miércoles, 6 de marzo de 2019

BIBLIÓMANOS Y PAGANOS

Pedro Conde Sturla
6 de septiembre de 2007

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        Desde la más oscura noche de los tiempos, el ser humano ha sucumbido a la tentación de explicar lo que no sabe o no entiende en términos mitológicos. Narraciones de héroes, de dioses, fabulaciones sobre el origen del universo remiten a este modo fantasioso de razonamiento. El origen de la historia primitiva es siempre  el mito, la religión es puro mito y el ser humano sigue siendo un devoto de la mitológía.     

  No es, pues, sorprendente que uno de los libros más influyentes en la historia de la humanidad, el más difundido, sobado y resobado sea un compendio de mitología judea-cristiana que conocemos con el nombre griego de Biblia, la Santa Biblia,las Sagradas Escrituras o simplemente El libro, de inspiración divina, por supuesto.

        Nadie toma en serio hoy en día la mitología sumeria, ni 
la egipcia, ni la griega, ni la romana, y ni siquiera las 
antiguas religiones mistéricas orientales. Sin embargo éstas constituyen la fuente original en la que abrevaron los escribas de la Biblia, incorporando mitos y leyendas, códigos legales y modalidades de cultos que habían sido pacientemente elaborados a lo largo de milenios por otras culturas y civilizaciones.

        La deuda con mesopotamia es inmensa. El génesis bíblico reproduce la cosmogónía sumerica. El episodio del diluvio universal y el arca de Noè está calcado del antiquísimo Poema de Gilgamesh. Sargón I, fundador del primer imperio de la historia, fue salvado de las aguas muchos siglos antes que Moisés. La torre de Babel corresponde a la descripción de templos o zigurats, edificios escalonados hasta de siete pisos de altura destinados a observatorios, cuyas bases aún se conservan en Irán e Iraq.  El pacto más antiguo de un pueblo con su dios aparece en un documento hitita. El código babilónico de Hammurabi fue 
también incorporado parcialmente al libro de libros. De la 
religión del predicador persa Zoroastro proviene "la creencia en la libertad del hombre para escoger entre el bien y el mal y una resurrección general de los muertos al final de los tiempos, seguida de un juicio final y de un premio o un castigo eternos".

        Jehová es, como Zeus, un dios del trueno. Ambos fulminan a los mortales con rayos y centellas y envían diluvios para castigar a los impíos. Ambos son vengativos, iracundos, implacables en el ajuste de cuentas, sediento de sangre el primero tanto como el segundo. Zeus es un vicioso, un erotómano y tramposo. Beve, intriga y se emborracha como todos los dioses del Olimpo. Con tal de follarse una virgen es capaz de convertirse en cisne, en sátiro, en lluvia de oro, en toro. A Ganímedes -un varoncito- lo raptó transformándose en águila.

        Jehová no tiene vicios, no beve, no fuma, pero es 
incorregiblemente sicorrígido, homobóbico, asexual. A Onán 
lo dejó ciego por interrumpir el coito. A los habitantes de Sodoma y Gomorra los sepultó bajo las escombros de estas ciudades a causa de sus inclinaciones sexuales. La única vez que se decidió a tener un hijo, eligió una mujer casada, y en vez de aparearse normalmente, mandó al Espiritu Santo a negociar un adulterio.

        Particularmente prefiero la mitología greco-romana a la judeo-cristiana, sin tomar en serio a ninguna. El politeísmo permite un ejercicio democrático de la religión. El monoteísmo conduce a la intolerancia. 

        Los dioses, desde luego, no tienen vida propia. Están hechos a imagen y semejanza de los seres humanos. Representan el papel que les asignamos como reguladores del comportamiento social, al servicio del poder, como garantes de intereses de clase. La perversidad que asoma en ellos no es más que un reflejo de la nuestra.


pcs, jueves 6 de septiembre de 2007.

  

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