viernes, 27 de julio de 2018

ELOGIO DE LA LETRINA

BATIR LA MIERDA
        Pedro Conde Sturla
         20 de septiembre de 2008

Un refrán popular aconseja sabiamente  no batir la mierda porque la mierda hiede cuando es mierda, pero la mierda “tizna cuando estalla”, para decirlo así, poéticamente, con palabras de Miguel Hernández, aunque esto no es un poema, como se verá, sino una enema lírica.      
Cuando la mierdería que se bate es producto o subproducto de leche aguada, de leche adulterada para consumo infantil, sube su olor más arriba como los versos de Deligne, “más arriba, mucho más”, y embarra a quienes la baten, enmierda  a los enmierdadores.
Extraña justicia la nuestra. Ante una denuncia de extrema gravedad, los payasos de la judicatura acosan a los denunciadores y no a los denunciados. Acosan a periodistas honestos –una especie en vía de extinción- y no a los adulteradores LADRONES DOMINICANOS.
El efecto, sin embargo, es contraproducente, ya se dijo. De tanto batir y batir las propias heces, parecen cada vez más culpables. El fino aliento cloacal los delata, los pone en evidencia, incrimina a los adulteradores y secuaces, los compromete en flagrante adulterio adulterino, falsificación o fraude, según mi concepto o preconcepto del derecho penal, que una vez confundía con los derechos del pene.
El olor de la leche adulterada permite seguir -como en el poema de Pedro Mir-, “el rastro goteante por el mapa y su efigie de patas imperfectas”. Y allá en la serranía, “en el suave manto de la sutil neblina envuelto” (a la manera de Andrés Bello), descubre, desenmascara en su intensa fetidez complicidades inauditas en las prodigiosas líneas arquitectónicas de la mansión de una humilde maestra, ante la cual son ciegas las autoridades. Cuerpo del delito y del deleite, de la desfachatez que es parte de la misma corrupta mierda que se bate y se combate.
pcs, sábado, 20 de septiembre de 2008


            BATIR LA PORQUERÍA
         Pedro Conde Sturla

(Amigos y parientes me escribieron alarmados, sonrojados, escandalizados por el estilo soez, vulgar, escatológico empleado en la redacción de mi artículo anterior, tan impropio, al parecer, de un docente que no se precie de indecente.
Con ánimo de reparar el entuerto he procedido en esta ocasión a reformular el engendro en términos potables, que no hieran los oídos ni la sensibilidad de los lectores.
Adviértase, sin embargo, que la verdadera indecencia, lo perverso, lo inmoral, lo doloso y dañino no está ni estaba en la manera de decir sino en la práctica que denuncia ese decir.
“Si dieran leche en lugar de agua –como me dijo una aguda comentarista-, no estuviéramos batiendo un caso tan hediondo...”).

Un refrán popular aconseja sabiamente (aunque con otras palabras) no batir la porquería, no batir la materia fecal, porque la porquería hiede cuando es porquería, pero la porquería “tizna cuando estalla”, para decirlo así, poéticamente, con palabras de Miguel Hernández, aunque esto no es un poema, como se verá, sino una enema lírica.        
Cuando la porquería que se bate es producto o subproducto de leche aguada, de leche adulterada para consumo infantil, sube su olor más arriba como los versos de Deligne, “más arriba, mucho más”, y embarra a quienes la baten, embarra  a los embarradores.
Extraña justicia la nuestra. Ante una denuncia de extrema gravedad, los payasos de la judicatura acosan a los denunciadores y no a los denunciados. Acosan a periodistas honestos –una especie en vía de extinción- y no a los adulteradores LADRONES DOMINICANOS.
El efecto, sin embargo, es contraproducente, ya se dijo. De tanto batir y batir las propias heces, parecen cada vez más culpables. El fino aliento cloacal los delata, los pone en evidencia, incrimina a los adulteradores y secuaces, los compromete en flagrante adulterio adulterino, falsificación o fraude, según mi concepto o preconcepto del derecho penal, que una vez confundía con los derechos del pene.
El olor de la leche adulterada permite seguir -como en el poema de Pedro Mir-, “el rastro goteante por el mapa y su efigie de patas imperfectas”. Y allá en la serranía, “en el suave manto de la sutil neblina envuelto” (a la manera de Andrés Bello), descubre, desenmascara en su intensa fetidez complicidades inauditas en las prodigiosas líneas arquitectónicas de la mansión de una humilde maestra, ante la cual son ciegas las autoridades. Cuerpo del delito y del deleite, de la desfachatez que es parte de la misma corrupta porquería que se bate y se combate.
pcs, sábado, 28 de septiembre de 2008






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