imitaba en sus primeros versos.

Era un poeta cuya poesía muchas veces era una repetición de repeticiones, plagada de todos los lugares comunes del romanticismo, sensiblero y nostálgico y llorón, como tantos poetas románticos, y muchos lloraron con él mares de un lágrimas.


Su libro “Oasis” (1943), una especie de antología, se editó muchas veces y es posible que del mismo se vendieran más de un millón de ejemplares. Se vendía en efecto como pan caliente en Santo Domingo y el autor y sus poemas eran poco menos que venerados, era un autor de culto en una época en la que cualquier bachiller aprendía en la gramática de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña algunos de los mejores poemas de la lengua española.
Nadie escapaba, en los corrillos literarios de una época de declamaciones solemnes en fiestecillas familiares y serenatas, de la influencia que ejercía su majestad José Ángel Buesa. No faltaban en fiestecillas familiares o serenatas al pie de un balcón, declamaciones solemnes de los poemas de Buesa (junto a los de Héctor J. Díaz por cierto). Todos los que habían sufrido o sufrirían la enfermedad incurable del amor recitaban a boca llena los memorables poemas de Buesa que, románticamente cursis, nos tocaban el alma un poco a todos.
En una escena de la extraordinaria y sentimentaloide película de Claude Lelouch, “Un hombre y una mujer” (recuerdos inolvidables de Monterrey y el México de otra época), la coprotagonista Anouk Aimée, prende el radio del automóvil deportivo que conduce el protagonista Jean Louis Trintignant y se escucha la voz de Edith Piaf. Ella se echa a reir. Él le dice que veinte años atrás hacía llorar a todo París y ella vuelve a reír.
Muchos reirán también de estas cursilerías románticas de José Ángel Buesa que publico a continuación y otros volverán a llorar o a sentir la nostalgia de una época en que la poesía cursi o no cursi circulaba entre un público de lectores que amaba la poesía y ya no existe. 
POEMA DEL RENUNCIAMIENTO
Pasarás por mi vida sin saber que pasaste. / Pasarás en silencio por mi amor, y al pasar, / fingiré una sonrisa, como un dulce contraste / del dolor de quererte … y jamás lo sabrás. / Soñaré con el nácar virginal de tu frente; / soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar; / soñaré con tus labios desesperadamente; / soñaré con tus besos … y jamás lo sabrás. / Quizás pases con otro que te diga al oído / esas frases que nadie como yo te dirá; / y, ahogando para siempre mi amor inadvertido, / te amare más que nunca … y jamás lo sabrás. / Yo te amare en silencio, como algo inaccesible, / como un sueño que nunca lograré realizar; / y el lejano perfume de mi amor imposible / rozará tus cabellos … y jamás lo sabrás. / Y si un día una lágrima denuncia mi tormento, / – el tormento infinito que te debo ocultar – / te diré sonriente: “No es nada … ha sido el viento”. / Me enjugaré la lágrima… ¡y jamás lo sabrás!
ASÍ, VERTE DE LEJOS
Así, verte de lejos, definitivamente. / Tú vas con otro hombre, y yo con otra mujer. / Y así que como el agua que brota de una fuente / aquellos bellos días ya no pueden volver. /Así, verte de lejos y pasar sonriente, / como quien ya no siente lo que sentía ayer, / y lograr que mi rostro se quede indiferente / y que el gesto de hastío parezca de placer. / Así, verte de lejos, y no decirte nada / ni con una sonrisa, ni con una mirada, / y que nunca sospeches cuanto te quiero así. / Porque aunque nadie sabe lo que a nadie le digo, / la noche entera es corta para soñar contigo / y todo el día es poco para pensar en ti.
BALADA DEL MAR AMOR
Qué lástima muchacha, / que no te pueda amar. / Yo soy un árbol seco que sólo espera el hacha, / y tú un arroyo alegre que sueña con el mar. / Yo eché mi red al río…/ Se me rompió la red… / No unas tu vaso lleno con mi vaso vacío, / pues si bebo en tu vaso voy a sentir más sed. / Se besa por el beso, / por amar el amor… / Ese es tu amor de ahora, pero el amor no es eso, / pues sólo nace el fruto cuando muere la flor./ Amar es tan sencillo, / tan sin saber por qué… / Pero así como pierde la moneda su brillo, / el alma, poco a poco, va perdiendo su fe. /¡Qué lástima muchacha, / que no te pueda amar! / Hay velas que se rompen a la primera racha, / ¡y hay tantas velas rotas en el fondo del mar! / Pero aunque toda herida / deja una cicatriz, / no importa la hoja seca de una rama florida, / si el dolor de esa hoja no llega a la raíz. / La vida, llama o nieve, / es un molino que / va moliendo en sus aspas el viento que lo mueve, /triturando el recuerdo de lo que ya se fue… /Ya lo mío fue mío, / y ahora voy al azar… /Si una rosa es más bella mojada de rocío, / el golpe de la lluvia la puede deshojar…Tuve un amor cobarde. / Lo tuve y lo perdí… / Para tu amor temprano ya es demasiado tarde, /porque en mi alma anochece lo que amanece en ti. / El viento hincha la vela, pero la deshilacha, / y el agua de los ríos se hace amarga en el mar… / ¡Qué lástima muchacha, / que no te pueda amar!
POEMA DE LA ESPERA
Yo sé que tú eres de otro y a pesar de eso espero. / Y espero sonriente porque yo sé que un día / como en amor, el último vale más que el primero / tú tendrás que ser mía. / Yo sé que tú eres de otro pero eso no me importa. / Porque nada es de nadie si hay alguien que lo ansía. / Y mi amor es tan largo y la vida es tan corta /que tendrás que ser mía. / Yo sé que tú eres de otro. / Pero la sed se sacia solamente en el fondo de la copa vacía. / Y como la paciencia puede más que la audacia / tú tendrás que ser mía. /Por eso en lo profundo de mis sueños despiertos / yo seguiré esperando porque sé que algún día / buscarás el refugio de mis brazos abiertos / y tendrás que ser mía.
EL CLAVEL SECO
Como el clavel del patio estaba seco, / yo, entristecido por sus / tristes males, / baje al jardín para cavar un hueco, / en buena sombra entre dos rosales. / Y eran rosales cerca, gajo a gajo / en una cercanía indiferente / pero al cavar un poco, vi allá abajo / sus raíces trenzadas locamente. / Así, esta tarde, descubrí el secreto / de un cariño verdadero, hondo y discreto, / trasplantando un clavel que se secó. / Y, en nuestra indiferente cercanía, / qué loco ensueño se descubriría / si alguien cavara un hueco entre tu y yo.
POEMA DEL DOMINGO TRISTE
Este domingo triste pienso en ti dulcemente / y mi vieja mentira de olvido ya no miente. / La soledad a veces es el peor castigo, / ah, ¡pero qué alegre todo si estuvieras conmigo! / Entonces no querría mirar las nubes grises / formando extraños mapas de imposibles países / y el monótono ruido del agua no sería / el motivo secreto de mi melancolía. / Este domingo triste nace de algo que es mío, / que quizás es tu ausencia y quizás es mi hastío, / mientras corren las aguas por la calle en declive / y el corazón se muere de un ensueño que vive. / La tarde pide un poco de sol, como un mendigo, / y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo, / y tendría la tarde, fragantemente muda, / el ingenuo impudor de una niña desnuda. / Si estuvieras conmigo, amor que no volviste. /  ¡Qué alegre me sería este domingo triste! 

miércoles, 17 de enero de 2018

Muchos años después...




Hace un millon de años, durante un invierno en Canadá, comencé a leer este libro, un libro volcánico y alucinante, y desde entonces no he vuelto a ser el mismo ni volveré a serlo. Es uno de esos libros que transforma para siempre a todos los que toca...



Cien años de soledad (1967)
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas, tienen vida propia –pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima”. José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: “Para eso no sirve”. Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. “Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa”, replicó su marido. Durante varios meses se empeño en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre, con un rizo de mujer.

GGM

Cien años de soledad

Oscuro Amor de Norberto James Rawlings

Pedro Conde Sturla


Norberto James Rawlings ha vuelto a escribir y escribe y describe un oscuro amor con imágenes transparentes, de “oscura transparencia”, que dejan pasar la luz a cuentagotas, tamizan la impronta del recuerdo, “la triste máscara del recuerdo”, y recuperan con doloroso placer lo pasado y lo soñado, la madeja de sombras que nutre su presente.

Ha vuelto a escribir desde el aire “blando y frío de Nueva Inglaterra” y evoca intensamente aquel “azul de las noches de Cuba”, la de sus años de estudiante.

Escribe desde un amor inagotable e incurable, oscuro amor consumado que nunca fue consumido: 

“fragor y luz que ahora 

tu diminuta mano blanca

repentinamente clausura

silencia

con el índice del adiós” 


Escribe desde una incertidumbre y desde una certidumbre, desde “luminosas ventanas”, desde un abril que ya no es triste, desde un oscuro amor que deleita su “arrebatado corazón”: 

“El viento que guía tus naves 

es el mismo que se despliega 

en las sedientas sombras diurnas

de mi desfasado anhelo.” 


Escribe, en fin, desde la certidumbre de que nadie le quita lo bailado, nadie le quita lo soñado, nadie le quita lo vivido. Pedro Conde Sturla. 

Oscuro amor 

Oscuro amor 

que desde luminosas ventanas

deleitas y renuevas mi 

arrebatado corazón 

Ahora que regresas a mí de distante viaje

ahora que te deshaces de las furtivas huellas

sin dejar rastro visible

ningún dios posible podrá doblegar

ni trocar mis sueños como te he soñado

mía sin límites ni ataduras

Ya no será abril el mes triste

del que hablan algunos poetas

Para nosotros será mes

de tiernos recuerdos

a puro corazón forjado

Amor en tu sangre en la mía

arden los mismos fuegos 

se derraman iguales luces

El viento que guía tus naves

es el mismo que se despliega

en las sedientas sombras diurnas

de mi desfasado anhelo. 

Lugar incierto

Ya no quedan silencios

No quedan más banderas por desplegar

Centros

límites por alcanzar

ni dioses celosos o neutros

Se han ausentado todos

y las indeclinables aves del adiós

no baten alas y ya no hieren inclementes

los puñales de la despedida 

Adiós lugar incierto

deshabitada luz.

Oscura transparencia 

Lo mejor

no es la caricia en sí misma

sino su continuación. 

Mario Benedetti 

Ahora puedo caminar junto a ti

sin que estés conmigo

Puedo oírte sin que me hables

Tu signo es la oscura transparencia de la lluvia

Tu luz la de este exiguo y breve sol

de Nueva Inglaterra

Riachuelos de caliche y guarapo

nos irrigan la sangre

Provincias de olvido y recuerdo somos

Comarcas de desbocado amor

nuestras vidas

¿De qué materiales está hecha

la transparencia que te concibe 

albor de mis días?

¿Cómo se construye el alba sin luz

que te contenga?

¿Cómo las espesas paredes de soledad 

que te cercan?

Ternura salvaje 

sedienta de entrega. 

Descubrimiento 

Como pecio en aguas de su propio naufragio

como pozo seco en la noche

repitiendo los ecos de su aridez

ambula este corazón de ti sediento

 y en medio de la densa tristeza

que le atribuyen al mes de abril

me diste miel de las penumbras vacías

de los tambores

me diste a beber del sonoro hueco

que escuda tu corazón errante

me diste pequeña mía

de tu amor el más ávido

el para mí reservado. 

Esos que arrastran 

Esos que arrastran

las oscuras aguas de tus ojos

son escombros de mi pasado

desilusiones inadvertidas

duelo entre resplandor y sombra

tierno desafío

guirnalda de luz

flor de viento

sollozo reprimido

Ahora

por tus silencios trepan los míos

Todo se llena de ti

y te siento crecer vigorosa

irrepetible más allá de ti misma

como número momento

o cifra de día no vivido

como pregunta extendida

sin signos

sin fin. 

Trueque 

Tú me das tu corazón

yo en cambio te doy las mieles

de mi alma

de poeta errante

sin singladuras (pre) establecidas

sin anclas

sin ataduras. 

Recuerdos que no fueron 

La muerte vierte sus ecos

en metálicas copas

mientras las campanas ensayan

loas a la mudez de sus badajos

La muerte pasa sin pasar

y a su paso

sólo quedan silencios

dolorosos silencios que matan

de tu presencia

todos los recuerdos que no fueron. 

Excúseme señora 

Excúseme usted señora

por haberme tardado tanto bajo su piel

por haber desatado la sed que ahora la habita

por no advertir que mi sol no se ponía

en sus cielos como creí

Fue sin querer señora

que queriéndola yo

la indiferencia inauguró distancia entre nosotros

dejó en la mesa sus mejores frutos

Excúseme usted señora

que mi frente quiera descansar

entre las opacas lunas que alberga

en su pecho

y que la sombreada isla de mis deseos

 se vea nutrida de abulia. 

Ventana 

Desde tu corazón me dice adiós un niño

y yo le digo adiós. 

Pablo Neruda 

Para cuando te llegue este mensaje

yo tristemente me habré resignado a recordar

que entre nosotros

no todo el amor fue consumido

que de tu ternura no pudimos

transitar todos los senderos

que aunque beso a beso conquisté las rotundas y blancas alturas

de tus caderas y tú

mis más densos bosques de caoba

la avidez que hasta entonces

habitaba mi boca

como el azul de las noches de Cuba  que no conoces

derramó sobre mis días

fragor y luz que ahora

tu diminuta mano blanca

repentinamente clausura

silencia

con el índice del adiós

Me resignaré a recordar

de tus desatados placeres

sumergidos en el albor de imparciales sábanas

sus lentos y audaces salmos

el enriquecido ámbar de tus ojos

las tardías aguas de su firme y pedagógica mirada

y tu agridulce admonición

hundida en mi silencio

“no quiero irme pero me tengo que ir.” 

Segunda ventana 

¿Qué hago con lo escaso que me dejas de vida

cuando en los innumerables corazones

del viento no florezca mi risa

y en mis versos no habiten

los claros y nobles sonidos de la tuya?

¿Qué haré solitario obvio

cuando mis palabras ya no te acosen

y el álgebra de mi soledad interior

se subleve contra tu silencio?

¿Qué haré cuando tu persistente transparencia 

se imponga “al verso aquél

que no podemos recordar”

desborde las orillas de parques y estacionamientos

baldíos

y reine tu imagen en urticante recuerdo

tornándose sombra de beso robado

bajo las cenizas de las tardes

de Nueva Inglaterra? Dicho de manera simple

¿Qué voy a hacer sin ti? 

Pedro Conde Sturla es escritor 

pericopepe@live.com 




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Norberto James Rawlings ha vuelto a escribir y escribe y describe un oscuro amor con imágenes transparentes, de “oscura transparencia”, que dejan pasar la luz a cuentagotas, tamizan la impronta del recuerdo, “la triste máscara del recuerdo”, y recuperan con doloroso placer lo pasado y lo soñado, la madeja de sombras que nutre su presente. 


Constantino y la religión

Pedro Conde Sturla

25 de abril de 2013



[La mayoría de los creyentes no sospecha, no tiene idea del papel jugado por el emperador Constantino durante el famoso Concilio de Nicea en la imposición “de los dogmas más fundamentales de la Iglesia católica”, no sabe que los cuatro Evangelios canónicos fueron impuestos por Constantino y que éste  “diseñó a su antojo lo que los católicos deberían creer por siempre acerca de la persona de Jesús” y que el credo católico no es de inspiración divina “sino de la nada santa coacción que ejerció el brutal emperador romano sobre hombres que Jesús hubiese despreciado.”
Estas son algunas de las mentiras fundamentales y fundamentalistas que Pepe Rodríguez, un erudito con nombre de bodeguero, expone en su libro “Mentiras fundamentales de la iglesia católica”. A continuación, en el fragmento seleccionado, se detallan los incidentes posteriores de aquel Concilio de Nicea que dio origen a la iglesia católica, la misma iglesia destinada a jugar desde entonces y por los siglos de los siglos un papel histórico de tanta relevancia. PCS]. 


El Concilio de Nicea


martes, 16 de enero de 2018

La Conferencia de Berlín y la repartición de África


Pedro Conde Sturla
9 de junio de 2014
África como botín de las potencias de Europa
La Conferencia de Berlín (1884-1885), de la cual se cumple casi 130 años, fue organizada por Otto von Bismarck, el canciller alemán, con la participación de las principales naciones europeas y el Imperio Otomano y tenía el sano propósito de establecer una carta de ruta para una colonización armónica del continente africano.

Nikolái Ovstrovsky: Así se templó el acero

8 de marzo de 2014 
[La edición cubana, en papel periódico, de la novela de Nikolái Ovstrovsky (1904–1936), era de cien mil  ejemplares y circulaba como un torrente en los años sesenta. Así se templó el acero fue una especie de paradigma para una gran parte de la juventud de esa época. Es la obra de un extremo idealismo, una biografía novelada del propio autor, un ucraniano, por cierto, que tiene como protagonista a Pavka (Pavel) Korchaguin, un muchacho que luchó en todos los frentes durante la revolución bolchevique y no conoció la vejez. (La malograda revolución bolchevique que intentó implantar el socialismo y degeneró en la pesadilla del bestialinismo).
Korchaguin fue herido de gravedad en combate y también enfermó de tifus, volvió a las filas y fue de nuevo herido, a consecuencia de lo cual quedó inválido, pero continuó trabajando en la medida de sus posibilidades por la revolución a la cual había consagrado su vida, no por Stalin. Finalmente quedó ciego y esto pareció ser el fin de su vida como revolucionario. Pero Korchaguin no se rindió. Dictaba artículos para diferentes medios y participaba en programas radiales. Luego empezó a escribir, con ayuda de una amiga, una novela, la novela de su vida. El relato de este episodio ocupa la página final de la obra y es sin duda el más intenso de todos. La lucha de la voluntad contra la adversidad, uno de los más luminosos ejemplos de idealismo, la lucha de un combatiente por volver a las filas que recuerda de paso el sacrificio de tantos dominicanos por las mejores causas.
Todo esto es coherente con la filosofía existencial que se expresa en estas hermosas palabras.
Ovstrovsky-Korchaguin
“Lo más preciado que posee el hombre es la vida, se le otorga una sola vez y hay que saber vivirla de modo que al final de los días no sienta pesar por los años pasados en vano, para que no exista una angustia por el tiempo perdido y para que al morir se pueda exclamar ‘toda mi vida y todas mis fuerzas han sido entregadas a la causa más noble en este mundo, la lucha por la liberación de la humanidad’”. Nikolái Alekséievich Ostrovski.

domingo, 14 de enero de 2018

El ajusticiamiento de Lilís

 3 de marzo de 2013 - 6:30 pm 


[La más conocida versión del ajusticiamiento de Ulises Hilarión Heureaux Lebert, alias Lilís (1845-1899), es de origen literario, o mejor dicho, histórico literario. La descripción de los hechos reales e inventados la hace Antonio Portocarrero, protagonista de la  célebre novela “La Sangre” (1914), de Tulio Manuel Cestero, una obra que recrea las vicisitudes de “una vida bajo la tiranía” y las tensiones sociales de finales del siglo XIX.

Se va Horacio, se va

Pedro Conde Sturla 
15 de febrero de 2014 
La historia repercute en la literatura y las artes y muchas veces es suplantada por éstas, cuando no por el mito, que es un fenómeno histórico literario, quizás el más antiguo de todos. El que da origen a los dioses y las religiones que son pura mitología.
En una ocasión escribí sobre el ajusticiamiento del tirano Ulises Hilarión Heureaux Lebert, alias Lilís, y aludí al hecho de que la fuente más socorrida de ese acontecimiento era la que describía Tulio M. Cestero en su novela “La sangre”. Es por cierto, la versión que recoge Sumner Welles en “La Viña de Naboth” y otros historiadores.