sábado, 29 de septiembre de 2018

Siete al anochecer (4)






Cipriano Bencosme. 


19 de noviembre1930
(primera parte)

El general Cipriano Bencosme sobresale hasta cierto punto en la historia dominicana como un defensor de causas perdidas.


En 1911, a raíz del alevoso asesinato de su amigo y presidente Ramón Cáceres en los alrededores de Güibia, incursiona por primera vez en la lucha armada: toma parte en la llamada guerra o Revolución de los Quiquises, apoyando a Horacio Vázquez y Desiderio Arias contra los Victoria, que se habían establecido en el poder (aprovechando el vacío dejado por Cáceres) y pretendían de seguro quedarse por tiempo indefinido.

Durante este episodio a Bencosme le fue mal, peor que mal. Los partidarios de los Victoria o Quiquises le quemaron la casa y un hijo pequeño se esfumó y lo dieron por muerto, hasta qué apareció al cabo de un año en brazos de la niñera que se había escondido todo ese tiempo prudentemente.

La sangrienta contienda se decidió a favor de los intereses del imperio que intervino directamente para ponerle fin mediante presiones económicas y militares. Estas dieron origen a una Comisión Pacificadora que eligió como presidente al oportunista y servil Arzobispo Nouel en 1912 por un periodo de dos años que no llegó a cumplir.

Bencosme no escarmentó y, otra vez en alianza con el general Desiderio Arias y Horacio Vázquez, del cual era incondicional, se levantó contra el arzobispo presidente, pero las fuerzas de los insurrectos fueron sitiadas y tuvieron que capitular.

Un año más tarde acompañaría a Horacio Vásquez en un nuevo levantamiento, esta vez contra el gobierno de José Bordas Valdez, pero con Desiderio Arias en contra (la llamada Revolución del ferrocarril), y fueron otra vez derrotados, aunque algún tiempo después lograron echar a Bordas del poder, lo que dio paso a un gobierno provisional de Ramón Báez, seguido por otro de Juan Isidro Jiménez y luego por otro de ocho años impuesto por las cañoneras del fatídico imperio del norte.

Con la misma entereza y el mismo valor que había demostrado toda su vida, protestó Bencosme contra las tropas yanquis que ocuparon el país entre 1916 y 1924, y llegó incluso a confabularse con un grupo de patriotas para llevar a cabo unas acciones que no llegarían a materializarse. Cipriano  Bencosme sería traicionado, delatado, apresado e incluso maltratado en prisión por la soldadesca interventora. 

Se dedicó después o, mejor dicho, volvió a dedicarse a las labores del campo que eran su medio de vida. Bencosme, oriundo de Moca, era un rico terrateniente que se había casado con una prima más terrateniente que él y se convirtió en uno de los principales hacendados del país. Llegó a poseer un emporio agrícola de miles de tareas en el que según se afirma, con cierta exageración, trabajaban más de quinientas personas. 

Dice Rufino Martinez que era un hombre espléndido que no le negaba protección o asilo en sus tierras a ningún perseguido, un hombre pródigo que a nadie negaba los frutos de la tierra que necesitaran.

Ahora bien, cuando no estaba sembrando o participando en levantamientos militares, Cipriano Bencosme se dedicaba a hacer muchachos. Su apetito sexual incurable lo llevó a tener una inmensa prole de veintisiete descendientes directos con diez mujeres.


Cuando las tropas del imperio abandonaron el país, si acaso alguna vez lo han hecho, cuando pareció restablecerse la soberanía nacional -un espejismo-, se realizaron elecciones y su  cancachán Horacio Vázquez se convirtió en presidente y él en diputado. Pero Bencosme subió sin hambre al poder y se desempeñó, según se dice, con ecuanimidad.

Renacieron viejas esperanzas y se fortaleció la fe en el progreso. Pero todo era una ficción, pura apariencia. El reloj de la historia marchaba de nuevo hacia atrás. 

Después de cuatro años de gobierno corrupto como pocos, Horacio Vázquez descubrió que un solo periodo en la presidencia era muy corto para llevar a cabo su magna obra de gobierno y decidió prolongar su estadía en el poder con un par de años más, una extensión de dos años posiblemente renovable. Luego trataría de reelegirse y se armaría la pelotera.

Era la oportunidad que la bestia esperaba agazapada, la compuerta que abrió las aguas del pandemonio.

Horacio confiaba ingenuamente en la bestia, lo había ascendido a teniente Coronel, a brigadier, a general de brigada, lo había convertido en el hombre fuerte más fuerte del país. Cuando Rafael Estrella Ureña abandonó las filas del gobierno para organizar -contra los propósitos reeleccionistas de Horacio- un movimiento de desobediencia cívico militar que estremeció el Cibao, éste acudió a la bestia para que le sacara las castañas del fuego. Pero la bestia y Estrella estaban confabulados. Coludidos.

Estrella Ureña había apoyado a Horacio en las elecciones de 1924 y había sido nombrado en el ministerio de Justicia e instrucción pública hasta que las veleidades continuistas de Horacio lo llevaron a conspirar con Trujillo, que era Jefe de las fuerzas armadas, su hombre de confianza.

Horacio Vázquez trató entonces de detener el golpe de Trujillo y Estrella Ureña nombrando a última hora a Sergio Bencosme, hijo de Cipriano, como Secretario de Defensa, un cargo que ya resultaba ser poco menos que honorífico

Una vez derrocado Horacio, Estrella Ureña ocupó la presidencia provisional y organizó unas elecciones para mantenerse más o menos legítimamente en el cargo. Estrella tal vez creía haber utilizado a Trujillo, pero era todo lo contrario. En las elecciones de 1930 iría como candidato a la vicepresidencia y Trujillo a la presidencia, y ganarían por una abrumadora mayoría de fraudes condimentados con una buena dosis de represión y terror. 

Las relaciones entre ambos mandatarios se deterioraron de forma tan violenta que Estrella Ureña se vio obligado a viajar fuera del país en 1932 y anunció desde Cuba su renuncia por supuestos motivos de salud.

Se desempeñó luego como juez de la Suprema corte de justicia, hasta que un día se vió obligado a someterse a una operación quirúrgica de la que no sobrevivió, probablemente por consejo de Trujillo a los médicos.

Cipriano Bencosme -ya se dijo- era incondicional de Horacio Vázquez, lo acompañó en todos sus levantamientos, con él estuvo en las buenas y en las malas, estuvo con él cuando se le ocurrió extender en dos años el periodo de gobierno y lo secundó en la aventura de la fracasada reelección, en todas las circunstancias le brindó, en fin, un apoyo sin fisuras. Lo seguiría hasta la última consecuencia, hasta que la muerte los separó. La muerte de Bencosme. 

Bibliografía:




Federico D. Marco Didiez, “Los primeros crímenes de Trujillo”,

Jorge Zorrilla Ozuna, “Cipriano Bencosme ”, http://hoy.com.do/cipriano-bencosme-2/

Rufino Martínez, “Diccionario biográfico-histórico dominicano, 1821-1930”



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