Pedro Conde Sturla
6 noviembre, 2020
Omar Jayyám cantaba a los goces del vino y de la carne, invitaba a veces a desentenderse de las preocupaciones existenciales y entregarse como quien dice a la dolce vita, pero no era un poeta superficial ni frívolo. Hay mucha densidad de pensamiento en sus poemas, hondura filosófica, ideas que plasmaba, como se ha dicho y repetido, “con un magistral poder de síntesis”. Era un intelectual escéptico, atormentado, amargado por la incertidumbre de la existencia, agobiado sin duda por la fugacidad del tiempo. Omar Jayyám era posiblemente un agnóstico —o más bien ateo—, alguien que traducía en sus poemas la creencia en un universo sin Dios o en un Dios indiferente al sufrimiento, al destino humano, a gritos, oraciones y reclamos. Un universo “ciego y sordo y vacío”, un universo sin Dios al que todo lo humano le es ajeno:
“Cuando hayamos cruzado tú y yo el negro velo, / ¡Oh! el mundo impasible continuará su ronda; / nuestra venida y vuelta le darán tal recelo / como al mar si le arrojas un guijarro del suelo”.
El consuelo para Jayyám, aparte de la ciencia, es la copa y la filosofía, siempre la copa. La filosofía, la poesía, copa en mano:
“Ven a llenar mi copa, y en primaveral anhelo, / echa de ti ese manto de contrición y dudas; / El ave-tiempo apenas tiene luz para el vuelo, / y -¡mira! ya sus alas está tendiendo al cielo”.
Al final del camino lo espera sólo el polvo, la nada sin canciones, sin vino, sin canto, la eternamente nada:
“¡Oh, sí! apresuremos nuestro humano trajín, / antes que suene la hora de bajar hacia el polvo: / ¡Polvo al polvo y debajo yacer del polvo ruin, / sin vino, sin canciones, sin cantar y... sin fin!”
El amor lo redime sin embargo, lo puede redimir, le da sentido a la existencia y quizás a la inexistencia:
“Si sembraste en tu corazón la rosa del Amor, tu vida no fue inútil. O si intentaste escuchar la voz de Dios, o si alzaste tu copa sonriendo de placer, tu vida no fue inútil”.
Pero el amor, para Jayyám, debe ser abrazador tormentoso, nada de paños tibios. Puro fuego:
“El amor que no arrasa no es amor. / ¿Brinda acaso un tizón el calor de una hoguera? / Día y noche, toda su vida entera, / el verdadero amante se consume / entre el dolor y el placer”.
Tal vez ninguno de los versos de Jayyám sean tan inquietantes y estremecedores como aquellos en que alude al barro y al alfarero, al ánfora simbólica, al tránsito fugaz de la existencia, a la arcilla o al polvo que fuimos, que somos y seremos, al polvo elemental de las cosas, al polvo del que venimos —en el amplio y equívoco sentido de la palabra— y al polvo que seremos. Es el polvo enamorado al que cantaría Quevedo varios siglos después. El polvo o barro de la vida, del ser y del no ser:
“Y recuerdo que un día mi paso se detuvo /por ver un alfarero que batía su barro: / Y el barro en frase tímida su frenesí contuvo: / —¡Suave, hermano, mi forma también tu forma tuvo!”
Del cuarteto o rubai, la forma expresiva que cultivaba Omar Jayyám, ha dicho le escritora y traductora Clara Janés:
“Muy próximo por su brevedad al haiku, por un lado, y al epigrama, por otro, como éste da pie al enunciado de conceptos lapidarios tan rotundos, en el caso de Omar Jayyam, que el lector siente que es toda una concepción de la vida, con sus premisas, desarrollo y conclusión, lo que encierran los cuatro versos que tiene delante”.
Lo vemos ante nuestros ojos, aquí y ahora, cuando en la inmensa poesía de Omar Jayyám se funden los graves motivos existenciales con los placeres del amor y el vino, la desolación y el hedonismo, el escepticismo y la amargura. Todos los motivos de la gran poesía de Jayyám. Otra vez el ánfora que fuimos y seremos, el jarro que llevamos a la boca y al espíritu:
“Esta exhumada ánfora de arcilla / fue en su tiempo lo que yo soy ahora: / Un amante no amado, mas que adora, /y de fe y de pasión es maravilla”.
“Y estas dos asas de su cuello erguido / que al libador ofrécense, anhelante, / fueron los brazos de un feliz amante... / Y así quedó, y el vaso fue cocido...”
La misma magia se repite en muchos otros poemas y nos deslumbra por la forma de conjugar con tanta sabiduría los motivos de la vida y la no vida con un símbolo tan refrescante, tan gozosamente fresco y necrológico a la vez. Tan refrescantemente necrológico.
“Leer a Jayyam —dice Luis Antonio de Villenas— es siempre singular y sabroso, con el jarro de vino cuyo barro seremos y un carpe diem más tenaz o duro que el horaciano” (1). Un carpe diem etílico, una perenne invitación a vivir el momento, una invitación vinícola filosófica a vivir todo lo que tiene la vida de vivible y bebible:
“Hoy ella vió del alfarero mago / de vasos la magnífica teoría, / de toda forma y toda edad, y había / en todos ellos un misterio vago.
“Su emoción al sentir, dijo el artista: / —«Todos fuimos arcilla y éstos fueron /reyes, poetas y amantes que murieron /legando al sutil polvo su conquista».
“«EI Espíritu, el vino de la tierra, busca en cada vasija al propio dueño, queriendo ansioso revivir su ensueño al contacto del vaso que lo encierra».
“«Mira, toma esta copa, ya palpita / al verte aproximar; no espere en vano / el beso de tu boca o de tu mano, / que un muerto amor por renacer se agita».
“Y al acercar su labio, con su aliento / cobró vida el Espíritu dormido; / una palabra murmuró a su oído, / y eran su misma voz, su mismo acento.
“¡Ay! y el viejo Khayyám, un vivo muerto, / canta el milagro de aquel muerto vivo, / y se marcha en silencio, pensativo, / a contar sus tristezas al Desierto”.
“Las Rubayat de Jayyam —ha dicho Antonio J. Durán— comparten con sus demostraciones matemáticas el sabor de lo ineludible, de lo que por pura lógica llegará a ser. Las rubayat son austeras, desnudas de retórica, y plasman con inapelable rotundidad la soledad del ser humano. Sus versos son simbólicos y transmiten la sabiduría antigua con sencillez y voluptuosidad, a menudo con un irresistible hechizo o entre una aureola de misterio, y son estimados como uno de los más brillantes tributos del genio persa a la literatura universal” (2).
Notas:
(1)https://www.elmundo.es/cultura/2014/09/10/541015c422601d09348b4571.html
(2) Rubayat de Omar Jayyam – Blog del Instituto de Matemáticas de la Universidad de Sevilla, https://institucional.us.es/blogimus/2016/12/vino-matematicas-e-islam-por-omar-jayyam-y-abu-ben-utba/.
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