Un relato completo del libro
Ritos ancestrales
Pedro Conde Sturla
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En su lecho de enfermo percibió la llegada del cura, el rito de la unción, la extremaunción, y aquellas formas difusas que se agitaban como fantasmas de su mala conciencia, sobrevolando el escenario por encima de las cabezas de sus parientes. Ninguno parecía percatarse de esas presencias ni parecía escucharlo por más que hablaba duro y claro, y ya de tanto hablar se iba quedando ronco. El derrame, o lo que fuera esa cosa que había oído en boca del médico y luego repetida en boca de todos los demás, lo había dejado tieso, reducido a una estatua, con los ojos vidriados, la lengua estropajosa, pero con un inmenso ruido por dentro y multitud de imágenes. Podía gritar sin mover los labios y gritaba a pleno pulmón, pero nadie quería escucharlo. Allí estaban sencillamente los parientes, cuchicheando, ciegos y sordos, sin obtemperar a sus reclamos, sólo atentos a su posible deceso, atentos a sus despojos, como aves de rapiña.