sábado, 15 de diciembre de 2018

CHAPITA (1)

Pedro Conde Sturla

...bailemos un merengue de espaldas a la sombra / de tus viejos dolores, / más allá de tu noche eterna que no acaba, / frente a frente a la herida violeta de tus labios / por donde gota a gota como un oscuro río / desangran tus palabras. / Bailemos un merengue que nunca más se acabe, /
bailemos un merengue hasta la madrugada: / el furioso merengue que ha sido nuestra historia.

Franklin Mieses Burgos
Paisaje con un merengue al fondo


Doña Julia Molina de Trujillo, como especie de caja de Pandora, parió una fiera tras otra en fila india, una más mala que la anterior y la posterior y viceversa. De su vientre  salieron todos malos. Allí no había términos medios, solo había malos y malas y peores, demonios y demonias. La futura Excelsa Matrona sabía parir, no cabe duda, aunque paría de mal en peor. Y una de esas fieras, quizás la más fiera de todas las fieras, estaba marcada por el destino, por el azar, la predestinación, por la historia y las circunstancias, por la suerte o por designios del imperio, por las fuerzas de ocupación norteamericanas, por lo que ustedes quieran.

El predestinado debutó en la escena nacional e internacional como un héroe de mil batallas a juzgar por los títulos militares que se concedió. No se conformó con el rango de general, tuvo que ser generalísimo, un rango que, sin embargo, le quedaba corto a su ego. El generalísimo era un megalómano como todos los de su clase, como sus contemporáneos y cofrades, los generalísimos Francisco Franco y  Chiang Kai-shek, con la diferencia de que el generalísimo criollo no participó nunca en batalla alguna y solo estuvo en guerra contra su pueblo. No carecía, por supuesto, de una adecuada formación militar porque las tropas del imperio se habían ocupado de ello, pero al parecer se graduó de generalísimo por correspondencia o por obra y gracias de sus aduladores.

A lo largo y a lo ancho de su vida le otorgaron o se hizo otorgar innumerables títulos que, sólo por casualidad, no incluían ninguno de nobleza. Así fue, entre otras cosas, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria nueva, Primer maestro dominicano y Generalísimo Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina. El supremo pato macho de la República Dominicana y el Caribe durante más de treinta años de tiranía.

En realidad, sus títulos eran demasiados para ser contados. Uno de los más curiosos era el de Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos.

Era, además, Doctor Honoris causa por todas las facultades de la Universidad de Santo Domingo. Esto llevaba aparejado el cargo de Rector de la misma institución y la condición de Primer Maestro de la República, Primer Médico de la República, Primer Periodista de la República, Primer Abogado de la República, Primer Agricultor Dominicano.

Agréguese a todo lo anterior el nombramiento como Restaurador de la Independencia Financiera del país y el de Campeón del anticomunismo en América, Paladín de la Libertad y Líder de la Democracia Continental, Protector de Todos los Obreros, Héroe del Trabajo, Padre de los Deportes y otras cursilerías.

El colmo de los colmillos fue su postulación, en 1935,  para el Premio Nobel de la Paz (junto al presidente haitiano Sténio Vincent), 
por la firma de un tratado que garantizaba la armoniosa convivencia entre Santo Domingo y Haití.

Como nunca le hicieron caso, creó su propio Nobel, el llamado Premio Trujillo de la Paz, con $50,000 dólares de dote según se dice.
Dos años después tuvo lugar la matanza haitiana, que provocó escándalo y repulsa internacional. No obstante, en 1940, con motivo de la firma del tratado Trujillo-Hull, Franklin Delano Roosevelt lo recibiría con honores, le regalaría una foto con una pomposa y halagüeña dedicatoria. Fue agazajado, en fin, con las más finas distinciones, condecoraciones, honorificencias.

Cuando visitó España en 1954 los diplomáticos dominicanos solicitaron discretamente que se le otorgara el título de marqués, o algo parecido, pero la petición fue desestimada con mucho tacto, de manera muy fina, a pesar de la cacareada amistad entre el generalísimo y el caudillo.

El generalísimo, según se dice, había horrorizado a la alta sociedad y al ejército de todas las Españas con su  tricornio emplumado y su ridículo uniforme de opereta  y no se lo consideró digno de una distinción tan refinada.

Ese mismo año, sin embargo, El papa pío XII, de ingrata recordación, le otorgó la Gran Cruz de la Orden Piana como recompensa por haber beneficiado a la iglesia católica con la firma del Concordato, que le otorgaba todo tipo de privilegios.


En enero de1961 los cortesanos del sátrapa solicitaron al Vaticano que le otorgara el título de Benefactor de la Iglesia, pero en esa época Trujillo olía a muerto y la iglesia le dio largas al asunto y al final, sólo al final, lo enfrentó.

La descendencia y parientes cercanos  del generalísimo disfrutarían en menor medida del beneficio de títulos al por mayor y al detalle.

Su madre, Julia Molina, se convertiría en La Excelsa Matrona y su padre, José Trujillo Valdez  (alias Pepito, alías Pepe botella) sería nombrado diputado y condecorado varias veces y sería además sepultado  en la Capilla de los inmortales de la catedral primada de America, cerca de los restos de los Padres de la patria y las supuestas cenizas del Gran almirante.

“Jamás despojos tan ilustres -dijo Jacinto Peynado en el panegírico- han pasado bajo las arcadas de este templo para recibir cristiana sepultura”.

La esposa del generalísimo, María Martínez, se convertiría en La Prestante Dama y Primera Dama de las Letras Antillanas y también en una de las mujeres más redondas del país.

Su hermano favorito, Negro Trujillo, se convertiría igual que él en generalísimo y llegaría como él a ser presidente de la República.

Su primogénito, Ramfis Trujillo Martínez, se convertiría en La Promesa Fecunda y Príncipe Favorito, aparte de degenerado, violador  y drogadicto. En su brillante carrera militar alcanzó el cargo de Coronel a los cinco años y el de general de brigada a los nueve. El hermano menor,  Radhames, no se quedó atrás. A los cuatro o cinco años lucía el uniforme de mayor y a los nueve el de general. Y recibía, por supuesto, el salario correspondiente 

La poco angelical Angelita, su hija mimada, la niña de sus ojos, sería algún día nombrada Princesa del Corso Florido y sería elegida en un concurso Reina de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre.

De modo, pues, que a los miembros más encumbrados de la familia no les faltaban títulos, honores, reconocimientos, mientras que al supremo pato macho le sobraban. Los tenía todos o casi todos...

Pero le decían Chapita.

Chapita le decían o dicen que le decían desde chiquito su mamá y sus hermanos porque le gustaban esos trocitos de metal  con un grabado delante y un sujetador detrás, las llamadas chapas o chapitas, quizás las medallitas  de la Virgen, de san Pedro, san Pablo, de la reina Victoria de Inglaterra o Isabel de España, quizás las tapas o chapas de las botellas de refrescos o ron y todo tipo de baratijas, todo lo que brillaba y se podía poner en el pecho o colgar del cuello...Algo, en fin, a lo que son aficionados o más bien adictos todos los  militares, sobre todo si son rusos. Especialmente si son rusos. 
(Siete al anochecer [15]).



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