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La primera noticia sobre la matanza haitiana, la llamada masacre del perejil, llegó a las páginas de "The New York Times" con casi tres semanas de atraso. Apareció en la página 17mel día 21 de octubre del fatídico año de 1937, en un reducido espacio de apenas tres pulgadas, una delgada columna de tres pulgadas. En realidad, más que de una noticia se hablaba de un rumor, de un incidente en la frontera domínico-haitiana, unos cuantos muertos, unos cuantos heridos. Nada del otro mundo.
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de Omar al Jayyám (1)
Pedro Conde Sturla
16 octubre, 2020
En la la época de oro del islam vivió en Persia —la Persia medioeval—, un sabio que dejaría una profunda huella en la historia. Se llamaba Omar ibn Ibrahim al-Khayyami, y fue astrónomo y jurista, matemático y poeta, físico y metafísico, médico, libertino, bebedor y sibarita, entre otras muchas cosas. Pero sobre todo poeta. Bebedor y poeta. Es el mismo que conocemos como Omar Jayyám o Khayyám o simplemente Jayam. Un nombre que significa fabricante de tiendas, que era el oficio de su padre.
Omar Jayyám fue un gran desconocido en el mundo occidental hasta el siglo XIX. Empezó a conocerse a partir de 1859, cuando se publicó en Inglaterra un libro en cuya portada unas palabras pomposas anunciaban lo que sería un gran descubrimiento: “Rubáiyát de Omar Khayyám, El astrónomo-poeta de Persia”. “Rubáiyát” fue el título que Edward FitzGerald le dio a su traducción, la primera traducción del idioma persa al inglés de una selección de poemas “atribuidos” a Omar Jayyám.
Pedro Conde Sturla
16 octubre, 2020
En la la época de oro del islam vivió en Persia —la Persia medioeval—, un sabio que dejaría una profunda huella en la historia. Se llamaba Omar ibn Ibrahim al-Khayyami, y fue astrónomo y jurista, matemático y poeta, físico y metafísico, médico, libertino, bebedor y sibarita, entre otras muchas cosas. Pero sobre todo poeta. Bebedor y poeta. Es el mismo que conocemos como Omar Jayyám o Khayyám o simplemente Jayam. Un nombre que significa fabricante de tiendas, que era el oficio de su padre.
Alguien dijo una vez que no hay daño parecido al que se pueden infligir dos amantes, y esto es particularmente cierto en el caso de Gógol y Caracas, su difícil mujer de goma inflable. Gógol no dejaba de amarla por que la enfermedad del amor es obstinada y a veces simplemente incurable, pero al mismo tiempo se le hacía insoportable. Caracas se ponía vieja, se abandonaba a “placeres solitarios a pesar de su expresa prohibición” y lo engañaba con otro, quizás con otros.
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Tommaso Landolfi |