sábado, 1 de junio de 2019

La conspiración de los empresarios (2 de 2)

La conspiración de los empresarios (2 de 2)

A Oscar Michelena, el otro empresario implicado en el complot contra Trujillo, no le fue tan bien como a Amadeo Barletta. Lo de Barletta había sido una estadía en el purgatorio, pero Michelena hizo un descenso al infierno (del cual no regresaría la mayoría de sus compañeros de infortunio). El también pertenecía a una familia de empresarios, gente que destacaba en el ámbito social y económico, bien posicionada y relacionada, pero de nacionalidad dominicana, lamentablemente dominicana, y aunque tenía parientes puertorriqueños no tenía padrinos extranjeros hasta que finalmente los tuvo. Empezó a tenerlos desde cuando alguien recordó o hizo valer un cierto dato biográfico que lo acreditaba como ciudadano norteamericano por haber sido registrado como tal en los primeros años de la década de 1920 en Puerto Rico o en algún otro de los muchos confines del imperio. A ese hecho aleatorio, un  simple giro, una parada de la rueda del azar,  debe Oscar Michelena haber salido con vida de las  mazmorras de Trujillo. Pero en el tiempo transcurrido entre su encarcelamiento y su liberación vivió en un mundo de horrores y sufrimientos que lo dejarían marcado para toda la vida.
Plataforma de tiro baja de la Fortaleza Ozama y muro de la Fortaleza Trujillo
Michelena cayó preso en compañía de unas veinte personas acusadas de complotar para matar a la bestia, tumbar el gobierno o cualquier otra cosa parecida, y lo que contó de su estadía, de su temporada en el infierno, dio a conocer con lujo de detalles muchas cosas que se ignoraban o pretendían ignorarse sobre el feroz régimen penitenciario de la era gloriosa. El tratamiento que le dieron a Michelena y sus compañeros de prisión no fue algo excepcional, fue rutinario, el tratamiento habitual, los abusos físicos y sicológicos que se aplicaban a los presos políticos en las cárceles de Trujillo. Muchas veces eran traídos como bestias para el matadero, descargados de los vehículos de transporte a patadas y puestos en las manos de sádicos que brincaban de alegría ante la llegada de carne y sangre nueva. Los recibían a golpes, a macanazos, a fuetazos, con un fuete lleno de nudos o con los famosos guevos de toro. Pero esos tipos de fuete se usaban generalmente en la ceremonia de bienvenida. Para torturar y arrancar confesiones o para el simple placer de los verdugos, se empleaba el famoso cantaclaro, un fuete corto de cables eléctricos trenzados con las puntas peladas que arrancaba pedazos de piel y carne junto a pedazos del alma. Un fuete definido por una palabra que lo decía todo en su cruel ironía. Cantaclaro.
Algún cronista afirma que Trujillo en persona golpeó con el cantaclaro a Michelena en la cara, pero la información no parece digna de crédito. Lo que está confirmado es que el primer día de su ingreso a prisión en la cárcel de Ozama, tuvo el privilegio de ser conducido en presencia de general Federico Fiallo.
Fiallo era miembro de una familia de antitrujillistas furibundos, en la que destacaba el irreductible Viriato, el Dr. Viriato Fiallo, y parecía querer compensar con su devoción a la bestia la desafección de sus parientes. Era un personaje escalofriante cuya presencia envenenaba la sangre, ponía a cualquiera a temblar con la mirada, con la voz y sus maneras rudas, frías, cortantes, amenazantes, y en su presencia Michelena se sentiría seguramente desvalido e inútil, desamparado, atemorizado quizás con una especie de temor profundo de los que se sienten como en las entrañas del alma.
Hay que imaginar que Fiallo se emplearía a fondo con todas sus malas artes (algo que lograba sin mucho esfuerzo), para infundir pavor en el ánimo de Michelena y arrancarle una confesión, motivarlo a decir lo que sabía, incluso lo que no sabía.
Después de la entrevista Michelena fue encerrado en una ratonera donde apenas cabían veinte personas y había treinta.
Esa noche, media hora antes de la medianoche -cuenta Crassweller-, un carcelero fue a buscarlo y lo condujo al patio de la prisión y lo amenazó con matarlo si no confesaba, le puso el cantaclaro frente a los ojos y lo obligó a caminar hacia unos arrecifes y descender hacia la antigua plataforma de tiro baja, que alguna vez estuvo casi en la ribera del apacible rio Ozama, a escasa altura del nivel de las aguas. Al lugar le llamaron el aguacatico desde el momento en que empezó a crecer una planta de aguacate que luego se pondría grande y frondosa, aunque la seguirían llamando con el diminutivo y puede que todavía exista. Existía, por lo menos, hasta hace unos años.
Maqueta de la Fortaleza Ozama en su estado original
La plataforma de tiro baja, donde todavía están emplazados los cañones coloniales,  se encuentra actualmente oculta detrás de la ciclópea muralla que la bestia hizo construir en lo que es hoy la Avenida del Puerto, la Avenida Francisco Alberto Caamaño Deñó, y había sido durante mucho tiempo un torturadero y fusiladero donde fueron ejecutados muchos de nuestros próceres. A ese lugar condujeron a eso de la medianoche a un aterrorizado Oscar Michelena. Lo esperaba un grupo de seres indescriptibles que parecían salidos de la tumba, más bien demonios surgidos del averno. Algo le dirían y algo respondería Michelena que los hizo enojar más de lo que parecían, si acaso estaban enojados y no felices, divertidos por dentro, o si el enojo no era parte de la diversión. Uno de ellos intentó azotarlo con el cantaclaro en la cabeza y Michelena levantó instintivamente un brazo para defenderse. El gesto hizo enfuriar de verdad al agresor que descargó esta vez una lluvia de golpes. Mas de cincuenta fuetazos dice Crassweller que le dio o le dieron en la espalda y otras partes del cuerpo, le desprendieron piel y pedazos de carne, le inutilizaron uno de los brazos.
Despertó, según se dice, en una asfixiante celda donde pasó un periodo indeterminado en compañía de sus excrementos, ratones y otras alimañas. Tan débil y maltratado quedó que durante varios días no tuvo fuerzas ni para comer.
Pero esa no fue la única vez que lo sometieron a semejante martirio. Crassweller dice que le aplicaron el mismo tratamiento en varias ocasiones.
Además no le permitían bañarse, apenas le daban agua en un lata hedionda a kerosén y tenía que hacer sus necesidades en una cubeta que no cambiaban hasta que no estaba rebosada, enfermó de gripe, contrajo malaria y le fue negada la quinina.
Sus compañeros no recibían un trato diferente. Eran azotados, colgados del techo, golpeados hasta que quedaban muchas veces sin conocimiento, ejecutados a veces rutinariamente o enviados al campo de concentración de Nigua donde no duraban mucho tiempo vivos.
Michelena estaba, como los demás, incomunicado y encerrado en una estrecha ratonera y probablemente habría corrido la suerte de la mayoría de sus compañeros de prisión si no se hubiese establecido que era ciudadano norteamericano.
A partir de ese momento, la embajada intervino y al poco tiempo consiguió que a uno de sus funcionarios se le permitiera entrevistar a Michelena en la cárcel al cabo de setenta y cuatro días de encierro. En una declaración jurada en presencia de un notario, Michelena contó lo que aquí parcialmente se ha contado.
Los representantes del imperio en las altas instancias del Departamento de Estado se indignaron o fingieron indignarse al descubrir (o fingir que descubrían) de lo que era capaz la criatura que habían fabricado las tropas de ocupación y dieron inicio a los tramites para obtener la liberación de Michelena. Algo que no se logró sin superar ciertas dificultades, pero sobre todo por obra y gracias de la influencia de personajes de alto vuelo en el mundo diplomático (Corder Hull, Sumner Welles, Arthur Schoenfeld). Se dice, en efecto, que Trujillo soltó a Michelena como un gesto de cortesía al ministro Schoenfeld.
De modo que Oscar Michelena salió vivo o casi vivo, milagrosamente vivo de la cárcel. Pero estaba -como dice Crassweller- abatido, derrumbado, aturdido, desorientado y completamente roto espiritualmente.
Antes de partir para el exilio tuvo tiempo de enterarse de que durante el tiempo de su encierro su familia había sido acosada judicialmente y había sido despojada de un ingenio azucarero, el ingenio San Luis y otras propiedades. Prácticamente habían perdido casi todo lo que tenían y estaban quizás en bancarrota. Quizás pura y simplemente al borde de la ruina.
(Historia criminal del trujillato [36]. Cuarta parte.
BIBLIOGRAFÍA:
Eric Paul Roorda, “The Dictator Next Door”
The Good Neighbor Policy and the Trujillo Regime in the Dominican Republic, 1930-1945
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”



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Pedro Conde Sturla
31 mayo 2029




Plataforma de tiro baja de la Fortaleza Ozama y muro de la Fortaleza Trujillo

A Oscar Michelena, el otro empresario implicado en el complot contra Trujillo, no le fue tan bien como a Amadeo Barletta. Lo de Barletta había sido una estadía en el purgatorio, pero Michelena hizo un descenso al infierno (del cual no regresarían la mayoría de sus compañeros de infortunio). El también pertenecía a una familia de empresarios, gente que destacaba en el ámbito social y económico, bien posicionada y relacionada, pero de nacionalidad dominicana, lamentablemente dominicana, y aunque tenía parientes puertorriqueños no tenía padrinos extranjeros hasta que finalmente los tuvo. Empezó a tenerlos desde cuando alguien recordó o hizo valer un cierto dato biográfico que lo acreditaba como ciudadano norteamericano por haber sido registrado como tal en los primeros años de la década de 1920 en Puerto Rico o en algún otro de los muchos confines del imperio. A ese hecho
aleatorio, un  simple giro, una parada de la rueda del azar,
debe Oscar Michelena haber salido con vida de las
mazmorras de Trujillo.         

viernes, 31 de mayo de 2019

Me pregunto...


Me pregunto si uno no sabe lo que tiene hasta que no lo pierde o no sabe lo que se pierde hasta que no lo tiene

lunes, 27 de mayo de 2019

HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO. CUARTA PARTE (1-4).

La apoteosis del emperador

El querido Jefe lo decía y lo repetía en presencia de mi padre, el general Bonilla, y lo decía y lo repetía en presencia mía y de mis hermanas. Y lo decía y lo repetía también públicamente. No se cansaba de decirlo. Que no aceptaría otra nominación a la presidencia de la República. Que de ninguna manera se reelegiría. Que su mayor ambición era servir al pueblo y ya lo había servido, rescatando la democracia, rescatando de sus ruinas la ciudad de Santo Domingo, rescatando económicamente el país.
La única circunstancia en que consideraría volver a ser candidato era o parecía ser inconcebible. Sólo aceptaría si todo el pueblo dominicano se lo pedía. Sólo si todo el pueblo dominicano unánimemente se lo pedía. Y el pueblo se lo pidió.
Sí, el pueblo dominicano se lo pidió. Unánimemente se lo pidió de mil maneras diferentes. Se lo exigió amorosamente. Lo arrastró casi como quien dice a la fuerza, la fuerza del cariño, a optar por un nuevo periodo de gobierno.
Hoy resulta difícil imaginar cómo el aprecio, la devoción o veneración que la gente sentía por el Jefe pudiera expresarse en términos tan entusiastas y cómo el entusiasmo se traducía en un coro tan simultáneo de alabanzas. La gente hablaba y escribía, publicaba peticiones en todos los medios solicitando la continuidad del Jefe en el poder. El pueblo, todo el pueblo dominicano, no sólo quería la reelección del querido Jefe, expresaba un deseo de honrarlo como se merecía, con todo tipo de títulos, monumentos, con todos los medios posibles. Muchos exigían a gritos su nombramiento o designación como Grandeza Ilustrísima, Gran Ciudadano, Tutor de Generaciones… La comunidad pedía, no sin cierta (aunque justificada) exageración, la consagración, la glorificación, el ensalzamiento, la elevación del querido Jefe al rango de la divinidad.



Eleanor Roosevelt, María Martínez de Trujillo y Rafael Chapita Trujillo
Eleanor Roosevelt, María Martínez de Trujillo y Rafael Chapita Trujillo

sábado, 25 de mayo de 2019

La conspiración de los empresarios (1)

La conspiración de los empresarios (1)

En 1935, cuando la bestia apenas estaba estrenando el segundo año de su segundo mandato, se destapó en Santo Domingo una escandalosa conspiración en la que estaban envueltos dos conocidos empresarios: Amadeo Barletta y Óscar Michelena.

Amadeo Barletta 

Era la tercera conspiración importante, después de la de Leoncio Blanco y la de Santiago de los caballeros, y tuvo una enorme cobertura de prensa y cierta repercusión internacional. De hecho, enfrentó al patriótico tirano con dos potencias extranjeras y puso en alto, muy alto, los intereses de la nación, o por o menos los del tirano. Dio, en fin, al mundo una idea de la clase de mandatario  que estaba al frente del gobierno. Mostró metafóricamente en público el equipo colgante del hombre fuerte del país. Los enormes timbales de la bestia, de la serpiente emplumada.

jueves, 23 de mayo de 2019

MEMORIAS DE UNA DAMA: la novela prohibida

Pedro Conde Sturla

13 de noviembre de 2011 

[Santiago Roncagliolo, un excelente narrador peruano, escribió hace unos años una novela sobre una supuesta familia patricia dominicana de origen italiano (los Minetti). Una familia vinculada al fascismo y a la CIA, a Trujillo, a Batista, a la importación de vehículos, a la mafia al contrabando, al tráfico de estupefacientes y todo tipo de negocios turbios, tanto en Santo Domingo como  en Cuba.
La historia, en la novela Memorias de una dama,  gira en torno a Diana Minetti, una rica heredera que fue despojada en parte por su cuñado y sus hijos de una cuantiosa herencia (proveniente de la tesonera y poco honesta labor de su padre) y casi en lecho de muerte se decide a emplear los servicios de un amanuense desconocido para que escriba una biografía edulcorada de su vida.

miércoles, 22 de mayo de 2019

LA AMISTAD


Yo no creo en la amistad, creo en los amigos, algunos pocos amigos, la amistad es algo excepcional, no la regla.
Lo mismo aplica para la familia y los familiares.

PCS

martes, 21 de mayo de 2019

PEQUEÑAS ALEGRÍAS DE HERMANN HESSE

Pedro Conde Sturla


Hermann Hesse vivió, leyó, escribió y pintó entre 1876 y 1962, y es autor de una serie de obras famosísimas como “Demian”, “Siddhartha” y “El lobo estepario” que lo convirtieron en narrador de culto. En los años sesenta sus libros se vendían como pan caliente y ejercían una gran influencia sobre la juventud.

En 1978 apareció el volumen “Pequeñas alegrías”, una recopilación de setenta y cinco textos sobre literatura y arte y meditaciones filosóficas que retratan al escritor en cuerpo y alma. Entre ellos destaca el que da título al volumen, que fue escrito en 1899 y sin embargo palpita de actualidad. Hess deploraba, sin duda, la imposición de un estilo de vida alienante, regido por un implacable mecanismo de relojería que glorifica la prisa como fundamento de la existencia, impidiendo el disfrute de la misma.


Muchos de sus pensamientos traen a la memoria aquel famoso libro de Paul Lafargue titulado “El derecho a la pereza”, escrito en 1880. Una obra en la que proclama la necesidad de todo ser humano de disponer de un espacio de ocio, la necesidad de una cierta dosis de dignificante pereza para el esparcimiento físico y mental.

Hermann Hess parece anticiparse de alguna manera y lamentar los efectos de la cadena de montaje que idearía más adelante Henry Ford, la misma que en la famosa película “Tiempos modernos”, de Charles Chaplin, se traga literalmente al obrero que en un descuido se rasca la nariz y pierde el ritmo del trabajo.

Previene, en fin, sobre la pérdida de la capacidad de la alegría de vivir, sobre todo de las pequeñas alegrías: del placer de cortar una flor, de dedicar todos los días un tiempo a comulgar con la naturaleza, al pensamiento creativo. Previene amargamente sobre las “tendencias actuales hacia el pretendido cambio de los momentos de ocio y de descanso por la hiperactividad y el frenesí.”


(Premio Nobel de Literatura en 1946).
En nuestro tiempo una gran parte del pueblo vive en estado de insensibilidad y apatía. Los espíritus delicados sienten dolorosamente el impacto de nuestras formas de vida y se inhiben frente a la actualidad.
En arte y en poesía, tras un breve período de realismo, se advierte por todas partes un clima de insatisfacción, cuyos síntomas más claros son la nostalgia del Renacimiento y el neorromanticismo. "Os falta la fe", clama la Iglesia; "Os falta el arte", clama Avenarius. Es posible. Pero entiendo que nos falta ante todo alegría.
El anhelo de una vida superior, la visión de la vida como algo jovial, como una fiesta, es lo que, en el fondo, tanto nos seduce en el Renacimiento. La sobreestimación aritmética del tiempo, la prisa como principio y fundamento de nuestro estilo de vida, es el más peligroso enemigo de la alegría.
Este carácter vertiginoso de la vida actual ha ejercido sobre nosotros su nefasta influencia ya desde la primera educación; es triste, pero es inevitable. Lo peor es que la prisa de la vida moderna se ha apoderado de nuestras escasas parcelas de ocio; nuestra forma de gozar y divertirnos apenas es menos nerviosa y azacanada que la barahúnda de nuestro trabajo. "La mayor cantidad posible y la mayor celeridad posible", es la consigna. La consecuencia de ello es el aumento constante del placer y la disminución progresiva de la alegría.
El que ha asistido a una gran fiesta en ciudades o incluso en capitales, o ha observado los tipos de diversión en la urbe moderna, no puede menos de evocar con dolor y repugnancia los rostros enfebrecidos y los ojos vidriosos de la gente. Y este estilo de diversión patológico, aguijoneado por un perpetuo hastío, se ha implantado también en los teatros, en la ópera, en las salas de concierto y en las galerías de arte. La visita a una exposición moderna rara vez suele resultar un auténtico placer.
El rico tampoco se ve libre de estos males. Podría escapar a ellos, en teoría, pero en realidad no puede. Hay que participar, hay que estar al corriente, es necesario no perder altura.
Yo no dispongo de una receta universal, como no dispone nadie, contra esta situación deplorable. Pero quiero traer a la memoria una consigna nada moderna, muy vieja: el disfrute moderado es doble disfrute. Y: no desatendáis las pequeñas alegrías.
Moderación, por tanto. En determinados círculos se necesita tener valor para dejar de asistir a un estreno. En otros círculos, hace falta valor para confesar que no se conoce una novedad literaria a las pocas semanas de su aparición. En muchos ambientes uno queda en ridículo si no ha leído el periódico del día. Pero yo sé de algunas personas que no se arrepienten de haber tenido este valor.
Con el hábito de la moderación se encuentra estrechamente vinculada la capacidad de goce para las "pequeñas alegrías". Pues esta capacidad, que originariamente es innata en toda persona, presupone ciertas cosas que en la vida moderna están atrofiadas y se han volatizado, a saber, un cierto acopio de serenidad, de amor y de poesía. Estas pequeñas alegrías, que le son regaladas al pobre de un modo particular, son de tan poca apariencia y se hallan tan desparramadas en la vida cotidiana, que los sentidos embotados de innumerables trabajadores apenas llegan a percibirlas. No llaman la atención, no son apreciadas, no cuestan dinero (paradójicamente, ni los pobres saben que las más bellas alegrías son siempre las que no cuestan dinero).
Entre estas alegrías están en primer lugar las provenientes de nuestro contacto diario con la naturaleza. Especialmente nuestros ojos, estos ojos tan maltratados, tan sobrecargados, del hombre moderno, pueden ser, si queremos, fuente inexhausta de delicias.
Un trozo de cielo, una tapia de jardín desbordada de verde ramaje, un brioso caballo, un hermoso perro, un grupo de niños, un bello rostro de mujer... son espectáculos que no debemos dejar escapar. El que se ha iniciado en este ejercicio es capaz de descubrir en la ruta diaria cosas preciosas, sin necesidad de perder un minuto de tiempo. Este ejercicio no fatiga nuestros ojos, sino que los fortalece y los renueva, y no sólo ellos salen ganando. Todas las cosas poseen una faceta bella, aun las cosas feas o desprovistas de interés; sólo hace falta saber mirar.
Vivir cada día el máximo posible de pequeñas alegrías y reservar los goces mayores y más fatigosos para los días solemnes y los buenos momentos, es lo que yo aconsejaría a todo aquel que padece de desazón y falta de tiempo. Son las pequeñas alegrías, y no las grandes, las que nos sirven para el descanso, la liberación y el relajamiento de cada día.

pcs,viernes, 16 de octubre de 2009


sábado, 18 de mayo de 2019

El teatro del horror

El teatro del horror

En el teatro del horror que describen los cronistas e historiadores, las cárceles más temidas en los primeros años de la era gloriosa eran las de la Fortaleza Ozama y la de Nigua. La fortaleza había sido construida en un sitio alto, salubre, junto al río y el mar, y estaba expuesta al salitre, la brisa fresca,  los vientos del norte y del sur.
La cárcel de Nigua había sido construida por las tropas de ocupación yanquis (tal vez de maldad, con premeditación y alevosía), en un terreno pantanoso cerca de la desembocadura del río del mismo nombre, y estaba expuesta a todas las calamidades del trópico.
La vida allí quizás era en verdad tan horrorosa como lo cuenta Crassweller. La plaga endemoniada de mosquitos, las bandadas de mosquitos desde el atardecer al amanecer, la inmensa nube negra de mosquitos que enrarecían el aire, los malditos mosquitos que saturaban, envenenaban el cielo, ennegrecían la noche, los  mosquitos que caían como una inmensa telaraña con aquel pavoroso zumbido, el infernal zumbido de mosquitos que picaban sin cesar, que parecían más bien devorar a sus víctimas. La aparición de la malaria. El contagio, la manifestación de los primeros síntomas en un hombre tras otro, a veces en medio de brutales labores, escalofríos violentos, fiebre, descomposición y vómitos, insoportables dolores de cabeza, sudores, un sudor frío, el sudor empapando las cobijas, el delirio de la fiebre y las voces delirantes hasta alcanzar el climax. Luego el alivio, lentamente el alivio, el regreso al mundo de los vivos, el pausado recobrar de la conciencia. Luego una sucesión del mismo episodio, la repetición de todos los episodios de fiebre y de delirio y de pérdida de la conciencia, de episodios cada vez menos separados, secuencias casi continuas de fiebre y de delirio y de pérdida de la conciencia.

viernes, 10 de mayo de 2019

LAS MIELES DEL PODER

Las mieles del poder

El régimen de la bestia permaneció más o menos igual en todos los períodos. Nada cambiaba de una administración a otra excepto las caras y la suerte de algunos funcionarios. Trujillo seguía apretando las tuercas, todas las tuercas del aparato que lo mantenía en el poder, creando nuevos y más sofisticados organismos de inteligencia y mecanismos de represión, organizando el país como si fuera una finca, una empresa, una industria de su propiedad, y hasta cierto punto lo era.
La bestia ponía un empeño particular en reclutar los peores hombres para desempeñar las tareas más brutales contra sus opositores y al mismo tiempo trataba de atraerse y se atraía por cualquier medio (con ofrecimientos o amenazas, o quizás ambas cosas), a todos los que de alguna manera se destacaban socialmente por su fortuna, en su profesión u oficio.
Dice Crassweller que la mera existencia de alguien que poseyera brillo intelectual y distinción social y económica y que no formara o quisiera formar parte del gobierno, era para la bestia una especie de afrenta personal.


lunes, 6 de mayo de 2019

La apoteosis del emperador

La apoteosis del emperador

El querido Jefe lo decía y lo repetía en presencia de mi padre, el general Bonilla, y lo decía y lo repetía en presencia mía y de mis hermanas. Y lo decía y lo repetía también públicamente. No se cansaba de decirlo. Que no aceptaría otra nominación a la presidencia de la República. Que de ninguna manera se reelegiría. Que su mayor ambición era servir al pueblo y ya lo había servido, rescatando la democracia, rescatando de sus ruinas la ciudad de Santo Domingo, rescatando económicamente el país.
La única circunstancia en que consideraría volver a ser candidato era o parecía ser inconcebible. Sólo aceptaría si todo el pueblo dominicano se lo pedía. Sólo si todo el pueblo dominicano unánimemente se lo pedía. Y el pueblo se lo pidió.
Sí, el pueblo dominicano se lo pidió. Unánimemente se lo pidió de mil maneras diferentes. Se lo exigió amorosamente. Lo arrastró casi como quien dice a la fuerza, la fuerza del cariño, a optar por un nuevo periodo de gobierno.
Hoy resulta difícil imaginar cómo el aprecio, la devoción o veneración que la gente sentía por el Jefe pudiera expresarse en términos tan entusiastas y cómo el entusiasmo se traducía en un coro tan simultáneo de alabanzas. La gente hablaba y escribía, publicaba peticiones en todos los medios solicitando la continuidad del Jefe en el poder. El pueblo, todo el pueblo dominicano, no sólo quería la reelección del querido Jefe, expresaba un deseo de honrarlo como se merecía, con todo tipo de títulos, monumentos, con todos los medios posibles. Muchos exigían a gritos su nombramiento o designación como Grandeza Ilustrísima, Gran Ciudadano, Tutor de Generaciones… La comunidad pedía, no sin cierta (aunque justificada) exageración, la consagración, la glorificación, el ensalzamiento, la elevación del querido Jefe al rango de la divinidad.




Eleanor Roosevelt, María Martínez de Trujillo y Rafael Chapita Trujillo
Eleanor Roosevelt, María Martínez de Trujillo y Rafael Chapita Trujillo