jueves, 25 de julio de 2019

IL FORTUNATO MORRISON

Pedro Conde Sturla
Mateo Morrison promovido a La academia de ciencias por sus valiosos aportes a la teoría de la oportunidad

Junto a Tony Raful ocupa un sitial  de honor el mítico Mateo Morrison (1947), otro gigante de las letras (y de las artes), el único en verdad que le hace sombra a Raful en materia de nombradía. No es para menos: el señor Mateo Morrison Fortunato (más bien fortunatissimo) es figura señera, señerísima, quizás el más típico representante de los poetas de choque. Sin duda es el que más se ajusta a su definición, el modelo por excelencia. Todo un personaje de antología en los hechos, no así en cuanto a su obra literaria. 
Su trayectoria intelectual y política empezaron allá por el año de 1965, fecha de su inscripción en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y de su iniciación como militante de un sector dominante de la izquierda oportunista. Un hecho que, por cierto, se correspondía con el proyecto de la mediocridad que tomó el poder en la UASD en nombre de la revolución. Precisamente, gracias a sus vínculos con ese   sector de la izquierda y a su heroísmo verbal revolucionario, logró ingresar al área administrativa a través del Departamento de Difusión Artística y Cultural. De allí derivaría Morrison su capacidad de maniobra y su habilidad para salir indemne de situaciones críticas. Su impreparación académica, sin embargo, su pobre dedicación al estudio o simplemente a la lectura se convirtieron en trabas tan notorias que veinte años después no había podido concluir una “carrera” universitaria y tuvo que fabricarse un título al vapor durante una breve estadía en Venezuela,      consagrándose como especialista en administración cultural.  
   Revolución y cultura. Al margen de sus limitaciones trepó, pues, a posiciones claves dentro del mencionado Departamento hasta alcanzar, por fin, la dirección, al frente de la cual se eternizó en mandatos que hubieran dado envidia al propio Joaquín Balaguer.
Desde ese cargo, y en su condición de representante de los Organismos Académicos Comunes de la institución, formó parte, hasta el momento de su jubilación, del Consejo Universitario, es decir, el organismo de cogobierno de la UASD, y en alguna ocasión fue distinguido como empleado meritorio. Varias veces, en sesiones memorables, recayó sobre sus hombros la delicada tarea de motivar reconocimientos y agasajos a distinguidos visitantes, como el premio Nóbel Camilo José Cela, entre otros.
Por un proceso análogo de oportunidad y amiguismo llegó a la dirección del suplemento literario del vespertino La  Noticia, donde realizó su obra más característica como  promotor de sí mismo y de sus compañeros de la Joven    Poesía. En este mismo sentido también ha tenido, en el   
ejercicio de sus funciones, logros que no sería justo regatearle, comenzando por la creación del Taller literario César Vallejo. El Taller, fundado por Mateo Morrison y  dirigido por Mateo Morrison, funcionaba como una escuela de poetas y editaba un boletín en el que figuraba, a manera de lema o epígrafe una frase famosa de Mateo Morrison: “La  cultura debe servir al pueblo”, firmada por Mateo Morrison. Pero además, su hoja de servicios incluye un extenso currículo que certifica su participación en congresos, mesas redondas, cursillos, aparte de ciclos de charlas y conferencias más o menos imaginarias dictadas en el país y sobre todo en países extranjeros. Cuba, por ejemplo, Estados Unidos, España, Venezuela, Colombia y China Comunista han sido escenario de sus cátedras magistrales. 
En fin, aparte de otros éxitos y realizaciones que sería prolijo enumerar, durante los últimos años el hombre se ha mantenido afortunadamente a flote de gobierno en gobierno en las más altas instancias de la Secretaría de Estado de   
Cultura, dando lo mejor de sí en beneficio de las masas  populares. 
En cuanto a su producción literaria, no hay mucha tela por donde cortar. Esta es más bien rala y exigua, y prácticamente anodina. La apología más apasionada que se conoce es obra de Mateo Morrison, quien opina así de Mateo Morrison: “Sus textos han sido incluidos en más de 15 antologías en el país y en el exterior y sus poesías han sido base para 12 tesis en diversas universidades del país. Su producción poética ha sido fuente para grupos de poesía coreada y artistas que la han musicalizado, difundiéndola por todo el territorio nacional”.1
Por lo demás, nadie o casi nadie arriesga un prólogo a favor de Morrison. Hasta Raful, el hiperbólico Tony Raful, es cauto en sus elogios y reconoce sus limitaciones: “Mateo Morrison se convierte en símbolo del trabajo cultural, conservando un nombre propio a pesar de las deficiencias tanto de publicación como de creación (...). Sus versos sencillos y  
coloquiales muestran a un creador auténtico que de haberse entregado con mayor devoción al oficio poético hubiese producido textos de mayor profundidad”.2
Mateo Morrison se infiltró en el campo de las letras con un folleto en colaboración con Andrés L. Mateo y Rafael Abreu Mejía: Poesía I (1969). Su peculiar talento literario se puso de manifiesto en Aniversario del dolor (1973), un libro de consignas revolucionarias enunciadas con versos de mala prosa, pero con un gran sentido de la oportunidad. Es la obra más representativa de su repertorio de poeta de choque. Durante mucho tiempo fue su caballo de batalla y contiene una de las zonas más auténticas de su poesía: “Yo soy un hombre criado por el lodo...”, dice Mateo Morrison en el poema “Identificación”. Téngase por cierto que en ningún otro texto alcanzará su definición mejor. 
Posteriormente su bibliografía se enriqueció con títulos que apuntan hacia un terreno menos conflictivo donde el panfleto político tiende a disolverse en el eros, sin ausentarse por 
completo. Visiones del amoroso ente (1991) recoge lo esencial de esta etapa de actualización del maestro Morrison. Así, el texto incluye algunas piezas irrenunciables del traspatio de “Aniversario del dolor” y dos colecciones de fragmentos íntimos: “De visiones del transeúnte” y “ Si la casa se llena de sombras”. 
El ciclo se cierra con un libro de apreciación poética inspirado en los lienzos de Dionisio Blanco: A propósito de imágenes (1991). La hermosa edición bilingüe le hace empero poca justicia al artista plástico, que no se merecía esos versos tomados, al parecer de un manual de instrucciones para colorear. Además, le falla la ortografía y la memoria al poeta en relación a la anécdota que refiere en el preámbulo, donde Stuchenko está por Evtuchenko y la redacción del episodio corresponde a un nivel de primaria. 
En Visiones del amoroso ente aparece un preámbulo igualmente lastimero, en cuyo momento más patético Morrison justifica su quehacer poético desde la posición del 
militante revolucionario que ha “asumido” y sigue “asumiendo una actitud de cuestionamiento raigal a esta sociedad y sus antivalores”.
En el mismo tenor hace derroche el sufrido intelectual de un  exceso de amor y de ternura poéticas, derroche verbal, derroche textual, ese derroche que satura tantos de sus poemas y que difícilmente se compadece con sus datos biográficos. El fantoche, como de costumbre, se jacta de lo que le falta.
A la inversa, un momento más significativo dentro de su obra es el que representa “Si la casa se llena de sombras”. Significativo, sí, porque carece de dobleces, carece de hipocresía en su carnal sinceridad. Sólo en el tema erótico se encuentra el poeta a sí mismo para su buena o mala suerte. Sólo el eros, según queda demostrado, no admite mascaradas en la obra de Morrison. Sorprende pues la liviandad de esos textos que remedan o quieren remedar la técnica oriental del haiku, textos limpios, relativamente limpios y sobre todo 
auténticos. Hay que admitir que esta zona sombría de la casa revela una cierta voluntad de superación. A ratos se sobrepone el autor a su condición de poeta de choque y el esfuerzo no deja de ser notable.  
En general, cada poema y cada palabra de Morrison enfrentan limitaciones expresivas que se hacen evidentes en la pobreza lexical, pobreza de recursos. Cada poema suyo habla de una puja que raramente se resuelve a su favor. Puja, en efecto, cada palabra con estreñimiento digno de mejores resultados. Pero los resultados a veces –sólo a veces- pueden ser extraordinarios. Algunas de esas palabras tienen magia, aunque sean pocas palabras. De dos palabras mágicas –revolución y cultura- ya se ha visto que ha vivido y ha vivido bien. Por arte de magia ha vivido. De revolución y cultura, cultura y revolución,  revolución y cultura, cultura y revolución. revolución y cultura, cultura y revolución. De pura ilusión y espejismo. Del virtuosismo propio de un mago de la palabra. Virtuoso de las letras... 

No hay comentarios.: