PEDRO CONDE STURLA
Nadie como él perseveró en la gracia de la palabra humilde, nadie como él se aproximó a la religión, a la santidad de la poesía. Por eso fue Domingo, el Domingo dos veces de la isla. No lunes, no martes, ni siquiera jueves, Domingo Moreno Jimenes. El escribió La fiesta del árbol en momentos en que las tropas yanquis, presentes ayer como ahora, perpetraron la mutilación de la Ceiba de Colón.
“El silencio es más grande que todas las diatribas humanas/ permite no obstante que mi voz lo interrumpa…” Ahora se consuma otra vez el crimen verde. Dos filas de caucho memorables corrían parejas por el patio de la casa de Rodrigo de Bastidas en la Ciudad Colonial y aquello era una fiesta para los ojos y el espíritu. Ordenes superiores decretaron su muerte y extirpadas fueron de raíz. En el gobierno de un presidente agrario o por lo menos agropecuario, con un poeta al frente de la Secretaría de Cultura y un historiador de fuste al frente de Recursos Naturales se lleva a cabo el desastre. ¿Quién responde? De seguro no hay ningún responsable, solamente irresponsables. Responden las palabras de Marguerite Yourcenar que me envía mi amigo, el ingeniero Bonilla, dolorido por el suceso:
“Algunos pájaros son llamas…
¿Hay algo más bello que esa estatua de suplicante que hizo Rodin y que representa a un hombre rezando que tiende los brazos y se estira a la manera de un árbol? Con toda seguridad, el árbol reza a la luz divina.
Las raíces hincadas en el suelo, las ramas que protegen los juegos de la ardilla, el nido y los cantos de los pájaros, la sombra otorgada a las bestias y a los hombres, la copa en pleno cielo. ¿Conoces una manera de existir más sabia y más benéfica?
Y de ahí el sobresalto de rebeldía en presencia del leñador y el espanto, mil veces mayor, ante la sierra mecánica.Derribar y matar lo que no puede huir”.
¡Qué hermosa y triste la metáfora de un árbol que no puede huir!
¡Qué triste la sierra en manos del poeta y el historiador.
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