miércoles, 6 de marzo de 2019

UN BURDO ATREVIMIENTO (PARTE ATRÁS).

Pedro Conde Sturla.
16 de agosto de 2007

Muchos quizás recuerdan el episodio escandaloso de un grupo de jevitos, muchachos de burguesía díscola que fueron llevados a la cárcel por desfilar en sus flamantes vehículos de lujo por la Avenida Lincoln, mostrando el trasero y algunos retazos de longaniza. Mostraban los jevitos la desnudez del cuerpo,  festiva y natural, la desnudez de Adán y Eva, la desnudez con que  nacemos y andamos, por ejemplo, todavía en las selvas finitas, con taparrabo más o taparrabo menos. El impúdico taparrabo que no es, desde luego, más que un eufemismo, discreta licencia poética o más bien indecencia que designa lo anterior con un género posterior.

EJERCICIOS DE GENUFLEXIÓN

Pedro Conde Sturla  
12 y 17 de septiembre 2007

(1)






















Yo entonces trabajaba como creativo o copywriter en una agencia publicitaria en compañía de un dibujante y caricaturista, hoy famoso, y de un inventivo catalán de apellido paterno licencioso que no debo mencionar. Era época de elecciones como ahora y como casi siempre y los partidos políticos proliferaban como ratas. Un día, un prohombre del Partido Reformista, un fulano de los que mucho abundan en ese partido, patentizó un movimiento de 

apoyo y homenaje al caudillo de ese partido, que bautizó con 
el honroso nombre de “Lo que  diga Balaguer”. La creación hacía honor al creador y al creado.  

BIBLIÓMANOS Y PAGANOS

Pedro Conde Sturla
6 de septiembre de 2007

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        Desde la más oscura noche de los tiempos, el ser humano ha sucumbido a la tentación de explicar lo que no sabe o no entiende en términos mitológicos. Narraciones de héroes, de dioses, fabulaciones sobre el origen del universo remiten a este modo fantasioso de razonamiento. El origen de la historia primitiva es siempre  el mito, la religión es puro mito y el ser humano sigue siendo un devoto de la mitológía.     

martes, 5 de marzo de 2019

EL BUEN LADRÓN

Pedro Conde Sturla
14 de septiembre de 2006


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El buen ladrón (1960), novela de los años mozos de Marcio Veloz Maggiolo, años de iniciación, destaca en la narrativa dominicana por su frescura y constituye un punto de referencia obligatorio en la amplia bibliografía del autor. Tan grata y enriquecedora es su lectura que hasta un crítico perverso podría pecar por exceso en el elogio, incurrir quizás en la desmesura. Un juicio impresionista se justificaría en todo caso por la impresión que deja la obra. La obra brilla, en efecto, por su delicado lirismo, la concisión, la unidad, la felicidad de su expresión y la intensidad de la trama.

lunes, 4 de marzo de 2019

MEDALAGANARIO


Yo no recibo órdenes de la RAE.
Por eso escribo como me sale de los melones


El oficio consiste en ser tu mismo. El oficio consiste en encontrarte.      

La imaginación poética es una forma de locura, una membrana entre la imaginación y la alucinación, y creo que la alucinación está más cerca de la poesía.


La magia o destreza de un escritor consiste muchas veces en los giros inusitados que imprime al lenguaje, esos giros en qué las palabras se vuelven una sola cosa con el sentido que fundan. 

Las palabras son para retorcerlas, para desdoblarlas y descalabrarlas y despalabrarlas, incluso para mamarlas, para sacarles el jugo, la quintaesencia. El escritor no obedece a las palabras, las palabras obedecen al escritor o no es escritor.


La soledad acompaña al escritor y es la mejor compañera del escritor, pero escribir no es un ejercicio de soledad, es un acto regocijante muchas veces y a veces muy doloroso, y es siempre una forma de compartir con amigos o conocidos reales o imaginarios, vivos o muertos. La literatura, como la vida, sirve sobre todo para vivirse y compartirse

domingo, 3 de marzo de 2019

sábado, 2 de marzo de 2019

EL VIENTO FRÍO

El viento frío

Fue el sábado en la mañana, en el momento en que me estaba levantando, cuando sentí por primera vez el suave soplo del viento frío en las piernas y en los pies. Venía de abajo de la cama y eso fue lo que me extrañó. Entonces levanté las piernas y vi que los pies subían al mismo tiempo y dejé de sentirlo. Volví a bajar las piernas y los pies al mismo tiempo y volví a sentirlo.
El soplo del viento frío luego se hizo audible cuál si fuera una música de fondo, un rumor apacible como el que acompaña el correr de los arroyos en el monte. Pero el apacible rumor me causó un desasosiego en lugar de apaciguarme.
Yo sé que a veces las cosas, ese tipo de cosas, empiezan a mudarse debajo de la cama y el lugar se convierte en escondite de criaturas extrañas y a veces malignas. Nada bueno puede vivir debajo de la cama, pero ¿un viento, un viento frío? Quien podría imaginarse un viento frío escondido debajo de la cama. ¿Que hacía allí? Preferí ignorarlo. No sería yo quien lo averiguara metiendo la cabeza en aquel lugar oscuro que parecía ser cómplice del espejo del armario de caoba. Desde que era pequeño, desde el día en que los zapatos se deslizaron debajo de la cama aprendí por amarga experiencia que ciertos seres y enseres se deben sacar de ese lugar con un palo de escoba con escoba y manteniendo los ojos cerrados si no se quiere correr el riesgo de ver lo que no debe verse o ser visto.
Con esas criaturas extrañas y a veces malignas se puede convivir si uno no las molesta, pero el viento frío empezó a adquirir un comportamiento díscolo y poco discreto. Daba vueltas todo el tiempo y arreciaba de vez en cuando y se salía y movía las cortinas y abría las puertas del armario. En una ocasión me pareció que estaba a punto de tumbar el espejo y empecé a preocuparme. 
Una noche se produjo un concierto de ruidos tan terribles, o, mejor dicho, un desconcierto tan desafinado que no pude pegar un ojo. La cama se movía, se desplazó de su sitio y empezó a temblar, a sacudirse y a provocar en la pequeña habitación un desorden mayúsculo. Parecía que el viento frío y las otras criaturas extrañas pugnaban o se enfrentaban violentamente por el control o dominio del espacio, que era de por sí reducido antes de la llegada del viento frío.
Los altercados no sólo continuaron sino que fueron cada vez más aumentando. Yo estaba decidido a soportarlos, pero el ruido empezó a molestar a los vecinos y los vecinos empezaron a preguntarme por el origen de tanto escándalo a tan altas horas de la noche. Entonces los invitaba a pasar, les mostraba la habitación para ver si me ayudaban con su presencia a desalojar a los intrusos o desentrañar los misterios. Pero en presencia de extraños todo se apaciguaba.
El hecho es que miraban por todas partes en busca de lo que podía ser el origen del ruido, pero nunca debajo de la cama. Incluso se sentaban para  ver si los los muelles del bastidor eran la causa y revisaban todo y todo era, todo parecía inocente, una inocencia que provocaba mayores suspicacias. Pero nadie miraba debajo de la cama. Yo estaba dispuesto a todo, menos a mirar bajo la cama. 
Una noche se produjo una batahola infernal y tan ruidosa que los vecinos salieron a la calle y me exigieron ponerle fin al alboroto. Entonces volví a invitarlos, por enésima vez volví a invitarlos a entrar para que vieran o mejor dicho para que no vieran lo que sucedía, porque en cuanto entraron los vecinos se aplacó la batahola y el viento frío dejó de soplar. Sin embargo, era evidente que todos sospechaban de alguna manera que el culpable era yo y nadie más que yo. Para peor, en cuanto abandonaron la habitación, el viento frío apacible se convirtió en viento huracanado y el armario y el espejo y hasta el pobre gato y la cama conmigo arriba empezaron a dar vueltas. 
Esa vez, los hastiados vecinos me dieron un ultimátum. Tenía que solucionar el problema o abandonar la habitación donde había vivido toda la vida. Yo estaba dispuesto a todo, como ya he sugerido, menos a irme de la casa y a mirar bajo la cama. 
Extrañamente, después del ultimátum algo parecía que había comenzado a cambiar. El viento frío giraba día y noche y me congelaba las piernas y los pies al levantarme pero no se escuchaban ruidos de la pugna por el espacio vital. Parecía que el apacible viento frío había triunfado sobre las demás criaturas extrañas y a veces malignas. Tan sólo se escuchaba un leve soplo, un rumor leve de río subterráneo, y me invadió una ola de felicidad, de intensa paz espiritual, y un infinito sosiego se hizo dueño de mi ser. Ya podía vivir tranquilo escuchando el dulce soplo del viento frío, y una idea poco a poco empezó tomar forma en mi cabeza. Miraría, por fin, debajo de la cama, lo pensé una y mil veces. Me asomaría curiosamente. Nada podía pasarme ahora en el dominio gentil del viento frío que rondaba bajo la cama. Me prometí que miraría, hice de tripa corazón y decidí que finalmente miraría.
Esta noche, sin falta, o quizás cuando amanezca, cuando sienta en mis piernas el soplo del viento frío miraré…



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Pedro Conde Sturla
1 marzo, 2019
Fue el sábado en la mañana, en el momento en que me estaba levantando, cuando sentí por primera vez el suave soplo del viento frío en las piernas y en los pies. Venía de abajo de la cama y eso fue lo que me extrañó. Entonces levanté las piernas y vi que los pies subían al mismo tiempo y dejé de sentirlo. Volví a bajar las piernas y los pies al mismo tiempo y volví a sentirlo.
El soplo del viento frío luego se hizo audible cual si fuera una música de fondo, un rumor apacible como el que acompaña el correr de los arroyos en el monte. Pero el apacible rumor me causó un desasosiego en lugar de apaciguarme.
Yo sé que a veces las cosas, ese tipo de cosas, empiezan a mudarse debajo de la cama y el lugar se convierte en escondite de criaturas extrañas y a veces malignas. Nada bueno puede vivir debajo de la cama, pero ¿un viento, un viento frío? ¿Quién podría imaginarse un viento frío escondido debajo de la cama? ¿Qué hacía allí? Preferí ignorarlo. No sería yo quien lo averiguara metiendo la cabeza en aquel lugar oscuro que parecía ser cómplice del espejo del armario de caoba. Desde que era pequeño, desde el día en que los zapatos se deslizaron debajo de la cama aprendí por amarga experiencia que ciertos seres y enseres se deben sacar de ese lugar con un palo de escoba con escoba y manteniendo los ojos cerrados si no se quiere correr el riesgo de ver lo que no debe verse o ser visto.
Con esas criaturas extrañas y a veces malignas se puede convivir si uno no las molesta, pero el viento frío empezó a adquirir un comportamiento díscolo y poco discreto. Daba vueltas todo el tiempo y arreciaba de vez en cuando y se salía y movía las cortinas y abría las puertas del armario. En una ocasión me pareció que estaba a punto de tumbar el espejo y empecé a preocuparme.
Una noche se produjo un concierto de ruidos tan terribles, o, mejor dicho, un desconcierto tan desafinado que no pude pegar un ojo. La cama se movía, se desplazó de su sitio y empezó a temblar, a sacudirse y a provocar en la pequeña habitación un desorden mayúsculo. Parecía que el viento frío y las otras criaturas extrañas pugnaban o se enfrentaban violentamente por el control o dominio del espacio, que era de por sí reducido antes de la llegada del viento frío.
Los altercados no sólo continuaron sino que fueron cada vez más aumentando. Yo estaba decidido a soportarlos, pero el ruido empezó a molestar a los vecinos y los vecinos empezaron a preguntarme por el origen de tanto escándalo a tan altas horas de la noche. Entonces los invitaba a pasar, les mostraba la habitación para ver si me ayudaban con su presencia a desalojar a los intrusos o desentrañar los misterios. Pero en presencia de extraños todo se apaciguaba.
El hecho es que miraban por todas partes en busca de lo que podía ser el origen del ruido, pero nunca debajo de la cama. Incluso se sentaban para ver si los los muelles del bastidor eran la causa y revisaban todo y todo era, todo parecía inocente, una inocencia que provocaba mayores suspicacias. Pero nadie miraba debajo de la cama. Yo estaba dispuesto a todo, menos a mirar bajo la cama.
Una noche se produjo una batahola infernal y tan ruidosa que los vecinos salieron a la calle y me exigieron ponerle fin al alboroto. Entonces volví a invitarlos, por enésima vez volví a invitarlos a entrar para que vieran o mejor dicho para que no vieran lo que sucedía, porque en cuanto entraron los vecinos se aplacó la batahola y el viento frío dejó de soplar. Sin embargo, era evidente que todos sospechaban de alguna manera que el culpable era yo y nadie más que yo. Para peor, en cuanto abandonaron la habitación, el viento frío apacible se convirtió en viento huracanado y el armario y el espejo y hasta el pobre gato y la cama conmigo arriba empezaron a dar vueltas.
Esa vez, los hastiados vecinos me dieron un ultimátum. Tenía que solucionar el problema o abandonar la habitación donde había vivido toda la vida. Yo estaba dispuesto a todo, como ya he sugerido, menos a irme de la casa y a mirar bajo la cama.
Extrañamente, después del ultimátum algo parecía que había comenzado a cambiar. El viento frío giraba día y noche y me congelaba las piernas y los pies al levantarme pero no se escuchaban ruidos de la pugna por el espacio vital. Parecía que el apacible viento frío había triunfado sobre las demás criaturas extrañas y a veces malignas. Tan sólo se escuchaba un leve soplo, un rumor leve de río subterráneo, y me invadió una ola de felicidad, de intensa paz espiritual, y un infinito sosiego se hizo dueño de mi ser. Ya podía vivir tranquilo escuchando el dulce soplo del viento frío, y una idea poco a poco empezó tomar forma en mi cabeza. Miraría, por fin, debajo de la cama, lo pensé una y mil veces. Me asomaría curiosamente. Nada podía pasarme ahora en el dominio gentil del viento frío que rondaba bajo la cama. Me prometí que miraría, hice de tripa corazón y decidí que finalmente miraría.
Esta noche, sin falta, o quizás cuando amanezca, cuando sienta en mis piernas el soplo del viento frío miraré….


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lunes, 25 de febrero de 2019

LA LITERATURA

Frecuentemente mis amigos se convierten en literatura y a veces, por esa misma causa, en enemigos. Pero se supone que yo soy el narrador y no el narrado, soy yo el que debe burlarse y no el burlado, sin embargo los amigos toman vida propia como personajes y a veces me salen malcriados, respondones y taimados. La soledad acompaña al escritor y es la mejor compañera del escritor, pero escribir no es un ejercicio de soledad, es un acto regocijante muchas veces y a veces muy doloroso, y es siempre una forma de compartir con amigos o conocidos reales o imaginarios, vivos o muertos. La literatura, como la vida, sirve sobre todo para vivirse y compartirse. 

PCS

LAS PALABRAS

Las palabras son para retorcerlas, para desdoblarlas y descalabrarlas y despalabrarlas, incluso para mamarlas, para sacarles el jugo, la quintaesencia. El escritor no obedece a las palabras, las palabras obedecen al escritor o no es escritor.

PCS

ACLARACIÓN

Yo no recibo órdenes de la RAE.
Por eso escribo como me sale de los melones

PCS