Pedro Conde Sturla
11 de julio 2006
11 de julio 2006
Pepe Rodríguez es un erudito
español con nombre de bodeguero. Tiene un sitio Web que parece una
trinchera y en cierto modo lo es, porque Rodríguez vive
atrincherado, un poco a la defensiva pero sobre todo a la ofensiva,
en permanente lucha contra la intolerancia religiosa. La Web de Pepe
Rodríguez ha recibido hasta la fecha casi tres millones y medio de
visitas. Hay una dirección a la que se le puede escribir y a veces
responde.
De
acuerdo con la información disponible, “Pepe Rodríguez está
considerado como uno de los mejores expertos en problemática
sectaria y sus libros y artículos sobre sectas, adicciones, crítica
de la religión o desarrollo de los mitos, entre otros, son una
referencia obligada para todos los interesados en estas cuestiones.”
De
mayor importancia es el excelente ensayo Dios
nació mujer
(La
invención del concepto de Dios y la sumisión de la mujer: dos
historias paralelas).
Resulta
ciertamente sorprendente comprobar con Pepe Rodríguez “que el
concepto masculino de ‘Dios’, que hoy domina en todas las
religiones, no es más que una transformación relativamente reciente
del primer concepto de deidad creadora/controladora que, tal como
demuestran miles de hallazgos arqueológicos, fue, obviamente,
¡femenina!”. Desde unos 30,000 años a.C. hasta el inicio de la
civilización en el cuarto milenio a. C. la humanidad adoró a
deidades femeninas. Las diosas no tenían figuras de modelos
anoréxicas de pasarelas, por supuesto. Eran regordetas, barrigonas,
nalgudonas y teutónicas, diosas de la fertilidad como la famosísima
Venus de Willendorf. “El golpe
de estado
del dios contra la diosa” fue también el golpe de estado contra la
mujer, el punto de partida de su sometimiento.
En
el mismo sentido crítico, desacralizador, se orienta Mentiras
fundamentales de la Iglesia católica (“Un
análisis de las graves contradicciones de la Biblia y de cómo se ha
manipulado ésta en beneficio de la Iglesia. Es uno de los ensayos
más vendidos en España y Latinoamérica”).
Pepe
Rodríguez seguramente no ha leído El
Código Da Vinci,
pero es probable que Dan Brown tenga conocimiento de la obra del
primero, hasta el punto de que algunas expresiones en las que alude,
por ejemplo, a “la falta de originalidad del cristianismo”
parecen citas textuales. En ocasiones el libro de Brown parece
supeditado a un guión original de Rodríguez. Lo innegable, en
cualquier caso, es que Dan Brown ha tenido acceso a la amplísima
bibliografía sobre el tema y quizás las coincidencias no sean más
que meros datos históricos. Sin embargo, lo que Dan Brown -el
novelista-, explica en relación al Concilio de Nicea del año 325
d.C. y la manipulación del cristianismo, no sólo se queda corto
sino que carece del rigor que le imprime el investigador, el
ensayista. Es decir que la realidad, como de costumbre, supera a la
imaginación, a la literatura.
Pepe
Rodríguez afirma, entre otras cosas, que en la Biblia
se
demuestra que “Jesús jamás instituyó –ni quiso hacerlo-
ninguna nueva religión o Iglesia, ni cristiana ni, menos aún,
católica”. Niega que hubiese sido ejecutado a los 33 años de edad
sino después de los 40, y que tuvo al menos siete hermanos carnales.
Más adelante dice que “Jesús prohibió explícitamente el clero
profesional…y la Iglesia católica hizo del sacerdote un
asalariado” y del papa un ser infalible y de la mujer un paria
(nunca una paria como se diría en jerga feminista). “Jesús, en
los Evangelios,
preconizó la igualdad de derechos de la mujer, pero la Iglesia
católica se convirtió en apóstol de su marginación social y
religiosa.” Del mismo modo, el piadosísimo emperador Constantino
–que “degolló a su propio hijo, estranguló a su esposa y
asesinó a su suegro y a su cuñado”- se convirtió en padre o
padrote del catolicismo a raíz del Concilio de Nicea, que culminó
con “el embargo del aparato eclesiástico por parte del Estado.”
El paganísimo estado imperial romano.
Fue
en el Concilio de Nicea que se seleccionaron los cuatro evangelios
actuales “de entre un conjunto de alrededor de sesenta evangelios
diferentes. Los textos no escogidos fueron rechazados por apócrifos
por la iglesia y condenados al olvido” a pesar de que algunos eran
más antiguos que los canónicos oficiales que hoy se veneran, y se
atribuían a las plumas de apóstoles y otras figuras importantes y
conocidas.
“El
modus
operandi
para distinguir a los textos verdaderos
de los falsos
fue, según la tradición, el de ‘elección milagrosa’. Así, se
han conservado cuatro versiones para justificar la preferencia por
los cuatro libros canónicos:1) después de que los obispos rezaran
mucho, los cuatro textos volaron por sí solos hasta posarse sobre un
altar; 2) se colocaron todos los evangelios en competición sobre el
altar y los apócrifos cayeron al suelo mientras que los canónicos
no se movieron; 3) elegidos los cuatro se pusieron sobre el altar y
se conminó a Dios a que si había una sola palabra falsa en ellos
cayeran al suelo, cosa que no sucedió con ninguno; y 4) penetró en
el recinto de Nicea el Espíritu santo, en forma de paloma, y
posándose en el hombro de cada obispo les susurró qué evangelios
eran los auténticos y cuales los apócrifos (está tradición
evidenciaría, además, que una parte notable de los obispos
presentes en el concilio eran sordos o muy descreídos, puesto que
hubo una gran oposición a la elección –por votación mayoritaria
que no unánime- de los cuatro textos canónicos actuales).”
En
fin, “Para la historia –dice Pepe Rodríguez- quedó el recuerdo
vergonzoso de un concilio, el de Nicea, en el que una caterva de
obispos cobardes y vendidos a la voluntad arbitraria del emperador
Constantino dejaron que éste definiera e impusiera algunos de los
dogmas más fundamentales de la Iglesia católica, como son el de la
consustancialidad entre Padre e Hijo y el credo trinitario.
Constituido en teólogo
por
la gracia de sí mismo, Constantino diseñó a su antojo lo que los
católicos deberían creer por siempre acerca de la persona de Jesús.
El Credo
que rezan todos los católicos, por tanto, no procede de la
inspiración
con la que el Espíritu Santo iluminó a los prelados conciliares
sino de la nada santa coacción que ejerció el brutal emperador
romano sobre hombres que Jesús hubiese despreciado. El ejemplo del
nazareno dando la vida por sus ideas debía parecerles una ingenuidad
detestable a unos obispos que no dudaron en ahogar su fe y conciencia
con tal de seguir llenándose la panza”.
Martes, 11 de Julio de 2006.
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