sábado, 19 de octubre de 2019

La hermandad de las bestias (7)

Pedro Conde Sturla

18 octubre, 2019


Pedro Vetilio Trujillo Molina y su escolta

Don Pipí y Pedrito, cariñosamente Pedrito, eran sin lugar a dudas los dos hermanos menos ilustres de la bestia, las bestezuelas más ordinarias. O, quizás, mejor dicho, las alimañas más insignificantes, aunque no menos  ponzoñosas, de la familia. Habían salido del mismo molde y sólo se diferenciaban superficialmente. Lo único que puede decirse a su favor es que una era peor que la otra. 

Pedrito era tan inútil que no servía ni para guardia. Llegó a ser mayor del ejército a fuerza de empujones y porque era hermano de Chapita, pero de ahí no pasó y a lo mejor ni le interesaba pasar. Dicen que era un tipo apacible,  relativamente apacible, de buen trato, y dicen que hasta  simpático, pero no por eso inofensivo. El veneno lo llevaba en la sangre como todos los hermanos y era capaz de hacer daño hasta sin darse cuenta.
Se apoderaba de tierras y mujeres ajenas con la misma desenvoltura que lo hacían los demás, y al igual que algunos de ellos recibía beneficios del negocio de la prostitución, que estaba muy organizado y bajo el control de la familia. Parte de sus ingresos procedían de la miserable suma de veinte centavos diarios que asignaba el gobierno para la comida de cada preso del país, a la cual se le sustraían ocho centavos y el total se distribuía generosamente a un pequeño grupo de agraciados, o más bien desgraciados. De modo que, a pesar de su poca inteligencia, su limitada imaginación y flojera, Pedrito tenía recursos que le permitían mantenerse a flote en un estado de bienestar económico envidiable. Con el producto de sus rapiñas e influencias palaciegas se hizo con una empresa productora de hormigón asfáltico que se beneficiaba de las obras del gobierno y llegó a poseer unas considerables extensiones de tierra en los predios de Guerra y Bayaguana, bastante cerca de la ciudad capital pero a prudente distancia de las inmensas posesiones de sus hermanos. Adquirió además una confortable vivienda en uno de los sectores más exclusivos de Ciudad Trujillo. Una hermosa residencia que puso a nombre de su esposa, de origen árabe. Una turca, como se decía entonces, que lo menospreciaba cordialmente y que al cabo de pocos años de matrimonio alzó el vuelo con el chofer de la familia y se estableció en los Estados Unidos. Chapita se llevaría un disgusto quizás más  grande que el de Pedrito. El honor de los Trujillo estaba en juego y no se sabe si en algún momento alguien pensó en tomar medidas para castigar a la infiel y al traidor. Pero el hecho, en fin de cuentas, no tuvo mayores repercusiones.
Chapita no podía tener en gran estima a un hermano tan insignificante y apagado y poca cosa como Pedrito. Quizás lo quería o lo malquería con pena pero en general no parece haber tenido nunca problemas con él ni motivos de queja. Exactamente lo contrario de lo que sucedía con el llamado don Pipí.
A Pipí seguramente lo aborrecía, y no le faltaban razones. Alguna vez lo metió preso, aunque por un breve periodo, cuando intentó hacerle la competencia en el negocio del carbón, del cual llevaba las riendas con carácter de exclusividad.
Pipí era tan detestable que ni sus parientes más cercanos lo soportaban, con exclusión tal vez de la excelsa matrona. Incluso el nombre o sobrenombre, la forma en que lo llamaban o se dejaba llamar era odioso, algo tan denigrante como merecido. Merecidamente denigrante. Una muestra de abandono, de falta de respeto por sí mismo. Todo en él denunciaba su extraña vocación, su predilección por los bajos fondos, su atracción fatal por los ambientes sórdidos, contaminados, podridos. Pipí se dedico al robo y la violencia en el más degradante nivel, era sucio y repulsivo. Dice Crassweller que, de entre todos los hermanos, fue él quien demostró el mayor interés por el negocio de la prostitución, al cual dedicó por cierto sus mayores esfuerzos. De hecho, organizó una red, un eficiente  tráfico de lo que aquí llamamos cueros, tráfico de prostitutas en el área de el Caribe, que se extendió hasta  Curazao. Todo lo concerniente al ejercicio de la prostitución en la capital y quizás en otros pueblos y ciudades, tenía que ver con él. Pipí era el amo de la noche, el príncipe de los lupanares, el rey de los proxenetas. Ninguna prostituta podía ejercer legalmente sin su permiso. En aquella epoca había un cierto control más o menos riguroso sobre las mujeres que ejercían la prostitución. Cada cierto tiempo, para prevenir difusión de enfermedades venéreas, estaban obligadas a hacerse un chequeo médico en algunos dispensarios médicos donde se llevaba incluso un registro de las damas que se dedicaban al oficio. En los dispensarios se otorgaba el visto bueno, un certificado de salud que permitía trabajar, tanto en el país como en el extranjero, y don Pipí era su principal beneficiario. Esos dispensarios, como casi todo lo relativo al monopolio de la prostitución, estaban de alguna manera bajo el control de Pipí y los permisos que expedían eran bien conocidos como la tarjeta de don Pipí. Sin ese documento, que las autoridades requerían en prostíbulos o cabarets, las trabajadoras sexuales podían ser multadas o caer presas o quizás ambas cosas. Además, en caso extremo o de reincidencia, se les podía revocar el permiso por orden de don Pipí. Hasta los antros de vicio, probablemente, corrían peligro de ser multados y clausurados o sus dueños chantajeados por obra y gracia de don Pipí.
Otro de los negocios lucrativos de Pipí era el de bienes raíces, la compra y alquiler de casas. De casas que compraba, por supuesto, bajo amenazas a precios de vaca muerta, casas que alquilaba y cuya renta cobraba personalmente y puntualmente, y de las cuales desalojaba brutalmente a los inquilinos morosos.
También se dedicaba a robar automóviles, a chocar su vehículo con otro y exigir que se lo reemplazaran por uno nuevo. A cualquier tipo de fechorías. Chapita nunca lo nombró en un cargo importante. Probablemente se avergonzara de que Pipí se exhibiera públicamente o hiciera ostentación de su privilegiada dignidad familiar. Pipí era un fullero, un jugador empedernido, un vicioso, un estafador, un chantajista, un ladrón, un tramposo, un inmoral, un sucio, un arrastrado, un reptil. Era la deshonra de la familia.
(Historia criminal del trujillato [43]..
BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”
José C. novas, “Inventario moral # 2, Petán Trujillo y sus excesos’ (https://almomento.net/opinion-inventario-moral-2-petan-trujillo-y-sus-excesos/.

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