Un relato del libro Monedas en la fuente
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Pedro Conde Sturla
Parecería, Palma, que al correr
de la vida -al paso de las horas, los días, los decenios-, tu imagen se alimenta
de esa informe, esa leve y aleve materia que es el tiempo. Te veo allí sentada,
aún te veo, sentada casualmente, platicando sonriente con Ennio aquella tarde, en
un abril remoto que casi ya no ocupa lugar en la memoria.
Era la vieja Roma, eran los
años jóvenes -mis años de estudiante- los cines de segunda, los sueños de
primera, los amoríos fugaces, los paseos nocturnos por el Pincho, las parejas
de amantes a la luz de la luna.
Era la época de la guerra ominosa
de Vietnam y las protestas masivas de estudiantes y obreros, eran los meses
finales de mi estadía romana, Hemingway y Pavese, la tesis que escribía sobre
el primero. Era el grupo de amigos y amigas que los años y la distancia se han
tragado y era Palma Ferrante en la casa de Ennio y era La Niña Veras -la
paisana-, que compartió conmigo lo de Palma.