domingo, 22 de octubre de 2017

La vuelta al mundo en ochenta Díaz


Pedro Conde Sturla

Confieso que la noticia me sorprendió agradablemente, no deja de sorprenderme. La obra de Junot Díaz, La breve y maravillosa vida de Óscar Wao (2007), ha sido galardonada con el premio Pulitzer 2008 (el mismo que le negaron a Truman Capote por su colosal novela A sangre fría). Además ha sido traducida a veinticuatro idiomas y ha dado la vuelta al mundo, a una parte del mundo en menos de un año. Es decir ha dado la vuelta al mundo en poco más de los ochenta días que les tomó a  los personajes de Julio Verne y al dilecto Cantinflas en aquella película memorable. La misma en que el glorioso mejicano, en el mejor momento de su carrera, dejó chiquitos -como dijo Cabrera Infante-, a los grandes actores que lo acompañaban. Se trata de la vuelta al mundo en ochenta Díaz o de la vuelta al Díaz en ochenta mundos, como quería Cortazar.
El episodio me recuerda el caso de Heminguay. Pero Hemingway era ya mundialmente famoso cuando cedió los derechos de “El viejo y el mar” a la infame revista Life y vendió cinco millones de ejemplares en varias lenguas en un solo fin de semana, si mal no recuerdo.
García Márquez no tuvo tanto empuje publicitario. Anduvo con algunas de sus obras bajo el brazo durante años en busca de un editor, y el reconocimiento de su valía como escritor fue un proceso más lento. Publicó humildemente Cien años de soledad en una editorial americana de América del sur, que es la mayor de las Américas, y sus lectores poco a poco la catapultaron a la fama y luego al boom de la literatura del continente mestizo, junto a las obras del consagrado Carlos Fuentes, junto a Julio Cortazar,  Mario Vargas Llosa y otros insurgentes, dejando en manos de las empresas que editaban esas obras un negocio que no sabían, momentáneamente manejar porque se les iba de las manos.
Sin embargo, Cien años de soledad fue un acontecimiento literario inaudito y casi cosmogónico que dividió al mundo de las letras hispánicas en un antes y un después. “Es la obra más importante escrita en español después de El Quijote”, dijo nuestro gigante Juan Bosch en una cita citable. Un juicio que compartiría al cien por ciento si no fuera tan absoluto.
 En términos de lanzamiento editorial, ni la obra de García Márquez  y ni siquiera la de Vargas Llosa pueden compararse  a la monumental campaña publicitaria  con la que ha sido favorecida la inteligentísima, original y muy apreciable novela de Junot Díaz. De hecho, pocas veces se ha producido un fenómeno propagandístico comparable al que ha realizado el conocido monstruo editorial Vintage Anchor Books (división de Random House, Inc.), una operación de tal magnitud que ha permitido lanzar a la gloria, al firmamento de las grandes estrellas de la literatura al casi novato Junot Díaz, y promueve su obra como la primera Coca Cola del desierto, traducida a los más importantes  idiomas del planeta.
Todo, en el montaje publicitario de la obra de Junot Díaz  es hiperbólico y exagerado, la “exageración convicta” de la que hablaba una vez Mario Benedetti en sus Letras del continente mestizo. 
Como dice Rosa Montero en La loca de la casa, “Ya se sabe que hoy los libros forman parte del mercado y son vendidos con técnicas comerciales tan agresivas como las que emplean los fabricantes de refrescos o de coches. Lo cual tiene sus cosas malas, pero también algunas buenas: por ejemplo, que los libros llegan a más gente; o que, al estar dentro del mercado, están dentro de la vida, porque hoy todo es mercado, y si la literatura permaneciera totalmente al margen quizá se convertiría en una actividad elitista, artificiosa y pedante. Pero las cosas malas que esta situación conlleva son desde luego muy malas”. Se imponen, en definitiva, los intereses mercuriales. Ese es el quid del asunto
Según Rosa Montero “Esto es una consecuencia de la obligatoriedad del éxito comercial, que se ha convertido en un requerimiento casi frenético. Se diría que hoy la única medida del valor de un libro es la cantidad de copias que vende, una apreciación a todas luces absurda, porque hay obras horrendas que se venden a mansalva y libros estupendos que apenas si circulan (lo cual no quiere decir, naturalmente, que los libros buenos sean por definición los que no se venden y los libros malos los que sí: esa es otra mentecatez del mismo calibre que estuvo de moda hace algunos años).”
El valor de la novela de Junot Díaz no lo pongo, sin embargo, en duda, no está en dudas. Es una obra valiosa, valiosísima. Pero una cosa es la publicidad comercial y otra la literatura. Por eso he querido empezar por el principio, separando una de otra antes de aventurarme en La breve y maravillosa vida de Óscar Wao.

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El exordio literario de Junot Díaz, un libro de relatos titulado en español Negocios (1996), anunciaba parcialmente su talento de narrador y nada más. El exagerado éxito de crítica y ventas lo atribuyo simplemente a esos mencionados mecanismos de promoción de los Persuasores ocultos de los que habla Vance Packard en su famoso libro. Otros cuentos muy superiores ha escrito Junot Díaz desde entonces, con una técnica que anticipaba el estilo, los personajes y recursos con los que construyó el andamiaje de la novela que lo ha consagrado.
La breve y maravillosa vida de Óscar Wao arranca y termina con dos historias paralelas en diferentes planos. Una es la historia que cuenta la novela propiamente dicha, una trágica saga familiar en la que no me parece que Óscar sea el personaje más importante ni el más elaborado. Otra es la historia a pie de páginas, historia patria o mejor contrahistoria, porque el punto de vista de Junot Díaz no se acomoda al enfoque tradicional. 
Ambas historias, la tragedia familiar y la tragedia nacional, tienen como telón de fondo una fina red de referencias del “ámbito y penumbra” -como diría Manuel Rueda-, de las tiras cómicas, el cine, la literatura y múltiples referencias culturales y “subculturales” (si acaso existe tal cosa) que aparecen debidamente organizadas en un Glosario en las últimas páginas del libro.
Nada se mueve allí, en la alucinante y no “divertida” novela de Junot Díaz, al margen de ese inmenso telón de fondo contra el cual o sobre el cual se proyecta toda la narración, al cual todo remite o alude. Imágenes, metáforas y otras figuras de dicción son las de un autor que se ha curado de todos los lugares comunes de la lengua tradicional y el buen decir e incurre originalmente en lugares comunes provenientes de fuentes inauditas, inauditamente “extraliterarias” en el sentido clásico de la palabra. Hay que imaginarse a Borges leyendo a Díaz, por ejemplo. ¡Qué desastre!
Su lenguaje provocador, agresivo, ofensivo, que a veces parece enfermizo y no deja de serlo, perturba a “las buenas conciencias”, a la crítica mojigata, santurrona, como una vez lo hacía su admirado Henry Miller con sus famosos Tropicos que merecieron la censura, el repudio de la moral del imperio norteamericano que mientras tanto arrojaba millares de toneladas de bombas moralizantes sobre la humanidad. 
Su magia está en el léxico, en la arquitectura lexical del spanglish de los dominican York (gramaticalmente “bisexual”, incorrecto, deslenguado), que sin embargo se deja traducir decentemente, por lo menos en la cubanísima versión al dominicano de Achi  Obejas, si es un nombre ese y no un relajo, como el del novelista  Sealtiel Alatristre.
La historia se articula en tres partes y ocho capítulos, más una introducción y una carta final que conducen del pasado al presente y viceversa, y de New York a Baní y Santo Domingo continuamente, y en sus páginas desfilan, en general, seres fracasados o víctimas de la intolerancia racial y política, perdedores de una densa calidad humana como Óscar, la madre, la hermana, los abuelos. La única excepción es Yunior, un narrador no omnisciente, un papi chulo, un tipo exitoso, al menos en asuntos de faldas.
Aunque Junot Díaz dedicó el título de su novela a Oscar Wao, el personaje más acabado, trágico y complejo es la mamá, Hypatía Belicia Cabral, que está buenísima. De hecho, me parece que el personaje Óscar es poca cosa respecto al personaje de la madre. Evidencia irrefutable de que Junot Díaz sabe más de mujeres que de hombres, cosa que habla a su favor.
 Ninguno de los capítulos alcanza la grandeza e intensidad de “Los tres desengaños de Belicia Cabral (1955-1962)”, un personaje femenino fuera de serie, en el que Junot Díaz define su ideal de belleza.
Las mejores hembras de la novela pertenecen al género pluscuamperfecto, generalmente de piel cobriza o negra, altas, muy altas, abundantemente teutónicas o sos-pechosas, tetuagenarias, pero además culinarias, culombianas, con un kulovatio enorme, un kulómetro cuadrado por trasero y piernas como columnas de Hércules. Mujeres iguales a las que idealiza mi tocayo amigo, el escritor y poeta peruano Pedro Granados.
 Sólo la hermana de Óscar, la hermosa Lola, no es teutónica, es sintética, pero con un fundillo notable, un kulofón: 
“Era como dos muchachas en una: un torso flaquísimo casado con un par de caderas de Cadillac y el caminao de un burro borracho.”
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El traje de palabras que usa Junot Díaz para vestir y darles vida a sus personajes es casi siempre novedoso y excéntrico. Así, al describir a una mujer bonita dice que era “una reina de belleza de proporciones venezolanas”, y en la descripción de la metamorfosis de Belicia Cabral, su conversión de patito feo en cisne encantador, emplea a fondo su sistema de referencias culturales, dando lo mejor de sí:
“E invisible hubiera permanecido si en el verano del segundo  año de la secundaria Beli no hubiera ganado la lotería bioquímica, no hubiera experimentado el Verano de sus Características Sexuales Secundarias, no se hubiera transformado por entero (ha nacido una belleza terrible). Si antes Beli había sido una ibis desgarbada, bonita de una manera típica, para cuando terminó el verano estaba hecha un mujerón, con ese cuerpo suyo, esas formas que la harían famosa en Baní. Los genes de sus padres difuntos habían desaparecido en una cabronada estilo Roman Polanski. Como la hermana mayor a la que nunca conoció, Beli se había transformado de la noche a la mañana en un portento menor de edad, y de no haber estado Trujillo en sus erecciones finales, es probable que hubiera enfilado sus ‘cañones’ hacia ella del mismo modo que se decía lo había hecho con su pobre hermana difunta. Que conste, ese verano nuestra muchacha desarrolló un cuerpazo tan enloquecido que solo un pornógrafo o un dibujante de cómics podía haberlo conjurado con tranquilidad de conciencia. Todos los barrios tienen su tetúa, pero Beli las dejaba chiquitas a todas: era la Tetúa Suprema. Sus tetas eran globos tan inverosímiles, tan titánicos, que provocaban en las almas generosas compasión por su portadora y hacían que cada varón en su proximidad reevaluara su triste vida. Tenía los Pechos de Luba (36DDD). ¿Y que hay del culo supersónico que les sacaba a borbotones las palabras a los tipejos del barrio y arrancaba las ventanas de sus fokin marcos? Ese culo jalaba más que una yunta de bueyes. ¡Dios mío! Incluso este humilde Vigilante, repasando fotos viejas, quedó estupefacto al ver lo mamasota que fue en su época.”
Belicia, con su pesada carga de fracasos, igual que el resto de la familia y del país, es víctima del fucú o fukú del Almirante, la mala suerte, la “iettatura” o yetatura que –como he dicho otras veces- aterroriza no sólo a los ignorantes, sino al pueblo en general, a supersticiosos instruidos, de vasta cultura, entre los que se incluyen destacadas figuras de la intelectualidad dominicana, paladines de la libertad de prensa e incluso comunistas ateos y disociadores que nunca llaman al Gran Almirante por su nombre y si lo escuchan tocan madera como especie de conjuro, repetidamente madera. 
Evgueny Evtushenko, el famoso y jovial y curiosísimo poeta ruso con el cual muchos compartimos gratos momentos en memorables conversaciones, bebentinas y comilonas durante su grata, inolvidable estadía en Santo Domingo, creo que fue el primero en elevar a categoría literaria el termino fukú, que lo fascinó desde el primer momento y le inspiró el libro homónimo, un tributo de amor a la nación que lo acogió con extraordinaria simpatía, publicado en 1988 por Bernardo Vega y muchas veces citado por Junot Díaz como fuente nutricia. La narración de La breve y maravillosa vida de Óscar Wao inicia precisamente con una versión del fukú, que a veces, en la jerga alucinada y brillante de Junot Díaz se confunde aposta con el fokiú, porque Junot es Junot, un jodotnoso, un fokin narrador de orilla que le saca todo el sentido a las palabras, especialmente a las malas si es que existen: 
“Dicen que primero vino de África, en los gritos de los esclavos; que fue la perdición de los taínos, apenas un susurro mientras un mundo se extinguía y otro despuntaba; que fue un demonio que irrumpió en la Creación a través del portal de pesadillas que se abrió en las Antillas. Fukú americanus, mejor conocido como fukú, en términos generales, una maldición o condena de algún tipo; en particular, la Maldición y Condena del Nuevo Mundo. También denominado el fukú del Almirante, porque el Almirante fue su partero principal y una de sus principales víctimas europeas. A pesar de haber ‘descubierto’ el Nuevo Mundo, el Almirante murió desgraciado y sifilítico, oyendo (dique) voces divinas. En Santo Domingo, la Tierra Que Él Más Amó (la que Óscar, al final, llamaría el Ground Zero del Nuevo Mundo), el propio nombre del Almirante ha llegado a ser  sinónimo de las dos clases de fukú, pequeño y grande. Pronunciar su nombre en voz alta u oírlo es invitar a que la calamidad caiga sobre la cabeza de uno de los suyos.
”Cualquiera que sea su nombre o procedencia, se cree que fue la llegada de los europeos a La Española lo que desencadenó el fukú en el mundo, y desde ese momento todo se ha vuelto una tremenda cagada. Puede que Santo Domingo sea el Kilómetro Cero del fukú, su puerto de entrada, pero todos somos sus hijos, nos demos cuenta o no.”
Óscar pertenece a una familia de fornicantes de tipo macondiano (el abuelo materno, la madre, la hermana, el novio de la hermana, presumiblemente los tíos), en la cual representa la excepción y no la regla. El infeliz está dotado de fina sensibilidad e inteligencia, pero también de un físico extravagante que lo incapacita para relacionarse socialmente y menos aun sexualmente. Es el típico nerd, enemigo del ejercicio físico y el baile y las fiestas, apasionado por la lectura y juegos de video, y sueña con ser un gran escritor como Tolkien, el Tolkien dominicano. Es un tipo marginal, un solitario, excluido, rechazado y autorrechazado, sufre de fobia social y suele enamorarse perdidamente de muchachas que han tenido un fracaso sentimental y convertirse en paño de lágrimas. Óscar, en su nerdería, es demasiado lineal, demasiado nerd, un estereotipo por excelencia, pero muy bien trabajado literariamente, aunque nunca como la madre,  ya lo he dicho. La dimensión trágica de la madre es superlativa. Óscar es más patético que trágico, es un idealista, “busca el amor desesperadamente”, como se anuncia en la contraportada del libro, pero de ninguna manera “quiere perder la virginidad como un típico macho dominicano”. Él no quiere fornicar como la masa de personajes que lo acompañan en su novela. Él es un poco Madame Bovary al revés. Para perder la virginidad y realizarse como macho le bastaría una mujer del genero “puttanifero” como decía elegantemente Vittorio Gassman en una de sus famosas películas. Óscar busca el amor para hacer el amor, no fornicar, y lo consigue al final valientemente a cambio de su vida. He aquí lo real maravilloso en está novela del jodonísimo Junot Díaz. Construir un ambiente sórdido, a veces tenebroso, en el cual se desenvuelve este personaje que conmueve por su inocencia, un tipo casto en el fondo, que preserva su virginidad y sus principios hasta alcanzar su ideal, la meta de sus sueños. No es tan fiero el Junot como lo pintan.
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Las historias ocultas o disimuladas en La breve y maravillosa vida de Óscar Wao se prestan a múltiples lecturas porque es una obra abierta sobre un mundo cerrado, el de los doyo, los dominicanyork del gueto de Washington Heights o del Bronx y otros, que emplean el spanglish como “lengua defensiva” al decir de Miriam Ventura, “lengua de la resistencia” que “los define a ultranza”. Junot es el autor que les da voz, dice Miriam Ventura, uno de ellos, y su libro es uno de esos libros que “guardan fechas dentro de los actos de trasgresión de la palabra”, la palabra del amo.
El spanglish que “contamina” el habla y la escritura y hace rabiar a los puristas, es producto irreversible de un proceso de “mestizaje” lingüístico “objetivamente condicionado”, “históricamente determinado”, como decía Marx, muy parecido al que “contaminó” a la lengua de Castilla (una “degeneración” del latín) con miles de palabras árabes. 
“El elemento árabe –dice Eric Santoni en su libro El Islam- es, después del latino, el más importante del vocabulario español. Un hecho de esta naturaleza demuestra con creces hasta qué punto el árabe es esencial en nuestra cultura. Esos marroquíes que tan altas tarifas pagan por cruzar la aduana de Algeciras, y atraviesan aldeas o alquerías de La Mancha entre jaras, retamas, espliego y mejorana’ antes de llegar a arrabales donde encontrar una alcoba con tabiques revestidos, tal vez, de azulejos, donde comer albóndigas, alcachofas, aceitunas, alubias, y desde allí marchar a trabajar a una tahona,  un almacén, o a vender alfombras por las aceras o a emplearse como albañiles, con los papeles en regla otorgados por un alguacil, con el permiso del alcalde, y que con fulano o mengano armarán buen alborozo cuando en una azotea se cuente alguna hazaña celebrándola con arrope, alfeñiques o albaricoques en almíbar, quizá entre el perfume de alhelíes, azahares o azucenas, y aún con tiempo para jugar al ajedrez o tocar el laúd antes de que el cielo azul o añil  se acicale de estrellas como Aldebarán, Algol, Vega..., pues bien, esos árabes vuelven donde señorearon sus mayores, aunque algunos mezquinos los tachen de gandules
En esa lengua contaminada  escribió Cervantes su libro sobre nuestro señor Don Quijote, y en el despreciado “vulgar” italiano Dante escribió La comedia, aquella que la posteridad llamó divina. 
No tengo la menor duda de que en spanglish (“fusión morfosintáctica y semántica del español con el inglés”, según Wilkipedia), se pueden escribir obras maestras, si no se han escrito ya, y oponerse a su uso es tan insensato como inútil. El spanglish es un producto cultural y la cultura no es estática, vive a merced de la historia, “objetivamente condicionado”, en un interminable proceso de renovación y cambio y no surge de la voluntad o decisión individual, sino de la interacción de comunidades y pueblos con su medio. Los héroes no hacen la historia –decía Mao Tze Tung-, la historia hace a los héroes. Junot no inventa el splanglish, el spanglish lo inventa a él de alguna manera. Fue el idioma que “pobló su vida”, como pobló el inglés culto la de Borges, mutatis mutando (“cambiando lo que haya que cambiar”) y guardando desde luego las distancias, que son muchas.
El universo podrido, la sociedad podrida, la vida miserable en un país bajo las tiranías de Trujillo y Balaguer o en un gueto de Nueva York, el racismo, el intervencionismo yanki, todo lo que relata Junot Díaz en su novela (y que a muchos produce repulsión o agobio) es el fruto de experiencias de segunda y primera mano que también poblaron su vida. Él las recrea con crudeza y en parte las padeció, pero no es el responsable, él las denuncia. Picasso no es el autor de Los horrores de Guernica, él los pintó. Contra esa realidad que condena la novela de Junot Díaz combatieron algunos de los que denigran la novela.
“La breve y maravillosa vida de Óscar Wao” es una obra trágica salpicada de humor negro. Descalificarla por la crudeza de su lenguaje o celebrarla por “divertida” me parece un equívoco. 
Yo –confieso cínicamente- he dedicado parte de mi vida a la docencia y parte a la indecencia, y nada de lo que escriba Junot Díaz me escandaliza o sorprende porque creo en el ejercicio libertario de la palabra, en la lucha contra el orden simbólico del poder a través de la palabra que reconstruye otro orden, como hace Junot Díaz. 
Creo firmemente, como dijo un escritor norteamericano, que la irreverencia, la herejía, el mal decir, el pensar diferente es siempre un ejercicio de la libertad, “el vuelo del libre albedrío”.
  
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La historia que se narra en las muchas notas a pie de páginas de La breve y maravillosa vida de Óscar Wao, no tiene nada de oculta o disimulada. Es una historia política, un ensayo de interpretación de ciertos hechos que todavía hoy son objeto de manipulación en textos canónicos escolares que evaden establecer complicidades y llamar las cosas por sus nombres: 
“1) Para aquellos a quienes les faltan los dos segundos obligatorios de historia dominicana: Trujillo, uno de los dictadores más infames del siglo XX, gobernó la República Dominicana entre 1930 y 1961 con una brutalidad despiadada e implacable. Mulato con ojos de cerdo, sádico, corpulento; se blanqueaba la piel, llevaba zapatos de plataforma y le encantaban los sombreros al estilo de Napoleón. Trujillo (conocido también como EI Jefe, EI Ladrón de Ganado Fracasado y Fuckface) llegó a controlar casi todos los aspectos de la política, la vida cultural, social y económica de la RD mediante una mezcla potente (y muy conocida) de violencia, intimidación, masacre, violación, asimilación y terror. Así llegó a disponer del país como si fuera una colonia y él su amo. A primera vista, parecía el prototipo del caudillo latinoamericano, pero sus poderes eran tan fatales que pocos historiadores o escritores los han percibido, y me atrevo a decir que ni siquiera los han imaginado. Era nuestro Sauron, nuestro Arawn, nuestro propio Darkseid, nuestro Dictador para Siempre, un personaje tan extraño, tan estrafalario, tan perverso, tan terrible que ni siquiera un escritor de ciencia ficción habría podido inventarlo. Famoso por haber cambiado TODOS LOS NOMBRES A TODOS LOS SITIOS HISTÓRICOS de la República Dominicana para honrarse a sí mismo (el Pico Duarte se convirtió en Pico Trujillo, y Santo Domingo de Guzmán, la primera y mas antigua ciudad del Nuevo Mundo, se convirtió en Ciudad Trujillo); por monopolizar con descaro todo el patrimonio nacional (convirtiéndose de repente en uno de los hombres más ricos del planeta); por armar uno de los mayores ejércitos del hemisferio (por amor de Dios, el tipo tenía bombarderos); por tirarse a cada mujer atractiva que le diera la gana, incluso las esposas de sus subalternos, millares y millares y millares de mujeres; por tener la expectativa, ¡no, por insistir!, en la veneración absoluta de su pueblo (imaginen, la consigna nacional era ‘Dios y Trujillo’); por dirigir el país como si fuera un campo de entrenamiento de la Marina norteamericana; por quitar a amigos y aliados de sus puestos y arrebatarles las propiedades sin razón alguna, y por sus capacidades casi sobrenaturales.
”Entre sus logros personales se cuentan: el genocidio de los haitianos y comunidad haitiano-dominicana en 1937; mantener una de Las dictaduras mas largas y dañinas del hemisferio Occidental con el apoyo de los Estados Unidos (y si hay algo en que los latinos somos expertos es en tolerar dictadores respaldados por los Estados unidos, así que no hay duda de que ésta fue una victoria ganada con el sudor de la frente, y de la que los chilenos y Los argentinos todavía se lamentan); la creación de la primera cleptocracia moderna (Trujillo fue Mobutu antes de que Mobutu fuera Mobuto); el soborno sistemático de senadores estadounidenses, Y no menos importante, la forja del pueblo dominicano en una nación moderna (logró lo que no pudieron hacer los entrenadores de las fuerzas militares durante la ocupación).” 
A su santidad Joaquín Balaguer, una figura que sido objeto de endiosamiento y elevada a categoría de “Padre de la democracia dominicana” con la complicidad de todos los políticos corruptos que han pasado por el gobierno, Junot Díaz lo retrata con palabras tan certeras como venenosas. La figura del abuelito dulce y cariñoso que la iconografía oficial suele mostrar, emerge en toda su tenebrosa podredumbre como un ser inmoral, sediento de sangre y de poder, el verdadero y único Joaquín Amparo Balaguer Ricardo (alias  Elito o D’Elito):
“10) Aunque no sea esencial para nuestro relato en sí, Balaguer es esencial en la historia dominicana, por lo que debemos mencionarlo, aunque preferiría cagarme en él. Los viejos sabios dicen: Todo lo que se menciona por primera vez llama a un demonio, y cuando los dominicanos del siglo XX pronunciaron en masa por primera vez la palabra libertad, el demonio que conjuraron fue Balaguer (También es conocido como El Ladrón de Elecciones -véanse las de 1966- y como EI Homúnculo) En los días del trujillato, Balaguer era nada menos que uno de los subalternos mas eficientes de EI Jefe. Mucho se decía de su inteligencia (sin duda impresionó al Ladrón de Ganado Fracasado) y de su ascetismo (cuando violaba a las niñas, se lo guardaba). Después de la muerte de Trujillo asumiría el control del Proyecto Domo y gobernaría el país de 1960 a 1962, de nuevo de 1966 a 1978, y otra vez de 1986 a 1996 (para esa época ya estaba ciego como un murciélago, una verdadera momia viviente). Durante su segundo mandato, conocido entre los locales como los Doce Años, desencadenó una oleada de violencia contra la izquierda dominicana, enviando a escuadrones de la muerte a eliminar a cientos de personas y así alentó a millares a irse del país. Fue él quien supervisó/inició lo que llamamos la Diáspora. Considerado nuestro ‘genio nacional’, Joaquín Balaguer era un negrófobo, un apologista del genocidio, un ladrón electoral y un asesino de la gente que escribía mejor que él; es notorio que ordenó la muerte del periodista Orlando Martínez. Con posterioridad, cuando escribió sus memorias, dijo que sabía quien había cometido el criminal hecho (por supuesto, no él) y dejó una página en blanco en el texto para completarla a su muerte con la verdad. (¿Cabe decir impunidad?) Balaguer murió en 2002. La página sigue en blanco. Apareció como un personaje compasivo en ‘La fiesta del chivo’ de Vargas Llosa.” 
Otra cita digna de mención es la número 11, una cita estrambótica en la que relata con su peculiar desenfado e irreverencia el triste destino de Galíndez, el célebre antitrujillista vasco, a cuya tesis dedica un comentario que no califica como humor negro porque es sencillamente funerario, cómicamente macabro: 
“11) Para abreviar la historia: cuando EI Jefe se enteró de la tesis, primero intentó primero intentó comprarlo, como falló, envió a su Nazgul principal (el sepulcral Felix Bernardino) a Nueva  York y, en cuestión de días, Galíndez se vio amordazado, empaquetado y arrastrado a la Capital. Cuenta la leyenda que, cuando despertó de su siesta de cloroformo se encontró desnudo, colgando de los pies sobre una caldera de aceite hirviente, el Jefe parado al lado con un ejemplar de la tesis ofensiva. (¡Y ustedes que pensaban que la defensa de su tesis fue difícil!)” 
En estas notas a pie de página, que no son marginales sino parte integral de la obra (la otra historia en el mismo lienzo), el autor parecería juntar toda su rabia para pasar revista y condenar a la larga fila de cabrones, ladrones y asesinos de la peor especie que en nuestra historia se han salido impunemente con la suya. Es un texto definidamente político y castigador, un duro testimonio, un acto de infinito repudio a los detentadores del poder, a ese poder que ha denunciado valientemente “desde las entrañas del monstruo”, como decía José Martí, a ese poder que otros no se han atrevido a denunciar. Junot Díaz habla duro contra el poder y habla en contra de una forma específica del poder que es el poder de la exclusión que muchos en el Imperio padecen en carne propia. El mismo que denunció en un acto público con una frase en la que brilla toda su inteligencia: 
“Mi presencia aquí, o el éxito alcanzado habla igual de la ausencia de los escritores negros y latinos en la literatura norteamericana”. 
Para terminar esta aventura en el mundo casi mitológico de Junot Díaz (y en relación a ciertas críticas que se me han hecho), me creo en el deber de recordar que, como he dicho otras veces sólo escribo por envidia, soy envidioso, irremediablemente envidioso, envidio el talento y lo celebro en la obra de Junot Díaz porque me parece envidiable, envidiabilísima. He tratado, en estas entregas, de acercarme a sus posibles sentidos siguiendo aquella técnica de la “navegación del vuelo a vela”, de la cual hablaba Vargas Llosa hace muchos años, técnica del acercamiento y alejamiento que nunca agota los sentidos de la obra, los recrea. Son opiniones más o menos organizadas en torno a un tema, simples opiniones. Los juicios infalibles se los dejo a ciertos críticos del patio como Miguel D. Mena y Diógenes Céspedes, se los dejo al Papa que es ciertamente infalible. 


pcs, viernes, 02 de enero de 2009





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