Iván Turguéniev fue de alguna manera precursor y amigo de Tolstoi y Dostoievski, pero a la larga terminaron distanciándose. Tolstoi (el pacifista que inspiró a Gandhi), lo retó en una ocasión a un duelo y Dostoievski hizo de él una caricatura en dos de sus novelas, “Los hermanos Karamazov” y “Los demonios”. Sin embargo, las últimas o penúltimas palabras de Turguéniev en lecho de muerte fueron para Tolstoi, y con Dostoievski al parecer se reconcilió.
Turgenev por Repin,1879
La historia de la relación entre “las tres cumbres de la Edad de Oro de la literatura rusa” es apasionante por varias razones, incluyendo su repercusión en la historia. Había entre ellos motivos de envidia y también admiración, que es otra forma de envidia. De acuerdo con opiniones, a las que no doy mucho crédito, se miraban hipotéticamente de refilón para guardar las distancias y establecer quien era el mejor. Algo común y corriente entre “la raza irritable de los poetas”, los escritores, cantantes, artistas y seres humanos en general.
A esa hora de la noche, bajo la luz cobriza de la Calzada Madero, el viejo convertible conservaba intacta, en apariencia, toda su dignidad. Había algo imponente, venerable, en aquellas líneas realzadas del viejo Ford Galaxie rojo, los vivaces colores de fábrica, las impecables gomas banda blanca, el ronroneo felino del motor, la opulencia con que se desplazaba su mole silenciosa por la avenida desierta donde ya ni las almas se veían.
El Güero Padilla, al volante, manejaba con un porte que estaba a la altura de la situación. Brazo izquierdo apoyado discretamente sobre la ventanilla, la cara larga, afilada, casi tanto como la nariz, el gesto despectivo, el trago al alcance de la mano. Una especie de dandy blanco y rubio.
Discretamente se han ido desprendiendo las hojas del calendario, hojas del tiempo, las “Hojas del camino”, el poemario inédito de Dinápoles Soto Bello. El agraciado es un profesor de la universidad Madre y Maestra, un matemático, un poeta para el cual la poesía es un principio de incertidumbre:
“Palemón el estilita” es un poema del colombiano Guillermo Valencia que me persigue desde que tengo memoria. Se trata de un texto irreverente, delicado y cómicamente irreverente, que se escribió en una época (1907) en que la influencia del clero campaba por sus fueros y pudo haber sido objeto de censura si la fama y la influencia del autor no lo hubieran protegido con un manto de relativa impunidad.
En conclusión, al usar estas modas, las mujeres restringían su expresión corporal con la finalidad de parecer solemnes y elegantes
El hábito quizás no hace al monje, pero en algunos casos hace o deshace a la monja, por lo menos en lo que respecta a Doña Catalina de Erauso, la llamada monja alférez, una de las más célebres y terribles travestis de la historia.
A ella, o a él, estará dedicada esta página que, en la presente y las próximas dos entregas, dejo en manos de Patricia Cabral (Conde), una traductora y especialista en la enseñanza de español y francés que ha impartido docencia enTHE BIRCH WATHEN LENOX SCHOOL, New York City, así como en Reading Learning Department, CUNY Graduate Center, New York City CATHEDRAL HIGH SCHOOL, New York City y otras prestigiosas instituciones.
Catalina de Erauso, la monja Alférez
Sus principales estudios y títulos de grado y posgrado incluyen: Rosary College, River Forest, Illinois, Doble Licenciatura en Francés e Historia del Arte (Summa Cum Laude); New York University, Maestría en Lengua y Civilización Francesa; New York University, Certificado de Avalúo de Bellas Artes y Artes Decorativas; Cooper-Hewitt, National Design Museum, Smithsonian Institution; and Parsons The New School for Design, Maestría de Historia de las Artes Decorativas y Diseño; Voluntariado en el Musée des Arts décoratifs en Paris, y en la Hispanic Society of America .
De su amplia formación en historia de la cultura y del arte deriva su peculiar visión del mundo de la Monja AlférezDoña Catalina de Erauso, y la puntual información sobre la opresión y violencia que la moda femenina ejercía y representaba en esa época. Algo que convertía a las mujeres en “Prisioneras tanto de la ropa exterior, como de la interior”. (PCS).
Vestir para existir y actuar de otromodo: la cuestión de travestismo en“La historia de la Monja AlférezDoña Catalina de Erauso, escrita porella misma”
Patricia Cabral
A lo largo de la historia, el travestismo resquebrajó los cimientos delpatriarcado infringiendo las normas del binarismo de género referentes a laapariencia personal. En el caso de las mujeres que se enfundaban ropa dehombre, el llevar indumentaria masculina aumentaba y amplificaba laagencia de las mismas, amortiguando vulnerabilidades reales o construidas.
De fines del medioevo hasta los años veinte del siglo XX, las modasfemeninas, sobretodo aquellas prendas llevadas por integrantes de las clasesaltas, resultaban físicamente constrictivas. Prisioneras tanto de la ropaexterior, como de la interior, las mujeres estaban sujetas a una movilidadlimitada. Las actividades y empresas como la caza, el combate, los torneos,el acarreo y pastoreo de ganado, las expediciones, las exploraciones, etc.,
caían dentro del ámbito de una corporeidad y corporalidad masculina que semanifestaba agresiva, dominadora e intensa. El caso de travestismo deCatalina de Erauso, conocida como la Monja Alférez, presenta especialinterés ya que se trata de un personaje español, específicamente vasco ovizcaíno, que viajó a y vivió en la América colonial del siglo XVII.
Existencuatro versiones de la vida y aventuras de la Monja Alférez, así comovolantes publicados en Nueva España en 1625 y 1653 destacando lasproezas de esta notoria figura (1). Este trabajo se apoyará mayormente en laautobiografía titulada Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso,escrita por ella misma.
El primer paso tomado por Catalina de Erauso para escapar a su reclusióndentro de un convento, y pasar a una vida de mayor libertad llena deaventuras y combates, fue el cambiar su apariencia física y su forma devestir:
“Tiré no sé por dónde, y fui a dar en un castañar que está fuera, y cerca a lasespaldas del convento, y acogíme allí; y estuve tres días trazando yacomodándome y cortando de vestir. Corté e híceme de una basquiña depaño azul con que me hallaba, unos calzones; de un faldellín verde de perpetuán que traía debajo, una ropilla y polainas; el hábito me lo dejé porallí, por no ver que hacer de él. Cortéme el cabello y echélo por ahí, y partíla tercera noche y eché no sé por dónde, y fui calando camino y pasandolugares por me alejar, …” (2).
El violento leitmotiv de cortar y penetrar se inició con la utlización de agujay tijeras para hacer calzones de una basquiña (tipo de falda o saya), y una ropilla (prenda corta masculina de busto con mangas largas) y polainas(media calza que llegaba hasta la rodilla hecha de paño o cuero) de unfaldellín (falda interior que usaban las mujeres debajo de la saya obasquiña) (3). Se deconstruye la identidad pasiva de mujer y de monja paracrear la activa y luchadora de hombre. A diferencia de los actos de violenciaque seguirían este proceso inicial de travestismo, este primer paso se limita ala “muerte” de identidad que libera en lugar de victimar. Su realizaciónresultó crucial para lograr un cambio de vida radical. En el siglo XVII, llevar un hábito de monja significaba la clausura conventual; en contrapartida, llevar ropa femenina dentro del contexto de la vida secular,constreñía la motricidad cotidiana. Tanto la ropa interior como la exteriormoldeaban, contenían, e inclusive castigaban el cuerpo femenino. Duranteesta época, la silueta femenina ideal de las mujeres de la nobleza (alta, mediao pequeña), y la pujante burguesía con aspiraciones sociales, se alcanzabapor medio de rígidos artilugios colocados debajo de la ropa exterior quepodía ser un traje entero que consistía en una saya cortesana o entera, o untraje de dos piezas compuesto por un jubón (prenda rígida que cubría lo hombros hasta la cintura) y una basquiña (falda); luego de cubrirlo con unacamisa, el torso se contenía en un cartón de pecho (prenda de forma trapezoidal, construida o forrada de cuero, y reforzada con cartones otablillas de madera); sobre la falda interior o enagua(s) se acomodaba unverdugado (estructura acampanada de aros de mimbre, metal o maderaforrados de tela) que luego pasaría a ser guardainfantes (armazón redondo yhueco de aros flexibles de metal o mimbre unidos por cintas que se ataba a lacintura, exagerando el ancho de las caderas, y permitiendo disimular embarazos), cubierto por otra falda interior o pollera. A las múltiples capasy aparatos tiesos, se agregaban los adornos exteriores: la valona (cuellocircular o cuadrado de tela almidonada, a veces levantado por medio de unaarmadura de alambre), mangas abultadas amarradas a los codos o muñecas por medio de lazos y con puños de encaje, abalorios y joyas diversas, etc.
Las mujeres calzaban zapatillas de cordobán (piel curtida de ternero obecerro decorada con relieves, dibujos pintados o dorados), las cuales podíanser insertadas en un segundo calzado, los chapines (carentes de punta ytalón, con una gruesa suela de corcho cubierta de tela que aumentaba laestatura de quien los llevaba puestos). Aunque existían atuendos informalesmás cómodos y holgados, éstos se llevaban exclusivamente en espacios interiores. En conclusión, al usar estas modas, las mujeres restringían su expresión corporal con la finalidad de parecer solemnes y elegantes (4). Aúnen su versión simplificada y menos onerosa, correspondiente al nivel socialde la protagonista, este tipo de indumentaria hubiese impedido las acciones ylos gestos feroces y vehementes realizados por Catalina de Erauso durantesus andanzas.
Notas:
1. Mary Elizabeth Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” Queer Iberia. Sexualities, Cultures, and Crossing from the Middle Ages to the Renaissance, eds. Josiah Blackmore and Gregory A. Hutcheson(Durham: Duke University Press, 1999), 396.
Kathleen Ann Myers, Neither Saints Nor Sinners. Writing the Lives of Women in Spanish America (Oxford: Oxford University Press, 2003), 146.
2. Catalina Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma (Madrid: Cátedra, 2002) 95.
3. Francisco de Sousa Congosto, Introducción a la historia de la indumentaria en España, 462, 468.
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Vestir para existir (2 de 3)
Doña Catalina de Erauso, la llamada monja Alférez, era todo un personaje. Asumió la identidad de un hombre y probó su hombría –su hombría hispánica- de la peor manera posible, ejerciendo con saña la violencia al servicio de las peores causas, la violencia y la misoginia.
Quedó atrapada o atrapado al nacer en un cuerpo de mujer contra el cual se rebeló, pero ese fue también el límite de su rebeldía. No era una simple travesti. El traje de hombre que vistió durante tantos años no era un disfraz, era su piel, su verdadera piel. Luchó toda la vida para ser aceptada como hombre y se distinguió como matarife, militar y matarife representante del “vir ibérico”, el machismo o masculinidad de los monstruos de la conquista .
“El martilleo brioso y continuo –dice Patricia Cabral en su radiografía del personaje- de reiterados eventos evocados por el uso de verbos conjugados en el pretérito, refuerza y consolida el molde identitario resultante del acto inicial de travestismo, y su prolongación a largo plazo”.
Nada que ver con feminismo ni protofeminismo. Esa extraña criatura llamada la monja Alférez era lo que aquí llamamos un macho de hombre, aunque “biológicamente incompleto”. (PCS).
Vestir para existir y actuar de otro modo: la cuestión de travestismo en “La historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma”
Patricia Cabral
La transformación de aspecto permite el alejamiento eficaz y la adopción de una nueva identidad gracias al cambio de género, aunque éste sólo sea exterior. Esta modificación superficial genera alteraciones profundas capacitándola a ejercer la violencia, y a asumir la conducta inherente a la masculinidad tradicional según los parámetros peninsulares e imperialistas de la época. Al escoger una filiación militar, la Monja Alférez pasó a representar el vir ibérico, supremo monitor y ejecutor de la invasión y la colonización de América. El martilleo brioso y continuo de reiterados eventos evocados por el uso de verbos conjugados en el pretérito, refuerza y consolida el molde identitario resultante del acto inicial de travestismo, y su prolongación a largo plazo. La Monja Alférez es lo que hace, y lo que hace es ceñir su espada para cortar la cara del adversario, bregar, entrar la punta de la espada en el cuerpo de su contrincante, estar siempre con las armas en la mano, atropellar, matar, herir, hacer muchos daños, batallar, hacer diez mil añicos de un muchacho indígena, hacer tal estrago que corra como un río la sangre de sus víctimas, tirar una estocada, embestir, descerrajar, derribar, dar un arachuelo en la cara con un cuchillejo, y entrarle una estocada al italiano que se atrevió a ofender su hispanidad ibérica. (5) La masculinidad de la Monja Alférez se efectúa por medio de la tropelía, la trampa y la crueldad, compensando por su condición de hombre biológicamente incompleto. (6)
Sin embargo, la forma de travestismo de la Monja Alférez no desafía, ni cuestiona los cánones establecidos por la Iglesia Católica y el Imperio español; es decir, se pasa de un molde a otro, no se pone en duda el sistema que los ha engendrado. Inclusive, el amalgamar patrones de conducta asignados por separado a cada género, y basados en paradigmas morales propios de la civilización española católica, produce a la vez un personaje híbrido y curioso. Se adopta el vestuario, la belicosidad y los prejuicios del vir ibérico. En efecto, paradójicamente, la Monja Alférez concluye siendo el vir “perfecto” al conjugar las dos versiones del concepto de honor, tanto la masculina como la femenina: un valiente guerrero contenido sexualmente de manera absoluta al mantener su virginidad. Se absorben y condensan los aspectos ideales de la dualidad de género conforme a la fascinación por lo insólito y teatral del espíritu barroco, las doctrinas católicas sostenidas y reforzadas por la Contrarreforma y el Concilio de Trento, y la política expansionista del Imperio español, configurándose un sujeto misceláneo, y una especie de superhéroe colonizador. Instrumental y calculada, la transgresión de la Monja Alférez se adecuó a sus circunstancias personales, dando cabida a un posible y supuesto arrepentimiento de conveniencia expresado por medio de la asidua búsqueda de asilo en iglesias (opción que procede de la ley medieval denominada “el asilo en sagrado”), seguida de las debidas confesiones.
De ninguna manera supuso una rebelión unilateral e intransigente con la intención de socavar y demoler un sistema de vida. No se trata de un acto protofeminista. Esto se manifiesta en un episodio que ocurre al final de la obra, en el cual la Monja Alférez actúa como un macho misogino al insultar y amenazar a dos mujeres: “En Nápoles, un día, paseándome en el muelle, reparé en las risadas de dos damiselas que parlaban con dos mozos, y me miraban. Y mirándolas, me dijo una: —Señora Catalina, ¿dónde es el camino?— Respondí: —Señoras p… a darles a ustedes cien pescozadas, y cien cuchilladas a quien les quiera defender—. Callaron y se fueron de allí.” (7)
No acepta ser llamada “Señora Catalina” y ser señalada como mujer por mujeres que considera moralmente inferiores.
Del mismo modo en que utiliza ropa para convertirse en hombre, Catalina se vale de la confesión para recuperar su condición original de mujer, insistiendo en su estado de virginidad para salvaguardar su reinserción social de manera honorable. (8)
La Monja Alférez realiza dos confesiones, la primera al fraile Luis Ferrer de Valencia, (9) y la segunda al Obispo de Guamanga: “Señor, todo esto que he referido a V.S. ilustrísima no es así; la verdad es que soy mujer, que nací en tal parte, hija de fulano y sutana; que me entraron de tal edad en tal convento, con fulana mi tía; que allí me crié; que tomé el hábito; que tuve noviciado; que estando para profesar, por tal ocasión me salí; que me fui a tal parte, me desnudé, me vestí, me corté el cabello; partí allá y acullá; me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé; correteé, hasta venir a parar en lo presente, y a los pies de su señoría ilustrísima.” (10)
A pesar de admitir sus crímenes y fechorías, la Monja Alférez, juega su última carta al insistir sobre su castidad y permitir que ésta sea debidamente confirmada: “A la tarde, como a las cuatro, entraron dos matronas y me miraron y se satisficieron, y declararon después ante el obispo con juramento, haberme visto y reconocido cuanto fue menester para certificarse y haberme hallado virgen intacta, como el día en que nací.” (11)
Después de haber vivido casi veinte años como hombre, soldado y pícaro, Catalina se ve obligada a vestir hábito de monja y a vivir primero en el convento de las monjas de santa Clara de Guamanga por cinco meses, y luego en el convento de la Trinidad en Lima durante dos años y cinco meses, permitiéndosele volver a España al probarse que no había sido monja profesa. (12)
NOTAS:
5. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 103, 106, 113, 114, 115, 116, 117, 125, 127, 128, 133, 148, 152, 153, 156, 166, 172.
6. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 148.
7. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella
misma, 175.
8. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 157.
9. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella
misma, 153.
10. Ibid, 160.
11. Ibid, 161.
12. Ibid, 162, 163, 164 l
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Vestir para existir (3-3)
Algo que se destaca en la vida de Catalina de Arauso –como bien hace notar la autora de este trabajo- es que la “conversión” en hombre le dio cierto poder y autonomía, pero fue la revelación de su condición de mujer lo que la hizo famosa y le valió el reconocimiento. La transgresión sexual, por la que pudo haber terminado en la hoguera, fue amortizada por sus incontables servicios, sus incontables crímenes al servicio de la corona y de la fe. Tanto así que el monarca Felipe IV la premió con una renta de ochocientos escudos y “le confirió una encomienda”, mientras que el santo papa Urbano VIII le concedió “el derecho a seguir vistiendo indumentaria masculina”.
En la sociedad de la época, las desviaciones a los “códigos morales y estereotipos de género” no quedaban sin castigo, y el castigo era ejemplar. La monja Alférez los violó todos, pero al servicio del orden establecido. (PCS).
Vestir para existir y actuar de otro modo: la cuestión de travestismo en “La historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma”.
Patricia Cabral
Catalina de Erauso
La agencia (o capacidad de actuar) adquirida a través del travestismo la insta a decidir su destino, y a responder lo siguente al señor obispo don Julián de Cortázar cuando éste insiste en que se quede en el convento de su orden en Santa Fe de Bogotá:
“Yo le dije que no tenía yo orden ni religión, y que trataba de volverme a mi patria, donde haría lo que pareciese más conveniente para mi salvación.”13
Aún sintiendo atracción por algunas mujeres, la Monja Alférez protege el secreto de su género biológico evitando la actividad sexual y el casamiento.14 No obstante, a pesar de lo persuasivo y firme que es el tono de la narración, ciertas situaciones resultan improbables. Tomando en cuenta la relativa androginia de Catalina, las múltiples ocasiones en que la protagonista se encuentra “desnuda” hacen dudar de su capacidad real para ocultar su secreto durante tanto tiempo. Víctima de asaltos y heridas graves que requieren el cuidado y la observación de otras personas, Catalina corre a menudo el riesgo de ser descubierta como mujer.15 En el primer caso, se puede inferir que se trata de una relativa desnudez en que el personaje queda en ropa interior. En cambio, en el segundo caso parece menos probable aún teniendo en cuenta que carecía de busto al haberse aplicado “emplastos” para “secar” y reducirlo.16 A fin de cuentas, podemos igualmente asumir que estos frecuentes momentos de tensión tienen simplemente el objetivo de mantener el interés de los lectores, y ensalzar el prodigio que significó el caso de la Monja Alférez. La ambigüedad y ambivalencia tanto del género, como de la sexualidad del personaje se traducen en su lenguaje: la Monja Alférez vacila contantemente entre referirse a sí misma como mujer u hombre, alternando pronombres y adjetivos de ambos géneros. Esta alternancia aparece tanto en la edición de Joaquín María de Ferrer publicada en 1829, como en la de Ángel Esteban fechada 2002.17 En resumen, transformarse en hombre le permitió realizar hazañas y establecer su autonomía, en cambio revelar que era mujer le granjeó la fama, el reconocimiento por su servicio a la monarquía española por parte de Felipe IV —específicamente por su participación en la guerra de Arauco contra los mapuches en Concepción y Valdivia en el Reino de Chile—, acompañado por una renta de ochocientos escudos, y el derecho a seguir vistiendo indumentria masculina concedido por el papa Urbano VIII quien le instiga a vivir honestamente y no ofender a nadie. Según escribe Stephanie Merrim en “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” el rey español también le confirió una encomienda.18. Independientemente de haber sido aceptada por su notoriedad, Kathleen Ann Myers en Neither Saints nor Sinners, sostiene que la sociedad española (y en general la europea) cuyos códigos morales y estereotipos de genero teóricamente no admitían desviaciones, no estaba dotada ni cognitiva, ni ideológicamente para lidiar con el fenómeno desconcertante que representó la Monja Alférez. Este hecho jugó a su favor, permitiéndole construirse una identidad en oposición a los roles de género establecidos, pero que se alineaba con los intereses político-económicos del Imperio español.19 Su travestismo es celebrado y hasta alabado en vista de que aspira al ideal androcéntrico de este medio sociocultural y momento histórico que contempla al hombre como un ser superior tanto física, como espiritualmente.20. Empero cabría precisar que en principio su aporte al sistema patriarcal expansionista se limitó a la defensa militar de manera puntual; ella no participó, que se sepa, a la economía de la creación al evitar el ciclo reproductivo que genera una posteridad demográfica.
Finalmente, en 1630, la Monja Alférez regresó a América, tomó el nombre de Antonio de Erauso, y vivió como arriero y comerciante en la ciudad de Veracruz.21. La sociedad en flujo —menos centralizada y supervisada— y los espacios extensos del continente americano se ajustarían mejor a su carácter intrépido e independiente.
Notas
13. Ibid, 164, 165.
14. Stephanie Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” Coded Encounters. Writing, Gender, and Ethnicity in Colonia Latin America, ed. Francisco Javier Cevallos-Candau, Jeffrey A. Cole, Nina M. Scott and Nicomedes Suárez-Araúz (Amherst: University of Massachusetts Press, 1999), 178, 182. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,”399, 400. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 104, 109, 122, 123.
15. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 144, 149, 153, 160, 168, 170.
16. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 397.
17. Refiérase a las notas 201 y 202 al pie de la página 161 de Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, edición de Ángel Esteban, 2002. Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” 182.
18. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 169, 173.
Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” 179, 183. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 141, 144, 145, 147. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 409.
19. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 148, 157. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 413.
20. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 173, 174.
Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” 188, 189, 190. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 148. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 411.
21. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 141. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 409. Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” 179.
Bibliografía
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Colomer, José Luis and Amalia Descalzo. Vestir a la española en las cortes europeas (siglos XVI y XVII), 2 vols. Madrid: Centro de Estudios Europa Hispánica, 2014.
De Sousa Congosto, Francisco. Introducción a la historia de la indumentaria en España. Madrid: Ediciones Istmo, 2007.
Erauso, Catalina. Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma. Madrid: Cátedra, 2002.
Merrim, Stephanie. “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon.” In Coded Encounters. Writing, Gender, and Ethnicity in Colonial Latin America, edited by Francisco Cevallos-Candau, Jeffrey A. Cole, Nina M. Scott and Nicomedes Suárez-Araúz, 177-205. Amherst: University of Massachusetts Press, 1994.
Myers, Kathleen Ann. “The Lieutenant Nun. Catalina de Erauso (1592?- 1650). Soldier’s Tales and Virginity.” In Neither Saints Nor Sinners. Writing the Lives of Women in Spanish America. Oxford: Oxford University Press, 2003.
Perry, Mary. “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain.” In Queer Iberia. Sexuality, Cultures, and Crossing from the Middle Ages to the Renaissance, edited by Josiah Blackmore and Gregory S. Hutcheson, 394-418. Durham: Duke University, 1999. Seed, Patricia. “The Church and the Patriarchal Familiy: Marriage Conflicts in Sixteenth- and Seventeenth-Century New Spain.” Journal of Family History 10, no. 3 (1985): 284-293.
Algo que se destaca en la vida de Catalina de Arauso –como bien hace notar la autora de este trabajo- es que la “conversión” en hombre le dio cierto poder y autonomía, pero fue la revelación de su condición de mujer lo que la hizo famosa y le valió el reconocimiento. La transgresión sexual, por la que pudo haber terminado en la hoguera, fue amortizada por sus incontables servicios, sus incontables crímenes al servicio de la corona y de la fe. Tanto así que el monarca Felipe IV la premió con una renta de ochocientos escudos y “le confirió una encomienda”, mientras que el santo papa Urbano VIII le concedió “el derecho a seguir vistiendo indumentaria masculina”.
En la sociedad de la época, las desviaciones a los “códigos morales y estereotipos de género” no quedaban sin castigo, y el castigo era ejemplar. La monja Alférez los violó, pero al servicio del orden establecido. (PCS).
Vestir para existir y actuar de otro modo: la cuestión de travestismo en “La historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma”.
Patricia Cabral
La agencia (o capacidad de actuar) adquirida a través del travestismo la insta a decidir su destino, y a responder lo siguente al señor obispo don Julián de Cortázar cuando éste insiste en que se quede en el convento de su orden en Santa Fe de Bogotá:
“Yo le dije que no tenía yo orden ni religión, y que trataba de volverme a mi patria, donde haría lo que pareciese más conveniente para mi salvación.”13
Aún sintiendo atracción por algunas mujeres, la Monja Alférez protege el secreto de su género biológico evitando la actividad sexual y el casamiento.14 No obstante, a pesar de lo persuasivo y firme que es el tono de la narración, ciertas situaciones resultan improbables. Tomando en cuenta la relativa androginia de Catalina, las múltiples ocasiones en que la protagonista se encuentra “desnuda” hacen dudar de su capacidad real para ocultar su secreto durante tanto tiempo. Víctima de asaltos y heridas graves que requieren el cuidado y la observación de otras personas, Catalina corre a menudo el riesgo de ser descubierta como mujer.15 En el primer caso, se puede inferir que se trata de una relativa desnudez en que el personaje queda en ropa interior. En cambio, en el segundo caso parece menos probable aún teniendo en cuenta que carecía de busto al haberse aplicado “emplastos” para “secar” y reducirlo.16 A fin de cuentas, podemos igualmente asumir que estos frecuentes momentos de tensión tienen simplemente el objetivo de mantener el interés de los lectores, y ensalzar el prodigio que significó el caso de la Monja Alférez. La ambigüedad y ambivalencia tanto del género, como de la sexualidad del personaje se traducen en su lenguaje: la Monja Alférez vacila contantemente entre referirse a sí misma como mujer u hombre, alternando pronombres y adjetivos de ambos géneros. Esta alternancia aparece tanto en la edición de Joaquín María de Ferrer publicada en 1829, como en la de Ángel Esteban fechada 2002.17 En resumen, transformarse en hombre le permitió realizar hazañas y establecer su autonomía, en cambio revelar que era mujer le granjeó la fama, el reconocimiento por su servicio a la monarquía española por parte de Felipe IV —específicamente por su participación en la guerra de Arauco contra los mapuches en Concepción y Valdivia en el Reino de Chile—, acompañado por una renta de ochocientos escudos, y el derecho a seguir vistiendo indumentria masculina concedido por el papa Urbano VIII quien le instiga a vivir honestamente y no ofender a nadie. Según escribe Stephanie Merrim en “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” el rey español también le confirió una encomienda.18. Independientemente de haber sido aceptada por su notoriedad, Kathleen Ann Myers en Neither Saints nor Sinners, sostiene que la sociedad española (y en general la europea) cuyos códigos morales y estereotipos de genero teóricamente no admitían desviaciones, no estaba dotada ni cognitiva, ni ideológicamente para lidiar con el fenómeno desconcertante que representó la Monja Alférez. Este hecho jugó a su favor, permitiéndole construirse una identidad en oposición a los roles de género establecidos, pero que se alineaba con los intereses político-económicos del Imperio español.19 Su travestismo es celebrado y hasta alabado en vista de que aspira al ideal androcéntrico de este medio sociocultural y momento histórico que contempla al hombre como un ser superior tanto física, como espiritualmente.20. Empero cabría precisar que en principio su aporte al sistema patriarcal expansionista se limitó a la defensa militar de manera puntual; ella no participó, que se sepa, a la economía de la creación al evitar el ciclo reproductivo que genera una posteridad demográfica.
Finalmente, en 1630, la Monja Alférez regresó a América, tomó el nombre de Antonio de Erauso, y vivió como arriero y comerciante en la ciudad de Veracruz.21. La sociedad en flujo —menos centralizada y supervisada— y los espacios extensos del continente americano se ajustarían mejor a su carácter intrépido e independiente.
Notas
13. Ibid, 164, 165.
14. Stephanie Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” Coded Encounters. Writing, Gender, and Ethnicity in Colonia Latin America, ed. Francisco Javier Cevallos-Candau, Jeffrey A. Cole, Nina M. Scott and Nicomedes Suárez-Araúz (Amherst: University of Massachusetts Press, 1999), 178, 182. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,”399, 400. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 104, 109, 122, 123.
15. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 144, 149, 153, 160, 168, 170.
16. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 397.
17. Refiérase a las notas 201 y 202 al pie de la página 161 de Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, edición de Ángel Esteban, 2002. Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” 182.
18. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 169, 173.
Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” 179, 183. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 141, 144, 145, 147. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 409.
19. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 148, 157. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 413.
20. Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma, 173, 174.
Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” 188, 189, 190. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 148. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 411.
21. Myers, Neither Saints Nor Sinners, 141. Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” 409. Merrim, “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon,” 179.
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Colomer, José Luis and Amalia Descalzo. Vestir a la española en las cortes europeas (siglos XVI y XVII), 2 vols. Madrid: Centro de Estudios Europa Hispánica, 2014.
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Merrim, Stephanie. “Catalina de Erauso: From Anomaly to Icon.” In Coded Encounters. Writing, Gender, and Ethnicity in Colonial Latin America, edited by Francisco Cevallos-Candau, Jeffrey A. Cole, Nina M. Scott and Nicomedes Suárez-Araúz, 177-205. Amherst: University of Massachusetts Press, 1994.
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El llanto del padre se hacía eco del llanto de la madre, esposa amante, compañera ejemplar, imagen del dolor que no resigna. Junto a ella en cuerpo y alma -valle de lágrimas en el regazo tierno de la abuela- desahogaba su pena la menor de las hijas, y con la hija la abuela misma, la dulce abuela que era estatua de sal en su expresión doliente y, por contraste, muda. Junto a la ventana, más que llorar gimoteaba el hijo varón, miraba lejos. Junto al hijo varón, y de rodillas ante un lienzo del Sagrado Corazón de Jesús, imploraba la tía solterona. Y junto al padre, el compadre, portador de la infausta noticia, también daba muestras de pesar y lo confortaba pidiéndole resignación, compadre, resignación. Y el llanto del padre arreciaba, aumentaba su desesperación, los ojos se le volvían rosas de sangre, mármol dolido su frente. En el ámbito de la servidumbre reinaba por igual un aura luctuosa. Lloraba sin parar la vieja cocinera de manos callosas, más vieja a fuerza del trajín que por la edad. Lloraba la muchacha encargada de la limpieza, lloraban la lavandera y los peones, y hasta el jardinero, el apático y curtido jardinero, dejaba caer alguna que otra lagrimita, mostrándose sinceramente conmovido en su interior. Pero allí la manifestación de pesar era un reflejo pálido del drama que vivía la familia, doliente por el amor y por la sangre. La madre, que era la imagen viva del dolor, se había convertido en estatua de sal. El valle de lágrimas que era la hija se había secado. La abuela, que era estatua de sal, pegaba gritos que se oían en las puertas del cielo. El hijo varón había roto la ventana de vidrio con la frente. La tía solterona se daba golpes de tambor en el pecho. Y junto al padre, el compadre -su compañero de correrías de toda la vida- trataba de infundirle ánimos pidiéndole resignación compadre, resignación. Y el padre se anegaba en lágrimas, pedía justicia a Dios, si había Dios, y los ojos se le volvían rosas de sangre. ¿Cómo podía resignarse, compadre, cómo podía? En el traspatio los perros aullaban cada vez más fuerte, casi como queriendo darle razón al amo en su queja. Y con los perros hasta las piedras duras y las flores más sensibles mostrabanse ofendidas de dolor. Por no decir de los gallos en la traba, las vacas en el establo, los potros en el potrero. En los alrededores, todo respiraba un aire de tristeza. El coro de dolientes, dentro y fuera de la casa, parecía elevarse al cielo en un crescendo infinito. Junto al padre, el compadre mitigaba ahora la desazón y la pena apurando tragos de ron de una botella que traía en algún bolsillo de su uniforme de campaña, y después de cada trago le ofrecía al padre la misma medicina, que el padre no tocaba, y el compadre bebía en su lugar y volvía a repetir la cansona letanía: resignación, compadre, resignación. Y el llanto del padre arreciaba, y el coro de lamentaciones aumentaba su caudal sonoro. El compadre, que no era hombre de mucha paciencia y comenzaba a perderla, volvió a repetir compadre y a repetir el trago y a repetir compadre, por última vez, compadre: mire que no es para tanto. Y el llanto del padre no arreció. Mas bien el padre se quedó mirando al compadre como a un extraño ¿Oí lo que había oído, compadre? Entonces bajó la guardia, que nunca había tenido muy en alto, y se tiró al suelo a dar pataletas de niño malcriado. El coro de dolientes hizo mutis. Y el compadre visiblemente irritado le gritó al padre que se dejara de ñoñerías, compadre, y el padre tampoco esta vez pudo creer lo que había oído. Desde el suelo, en posición claudicante, le replicó, compadre, ¿ñoñerías? ¿Qué no es para tanto, compadre? ¿Y le parece poco, compadre? A pesar de su dureza exterior, el compadre era incapaz de ignorar la tragedia del amigo y compañero de armas, y pensó que en el fondo tenía razón. Por primera vez sintió la afrenta como una deuda propia. No, no era poco, compadre. Después de treinta y cinco años de servicio en la policía lo habían puesto en retiro y sólo le faltaban dos, apenas dos, únicamente dos muertitos para llegar a cien y empatar con el coronel. PCS (Los cuentos negros).
Pérez-Reverte es también un héroe cansado, desilusionado, que tomó parte durante veinte o más años como corresponsal de guerra en las peores guerras de fines del pasado siglo
Arturo Pérez-Reverte (o mejor dicho, Alejandro D’Artagnan Perez-Reverte), me devolvió la infancia con sus novelas de capa y espada y de espadachines sin capa (“El capitán Alatriste”, “El húsar”, “El maestro de esgrima”…), pero sobre todo por su admiración por Alejandro Dumas, a quien rinde tributo en una de sus mejores novelas (“El club Dumas”) y en escritos como “Fatalidad y “Cuatro héroes cansados” (incluidos en su “Obra breve 1”).
El primero describe un “regreso” literario al castillo de If, donde el Edmundo Dantés que sería conde de Montecristo estuvo injustamente preso unos veinte años, enterrado en vida, más bien. A juicio mde Pérez-Reverte, un juicio que comparto, “La grandeza de ‘El conde de Montecristo’ reside en que su venganza, la única justicia posible en aquel y en este mundo de tahúres y sinvergüenzas, también es la nuestra”.
“Cuatro héroes cansados” es una apología de la trilogía que recoge las venturas y desventuras de “Los tres mosqueteros” y que a muchos parecerá cursi y sentimental y a mi no me importa que lo sea.
Pérez-Reverte, al estilo de Alejandro Dumas, escribe novelas de folletín, pero es también un académico de la lengua. El mas mal hablado, según se dice, de los académicos que luchan por la pureza de la lengua. (Sí, habla y escribe a menudo en “lengua vulgar”, y no me refiero a “lengua derivada del latín”). Escribe también libros sobre la condición humana como “Territorio comanche” y “El pintor de batallas”, y también artículos de opinión. Los juicios filosóficos históricos y literarios de este crítico implacable del mal llamado homo sapiens distan mucho de ser triviales, superficiales.
Mosqueteros
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Hubo una época, la más larga de la historia, en la que no había luz eléctrica, ni radio, ni televisión, ni cine, ni computadoras y mucho menos alienantes, estupidizantes videosjuegos.
La lectura era una de las diversiones favoritas, si así se le puede llamar a una adicción (una saludable adicción). La lectura, en efecto puede llegar a ser, en el mejor de los sentidos, un hábito tan terrible que se convierte en vicio y transforma, a cierta gente, en quijotes. Pero la falta de un entrenamiento sistemático para adquirir este hábito produce muchas veces analfabetos funcionales (“la incapacidad de comprender, de leer o escribir frases sencillas en cualquier idioma”), como muchos de los estudiantes que ingresan a la universidad.
Jostin Gaarder, el autor de “El mundo de Sofía”, dice que el sentido de la filosofía, de la cultura y el conocimiento en general, que se adquiere a través de la lectura, no es algo abstracto, inaprensible, tiene una finalidad práctica que se identifica con la existencia misma y marca la diferencia entre vivir y vivir intensamente.
Se puede vivir una vida, vegetar, “flotar en el vacío” como “un mono desnudo”, o se pueden vivir muchas vidas estudiando, leyendo, adquiriendo conocimientos, vivencias que se incorporan a nuestra biografía con la calidad de lo intensamente vivido.
Uno no vuelve a ser el mismo después de conocer un poco de historia, filosofía, ciencia, literatura, después de leer y familiarizarse con el Quijote y Sancho, con el coronel Buendía de “Cien años de soledad” y la inolvidable Úrsula Iguarán. Por eso Pérez-Reverte no puede desprenderse de los personajes de “Los tres mosqueteros” y habla de d’Artagnan como el más entrañable amigo. La literatura, como la vida, sirve para vivirse, y las venturas y desventuras de los personajes de la historia y la literatura forman parte de la gran aventura de la existencia.
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Algo que me llama la atención, y con lo que no estoy de acuerdo, es el juicio despectivo de Pérez-Reverte sobre los personajes de Julio Verne, otro escritor que venero, otro escritor de culto que todavía conserva su vigencia, uno de los más leídos del mundo. Sus personajes más “fríos y sin alma”, envarados y pomposos son los ingleses, a quienes Pérez-Reverte seguramente detesta como buen español (y Julio Verne como buen francés). De igual manera detesta a Napoleón, al petit caporal que suele llamar petit cabrón. Detesta, en general, a todos los hombres y personajes que no se rigen por un código de honor, por eso es tan indulgente con los tres mosqueteros y con su capitán Alatriste, que es un matatriste, un matarife.
Pérez-Reverte es también un héroe cansado, desilusionado, que tomó parte durante veinte o más años como corresponsal de guerra en las peores guerras de fines del pasado siglo y sabe a que atenerse en cuanto a la naturaleza del ser humano. El no diría, como el personaje de Camus en “La peste, “que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”. En “El pintor de batallas” se declara muy explícitamente a favor de la desaparición del parásito humano de la faz del planeta…, algo que también comparto.
Por eso valora tanto a esos personajes de Dumas, “cuatro antiguos mosqueteros (que) jamás perderán de vista un límite ético, un vínculo moral indisoluble que justifica cualquiera de sus actos y mantiene a salvo su honor y dignidad: la fidelidad a sus amigos, la solidaridad generosa…”