George Washington Williams (Bedford Springs, Pensilvania, 16 de octubre de 1849 - Blackpool, Reino Unido, 2 de agosto de 1891) fue un jurista, historiador, clérigo y político estadounidense de raza negra, y el primero en escribir una documentada obra sobre la historia de los ciudadanos negros de Estados Unidos. |
miércoles, 14 de marzo de 2018
lunes, 12 de marzo de 2018
La finca de Leopoldo
Pedro Conde Sturla
26 de marzo de 2011
26 de marzo de 2011
viernes, 9 de marzo de 2018
La tragedia del Congo
Pedro Conde Sturla
20 de marzo de 2012
[Ediciones del Viento, una editorial española fuera de serie, puso en circulación en 1910 un libro alucinante, “La tragedia del Congo”, del cual reproducimos aquí la “Nota del editor”, una nota bastante prolija en detalles que da a los lectores una idea del contenido del libro y una aproximación a los horrores de la colonización belga en ese extenso territorio de casi tres millones de kilómetros cuadrados, ochenta veces el tamaño de Bélgica, que tiene una superficie de 30, 528 km². Pero no hablemos mal de los belgas, que son tan gentiles y afables y civilizados. La culpa es de Leopoldo.
martes, 6 de marzo de 2018
El tambor
Pedro Conde Sturla
La multitud -solemne- como un inmenso río de dolor contenido,
como un brazo de mar de lágrimas vertidas, como una sola voz inaudible, como un
silencio a voces estruendoso y solemne. Repito que solemne.
La inmensa multitud de rojo enrojecida, seis
kilómetros de roja y arrojada, enrojecida multitud allá en Caracas. La amada
Venezuela solidaria.
Y en medio de la misma una ráfaga verde, florecida -la bandera de flores florecida-, los dolientes que acompañan al caído: sus compañeros de armas, sus
compañeros de alma, la multitud de rojo enrojecida.
La multitud que marcha hombro con hombro, corazón con
corazón, con miles de corazones batiendo como un solo corazón, la multitud que marcha
con todos los corazones redoblando como un tambor.
El tambor que redobla y ronca hondo y rasgado bate y bate,
con todos los corazones redoblando en
tambor que bate y bate.
Redoble de tambor en el temblor de la hora.
Redoble de tambor en el temblor de la hora fatídica.
Redoble de tambor en el temblor de la hora fatídica y
gloriosa.
Redoble de tambor rasgado y ronco, hondo redoble de
tambor ronco y rasgado para el caído.
Infinito redoble de tambor –de todo corazón- para el
caído.
pcs, sábado 9 de marzo de 2013
lunes, 5 de marzo de 2018
domingo, 4 de marzo de 2018
MÁS CAFÉ, POR FAVOR, INFINITAMENTE CAFÉ
Un relato del libro Los cuentos negros
Pedro Conde Sturla
Pedro Conde Sturla
En
su despacho del Palacio de la Esquizofrenia -Cafetería Restaurante El Conde por
más señas- Gómez Doorly lee y subraya periódicos. Pide un café, otro café.
Vuelve a leer y subrayar periódicos, todos los periódicos (infinitamente
periódicos, diría Borges). Con caligrafía perfecta escribe comentarios y poemas
al margen, lee y subraya periódicos, recorta, ordena, clasifica, rectifica.
Pide un café.
LOS RITOS ANCESTRALES
Un relato completo del libro
Ritos ancestrales
Pedro Conde Sturla
DE VENTA EN http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0 |
En su lecho de enfermo percibió la llegada del cura, el rito de la unción, la extremaunción, y aquellas formas difusas que se agitaban como fantasmas de su mala conciencia, sobrevolando el escenario por encima de las cabezas de sus parientes. Ninguno parecía percatarse de esas presencias ni parecía escucharlo por más que hablaba duro y claro, y ya de tanto hablar se iba quedando ronco. El derrame, o lo que fuera esa cosa que había oído en boca del médico y luego repetida en boca de todos los demás, lo había dejado tieso, reducido a una estatua, con los ojos vidriados, la lengua estropajosa, pero con un inmenso ruido por dentro y multitud de imágenes. Podía gritar sin mover los labios y gritaba a pleno pulmón, pero nadie quería escucharlo. Allí estaban sencillamente los parientes, cuchicheando, ciegos y sordos, sin obtemperar a sus reclamos, sólo atentos a su posible deceso, atentos a sus despojos, como aves de rapiña.
FÁBULA DEL FABULADOR (fragmento)
Un relato del libro Los cuentos negros
De venta en
Pedro Conde Sturla
Lo de marquesa es otra historia. Ahora Dato está en París de Francia. El relato de cómo la sedujo y la llevó al orgasmo por teléfono es una suerte de filigrana.
El Dato se acomoda, dirige las antenas del recuerdo en dirección a la memoria feliz de aquel encuentro, se prepara para darle largas a un relato y relata. Era la primera vez que cometía adulterio por teléfono...
Pero la marquesa telefónicamente infiel era ninfómana, insaciable, una mujer difícil de satisfacer, en pocas palabras. Difícil, incluso, hasta para un hombre come él, dotado por supuesto con la potencia sexual de un fauno. De manera que, después del primer
asalto, cuando Dato daba por cumplida su misión, creyendo haberla complacido a saciedad, la marquesa reaccionó como una gata en calor, dando muestras de un renovado apetito. El apetito de quien ha probado apenas un bocadillo, un simple aperitivo, y siente que el estómago se expande. Tenía hambre, más hambre, y la comida era él. Ahora le tocaba a ella seducir al seductor y lo sedujo, lo atrajo a la perdición con cantos de sirena. La marquesa era mujer de una belleza implacable y de tal modo experta en artes
amatorias que con el guiño apropiado era capaz de provocarle una erección a la estatua de un santo.
Primero fue el chasquido en el auricular. Dato se estremeció. Con un simple chasquido de la lengua le puso todos los pelos de punta, por no hablar de otra cosa. Un miauguleo sensual crispó sus nervios, una jaculatoria obscena lo sacó de casillas, perdió el control —a sus años— y allí lo estamos viendo en su cama de hotel barato parisino, momentáneamente abandonado a la vergüenza de la jaculación precoz, junto al teléfono.
Dato se empleó a fondo en el siguiente asalto con toda su mala leche, de la cual más adelante le quedaría poca, y al cabo de un complicado preámbulo erótico basado en técnicas orientales que no podía revelar, le acarició fonéticamente el pubis (Dató, Dató, mon amour). Casi rendida, la marquesa ripostó con un nuevo chasquido, una vez y otra vez y otra vez.
Pero en esta ocasión Dato estaba pre venido —ya lo hemos visto— y le soltó un pasaje del Cantar de los cantares en un latín tan licencioso y provocativo que le alborotó gravemente el hormonamen. (Dató, Dató, mon amour). Hubo una pausa, un silencio. Al otro lado escuchó los gemidos de una diosa en agonía, arrastrando las eres en forma proporcional a la intensidad del placer y dio por terminado el asunto. Pero la marquesa se repuso en breve y volvió a la carga con susurros y siseos, frases y fraseos parecidos a cosas del demonio y en cuanto bajó la guardia (o mejor dicho: al revés) lo ordeño sin piedad hasta que se puso azul, como hacía con todos sus amantes. Azul pintado de azul.
Dato se aplicó de nuevo con la voz y el tacto, el tacto de la voz —su único órgano sexual disponible en ese momento. Se aplicó con devoción, con destreza inaudita, soplándole al oído unas palabras aladas de aquellas de las que habla Homero en La Ilíada . Halagó su inteligencia, su vanidad —por supuesto— su belleza. Sutilmente la condujo a un estado de éxtasis que era primero místico antes que sensual y la marquesa se desvaneció dulcemente. Esta vez había tratado de ganársela y se la ganó espiritualmente, apelando a sus sentimientos profundos y no a sus bajos instintos, hurgando entre los pliegues preciosos del alma, no del sexo. En algún lugar había encontrado a la marquesa virginal y casta, que era la que ahora le interesaba. La marquesa, en efecto, dormía tranquila, con un sueño apacible al otro lado del teléfono.
La experiencia del diestro había triunfado sobre el instinto animal. Podía tomar su merecido reposo de guerrero. Dormiría también, junto al teléfono abierto, por si acaso. Fue entonces cuando escuchó aquel jadeo de fiera enardecida que lo llenó de terror. El asunto iba en serio, muy en serio. Ahora —pensó— le sacaría la sangre, porque otra cosa no le quedaba. Ocurrió, sinembargo, lo que nadie habría podido imaginarse a esas alturas. La marquesa se pronunció con una voz liviana, afrodisíaca, plena de leche y miel bajo la lengua libidinosa de serpiente del paraíso, una voz en la cual estaban conjuradas todas las artes de Venus y las argucias del demonio. Dato acusó el golpe —¡Misericordia, Señor, misericordia!— antes de verse arrastrado al torbellino de un orgasmo múltiple que le dejóel corazón en mangas de camisa. (Los cuentos negros).
De venta en:
FLAUBERT SE FUE A LA GUERRA
Pedro Conde Sturla
Una hora más tarde Flaubert se
encontraba en las ofi-
cinas del director del periódico de más
abolengo, el más
influyente y de mayor circulación del
país, el Listín Diario.
Se encontraba, Flaubert, cómodamente sentado en un
amplio y lujoso despacho frente a don
Rafael Herrera, di-
rector vitalicio de un medio cuya
fundación se remontaba
al 1 de agosto de 1889. Herrera era uno
de los hombres de
más peso y mayor prestigio en la
opinión pública de todo
el país. Era, sin lugar a dudas, la
primera excelsa figura del
periodismo dominicano. El decano de la
prensa nacional.
Y era además un hombre de reconocida
cultura y dedica-
ción a los libros. No por nada era
dueño de una biblioteca
memorable cuya colección de Biblias
habían tratado de
comprarle sin éxito las principales
universidades y museos
del imperio norteamericano.
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EL COLMADÓN DE LOS FURUFOS
A la grata memoria de Joselín
Miniño.
El Filósofo
adopta un aire entre ecuménico y paternalista y pide calma y pide moderación y
pide orden y pide una soda amarga y pide hielo frío, bien frío, con una voz
rasgada y cordial que quiere ser autoritaria, pero el dependiente del colmadón
no se da por enterado y el Filósofo vuelve a reclamar hielo frío, bien frío,
por favor hielo frío, y una silla y un vaso para el ingeniero que acaba de
llegar. Siéntese, por favor, ingeniero, y toma un respiro y toma un trago corto
y toma de nuevo la palabra y reanuda el tema de la revolución francesa, el
papel de los furufos en la revolución francesa. Robespierre, por ejemplo, era
un furufo, un don nadie, un carajo a la vela, un descastado. Y Marat otro
furufo. Y Danton más furufo. Furufos todos y fusiladores.
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