domingo, 4 de febrero de 2018

Tarlè y la primera guerra mundial

Pedro Conde Sturla
19 de enero de 2013

Fotografía de abril de 1915 en Ypres, Bélgica, durante la Primera Guerra Mundial. (Foto: Hemeroteca PL)











Evgeny Tarlé es el nombre de un célebre historiador ruso, autor de la no menos célebre Historia de Europa (1971-1919 y otras obras que han merecido y merecen amplio reconocimiento. El gran historiador se especializaba en desmontar mentiras históricas y explicar los mezquinos intereses del poder que se movían detrás de grandes acontecimientos en que murieron o fueron sacrificadas millones de personas. 

Los cortesanos de Quo vadis


Pedro Conde Sturla
22 de septiembre de 2014

En uno de los capítulos finales de la ex famosa novela “Quo vadis” (1886), de Henryk Sienkiewicz (1846-1816), se crea una situación que explica hasta qué punto puede ser peligrosa la crítica literaria y cómo triunfa la audacia de una mente privilegiada que del cinismo hace un arte.
Nerón acaba de declamar unos versos insufribles de su canto al incendio de Troya. El auditorio lo adula a una sola voz. Petronio disiente.
-Malos versos; sólo son buenos para el fuego.
El disentidor es el Petronio de la Roma imperial, un personaje histórico que es, también, un personaje de novela, un rico terrateniente, propietario de cientos de esclavos, el autor del “Satiricón”. Es el Petronio árbitro de la elegancia, el arbiter elegantiorum, el áulico por excelencia en la novela de Sienkiewicz. Un personaje emblemático, sin duda.  Y le dice a Nerón en la cara que sus versos son dignos del fuego.
Sobreviene un intervalo de terror. A todos les pareció que había sellado su sentencia de muerte. El César demanda una explicación y Petronio da un giro a sus palabras. Castiga  la ligereza de los presentes. Ninguno allí, al parecer, entiende nada de poesía.
– No les creas –dijo Petronio, encarándose con él y señalando a los presentes-; ésos nada comprenden. Me has preguntado qué defectos hay en tus versos. Si deseas escuchar la verdad, voy a decírtela. Tus versos son buenos para Virgilio, Ovidio, el mismo Homero; pero no son dignos de ti. Estás a mayor altura que ellos. El incendio descrito por ti no arde lo suficiente: tu fuego no quema lo bastante. No escuches las lisonjas de Lucano. Si hubiera escrito él esos versos, le declararía yo un genio; pero, en tu caso, es ya diferente. ¿Y sabes por qué? Tú eres más grande que ellos. De persona tan privilegiada como tú por los dioses, justo es aguardar más. Pero tú eres perezoso, prefieres dormir después de la comida en vez de sentarte a trabajar. Eres capaz de producir una obra superior a cuantas haya conocido el mundo hasta nuestros días; de ahí el que yo ahora diga en tu presencia: ¡escribe mejor!
A lo que Nerón le responde:
– Los dioses me han dotado de un poco de talento –dijo-, pero me han concedido también algo más valioso: un amigo leal y un crítico justiciero, único hombre capaz de decirme la verdad.

Ateísmo

Un relato del libro Ritos ancestrales 
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Pedro Conde Sturla

Yo era un creyente ferviente, lo confieso, tenía una gran devoción por el Sagrado corazón de Jesús, aquel cuadro del Sagrado corazón de Jesús frente al cual rezaba mi madre todos los días. Tan grande era la fe que en él depositaba, que lo creía capaz de todo, absolutamente todo.

Un día se me ocurrió una idea luminosa. Era una idea tan genial y tan simple a la vez que me sorprendió que no se me hubiera ocurrido antes. Se me ocurrió hacerme rico con la ayuda del Sagrado corazón de Jesús.

Sin demorar en el trámite compré un billete de lotería, me acerqué al cuadro. Con el corazón encogido (el mío, no el de Jesús) elevé una plegaria, metí el billete detrás del cuadro. Nadie me libraría del premio mayor. En mis manos lo tenía ya. Dormí plácidamente esa noche, la noche del sábado.
Pero el billete se peló.

Fue la más grande desilusión de la vida. Nadie me había preparado para ello.

En tan temprana edad perdí la fe para para siempre en aquel 
Jesús caucásico, blanco y rubio, de nariz perfilada, ojos azules y pelo ensortijado.

14/02/2017

Nota: El pensamiento sicorrígido no tolera el menor asomo de irreverencia.


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sábado, 3 de febrero de 2018

Historia oculta de la Primera Guerra Mundial: la Amenaza Teutónica






3 febrero, 2018



El coloso Cecil Rhodes. 
Javier Reverte y los historiadores y cronistas en general describen a Cecil Rhodes como un racista engreído, un megalómano, un colonialista “convencido de la superioridad de la raza blanca y angloparlante”. Alguien que se había propuesto “ayudar a Dios a lograr que el mundo (fuera) inglés”. El mismo que “consiguió en su medio siglo de vida hacerse millonario gracias a las minas de diamantes y a cambiar el mapa del continente africano”, el hombre que hizo “asesinar a miles de personas y llegó a dominar dos países que llevaron su apellido, Rhodesia del Norte y del Sur”.
Rhodes soñaba con el dominio de África desde ciudad de El Cabo hasta El Cairo y soñaba con unir ambas capitales mediante una línea ferroviaria. Quizás por eso, dice Javier Reverte, “Sus servidores, sus secuaces y sus fieles le bautizaron como Rhodes el Coloso, en clara alusión al mítico Coloso de Rodas”.
De hecho, Cecil Rhodes soñaba con el dominio del mundo y estaba convencido de que la raza blanca angloparlante estaba perfectamente diseñada y escogida como “Divino instrumento para su Plan”.
El problema es que otras grandes potencias capitalistas se sentían igualmente calificadas para llevar a cabo la misericordiosa obra de Dios y a partir de 1870 se habían expandido por África y el resto del mundo. Pero el mundo, lamentablemente, no es infinito. La expansión provocaría choques y fricciones y a la larga produciría algo peor: la Primera Guerra Mundial.
Cecil Rhodes sabía que para llevar a cabo su ambicioso plan de dominación mundial había que eliminar la competencia, y el principal competidor era Alemania.
Alemania había surgido como estado-nación unificado en 1871, al término de la guerra franco-prusiana, con la humillante derrota de Francia y la humillante proclamación del imperio alemán el día 18 de enero en el fastuoso palacio de Versalles, el palacio del rey sol, el de Luis XIV, el símbolo por excelencia de la grandeza y prepotencia de Francia.  
La capacidad de movilización de las tropas germanas y el moderno armamento empleado durante la breve y aplastante contienda dejó claramente establecido que en Europa había cambiado radicalmente el equilibrio de fuerzas y había un nuevo protagonista. Un país que había logrado un impresionante proceso de industrialización a marcha forzada (la vía prusiana, como la llamó Lenin) y ahora se perfilaba como la primera potencia continental.

Para peor, a partir de 1884 Alemania empezó a imitar a las otras grandes potencias, empezó a expandirse, y a pesar de que había llegado tarde al reparto, dio inicio al establecimiento de varias colonias en África y en el Pacífico.
Contra ese contendiente o competidor tenía que vérselas ahora la Inglaterra reina de los mares, que en ese entonces era dueña y señora del mayor imperio del planeta.
Contra ese imperio Alemán dirigiría Cecil Rhodes sus mejores esfuerzos. Es decir: los peores.
La conspiración para destruir la “Amenaza Teutónica”
Gerry Docherty y Jim MacGregor 
Cecil Rhodes, el millonario sudafricano de diamantes, formó la sociedad secreta en Londres en febrero de 1891. Sus miembros pretendieron renovar el lazo existente entre Gran Bretaña y Estados Unidos, difundir todo lo que ellos consideraban digno en los valores de las clases dirigentes inglesas, y poner todas las partes habitables del mundo bajo su influencia y control. Ellos creían que los hombres de la clase dirigente de ascendencia anglosajona se sentaban con toda justicia en lo alto de una jerarquía construída en base al predominio en el comercio, la industria, la banca y la explotación de otras razas.
La Inglaterra victoriana estaba confiadamente sentada en el pináculo del poder internacional, pero ¿podría permanecer allí para siempre? Esa era la pregunta que provocaba serios debates en las grandes casas de campo y en los influyentes salones llenos de humo. Las élites abrigaban un temor profundamente arraigado de que, a menos que se actuara con decisión, el poder y la influencia británica a través del mundo serían erosionados y sustituidos por extranjeros, empresas extranjeras, y costumbres y leyes extranjeras.
La opción era clara: tomar medidas drásticas para proteger y posteriormente expandir el Imperio británico, o aceptar que la nueva y retoñante Alemania pudiera reducirlo hasta convertirlo en un jugador menor en el escenario mundial. En los años que siguieron inmediatamente a la Guerra de los Bóers se logró tomar una decisión: la “amenaza teutónica” tenía que ser destruída. No derrotada: destruída.
El plan comenzó con un ataque de múltiples frentes contra el proceso democrático. Ellos:
(a) Manejarían el poder en la administración y la política por medio de políticos cuidadosamente seleccionados y dóciles en cada uno de los partidos políticos principales;
(b) Controlarían la política exterior británica desde detrás del escenario, independientemente de cualquier cambio de gobierno;
(c) Atraerían a sus filas a los cada vez más influyentes magnates de la prensa para ejercer influencia en las avenidas de información que crean la opinión pública, y (d) Controlarían la financiación de cátedras universitarias, y monopolizarían completamente la escritura y la enseñanza de la Historia de su propia época.
Cinco jugadores principales —Cecil Rhodes, William Stead, Lord Esher, Sir Nathaniel Rothschild y Alfred Milner— fueron los padres fundadores, pero la sociedad secreta se desarrolló rápidamente en cantidad, poder y presencia en los años previos a la guerra. Las influyentes antiguas familias aristocráticas que habían dominado durante mucho tiempo Westminster estuvieron profundamente implicadas, como asimismo el rey Eduardo VII que funcionó dentro del núcleo interior de la Élite Secreta. Los dos grandes órganos del gobierno imperial británico, el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Oficina Colonial, fueron infiltrados, y se estableció un control sobre sus funcionarios de mayor rango.
Ellos igualmente asumieron la Oficina de Guerra y el Comité de Defensa Imperial. De forma crucial, ellos también dominaron los grados más altos de las fuerzas armadas por medio del Mariscal de Campo Lord Roberts en lo que hemos llamado la “Academia Roberts”. La lealtad a partidos políticos no era un requisito previo para los miembros; la lealtad a la causa del Imperio sí lo era. Ellos han sido mencionados de manera indirecta en discursos y libros como el “poder del dinero”, el “poder oculto” o “los hombres detrás de la cortina”. Todas esas etiquetas son pertinentes, pero nosotros los hemos llamado, colectivamente, la Élite Secreta.
(http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-orígenes-de-la-1-guerra.html). l

viernes, 2 de febrero de 2018

Por qué será que Clodo...


Por qué será que Clodo mira el Moquete

El genio tenebroso (2 de 2)

Pedro Conde Sturla
17 de agosto de 2015

En honor a sus virtudes ocultas resta decir que estaba casado con una señora de extraordinaria fealdad, a la cual, según Stefan Zweig, amaba devotamente.

[La biografía de Fouché tiene la intensidad característica de la mayoría de los libros de  Stefan Zweig, de la pasión que gobernó su vida mientras pudo gobernarla. Quizás la misma intensidad de la decepción, del desarraigo que lo llevo al suicidio junto a su solidaria esposa Lotte, en Petrópolis, Brasil.
Joseph Fouche.jpg
Zweig no le concedía espacio a lo trivial, a lo ornamental, a todo lo que no fuera esencial. Así lo dejó entender en lo que puede considerarse como un manifiesto de su ideal ético-estético:
“Me irrita toda facundia –dice Zweig en ‘El mundo de ayer’- todo lo difuso y vagamente exaltado, lo ambiguo, lo innecesariamente morboso de una novela, de una biografía, de una exposición intelectual. Sólo un libro que se mantiene siempre, página tras página sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento, me proporciona un perfecto deleite. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos, los encuentro sobrecargados de descripciones superfluas, diálogos extensos y figuras secundarias inútiles, que les quitan tensión y les restan dinamismo”.

El genio tenebroso (1 de 2)

Pedro Conde Sturla

10 de agosto de 2015


[Pocas obras de Stefan Zweig causaron tanto revuelo durante tantos años como su biografía de Fouché, el bien llamado genio tenebroso, escrita en 1929, cuando ya las nubes de tormenta que se congregaban sobre el cielo de Europa anunciaban la tragedia inminente. (La obra se traduce con el titulo de “Fouché, el genio tenebroso”, “Fouché, retrato de un hombre político” o simplemente “Fouché”).
Fouché fue uno de los grandes protagonistas de otra tormenta histórica, la revolución francesa, en la que descolló, en grado superlativo por sus habilidades camaleónicas y su capacidad de sobrevivir en todas las etapas, sobrevivir a todas las trampas de una revolución que ciertamente devoró a casi todos  sus hijos.

jueves, 1 de febrero de 2018

LLOVER SOBRE MOJADO




         Pedro Conde Sturla
         14 de noviembre de 2007
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         El monarca constitucional de la República tiene tanta visión de futuro que no ve el presente. Mientras el país se cae a pedazos construye, sin presupuesto, una línea, sólo una línea, de un metro de valor incalculable, anuncia un plan de austeridad y coge préstamos a intereses prohibitivos en violación a leyes que debiera ser el primero en respetar, se queja del alza del petróleo e invierte millones en vehículos de alto consumo para garantizar la lealtad y el confort de sus funcionarios, abandona la educación, el agro, hace un desastre del sistema de seguridad social y salud pública y se pinta muy orondo como gobernante posmodernista de una nación que ha echado a andar, bajo su mando, por los rieles de la historia. El monarca, evidentemente, no sufre sus contradicciones.

TEXTOS DETESTABLES EN LA EDUCACIÓN DOMINICANA

            Pedro Conde Sturla
         2 de agosto de 2008

         Leo con asombro, con infantil asombro, una lista de libros para el presente año escolar, correspondiente al cuarto de bachillerato de una institución de enseñanza privada, de esas que cobran un ojo por la inscripción y otro por las cuotas mensuales.
         La compra de los libros es obligatoria, por supuesto, y también la reacción de la señora que pega el grito al cielo cuando le pasan la cuenta por más de siete mil pesos.
         La lectura de los libros es igualmente obligatoria, compulsiva, ineludiblemente compulsiva. Los estudiantes tendrán que leerlos y comentarlos o fingir de alguna manera que los leyeron.