Pedro Conde Sturla.
25 de enero de 2009
Mi difunto
padre, Alfredo Conde Pausas, escribió, entre otros, un libro de versos titulado
“Israel” (1982), que no aprecio por su calidad poética, pero sí por su espíritu
rebeldemente panfletario:
No hay
nadie que me haga creer que no hay Dios.
Pero no el de la Biblia : Ese Dios de Israel
que mata diez mil, que mata cien mil,
que mata un millón. Mi Dios debe ser
el de Jesucristo nuestro señor.
El Dios noble y manso, el Dios dulce y bueno
del santo de Asís,
que es todo perdón,
que nunca castiga
al bueno
ni al malo.
Que hizo de Francisco el hermano de todos,
de ovejas y lobos,
de hombres y diablos.
***
de un Dios vengativo que mata y que hiere,
de un Dios que es a veces feroz genocida,
de un Dios como Hitler
¡y ése no es mi Dios!
Porque ese dios mata más que el Diablo mismo,
porque ese Dios bíblico es un Dios Demonio,
que inmola mujeres, no perdona niños,
sacrifica ancianos y extermina hombres
en cifras enormes,
como lo revela
el Viejo Testamento
cuando, con asombro, leyendo sus páginas
sacamos las cifras de todos sus muertos.
Lo que
describe mi padre es lo que estaba sucediendo ahora hace unos días, una semana,
durante el holocausto de los habitantes de la franja de Gaza, lo que comenzó a
suceder desde la fatídica fundación del estado de Israel (Israhell) y la
consecuente limpieza étnica que arrojó a millares de palestinos descendientes
de judíos, mezclados con cananeos, árabes y turcos al infame exilio y encerró a
otros en campos de concentración y de exterminio en la franja de Gaza y en la Cisjordania rodeada de
un muro de Berlín que no incluye las tierras labrantías.
En la historia de la humanidad, jamás
una nación, un imperio, ha sembrado el terror y la devastación a escala
planetaria como el imperio norteamericano y su sucursal israelita. Solamente en
algunas zonas de Viet Nam, por no mencionar a Cambodia, el imperio arrojó más
bombas que todas las que se arrojaron sobre Europa durante la segunda guerra
mundial. Sobre Viet Nam, durante mucho tiempo, semanalmente se arrojaba el
equivalente de varias bombas atómicas de las que se arrojaron en Hiroshima y
Nagasaki, aparte de químicos y defoliantes que no permitirán crecer la
vegetación en cien años. Sobre Laos, uno de los países más pobres y el mayor
bombardeado y devastado del mundo, el
imperio norteamericano ejerció una presión y un odio inauditos, enviando un B-51 cada ocho minutos durante
nueve años a devastar la devastación, arrojando su carga infernal sobre una
población de campesinos sin zapatos. En el cercano y medio Oriente se comenten
desde hace décadas todo tipo de atrocidades promovidas por el eje Washington-Tel
Aviv, como la guerra entre Irak e Irán, la destrucción de El Líbano más de una
vez, la conquista de Afganistán, la conquista y desmantelamiento de Irak, el
inmisericorde acoso contra los musulmanes que ha cobrado ya, según cálculos
conservadores, 4 millones de vidas. Todo lo demás, en la historia de la
humanidad, se queda chiquito y a las pruebas me remito porque son datos comprobados
y no estadísticos, de los que no contemplan las pérdidas de vidas humanas más
que como cifras o daños colaterales. Desde el segundo conflicto mundial, el
imperio norteamericano y sus aliados han eliminado, en guerras de mayor o menor
intensidad, a unos 20 o 30 millones de seres humanos.
La sucursal
del imperio en Israel, o quizás viceversa, organizó la “solución final” contra
los palestinos de Gaza, privilegiando como víctimas a niños y mujeres, solución
interrumpida brevemente a causa de la toma de posesión de Obama como presidente
de USrAel, o quizás simplemente porque hombre a hombre, soldado a
soldado, cuerpo a cuerpo los israelitas no
se miden con los combatientes de Hamas y mucho menos con los de Jisbola que
durante la guerra del Líbano les infligieron una humillante derrota.
Dijo el brillante Saramago en una
brillante entrega sobre los judíos: “Comprendemos mejor a su dios bíblico
cuando conocemos a sus seguidores. Jehová, o Yahvé, o como se le diga, es un
dios rencoroso y feroz que los israelíes mantienen permanentemente actualizado”.
Jehová o Yahvé es un demonio, y
el zionismo elegido, el zionismo ordinario, con zeta de nazi o esvástica de
nazi es igualmente demoníaco.
pcs, domingo, 25 de enero de 2009
No hay comentarios.:
Publicar un comentario