Pedro Conde Sturla
Chapita nació en el que sería, por el simple hecho de haber nacido, un año fatídico en nuestra historia, un año agrio, nefasto, el 1891. Nació, por casualidad, en un poblado llamado San Cristobal que apenas tenía dos calles, y en cuyos alrededores sobraba espacio, sobraban ríos y montañas, todo lo que constituye la esencia de una vida pueblerina en un país rural y poco poblado: el país paisaje con un merengue al fondo en el que Chapita daría rienda suelta a su juventud desenfrenada, sin escatimar medios en la lucha por la supervivencia y como trepador social.
En opinión de Crassveler, la familia no era de origen humilde sino más bien de clase media o alta en relación al nivel de una pequeña comunidad rural y aislada. Los vecinos tenían a Julia Molina colgada del alma a causa de los tormentos que le infligía su infiel y a veces grosero marido, pero vivían en una de las más dignas casas del poblado, una que habían heredado de Ercina o Erciná Chevalier, la abuela materna de Chapita. Era una casa modesta y sin pretensiones, pero de generosas dimensiones, un rancho de madera techado de hojas de zinc pintadas de rojo, seis habitaciones, sala y comedor, un amplio patio con árboles frutales, letrina y cocina al fondo.
Todo indica que en sus años de infancia y en su época de estudiante, Chapita llevó una vida anodina y normal, pero en verdad no hay nada normal ni anodino en su biografía. Crassweller cuenta que a los cinco años sufrió un severo ataque de difteria y se salvó de milagro gracias a la influencia de unos médicos que le proporcionaron una de las primeras dosis de antitoxina para combatir la enfermedad que habían llegado al país.
En el ánimo de Chapita, a partir de un incierto momento, se incubó de alguna manera el odio en la sangre, odio, resentimiento, frustración y revanchismo en los huesos y en la sangre a causa de sus delirios de grandeza y del rechazo que generaban su inconducta y la de sus hermanos. Pero no siempre fue así. No parecía ser así.
La mayoría de las fuentes describe el capítulo de la infancia y educación sentimental de Chapita como un período en el que nada presagiaba la naturaleza del monstruo que habitaba en su interior.
Ingresó a la escuela o escuelita de Juan Hilario Meriño, una de las cuatro o cinco escuelas hogareñas que había en San Cristóbal, y allí aprendió las primeras letras, se alfabetizó, aprendió a leer y escribir (la más valiosa o útil instrucción que un ser humano puede adquirir). Al cabo de un año pasó a la escuela de Pablo Barinas, un distinguido discípulo de Eugenio Maria de Hostos, alguien preocupado por impartir, así fuera en vano, la educación de los sentimientos. Su abuela materna, Ercina Chevalier se ocupó personalmente y sin duda amorosamente, de complementar en la medida de lo posible su formación académica. Por lo demás, alguien dice que en alguna ocasión fue monaguillo, brevemente monaguillo, si la información es cierta.
Por las manos del “joven y vigoroso” Pablo Barinas pasaron todos los miembros de la familia Trujillo Molina, los miembros de la tribu, y sólo por esto merecería una medalla, un título de reconocimiento.
A juicio de Pablo Barinas -dice Crassweller- Virgilio fue el mejor estudiante, Chapita el que mostró el mejor comportamiento y Petán lo peor de lo peor, alguien que sobresalió por su poca o ninguna aplicación al estudio, su mala conducta y su bien ganada fama de ladrón de pollos.
Chapita era tranquilo, a juicio de Barinas, dueño de una inteligencia despejada, una inteligencia natural, un muchacho que mostraba especial u obsesiva preocupación por su apariencia, pulcritud, el aseo, la limpieza personal, alguien que en todo momento lucía o quería lucir acicalado, impecable.
En esos años, a finales del siglo XIX e inicios del XX, consolida su relación con sus parientes Pina Chevalier, descendientes del segundo matrimonio de su abuela Ercina, que había quedado viuda y se había vuelto a casar con un culto hombre de letras: Juan Pablo Pina.
Otra de sus grandes amistades es la que establece por la misma época con su padrino y pariente lejano Virgilio Álvarez Pina, el célebre, aunque no celebrado Cucho Álvarez.
Estos personajes y muchos de sus descendientes formarán parte de sus más fieles y cercanos servidores durante la era gloriosa.
Con Álvarez Pina ingresó Chapita a la verdadera escuela, la escuela o universidad de la vida, y empieza de alguna manera a torcerse, si acaso no había nacido torcido, a mostrar sus bajos instintos. En aquella época dorada, y en compañía de Álvarez Pina, Chapita se aficiona en modo particular a los caballos, se convierte en un jinete temerario, a caballo frecuenta los mejores balnearios, se convierte posiblemente en excelente nadador de mar y río y nace su afición por los perfumes y el baile. Crece, desde luego, su afán de pulcritud y de elegancia, a la vez que disminuyen sus escrúpulos. Su impecable figura ecuestre se hace popular, conocida en toda la zona. Surge o nace, o mejor dicho estalla de repente, su precoz interés en las mujeres. Las mujeres como aves de presa a las qué hay que conquistar por cualquier medio.
Gana fama por su comportamiento agresivo,
su lujuria o lascivia impenitente, a flor de piel, las malas artes que afloran en su naturaleza de mujeriego empedernido, su vocación de amigo de lo ajeno.
Acumula cada día un mayor índice de rechazo, no por su condición social sino por su inaceptable comportamiento de ave de rapiña, y en la medida en que se generaliza el rechazo hacia el voraz depredador, se incrementa su odio contra la sociedad que lo desprecia y de la cual se vengará algún día.
(Siete al anochecer [17])
pcs, 27/12/18
Bibliografía:
La biografía de José Trujillo Valdez
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator