BATIR LA MIERDA
Pedro Conde Sturla
20 de septiembre de 2008
Un refrán popular aconseja
sabiamente no batir la mierda porque la
mierda hiede cuando es mierda, pero la mierda “tizna cuando estalla”, para
decirlo así, poéticamente, con palabras de Miguel Hernández, aunque esto no es
un poema, como se verá, sino una enema lírica.
Cuando la mierdería que se bate es
producto o subproducto de leche aguada, de leche adulterada para consumo
infantil, sube su olor más arriba como los versos de Deligne, “más arriba,
mucho más”, y embarra a quienes la baten, enmierda a los enmierdadores.
Extraña justicia la nuestra. Ante
una denuncia de extrema gravedad, los payasos de la judicatura acosan a los
denunciadores y no a los denunciados. Acosan a periodistas honestos –una
especie en vía de extinción- y no a los adulteradores LADRONES DOMINICANOS.
El efecto, sin embargo, es
contraproducente, ya se dijo. De tanto batir y batir las propias heces, parecen
cada vez más culpables. El fino aliento cloacal los delata, los pone en
evidencia, incrimina a los adulteradores y secuaces, los compromete en
flagrante adulterio adulterino, falsificación o fraude, según mi concepto o
preconcepto del derecho penal, que una vez confundía con los derechos del pene.
El olor de la leche adulterada permite
seguir -como en el poema de Pedro Mir-, “el rastro goteante por el mapa y su
efigie de patas imperfectas”. Y allá en la serranía, “en el suave manto de la sutil
neblina envuelto” (a la manera de Andrés Bello), descubre, desenmascara en su intensa
fetidez complicidades inauditas en las prodigiosas líneas arquitectónicas de la
mansión de una humilde maestra, ante la cual son ciegas las autoridades. Cuerpo
del delito y del deleite, de la desfachatez que es parte de la misma corrupta
mierda que se bate y se combate.
pcs, sábado, 20 de septiembre de
2008
BATIR LA PORQUERÍA
Pedro Conde Sturla
(Amigos y parientes me
escribieron alarmados, sonrojados, escandalizados por el estilo soez, vulgar,
escatológico empleado en la redacción de mi artículo anterior, tan impropio, al
parecer, de un docente que no se precie de indecente.
Con ánimo de reparar el entuerto
he procedido en esta ocasión a reformular el engendro en términos potables, que
no hieran los oídos ni la sensibilidad de los lectores.
Adviértase, sin embargo, que la verdadera
indecencia, lo perverso, lo inmoral, lo doloso y dañino no está ni estaba en la
manera de decir sino en la práctica que denuncia ese decir.
“Si dieran leche en lugar de agua
–como me dijo una aguda comentarista-, no estuviéramos batiendo un caso tan
hediondo...”).
Un refrán popular aconseja
sabiamente (aunque con otras palabras) no batir la porquería, no batir la
materia fecal, porque la porquería hiede cuando es porquería, pero la porquería
“tizna cuando estalla”, para decirlo así, poéticamente, con palabras de Miguel
Hernández, aunque esto no es un poema, como se verá, sino una enema lírica.
Cuando la porquería que se bate es
producto o subproducto de leche aguada, de leche adulterada para consumo
infantil, sube su olor más arriba como los versos de Deligne, “más arriba,
mucho más”, y embarra a quienes la baten, embarra a los embarradores.
Extraña justicia la nuestra. Ante
una denuncia de extrema gravedad, los payasos de la judicatura acosan a los
denunciadores y no a los denunciados. Acosan a periodistas honestos –una
especie en vía de extinción- y no a los adulteradores LADRONES DOMINICANOS.
El efecto, sin embargo, es
contraproducente, ya se dijo. De tanto batir y batir las propias heces, parecen
cada vez más culpables. El fino aliento cloacal los delata, los pone en
evidencia, incrimina a los adulteradores y secuaces, los compromete en
flagrante adulterio adulterino, falsificación o fraude, según mi concepto o
preconcepto del derecho penal, que una vez confundía con los derechos del pene.
El olor de la leche adulterada permite
seguir -como en el poema de Pedro Mir-, “el rastro goteante por el mapa y su
efigie de patas imperfectas”. Y allá en la serranía, “en el suave manto de la sutil
neblina envuelto” (a la manera de Andrés Bello), descubre, desenmascara en su intensa
fetidez complicidades inauditas en las prodigiosas líneas arquitectónicas de la
mansión de una humilde maestra, ante la cual son ciegas las autoridades. Cuerpo
del delito y del deleite, de la desfachatez que es parte de la misma corrupta
porquería que se bate y se combate.
pcs, sábado, 28 de septiembre de
2008
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