Pedro Conde Sturla
El libro comienza con la “Historia del rey Schahriar y de su hermano el rey Schahzaman”, precedida por una piadosa invocación:
“¡Aquello que quiera Alah! ¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso! Que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con atención las palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra, y se reprimirá. Por esto ¡gloria a quien guarda los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos!”
La historia se cuenta sola, casi sola. Schahriar y Schahzaman gobernaban felizmente en sus dominios de Oriente hasta la noche fatídica en que Schahzaman, el menor de los hermanos, estaba a punto de salir de viaje para visitar a Schahriar y “recordó una cosa que había olvidado”:
“…volvió a su palacio secretamente y se encaminó a los aposentos de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por su ausencia. Grande fue, pues, su sorpresa al hallarla tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal desacato, el mundo se obscureció ante sus ojos.”
Schahzaman lava la afrenta con sangre y cae en una terrible depresión de la que se recobra al enterarse de que la mujer de su prestigioso hermano se comporta de igual o peor manera:
“Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey Schahzaman vió cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza. Llegados a un estanque, se desnudaron, y se mezclaron todos.
Y súbitamente la mujer del rey gritó: ‘¡Oh, Massaud!’ Y en seguida acudió hacia ella un robusto esclavo negro, que la abrazó.
Ella se abrazó también a él, y entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó.
A tal señal todos los demás esclavos hicieron lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo, sin acabar con sus besos, abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer.
Al ver aquello, pensó el hermano del rey: ‘¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra". Inmediatamente, dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: ‘¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!’”
Schahzaman cuenta a Schahriar lo que había visto y cuando éste comprueba la veracidad de la información “la razón se ausentó, de su cabeza, y dijo a su hermano:
‘Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a nuestra vida.’”
En el trayecto encuentran a un efrit, un poderoso genio “dotado de poderes para el bien y para el mal”, un ser que infunde miedo y respeto a todos, menos a una dulce y bella doncella a la que había raptado y mantiene “cautiva”, y de la cual está genialmente enamorado. Pero la doncella se las arregla para vengarse, seduciendo a todos los hombres que conoce y despojándolos de sus anillos para fines de contabilidad. Los hermanos, que habían trepado a un árbol para esconderse del efrit, no resisten el llamado de la encantadora y amenazadora muchacha:
“Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vió ocultos en las ramas a los dos reyes. En seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: ‘Bajad, y no tengáis miedo de este efrit’. Por señas, le respondieron: ‘¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!’
“Ella les dijo: ‘¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit, que os dará la peor muerte’. Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, que se levantó para decirles: ‘Traspasadme con vuestra lanza de un golpe duro y violento; si no, avisaré al efrit’.
“Schahriar, movido del espanto, dijo a Schahzaman: ‘Hermano, sé el primero en hacer lo que ésta manda’. El otro repuso: ‘No lo haré sin que antes me des el ejemplo tú, que eres mayor’. Y ambos empezaron a invitarse mutuamente, haciéndose con los ojos señas de copulación.
“Pero ella les dijo: ‘¿Para qué tanto guiñar los ojos? Si no venís y me obedecéis, llamo inmediatamente al efrit’. Entonces, por miedo al efrit hicieron con ella lo que les había pedido. Cuando los hubo agotado, les dijo: ‘¡Qué expertos sois los dos!’
“Sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con sellos, y les preguntó: ‘¿Sabéis lo que es esto?’ Ellos contestaron: ‘No lo sabemos’. Entonces les explicó la joven: ‘Los dueños de estos anillos me han poseído todos junto a los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos’. Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo: ‘Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas.
“Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.”
En conclusión, ni siquiera un ser sobrenatural puede salir “sano y salvo de la seducción de las mujeres”. Todas las mujeres son iguales, la donna è mobile, tutte sono puttane, y de ninguna manera se les puede permitir lo que se les permite a los hombres.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después, persuadido de que no existía mujer alguna de cuya fidelidad pudiese estar seguro, ordenó a su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche arrebataba a una su virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba que la matasen. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban. En la ciudad no había ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este cabalgador.
“En esta situación, el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Schehrazada, y el nombre de la menor era Doniazada.
“La mayor; Schehrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oírla.
“Al ver a su padre, le habló así: ‘Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de pesadumbres y aflicciones?...’
“Cuando oyó estas palabras el visir contó a su hija cuanto había ocurrido desde el principio al fin, concerniente al rey. Entonces le dijo Schehrazada: ‘Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata seré la causa del rescate de las hijas de los musulmanes y podré salvarlas de entre las manos del rey.’ Entonces el visir contestó: ‘¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro.’ Pero Schehrazada repuso: ‘Es imprescindible que así lo haga.’
El padre trata de hacerla recapacitar contándole “lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador”, un relato misógino como la mayoría, desbordante de humor.
Sin embargo, la tozuda Schahrazada no cede, insiste por el contrario “nuevamente en su ruego”:
“Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido.’ Entonces el visir, sin replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahrian.”
Mientras tanto, Schehrazada decía a su hermana Doniazada: “Te mandaré llamar cuando esté en el palacio, y así que llegues y veas que el rey ha terminado su cosa conmigo, me dirás: ‘Hermana, cuenta alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche’. Entonces yo narraré cuentos que, si quiere Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes’.
“Fué a buscarla después el visir, y se dirigió con ella hacia la morada del rey. El rey se alegró muchísimo al ver a Schehrazada, y preguntó a su padre: ‘¿Es ésta lo que yo necesito?’ Y el visir dijo respetuosamente: ‘Sí, lo es’.
“Pero cuando el rey quiso acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: ‘¿Qué te pasa?’ Y ella contestó ‘¡Oh, rey poderoso, tengo una hermanita de la cual quisiera despedirme!’ El rey mandó buscar a la hermana, y apenas vino se abrazó a Schehrazada, y acabó por acomodarse cerca del lecho.
“Entonces el rey se levantó, y cogiendo a Schehrazada, le arrebató la virginidad. Después empezaron a conversar.
“Doniazada dijo entonces a Schehrazada: ‘¡Hermana, por Alah sobre ti!, cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche’.
“Y Schehrazada contestó: ‘De buena gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras.’
“El rey, al oír estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la narración de Schehrazada”.
Entonces Schahrazada, contó una historia apasionante y comenzó a contar otra que interrumpió ingeniosamente:
“En este punto de su narración, vio Schahrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: ‘¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!’ Schahrazada contestó: ‘Pues nada son comparadas con lo que
os podría contar la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere conservarme.’ Y el rey dijo para sí: ‘¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia.”
Así comienza la más gloriosa colección de relatos que conoce la humanidad. Una que me apasiona casi tanto como a Gustavo Olivo Peña (lector de culto), aunque quizás no tanto como apasionó a ese genio de la literatura que llamamos Borges:
“En el siglo quince se recogen en Alejandría, la ciudad de Alejandro Bicorne, una serie de fábulas. Esas fábulas tienen una historia extraña, según se supone. Fueron habladas al principio en la India, luego en Persia, luego en el Asia Menor y, finalmente, ya escritas en árabe, se compilan en El Cairo. Es el ‘Libro de Las mil y una noches’.”
pcs, viernes 6 de noviembre de 2015
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