domingo, 13 de octubre de 2019

AL MAESTRO CON CARIÑO

Pedro Conde Sturla

[El relato que el lector tiene en sus manos, escrito en el aguardentoso diciembre de 1988, fue objeto de censura por casi todos los periódicos y revistas del país, incluyendo el desaparecido semanario Hablan los comunistas y el prestigioso libelo cultural Vetas. El voto de rechazo a unanimidad, y desde medios tan diversos en apariencia, se explica en buena parte por la influencia del caudillismo y la vigencia del autoritarismo en nuestra historia reciente. Más que el respeto -el respeto a una figura venerada y más que venerada endiosada- obra el miedo al poder,  el miedo a los símbolos del poder, aún por parte de quienes deberían irrespetarlo 
Hoy soplan otros vientos. El culto de Bosch se ha reducido a retórica, si no lo ha sido siempre. Las copias están en el gobierno, y en la práctica han demostrado que del maestro sólo aprendieron lecciones de soberbia.]
   


El profesor ordenó que entraran las copias, que entraran una por una y en orden, en fila india, a medida que él las fuera llamando, y comenzó a llamarlas por nombres y apellidos, añadiendo el apodo si era el caso, y las copias respondían y entraban  una por una y en orden, en fila india, a medida que él las iba llamando, y cuando estuvieron todas, que eran   cinco, en su presencia que era única, dio inicio a una charla sobre las condiciones que debe reunir un dirigente político, si es que quiere ser buen dirigente político, y la primera de esas condiciones -explicó el profesor- tiene que ver con su capacidad de análisis, ¿comprenden?, y para que ustedes vean la importancia que tiene la capacidad de análisis -prosiguió el profesor-, voy a referirme al caso de un famoso naturalista inglés: ¿ustedes han oído hablar de un señor llamado Carlos Roberto Darwin?, pues bien, este señor, que nació en Londres, la capital de Inglaterra, y que era blanco y tenía los ojos azules, se equivocó al formular su teoría acerca del origen de las especies, y esto  así porque de ser cierta la especie de que el hombre viene del mono, ya sería tiempo de que ciertos orangutanes de la política empezaran a manifestar los primeros indicios de su transformación en seres humanos, ¿y por qué no sucede esto? -se preguntó el profesor- porque Darwin sencillamente se equivocó, igual que se equivocó Cristóbal Colón, el descubridor de América, al pensar que había llegado a la India, ¿y saben ustedes por qué la gente se equivoca?, porque no conoce la lógica dialéctica, y el que no conoce la lógica dialéctica no puede hacer análisis correctos, y esa es la lógica que ustedes deben conocer si quieren hacer análisis correctos como yo, que por eso nunca me equivoco, a menos que lo haga aposta para confundir al enemigo, ¿comprenden?, quiero saber si  comprenden –preguntó el profesor- y las copias comprendieron perfectamente, ¿estamos de acuerdo?: las copias respondieron que sí, que estaban de acuerdo, profesor,  y el profesor continuó la charla diciendo que la segunda condición para ser dirigente político es la condición de tener buena memoria, pero no para evitar contradecirse -como creen algunos- sino para poder hacerlo cuando convenga al interés del pueblo, entiéndase bien: cuando-convenga-al-interés-del-pueblo, porque el pueblo no tiene memoria y de eso viven muchos políticos, que aprovechan que la memoria del pueblo es de mantequilla para decir hoy lo contrario de lo que dijeron ayer y de lo que dirán mañana, pero no en interés del pueblo, que es lo que cuenta, porque también se puede mentir, siempre que sea en interés del pueblo, ¿y saben    ustedes lo que es el interés del pueblo? -preguntó el profesor a las copias- y las copias levantaron las manos, diciendo que sí, que sí, que sabían, y el profesor se mostró complacido, sumamente complacido consigo mismo, y de inmediato pasó a explicar que la tercera condición para ser dirigente político es la condición de tener buena reputación, como yo que soy un hombre serio que casi siempre dice la verdad, que no tiene cola que le pisen, un hombre que se respeta, ¿comprenden?,  que ha evitado mancharse en su vida pública, porque las manchas en política son manchas indelebles, ¿y saben ustedes lo que significa una mancha indeleble?, pues bien, una mancha indeleble es una mancha que no se quita ni frotándola con lejía, y yo presumo que ustedes saben lo que es lejía, a ver, levanten la mano los que saben lo que es lejía, muy bien, muy bien, ahora vamos a repasar la lección desde  el comienzo hasta el final, porque también presumo que me  han entendido perfectamente desde el comienzo hasta el final, a ver: ¿me-han-comprendido-perfectamente-desde el comienzo hasta el final?, ¿está todo bien claro? -enfatizó el profesor-, ¿seguro que han comprendido?, y las copias respondieron que sí, que habían comprendido perfectamente, profesor, desde el comienzo hasta el final, y que todo estaba  bien claro, bien claro, bien claro, querido profesor, y el profesor se mostró una vez más complacido, sumamente complacido consigo mismo, en extremo complacido, y para complacerse una vez más ordenó a las copias que repitieran la lección con punto y coma, palabra por palabra, sin omitir detalle, a medida que él las fuera nombrando en orden alfabético, y comenzó a nombrar y nombró, primero, a la  primera copia que repitió la lección con punto y coma, palabra por palabra, sin omitir detalle, a pesar de que tenía boca de trapo, y el profesor dijo que estaba aprobada, y nombró a la segunda copia que también repitió la lección con punto y coma palabra por palabra sin omitir detalle, a pesar de que tenía dientes de burro y cara del mismo animal, y el profesor dijo que también estaba aprobada, y nombró a la  tercera copia que repitió la misma lección, a pesar de que tenía cara de inteligente, y el profesor dijo que estaba aprobada, y nombró a la cuarta copia, que tenía cara de seminarista y usaba lentes como cascos de botella, y la cuarta copia repitió tres veces la lección con los ojos cerrados, palabra por palabra, punto por punto y sin darse tregua para respirar, y el profesor se emocionó y dijo que estaba perfecto,  tan perfecto que hizo una pausa para volver a sentirse  complacido consigo mismo, y entonces nombró a la quinta  copia que sorpresivamente dijo todo lo contrario, a pesar de que se parecía más al original que el original mismo (o quizás precisamente por eso), e incluso incurrió en errores y contradicciones y además se aventuró en opiniones personales que causaron natural desazón entre las demás  copias, pero sobre todo en el profesor que se quedó mirándola, en principio, estupefacto, luego colérico, por último ofendido, ¿quién le pidió, atrevida, que opinara?, ¿quién le pidió que pensara?: sencillamente se le pidió que repitiera lo que había escuchado, ¿comprende?, y la copia asintió con la cabeza, y el profesor dijo que en un partido político puede haber muchos indios, pero solamente puede  haber un cacique, porque con uno sólo que piense es suficiente, así como en el campo de batalla con uno sólo que mande es suficiente, ¿comprende?, y la copia asintió con la cabeza, ¿y si comprende por qué no hizo lo que se le pedía? -preguntó el profesor- y de inmediato anunció a la quinta copia que estaba reprobada, reprobada, ¿comprende?, y la copia asintió con la cabeza, y entonces el profesor anunció  que se iba a tomar un minuto completo para darse por ofendido y se ofendió, en tanto que la clase permanecía sin chistar (a excepción de la quinta copia que murmuraba por lo bajo), y al término exacto del minuto el profesor dijo que la lección había terminado y ordenó a las copias que salieran como habían entrado, una por una y en orden, en fila india, pero sin esperar que las llamaran, y las copias salieron como  habían entrado, una por una y en orden (a excepción de la  quinta, que salió reculando como cangrejo) en fila india y sin esperar que las llamaran, y cuando el profesor se quedó solo en su presencia que era única, pensó que todo aquello era un atrevimiento, que le habían faltado al respeto, que debía tomar medidas, sí señor, tomaría medidas, y por asociación de ideas recordó que una de las copias del comité central era  sastre y tomaría medidas, pero tenían que ser medidas drásticas porque a lo mejor estaba pasado de peso y no iba a permitir que nadie le faltara al respeto, pero a lo mejor no, a lo mejor no estaba pasado de peso y entonces no había por qué tomar medidas, pero en caso contrario entonces sí tendría que tomar medidas, porque insolencias a nadie, a nadie pero a nadie le permitía, no señor, así que si era necesario tomaría medidas, más no sin consultar con el  espejo: de modo que se plantó el profesor frente al espejo y procedió, quedito, a desnudarse, con movimientos suaves de cadera, primero la corbata, luego el saco, la camisa después, a ritmo lento, arqueando los brazos en el trámite, contoneándose alegre y coquetón al compás de una música interior, pero con una cara que no iba con el compás ni la música, porque con el cuerpo podía, en la intimidad,  permitirse ciertos libertades, pero con la cara nunca porque la cara era su máscara: de suerte que se contoneaba y contoneaba el profesor, se desvestía a ritmo lento, alegre y coquetón salvo la cara, hasta que ¡zas!, afuera el pantalón, casimente desnudo quedó el profe, desnudo así quedó, casi prendado, Narciso, de su efigie: era una suerte, qué suerte, tener un físico como el suyo, no estaba pasado de peso, no    había engordado, no era necesario tomar medidas y qué suerte, además -pensó mirándose el pecho, los brazos, las espaldas, las bien torneadas pantorrillas-, qué suerte que no hubiera nada de cierto en aquello de las manchas indelebles: estaba limpio, limpito, ninguna mancha, en efecto, desmerecía su cuerpo de atleta consumado.
 
Un relato de 
 Los cuentos negros

 

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