Pedro Conde Sturla.
23 de octubre de 2009
[El
origen del alfabeto es un tema apasionante sobre el cual es posible encontrar
explicaciones muy eruditas y complicadas y otras superficiales que atribuyen
toda la gloria de esta invención a los fenicios (“los cananeos de la costa”),
como hizo el poeta Lucano cuando afirmó poéticamente que fueron ellos “los
primeros que pintaron el sonido de las palabras”. Pero la cosa no es tan
simple.
Una de las mejores exposiciones que he leído aparece en el libro “La tierra de Canaán” de Isaac Asimov (1920-1992), el famoso escritor de ciencia ficción, divulgación científica e histórica. Asimov (palabra grave, no aguda) cultivó en grado excepcional el arte de la didáctica. Sus razonamientos son siempre sencillos, inteligibles, sin caer en la simpleza y sin perjuicio del rigor científico y el dato histórico.
Se verá, en el texto de Asimov, que el alfabeto no es obra de un solo pueblo, de una sola cultura, sino el fruto de un proceso de evolución plurisecular que empieza por la invención de la primera forma de escritura por los sumerios, su desarrollo en Egipto, la simplificación de cientos de símbolos ideogramaticos y fonéticos por parte de los cananeos y su reformulación en “veinte y dos signos (…) suficientes para representar todas las palabras que hablaban” en una lengua consonantal aglutinante. Los griegos completarían el trabajo añadiendo las vocales.
Asimov lo explica mejor y con lujo de detalles. PCS].
EL
ALFABETO
Isaac Asimov
Fue por entonces cuando
Canaán hizo otra gigantesca contribución a la cultura mundial, además de la
invención de las ciudades, la alfarería y los viajes marítimos. Esa nueva
contribución concernía a los elementos de la escritura.
Al principio la escritura
consistía en imágenes de aquello a lo que se aludía. Con el tiempo se hizo
tedioso dibujar imágenes reconocibles y se usaron símbolos reducidos. No era
necesario dibujar un buey entero, si para sugerir la idea bastaba una cabeza
triangular con dos cuernos (como una A invertida). Después de un tiempo, los garabatos
que eran admitidos como representación de un objeto particular tuvieron que ser
aprendidos independientemente, pues se hicieron demasiado esquemáticos para ser
reconocidos para quien no supiera lo que habían sido en un principio.