martes, 28 de agosto de 2018

HOJAS DEL CAMINO

Pedro Conde Sturla
20 y 27 de marzo de 2017

 (1)


Discretamente se han ido desprendiendo las hojas del calendario, hojas del tiempo, las “Hojas del camino”, el poemario inédito de Dinápoles Soto Bello. 
El agraciado es un profesor de la universidad Madre y Maestra, un matemático, un poeta para el cual la poesía es un principio de incertidumbre:

“Si me ves pensativo, mi pequeña Tasmania, / no interrogues: ¿Qué piensas? Hay momentos supremos / de ocultas relaciones, en los que ignoraremos / el vuelo  misterioso que emprende el pensamiento. / Y nos parece  entonces que las flores dialogan / en mudo lenguaje, que el árbol en silencio / es un querido hermano; que la fontana es una / indistinta cadencia, hiladora de sueños, / que mi jardín amigo tiene extraños efluvios, emanaciones blandas de vida y de misterio; / que tiene el viento músicas, calladas, confidencias: / soplos de eternidad, leves, remotos besos… / En fin, que percibimos, lejanamente audible, / el palpitar  oscuro del corazón hermético / de la Naturaleza… / Mi  pequeña Tasmania, / a veces al mirarme en tus ojos inciertos, / transfigúrase el cielo de la humana existencia, / y formas más perfectas, dormidas en el tiempo, / se revelan silentes… Yo he aprendido en ti misma / porqués inexplicables, simbólicos secretos / que la razón profana desconoce engañada. / Tú me diste esta sed insaciable de ensueños, / esta astral inquietud, esta noche estrellada de visiones arcanas… / Ven, acércate. El cierzo / vagabundo entristece, cuando arrastra la hoja… / Es la hora del crepúsculo; un sopor, vago, inmenso, / se apodera de todo. Tú te quedas callada, / y en la penumbra triste, yo te miro en silencio…”. (“Si me ves pensativo…”, 1961).
Entre Amado Nervo y José Ángel Buesa, entre Neruda y quizás Machado, el hombre y su alma se hacen viejos, maduran, “las semillas se convierten en girasoles”, los versos “caen al alma como el pasto al  rocío”. Y así, “golpe a golpe, verso a verso”, van cayendo las “Hojas del camino” y aparece de pronto un “Trébol lírico” y el mismo principio de incertidumbre:  
“La tarde está tranquila; / las frondas mueve el viento, / y envuelta en un lamento / quejas tañe la esquila… / La tarde está serena; / errante vaga el cierzo, / en tanto que mi pena / deshecha va en un verso… / Canciones de misterio, / tristes pulsan las hojas; / hay, en el cementerio, / peregrinas congojas… / Flota un vapor de alma / que escapa de las huesas; / ¡Oh muerte! ¡Cuanta calma! / Qué lúgubres  tristezas!… / Arias crepusculares… / avanzo, pensativo; / algunos luminares, / en mi interior revivo.
Doliente de pesares / marcho rumbo a lo ignoto; / envuelto en azahares, llevo un poema roto…” (1959).
La poesía de “Hojas del camino” es muchas veces una  plegaria en la que el eros y el sentimiento religioso van casi siempre de la mano o se confunden. En “El beso sagrado” el  poeta eleva una oración y se entrega, como en otros poemas, a la nostalgia “de sentidos amores y de esperanzas yertas…”:
“Una vez, frente al rostro doliente de Jesús, / en una unción de labios, y temerosamente, / besamos en secreto nuestras bocas en cruz… / (….) / Fue sagrado aquel beso para nuestras conciencias. / Yo recuerdo tus ojos, de  penumbras inciertas; Yo recuerdo tus manos, de imprecisos temblores; / Yo recuerdo esas horas que han quedado ya muertas / entre el vaho lejano de sentidos amores, / de sentidos amores y de esperanzas yertas…”. (1959).
En algunas ocasiones la poesía de “Hojas del camino”, traduce un ideal, un conjuro de paz, recogimiento espiritual, alejamiento y acercamiento de todo lo que es humano, demasiado humano. El fraterno Dinápoles, como lo llama el filósofo Avelinus, se hermana en el poema “Quietud” con la lluvia, la quietud de la lluvia y, quizás en la tarde, ve llover y medita:
“¡Qué apacible dulzura! ¡Qué monótona paz / ¡Qué diálogo escondido que no escucho! / ¡Qué cercano alejamiento de las masas humanas!… / ¡Qué familiaridad de cosas indistintas!  / ¡Qué retorno feliz hacia mí mismo! / Todo esto sucede mientras llueve… / Calma. Húmedo ambiente, y gotas perezosas / que caen tristemente de las frondas… / Miro en silencio la quietud del patio, / y mientras la tarde me parece ausencia, / pienso…” (1959).
En su poesía más intima recorre el fraterno Dinápoles los caminos de la memoria infiel, evoca en  “Compañera” el fecundo recuerdo de aquella de la que apenas sabe el nombre, la lluvia y el silencio, sus “lámparas humildes”, “sus letras milagrosa”, “las álgebras del tiempo”:
“Apenas sé tu nombre después de tantos años. / Sobre mí  llovía tu silencio con tibieza fecunda / ablandando la tierra de mi aridez rebelde. / A mi lado encendiste tus lámparas humildes / en los fríos recintos de mi orgullo de siempre. /  Apenas sé tu nombre, compañera. / Aprendo agradecido sus letras milagrosas / cogiendo mariposas en tu mirada ingenua. / Tus manos se hacen agua de alivio y de reposo / en calcinados días quebrados de fatiga. / Después de tantos años, detengo mis afanes / para salir contigo a visitar las cosas. / Los árboles, las nubes, las casas, los amigos / se hacen más reales y permeables / por tu menuda vecindad magnética. / Ahora yo comprendo porqué la luna peina / con su luz de jacinto tus cabellos castaños. / Ahora yo comprendo las álgebras del tiempo / con sus  números de ensueños y planetas. / Son infinitos los detalles que descubro / en los claros caminos que sin ruido fabricas. /Tu nombre yo lo aprendo deletreando ternuras / en simples alfabetos de afanes y cuidados. / Apenas sé tu nombre, compañera (1979).
“La pequeña Karen”, un poema esencial que no pasa desapercibido, reproduce el eco, las pisadas, las huellas de la aventura espiritual que empieza con “mi pequeña Tasmania”. Ahora canta a la hija menor, aquella en que crecieron sus “árboles secretos”, sus “campanarios mudos”, los truenos de la sangre. Con ella canta a toda su progenie y se derrama un poco, al estilo de Neruda, en “besos leche y pan”. Además invoca un milagro cuando pide “que con sonidos de tu voz de avecilla / me limpies de pecado los sótanos del alma”:
“Hija, eres la más pequeña / y en ti crecieron altos mis  árboles secretos. / Hija, eres la más alegre / y en ti cobraron vuelo mis campanarios mudos. / Hija, eres la más rabiosa / y en ti rodaron vivos mis truenos en tu sangre. / Quiero que en esta noche de astros extinguidos / dibujes en mi frente / con tus dedos pequeños / constelaciones puras. / Quiero que tus bracitos construyan en mi cuello / apretadas circunferencias de ternura.  
Quiero que con sonidos de tu voz de avecilla / me limpies de pecado los sótanos del alma. / Tu papá recoge fuerzas de tu estatura mínima / y tus besos son yodo sobre sus heridas… / Si supieras, hija, cómo naufragan los horarios / en tu mirada sin fecha. / Invento números vírgenes / en tu sueño de niña. / Tu papá madura frutas en tu verano joven. / Hija: Eres la  más pequeña, la más alegre, la más rabiosa. / Yo puedo medir la altura de ese triángulo tuyo. / Contigo volaron mis palomas cautivas. / Contigo mis veleros conocieron el viento.  / Y contigo, hija mía de mi sangre, / el amor extendió / en esta adultez crecida / y combatida / su dulce coordenada de profundidad (1979).

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(2)

Hay una zona oscura, un lado oscuro en la poesía de Dinápoles Soto Bello, una vena necrófila que pocas veces se manifiesta con tanta intensidad como en el poema “Desposorio”:
“No sé de qué lejanas edades de los siglos / me llega tu perfume, cargado de misterio. / Tú vienes en la ronda de lívidos vestigios / a darme un beso incierto que sabe a cementerio”.

Dinápoles y amigos maroteando en Los Montones.
Sin embargo, como a toda acción se opone una reacción de igual magnitud y en sentido contrario, hay otra zona que podría llamarse humorística y festiva (un polo de la misma dialéctica) que se parece mucho al otras veces sombrío autor de “Hojas del camino”.
Sí, ocasionalmente en la poesía de Dinápoles Soto Bello hay notas de humor satírico y desenfadado al estilo de Juan Antonio Alix, a quien por cierto parodia en “El almuerzo en la cafetería de la Ucamayma”:
“Dice don Martín Garata / que es una perfecta vaina / y una cosa no muy grata / almorzar en la Ucamaima. / La comida allá es sabrosa / pero siempre bien poquita / por lo que no es poca cosa tener la boca chiquita” (1969).
El fraterno Dinápoles dedica en su poesía muchas horas místicas a la cristiana meditación (un poco a la manera de un conocido programa radial de la Farmacia Mella que sólo los viejucos recordamos), pero también se pone de vez en cuando los guantes, se pone de repente rebelde y pendencioso, se entrega “hasta la inconciencia” al jolgorio, tal como predicaba el común amigo Yuyo en los felices años de estudiantes en el Tecnológico de Monterrey. Como poeta festivo y casi libertino, viejo verde y travieso, el casi abstemio y casi casto Dinápoles da quizás lo mejor, lo “más mejor” y original de sí en poemas de la talla de “Alegrémonos, amigos”:
“¡Que bueno está este vino, compañeros! / Brindemos por nosotros y aplaudamos. / Descorchemos botellas de alegría / y encendamos los fuegos necesarios / en las lámparas rojas del instante. / El mañana y las horas, al carajo: / Masacremos el tiempo inoportuno / con limpias espadas de canciones. /
Alegrémonos amigos esta noche / fabricando guitarras con sonrisas. / Rompamos los diques cotidianos / con sonoros martillos de palabras. / Este vino está bueno, compañeros; /
brindemos por nosotros y aplaudamos / y al carajo mandemos a Descartes. / El “bebo, luego existo” es la verdad / que ese grave filósofo ignoró, / a pesar de su genio, que era grande. / Quien desee estar cierto de que existe / tómese unos tragos y verá /
la materia y la sangre en sus orígenes. / ¡Que bueno está este vino y cómo prende! / Brindemos por nosotros y aplaudamos. / Alegrémonos de estar aquí reunidos existiendo… / ¡Y al carajo la Física y Descartes!” (1979).
Casi en la misma onda rebelde y pendenciosa, el poeta la emprende en el poema “Vas naciendo” contra el “túnel burocrático”, contra la infame costumbre “de orinar todos los días, / de tener que dormir todas las noches”. Un tan brusco viraje, semejante trastorno quizás solo lo explica el hecho de que el poeta “vas” naciendo a la poesía. Definitivamente, la poesía lo está echando a perder:
“Vas naciendo a la poesía / con racimos ocultos, / despidiendo en la noche / sonidos transparentes, elaborando mieles / con abejas auténticas. Quieres ir más allá / del túnel burocrático, / más allá de orinar todos los días, / de tener que dormir todas las noches / con jornadas de terrosas epidermis… / Quieres perseguir en el tiempo que pasa / raíces absolutas. / Vas naciendo a la poesía / con crecidas experiencias en la sangre….” (1980).
El mayor arranque de rebeldía, o más bien de inconformismo, ocurre en el poema “Una limosna, por favor”, que dedica a Mirna Guerrero. Harto se declara el poeta “de tizas y oficinas”, “libros, cátedras y lápices”, “rutinas y cadalsos”, “Hasta de mí estoy harto y lo confieso”. Coquetamente rompe “los espejos”, no quiere ni mirarse, pobrecito. Harto hasta la coronilla está de helados y cervezas, “de líquidos suicidios amarillos”.
No dice, sin embargo si también está harto del champán, del Dom Perignon, del Chateu Petrus, del mabí Seibano:
“Estoy harto de tizas y oficinas / de libros, cátedras y lápices. / Estoy harto de zapatos y vitrinas / de tres veces comer y empolvarme, / de cajas mecánicas rodantes / y bicicletas ciegas, y camisas. / Estoy harto de pensar y fatigarme / harto de saludar la misma gente, / de Apolinar y Eduardo y Emmanuel, / de inodoros, cucharas y botellas / configurando rutinas y cadalsos. / No me invites a cines ni frituras, / no apetezco ni helados, ni cervezas, / no quiero pavonearme los domingos / por monumentos cívicos y parques / donde hormiguean estatuas con sonrisas. / No me ofendan con chácharas insulsas, / ni carcajadas de vientres satisfechos. / Alejen de mí esa copa tentadora / de líquidos suicidios amarillos. / ¿Para qué tantas cosas y fantasmas / acosando la sangre y el silencio? / Rompo los espejos, no quiero ni mirarme. / Hasta de mí estoy harto y lo confieso. / Me restriego los ojos con los días / y lloro herrumbres y viscosos líquidos. /
Únicamente les pido una limosna: / disuelvan estos óxidos del tiempo / en agua de música y palabras. / Únicamente les pido una limosna: / Recítenme un poema y muchas gracias” (1979).
He aquí, a mi juicio, la mejor manera de despedir o dar la bienvenida a la dinapolesca poesía de “Hojas del camino”.




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