En el principio era la oralitura y después la literatura, la palabra vino primero y después la letra. Los seres humanos aprendieron antes a hablar que a escribir y sólo después, muy después, aprendieron a leer los que tenían tiempo y recursos para hacerlo, apenas unos pocos. Con la palabra nació el cuento, la mitología, que es una forma de divertirse, transmitir conocimientos, explicar cosas, engañar a los demás, convertir mentiras en verdades universales que llamamos historia y religión, por ejemplo.
En sentido tradicional, no el que le atribuye Roland Barthes, el mito-cuento es un habla, por supuesto, una jabladuría un embuste una forma distorsionada de percibir o deformar la realidad.
En sentido tradicional, no el que le atribuye Roland Barthes, el mito-cuento es un habla, por supuesto, una jabladuría un embuste una forma distorsionada de percibir o deformar la realidad.
El procedimiento del cuentista o mito-cuentista debería consistir en explicar lo inexplicable, pero a menudo o casi siempre se procede a inexplicar lo explicable. “Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa” -como decía Gertrude Stein-, y un diluvio es (debería ser) un diluvio es un diluvio es un diluvio. Pero los dioses siempre meten la cuchara, quieren su parte en el festín, y el mito-cuentista (un sacerdote, un escriba, un poeta, un narrador) es casi siempre cómplice de los dioses y los complace. Homero exalta en “La Ilíada”, al decir de Arnold Hauser, “una moral de piratas” y queda bien con los dioses y los piratas y con la posteridad que aplaude y sigue aplaudiendo la iniquidad de los piratas que destruyeron Troya.
El diluvio en China, igual que el diluvio en Mesopotamia y en la tierra prometida -como se podrá ver a continuación-, no obedece a causas naturales. Intervienen los dioses para inexplicar el fenómeno y se recurre a un mito-cuento que en el caso de China describe en la misma historia el origen de la calabaza y el incesto y la existencia de la humanidad.
Los hijos de la calabaza
Un día de tormenta, el Trueno descendió a la Tierra disfrazado de dragón, pero cayó en manos de un campesino con un hijo y una hija, quien lo metió en una caja. Dado que las cosechas se habían echado a perder, el campesino decidió recurrir al dragón para alimentarse él y sus hijos. En eso tuvo que ir al mercado, pero antes de partir les dijo a sus hijos que estarían a salvo siempre y cuando no diesen de beber al dragón. Tan pronto como se hubiese ido, la niña se compadeció de los lamentos del Trueno y accedió finalmente a darle un poco de agua. Acto seguido, el Trueno, pletórico de dicha, hizo reventar la caja con un terrible estruendo.
Una vez liberado, el Trueno entregó a los niños un colmillo de su boca y les dijo que lo enterraran y cultivaran la planta que brotaran al poco. Cuando el campesino regresó y vio lo que había sucedido, empezó a construir una barca de hierro ante el temor de un diluvio inminente.
Mientras tanto, en un día el colmillo del Trueno se convirtió en una planta adulta que dio como fruto una calabaza gigante. Los niños la abrieron por arriba y hallaron en su interior filas y filas de afilados dientes como los que el Trueno les había entregado al principio. Después de sacarlos, dieron forma a una pequeña embarcación de vela con cabida para los dos hermanos. Entonces, se desató una tormenta y el campesino se dirigió de inmediato a su barca y los niños a la calabaza mientras el nivel de las aguas crecía y crecía sin cesar. Poco a poco, las cimas de las montañas quedaron anegadas y las dos barcas no tardaron en alcanzar el noveno cielo, la morada de los dioses. El campesino llamó a las puertas del mismo para poder entrar, pero al hacerlo molestó hasta tal punto a Gong Gong, el espíritu de las aguas, que este hizo que el nivel de las mismas retrocedieran de repente y cayeron las dos embarcaciones. La calabaza resistió el impacto, ya que amortiguó bien la caída, pero no así la barca de hierro, que quedó totalmente destruida y con ella su ocupante.
Los dos niños se quedaron solos en el mundo, pues el resto de la gente se había ahogado, pero al poco aprendieron a sobrevivir cultivando determinadas plantas. Dado que la calabaza los había salvado, decidieron llamarla Fu Xi “calabaza”, y ellos se bautizaron como Hermano y Hermana Fu Xi.
Con el tiempo acabaron casándose y la Hermana Fu Xi no tardó en quedarse embarazada de una extraña pelota de carne. Tras cortarla en numerosos trozos, los envolvieron con papel y de repente un golpe de viento los esparció por el suelo, donde tomaron una apariencia humana. Así fue como nació la nueva raza de seres humanos que habría de poblar la Tierra.
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