Pedro Conde Sturla
16-11-2020 00:03
La primera noticia sobre la matanza haitiana, la llamada masacre del perejil, llegó a las páginas de "The New York Times" con casi tres semanas de atraso. Apareció en la página 17mel día 21 de octubre del fatídico año de 1937, en un reducido espacio de apenas tres pulgadas, una delgada columna de tres pulgadas. En realidad, más que de una noticia se hablaba de un rumor, de un incidente en la frontera domínico-haitiana, unos cuantos muertos, unos cuantos heridos. Nada del otro mundo.
La matanza, después de todo, no había afectado los intereses de las inversionistas extranjeros. Ningún haitiano, de los muchos que trabajaban en los ingenios azucareros, había sido sacrificado ni molestado. Se había pagado el merecido tributo de respeto al dios dinero, solamente las vidas de unos cuantos miles de seres humanos habían sido tronchadas.
A Trujillo, por supuesto, esas muertes no le quitaban el sueño, de lo contrario no habría pegado un solo ojo en su vida. A él le había divertido el episodio, lo había descrito gráficamente, imitando con el brazo el movimiento de un machete cortando cabezas. Lo había descrito fonéticamente y sonriente, imitando con un lúgubre y ocurrente cha cha cha el sonido de los machetes al cortar pescuezos haitianos y domínico-haitianos. Dicen que dijo: "Mientras yo estaba negociando, allá afuera estaban haciendo cha cha cha". Los haitianos bailando el cha cha del horror. El horror, el horror, el corazón de las tinieblas de las que habla el maestro Conrad.
Crassweller se sobrecoge, con razón, al describir la naturaleza helada, satánica, demoníaca, luciferina o dantesca del personaje, la frigidez de espíritu de aquel hombre capaz de pronunciar tan despiadada sentencia. Una sentencia tan despiadadamente repulsiva. La grotesca imagen, la música retorcida de una danza infernal, el macabro cha cha cha que anidaba en la mente de aquel monstruo. La mente de la bestia.
Trujillo mantenía en esa época las mejores relaciones con Haití, cuyo presidente era Sténio Vincent. Con éste se había reunido un año antes, en 1936, para ratificar los términos de un tratado fronterizo en el que se perdió por negligencia o torpeza una porción nada desdeñable del territorio nacional. La firma del tratado, que contribuía supuestamente a la pacificación de la frontera, infló de tal manera el ego de Trujillo que lo movió a postularse o hacerse postular, junto a Vincent, como candidato al Nobel de la paz.
Vincent se encontraba, pues, tan a gusto con Trujillo que no quiso, en principio, darse por enterado de la matanza y poner en riesgo el apoyo material y financiero con el que la bestia contribuía a mantenerlo en el poder y que no dejó de fluir —quizás con un mayor caudal—, en esos días.
La primera iniciativa diplomática del gobierno haitiano fue una discreta nota elaborada con la más fina cortesía, una comunicación que Crassweller considera como un milagro de moderación. La delicada nota pedía cortésmente que se abriera una investigación, pero al mismo tiempo concedía al gobierno dominicano el crédito de la duda. Se ponía graciosamente en duda la participación del gobierno en ciertos hechos de sangre y se pedía gentilmente por rutina, sólo por rutina, establecer la veracidad de los hechos. Unos días después ambos gobiernos firmaron un grotesco documento que no se hizo público y que forma parte de la historia universal de la infamia. Se anuncia la solicitada y cordial investigación, se ponen de relieve las inmejorables relaciones y la armonía reinantes entre Santo Domingo y Haití y entre Trujillo y Vincent, se reducen a su mínima expresión y a su mínima importancia los recientes incidentes fronterizos, los reportes de muertos y heridos, los vagamente muertos o heridos, no la matanza de un número mal estimado de veinte mil seres humanos. Lo importante es la armonía que reina entre ambos pueblos, la armonía que debe mantenerse, la labor patriótica y a la vez humanista de los gloriosos estadistas que conducen los destinos de ambas naciones con tan alto espíritu de moral y de justicia. Se pide para ellos el aplauso del mundo. El papel lo aguanta todo.
Pero a pesar de los esfuerzos por evitar la mala prensa, la verdad terminó abriéndose paso, o por lo menos parte de la verdad. Se abrió, sí, confusamente paso, a trompicones, como quien dice a cuenta gotas, y el escándalo estalló finalmente y muchos se horrorizaron. Hasta los mejores padrinos del sátrapa en la capital del imperio se horrorizaron o fingieron horrorizarse. Hasta su gran protector, su gran amigo Cordell Hull, el flamante Secretario de Estado de los Estados Unidos, el hombre al que le otorgarían el premio Nobel de la Paz en 1945, el que tanto lo alababa y lo quería fingió desvergonzadamente horrorizarse.
Sténio Vincent no pudo esta vez resistir la presión, la indignación de la opinión que ya era pública en su país y en el extranjero. Se vió entonces precisado a solicitar, contra su voluntad, la intervención de México, Estados Unidos y Cuba para mediar en el conflicto y esclarecer todos los hechos. Algo que suele llamarse en forma eufemística "una exhaustiva investigación", de esas que no conducen a ningún resultado. Trujillo protestó, movió las piezas del ajedrez político que se jugaba en Washington, los diputados y senadores que servían a sus intereses por un inmódico precio.
Mientras algunos representantes pedían severas sanciones para la República Dominicana, Cordell Hull, que estaba inconsolable, propuso que se llegara a un acuerdo entre la república haitiana y la dominicana. Con un candor digno de mejor causa, dijo sentirse perturbado, abrumado por los hechos que se le imputaban al gobierno de un hombre del cual se honraba en ser su amigo, el amigo leal al que nunca dejaba de demostrar su admiración y respecto, un hombre al que siempre había considerado como uno de los grandes estadistas de América, del cual era uno de sus grandes admiradores y defensores y del cual recibía seguramente de vez en cuando espléndidas muestras de agradecimiento. Nadie como Cordell Hull podía sentirse tan decepcionado por las atrocidades que se le imputaban a su protegido ni tan deseoso de contribuir al esclarecimiento de los hechos.
Total, que la investigación se convirtió en una negociación entre Santo Domingo y Haití (con la providencial intervención del nuncio papal), se convirtió a la larga en una supuesta indemnización, en un acuerdo de pago firmado por ambas naciones. Se acordó la suma de setecientos cincuenta mil pesos en un plazo de cinco años para compensar a los familiares de los trabajadores muertos. El primer desembolso fue de doscientos cincuenta mil pesos y los quinientos mil restantes fueron reducidos luego por supuesto mutuo acuerdo a doscientos setenta y cinco mil. La mayor parte del dinero fue a parar, desde luego, a las manos de "servidores" públicos corruptos, a políticos y militares y toda clase de crápulas. Lo más indignante es el precio que se pagó o, mejor dicho, el precio que no se pagó, a manera de compensación, por cada haitiano muerto. A dos centavos por cabeza —de acuerdo a la más generosa estimación— salieron los muertos, quizás menos. Dos centavos que los familiares nunca vieron.
HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO [48](https://eltallerdeletras.
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
El día que Trujillo cedió parte del territorio a su aliado haitiano
Trujillo le regaló La Miel a Haití | Hoy Digital (https://hoy.com.do/trujillo-
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