Pedro Conde Sturla
12 y 17 de septiembre 2007
(1)
apoyo y homenaje al caudillo de ese partido, que bautizó con
el honroso nombre de “Lo que diga Balaguer”. La creación hacía honor al creador y al creado.
Yo andaba un poco aburrido en esos días y sólo por divertirme propuse a mis compañeros de trabajo una campaña para publicitar el glorioso movimiento. La idea contemplaba un logotipo con la imagen del prohombre en pelotas y en posición cuadrúpeda, con el trasero mirando hacia el público y el equipo colgante pintado de rojo, a manera de adorno de arbolito navideño. En el titular, tan glorioso como el movimiento que había fundado, debía leerse: YUCA, BATATA FULANlTO EN CUATRO PATAS. Abajo, a la derecha, aparecería una simbólica cajita de vaselina sin marca, como logotipo del movimiento, y más abajo, al calce: LO QUE DIGA BALAGUER. No sé por qué el dibujante y el catalán desestimaron la idea. De hecho se hicieron cruces como espantando al demonio. Yo, en cambio, entendía que el
prohombre se hubiera sentido orgulloso al ver su imagen en cuatro patas en un afiche a todo color. Total, era esa la forma en que se ganaba la vida.
prohombre se hubiera sentido orgulloso al ver su imagen en cuatro patas en un afiche a todo color. Total, era esa la forma en que se ganaba la vida.
pcs, 12 de septiembre de 2007
(2)
La mayoría de los políticos del sistema empeña en el ejercicio de sus cargos la honra, si la tiene, y en ocasiones hasta el alma, por no hablar de la dignidad y el fondillo, que son casi lo mismo.
La especialidad de tumbapolvo o limpiasaco es obligatoria, al parecer, para desempeñar un puesto en el estado, sobre todo en época de elecciones. En apariencia, los funcionarios contraen, con el gobernante de turno una deuda que rebosa la gratitud y se transforma en idolatría.
Recientemente, mientras presenciaba en televisión el acto de inauguración de un acueducto, sufrí un ataque de vergüenza ajena al escuchar a una prominente figura del gobierno encumbrando al monarca constitucional de la res pública a las alturas celestiales.
Con su portentosa voz destemplada, desafinada -la típica voz de bacinilla-, el exaltado funcionario levantaba ambas manos a la altura de la cabeza para dramatizar un discurso ya de por sí dramático, y por momentos parecía perder no solamente el sentido de la mesura sino también el sentido de la cordura, amén de la compostura.
La gota rebosó la copa cuando el funcionario elevó literalmente la categoría del monarca a la dignidad de redentor. Lo proclamó redentor una vez y el monarca asintió complacido. Lo proclamaba redentor una vez y otra vez y el redentor asentía complacido.
Para quienes llevan la cuenta, redentor es más o menos como quien dice Jesucristo y hay que tener cuidado. Por unas libertades que me tomé con el Espíritu Santo en un escrito anterior, recibí, entre muchas burdas amenazas, una cruda reprimenda de un hipotético cardenal Tomasicchio, conminándome a rectificar, a enmendar mi “blasfemia”, so pena de excomunión, incluso de extremaunción.
Quizás el monarca redentor entienda que en el fondo la adulación es una forma de hipocresía y una falta de respeto. En el fondo el adulador no se respeta a sí mismo y la desmesura de la adulación irrespeta sobremanera al adulado.
Ahora bien, la vanidad no tiene sentido del humor. Un monarca envanecido, rodeado de políticos serviles, personas obsecuentes del género rebuznante, quizás se tome en serio el papel de redentor.
El riesgo implícito es que en la próximas elecciones podrían crucificarlo.
pcs, 17 de septiembre de 2007
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