sábado, 8 de junio de 2019

Yelidá (1 de 2)

Yelidá (1 de 2)

Yelidá (1 de 2)

En la década de 1940 empezó a manifestarse en Santo Domingo una curiosa tendencia literaria de intención épico-lírica que produciría una fuerte sacudida en el mundo o mundillo literario del país. Provocaría en breve tiempo un cambio de rumbo en la orientación de las letras dominicanas.
Ese rico filón épico-lírico, cuyo estudio merece un capítulo  aparte en la historia literaria, dio origen a algunas de las obras poéticas más importantes del terruño, obras notables que se cuentan entre las cosas más valiosas del patrimonio nacional intangible.
Sus autores, un grupo de poetas independientes (los llamados Independientes del cuarenta, que no formaban parte de agrupaciones literarias), habrían de convertirse con el correr de los años en figuras cimeras de las letras nacionales.
El grupo está compuesto por Tomás Hernández Franco y Manuel del Cabral (que  fueron los pioneros), Héctor Incháustegui Cabral y Pedro Mir.
La importancia histórica de la obra del primero de ellos es notable en más de un sentido. Tomás Hernández Franco es el deleznable autor de “La revolución más bella de América” (la de Trujillo), y es también  autor del inspirado y extraño y magnífico poema “Yelidá”, publicado en 1942.
Yelidá es un poema deslumbrante o mejor dicho un poema paisaje, quizás un poema espejismo  en el que la geografía del ambiente poético se construye como por encanto ante la mirada del lector sensible: poema de arquitectura barroca que persiste en la memoria y en la retina. Uno de los elementos formales de esta construcción es precisamente el flujo ininterrumpido de imágenes, la forma en que se articulan las palabras para producir un sentido innovador, fuera de serie:
“Buscaron a Badagris dictador de la puñalada y del veneno / espíritu suelto de los cañaverales / donde el tafiá es primero flor y luego miel / el padre del rencor y de la ira / el que enciende la choza al leve contacto de su mano negra / y viola a todas las niñas en el vientre de las madres dormidas. /Buscaron a Agoué dios ventrudo del agua / mitad evaporado de sol y de brasa / y mitad prisionero del pantano /aburrido de moscas y de olas / en su casa de vientos y de esponjas”.
El ritmo y la adjetivación insólita  juegan un papel de suma importancia en este poema: son protagonistas de primer orden. Es el ritmo interior lo que convierte a “Yelidá” en un poema tan impetuoso, mágico, luminoso y tembloroso como “un derroche de fuegos artificiales”.
Decía Sergei M. Eisentein, el famoso director de cine soviético, que “el arte de componer bien es el arte de variar bien”. No cabe duda que Tomás Hernández Franco aprendió esta lección en alguna parte:
“Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo / Yelidá por el propio camino de su vientre / asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta / ahí se estaba vegetal y ardiente / en húmeda humedad de hongo y de liquen / caliente como todo lo caliente / cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna / hecha de filtro y de palabra rara /
en el agua del charco con su verde y su larva / y su ala a medio nacer y su andar de meteoro / Yelidá deshojada a sí y a no / por éxtasis de blanco y frenesí de negro / profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo / en secreto de surcos y en místico de llamas”.
Ahora bien, ¿qué cosa es exactamente Yelidá, qué lugar ocupa en la literatura dominicana, qué representa en el plano de las opciones estético-ideológicas?
Yelidá es una especie de epopeya trunca, o si se quiere, un fragmento de epopeya (sui generis) cuyo espectáculo narrativo se sitúa aparentemente fuera del presente. El desarrollo  de la historia tiene lugar en cinco fases o etapas que llevan por título: “Un antes”, “Otro antes”, “Un paréntesis” y “Un final” que consta de un solo verso.
En la primera parte conocemos a Erick, un simple “muchacho noruego con “ fuerza de remo y sencillez de espuma”. Era “mitad Tritón y mitad ángel”, tan puro e inocente que a los veinte años se mantenía “virgen dentro de sus botas de hule”. Un buen día, estimulado por un tío marinero que le “contaba entre dientes largas historias de islas” , Erick se puso en ruta y fue a parar a Fort Liberté. Allí conoce a Mamuasel Suquiete, una muchacha negra que se enamora de su belleza blanca y le hace perder su “escandinava inocencia”. Erick trata en principio de “ahuyentarla de su cabeza rubia”, pero al final sucumbe sin remedio, víctima de las artes mágicas del vudú, “ y muy pronto los casó el obispo francés”. Erick deja entonces de ser marinero y se convierte en vendedor de arenques. Luego, en un tiempo indeterminado, muere de alguna manera “entre Jesucristo y Damballá Queddó”.
Tomás Hernández Franco lo cuenta mejor en el poema. Lo cuenta en unos versos trepidantes como no se han vuelto a ver en la poesía dominicana. Versos y reversos rebosantes de intuiciones líricas insospechadas, audaces registros verbales, pulsaciones poéticas insospechadas:
“Erick el muchacho noruego que tenía /
alma de fiord y corazón de niebla apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes / la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes./ En el más largo mes del año había nacido / en la pesquera choza de brea y redes salpicada casi por las olas /
parido estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche / de padre ausente naufragado / nadador ya de algas profundas y arenas sorprendidas / de escamas y de agallas y de aletas. / Era el quinto hijo para el mar nacido / Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente / fuerza de remo y sencillez de espuma / como todos los muchachos de la playa /
mitad Tritón y mitad Ángel. / Pero Erick no sabía nada de eso / pulso de viento y terquedad de proa / aprendió los nombres de los peces de las puntas y cabos / la oración del canal y la bahía /
a los quince años conocía mil golfos /
y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre / ni un solo pensamiento de noruega / le había caminado entre las cejas rubias. /
En un anual calafateo de lanchas /
llamas estopa y brea / Erick tenía veinte años y era virgen dentro de sus botas de hule / y creía que los niños nacen así como los peces / en la noche quieta de los reposos del mar / pero el tío piloto contaba entre dientes largas historis de islas / con puertos bruñidos y azules / donde centenares de mujeres desnudas subían carbón al barco / donde había pájaros verdes hirviendo de palabras obscenas / y donde en la noche florecía el burdel con hondo aliento de tam-tam./ El tío mascullaba una lejana canción de sol y cocoteros / en lengua que no podía ser noruega y que ponía / en el pulso de viento de Erick pequeños remolinos./
A los veintidos años Erick tenía la mirada gris azul / densa de su alma puesta en dique / y una voluntad de timón y de quilla / por llegar a las islas de las montañas de azúcar / donde decía el tío las noches olían a cedro como las barricas de ron / Erick sabía que los marinos noruegos siempre desertaban en las islas / pero cuando estaban bien borrachos los capitanes los metían a patadas / en las bodegas sucias y entonces volvían a Noruega/ flacos y callados y tristes./ Con todo y las patadas el marino Erick ya estaba en ruta”.


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pedro Conde Sturla
7 junio, 2019
En la década de 1940 empezó a manifestarse en Santo Domingo una curiosa tendencia literaria de intención épico-lírica que produciría una fuerte sacudida en el mundo o mundillo literario del país. Provocaría en breve tiempo un cambio de rumbo en la orientación de las letras dominicanas.
Ese rico filón épico-lírico, cuyo estudio merece un capítulo aparte en la historia literaria, dio origen a algunas de las obras poéticas más importantes del terruño, obras notables que se cuentan entre las cosas más valiosas del patrimonio nacional intangible.

viernes, 7 de junio de 2019

OTRAS MEDITACIONES, OTROS ÁMBITOS DE COLMADÓN

Pedro Conde Sturla
 30 de octubre de 2008
Marguerite Yourcenar

El ingeniero filósofo José Ramón Bonilla Almonte comenta con gracia en un correo, con su acostumbrada agudeza y sentido del humor la entrega que le dediqué la semana pasada:

En una página sonora de El Caribe aparezco con mi sonrisa búdica al lado de mi fraterno Dinápoles, ambos encaramados en la montaña mágica de Polo, compartiendo una sesión de sanación a tales alturas orográficas, como si rememorásemos la obra homónima de Thomas Mann... Yo, escondido en mi sonrisa de camaján, y Dinápoles, llenando su sacramental espacio de consagración existencial, como si la vida se colmara en una construcción voluntaria de tedéum y de horas santas...”

Bonilla confiesa más adelante:

Toda lectura y relectura por mi parte exige grandes sacrificios, pues no puedo dejar de identificar mi vida con las tramas que pretendo deshilvanar, reconstruyendo un libro paralelo al de los autores...” 

En sus comentarios también se expone al sacrificio, al desgarramiento. Hoy Bonilla rememora “otras voces, otros ámbitos” igualmente desgarrados y desgarradores. El ámbito de Truman Capote, de Marguerite Yourcenar y de Walt Whitman.

Una cuarta pieza pertenece, en cambio, al ámbito de la ciencia y de la música puras y es una especie de material cifrado (para los profanos), en una especie de código navajo que sólo comparte con Dinápoles y otros pocos elegidos.



TRUMAN CAPOTE



La literatura norteamericana nunca ha estado exenta de las tangencialidades sexuales, demostrativas de las búsquedas frustradas de paraísos materiales, así como de los extravíos de  las sensibilidades irresueltas, todo ello dentro de un mundo machista de gangsterismos implacables. ..

  Cuando leía en Monterrey “Manhattan Transfer”, de John Dos Passos, me percaté de que en la Nueva Inglaterra de inicios del siglo XX todo estaba permitido, menos fracasar económicamente...y que el verbo amar era inconcebible de conjugar sin éxitos materiales que garantizaran la existencia cotidiana... y que la belleza de la mujer conquistada en franca indefensión económica era letal, porque el sujeto que amaba simplemente era intercambiado por la femme por un candidato cualquiera cuando flaqueaba el bolsillo, aunque el nuevo pretendiente sólo  fuera ligeramente superior a escala económica...

  A Truman Capote le tocó vivir estas tremendidades y optó por autoprotegerse de tales amenazas refugiándose en la doble protección del talento y el afeminamiento.

  De ingenio indiscutible quiso, al final de su carrera, constituirse en el Proust norteamericano.

  Inició su última saga narratológica asumiendo una descriptología de los detalles de salón, a lo Marcel Proust, despellejando a la aristocracia norteamericana que tanto disfrutaba de sus ocurrencias y de su voz amanerada y aflautada...Pero no se cuidó de mantener los anonimatos y los respetos debidos.

  Marlon Brando se sintió infamado y amenazó con matarlo...otros famosos fueron más lejos y lo hundieron en el lodo del desprecio y de la ignominia...

  Finalmente sucumbió este pobre muchacho, hijo de una norteamericana golpeada, y finalmente recogida por un cubano apellidado Capote.

  Walt Whitman y Emile Dickinson, en sus respectivos géneros de poeta y poetisa insignes, fueron más recatados y felices, aunque padecieron de la misma dolencia tangencial.

  Pero nadie podrá ignorar la grandeza de este ser desdichado, genial e ido a destiempo, casi voluntariamente, en medio de un tremedal de escapes alucinatorios de sí mismo y de su pasado.


MARGUERITE YOURCENAR 


Marguerite Yourcenar fue muy discreta en su vida amorosa. Quien quiera pergeñar en sus secretos íntimos, a través de su vasta producción literaria, dedicada mas bien a evocaciones de la antigüedad y a una que otra reseña de su infancia, de seguro que se cansará en el afán infructuoso de excogitar juegos eróticos y de otra índole.

Sin embargo, de manera casi accidental me he encontrado con insinuaciones cuasi-inocentes, que revelan la sensibilidad
extraordinaria de esta mujer grandiosa, que vivió gran parte de su vida en Maine, acompañada de una amiga inseparable, que murió antes que ella, y que la sumió en una profunda depresión, sólo comparable a la soledad desértica de Flaubert (“Me parece que atravieso una soledad sin fin para ir a no sé dónde...Yo soy a un mismo tiempo el desierto, el viajero y el camello...”).
Voy a relatar un acontecimiento casi fútil, tomado del libro
“¿Qué? La Eternidad”, que describe un encuentro casi trivial de la niña Marguerite Yourcenar con una joven de su edad llamada Yolande.

Nos acostamos las dos juntas...y un instinto, una premonición de los deseos intermitentes experimentados y
satisfechos más tarde en el curso de mi vida, me hizo encontrar la posición y los movimientos necesarios de dos mujeres que se
aman...

Mis deseos no nacerían de verdad hasta años más
tarde, y alternativamente, durante años también,
desaparecerían hasta el punto de ser olvidados. Aquella Yolande, un poco dura, me amonestó gentilmente:

- Me han dicho que está mal hacer esas cosas.

-¿De verdad?- dije yo.

Y apartándome sin protestar, me dormí en seguida en el borde de la cama.”

La anciana solitaria quiso escribir su autobiografía, y apenas
nos dejo tres libros que sólo abarcaron parte de su niñez.

Acabo de leer “La llama doble” de Octavio Paz. El gran
ensayista y poeta sólo menciona una vez a Marguerite Yourcenar, a propósito de un poema de Teócrito, el primer poema de amor, escrito en el siglo III a.C., un largo monólogo de Simetha, inicio de los enconos de la mujer y sus misterios, donde se dan cita el amor, el odio, el despecho y el deseo.

La Yourcenar prefirió el amor-servicio en lugar del amor-pasión...Ella se identifico con el amor algo contemplativo y ascendente que predicó Diotima en “El Banquete” de Platón”.

Me cansé.


LOS VENCIDOS DE WHITMAN.



Acabo de conocer una curiosa hipótesis, nada violenta, de un norteamericano llamado Van Wyck Brooks, nacido en 1886.

Brooks dedica un estudio progresivo a Emerson, Henry James y Mark Twain, olvidando a Whitman, sosteniendo la tesis de la incompatibilidad de estos personajes con su vencedora madre patria.

En Emerson, Brooks estudia a un artista en desacuerdo con América; en James, el de un artista que escapa de América; y en Twain, el de un artista y periodista frustrado por América.

Como Whitman es silenciado, entonces él habla por si mismo, dando un salto de canguro al verso 18 de “Song of myself “.

I play not a march for victors only... / I play great

marches for conquered and slain persons…”



No toco una marcha tan sólo para los vencedores.../ toco grandes marchas por los vencidos y los asesinados. / Hago sonar tambores triunfales por los muertos.../ lanzo por mis boquillas la música más fuerte y divertida / en su honor, / lanzo vivas por los vencidos, por aquellos cuyos barcos de guerra / se hundieron en el mar, / y por todos los generales que perdieron batallas, / por todos

los heroes vencidos y por los numerosos héroes desconocidos, / que son iguales a los más grandes héroes conocidos.

Whitman era así: un héroe de aquellos que no tenían voces en los diarios.

Me voy.



DINÁPOLES


Sólo un Físico como tú puede racionalizar la música, incluyendo el efecto de la trompetista que la imita vocalmente.

  Toda la música es un trasunto de mezclar adecuadamente ondas acústicas provenientes de diferentes instrumentos musicales, a sabiendas de que una nota cualquiera, de 440 hertzios, por ejemplo,  suena “distinto” en cada instrumento por la sencilla razón de que la cavidad sonora de un violín es diferente a la de una flauta o la  de  un oboe.

  Pero si desarrollamos en Series de Fourier estas ondas sonoras en apariencia distintas veríamos y oiríamos la onda fundamental idéntica...La Natural.

  El físico más versado en estas correlaciones fue Helmholz (1821-1894), pero otros anteriores, como Euler y Bernoulli, también se dedicaron a correlacionar la música con la física clásica y la acústica.

A mí me tocó la suerte de estudiar vibraciones mecánicas con Beckley, en el TEC, y me familiaricé bastante con las mediciones electrodinámicas,  que son básicas para acometer la parte de la física clásica llamada acústica, la cual desgraciadamente ya no está en el currículo de física.

  Yo disfruto muchísimo relacionando la música con los estados de ánimo: Cuando estoy alegre pero no demasiado, que es mi estado  normal digo: Allegro ma non troppo.

Cuando me invade la melancolía suave digo: Poco allegro ma non lamentoso.



 pcs, jueves, 30 de octubre de 2008

sábado, 1 de junio de 2019

La conspiración de los empresarios (2 de 2)

La conspiración de los empresarios (2 de 2)

A Oscar Michelena, el otro empresario implicado en el complot contra Trujillo, no le fue tan bien como a Amadeo Barletta. Lo de Barletta había sido una estadía en el purgatorio, pero Michelena hizo un descenso al infierno (del cual no regresaría la mayoría de sus compañeros de infortunio). El también pertenecía a una familia de empresarios, gente que destacaba en el ámbito social y económico, bien posicionada y relacionada, pero de nacionalidad dominicana, lamentablemente dominicana, y aunque tenía parientes puertorriqueños no tenía padrinos extranjeros hasta que finalmente los tuvo. Empezó a tenerlos desde cuando alguien recordó o hizo valer un cierto dato biográfico que lo acreditaba como ciudadano norteamericano por haber sido registrado como tal en los primeros años de la década de 1920 en Puerto Rico o en algún otro de los muchos confines del imperio. A ese hecho aleatorio, un  simple giro, una parada de la rueda del azar,  debe Oscar Michelena haber salido con vida de las  mazmorras de Trujillo. Pero en el tiempo transcurrido entre su encarcelamiento y su liberación vivió en un mundo de horrores y sufrimientos que lo dejarían marcado para toda la vida.
Plataforma de tiro baja de la Fortaleza Ozama y muro de la Fortaleza Trujillo
Michelena cayó preso en compañía de unas veinte personas acusadas de complotar para matar a la bestia, tumbar el gobierno o cualquier otra cosa parecida, y lo que contó de su estadía, de su temporada en el infierno, dio a conocer con lujo de detalles muchas cosas que se ignoraban o pretendían ignorarse sobre el feroz régimen penitenciario de la era gloriosa. El tratamiento que le dieron a Michelena y sus compañeros de prisión no fue algo excepcional, fue rutinario, el tratamiento habitual, los abusos físicos y sicológicos que se aplicaban a los presos políticos en las cárceles de Trujillo. Muchas veces eran traídos como bestias para el matadero, descargados de los vehículos de transporte a patadas y puestos en las manos de sádicos que brincaban de alegría ante la llegada de carne y sangre nueva. Los recibían a golpes, a macanazos, a fuetazos, con un fuete lleno de nudos o con los famosos guevos de toro. Pero esos tipos de fuete se usaban generalmente en la ceremonia de bienvenida. Para torturar y arrancar confesiones o para el simple placer de los verdugos, se empleaba el famoso cantaclaro, un fuete corto de cables eléctricos trenzados con las puntas peladas que arrancaba pedazos de piel y carne junto a pedazos del alma. Un fuete definido por una palabra que lo decía todo en su cruel ironía. Cantaclaro.
Algún cronista afirma que Trujillo en persona golpeó con el cantaclaro a Michelena en la cara, pero la información no parece digna de crédito. Lo que está confirmado es que el primer día de su ingreso a prisión en la cárcel de Ozama, tuvo el privilegio de ser conducido en presencia de general Federico Fiallo.
Fiallo era miembro de una familia de antitrujillistas furibundos, en la que destacaba el irreductible Viriato, el Dr. Viriato Fiallo, y parecía querer compensar con su devoción a la bestia la desafección de sus parientes. Era un personaje escalofriante cuya presencia envenenaba la sangre, ponía a cualquiera a temblar con la mirada, con la voz y sus maneras rudas, frías, cortantes, amenazantes, y en su presencia Michelena se sentiría seguramente desvalido e inútil, desamparado, atemorizado quizás con una especie de temor profundo de los que se sienten como en las entrañas del alma.
Hay que imaginar que Fiallo se emplearía a fondo con todas sus malas artes (algo que lograba sin mucho esfuerzo), para infundir pavor en el ánimo de Michelena y arrancarle una confesión, motivarlo a decir lo que sabía, incluso lo que no sabía.
Después de la entrevista Michelena fue encerrado en una ratonera donde apenas cabían veinte personas y había treinta.
Esa noche, media hora antes de la medianoche -cuenta Crassweller-, un carcelero fue a buscarlo y lo condujo al patio de la prisión y lo amenazó con matarlo si no confesaba, le puso el cantaclaro frente a los ojos y lo obligó a caminar hacia unos arrecifes y descender hacia la antigua plataforma de tiro baja, que alguna vez estuvo casi en la ribera del apacible rio Ozama, a escasa altura del nivel de las aguas. Al lugar le llamaron el aguacatico desde el momento en que empezó a crecer una planta de aguacate que luego se pondría grande y frondosa, aunque la seguirían llamando con el diminutivo y puede que todavía exista. Existía, por lo menos, hasta hace unos años.
Maqueta de la Fortaleza Ozama en su estado original
La plataforma de tiro baja, donde todavía están emplazados los cañones coloniales,  se encuentra actualmente oculta detrás de la ciclópea muralla que la bestia hizo construir en lo que es hoy la Avenida del Puerto, la Avenida Francisco Alberto Caamaño Deñó, y había sido durante mucho tiempo un torturadero y fusiladero donde fueron ejecutados muchos de nuestros próceres. A ese lugar condujeron a eso de la medianoche a un aterrorizado Oscar Michelena. Lo esperaba un grupo de seres indescriptibles que parecían salidos de la tumba, más bien demonios surgidos del averno. Algo le dirían y algo respondería Michelena que los hizo enojar más de lo que parecían, si acaso estaban enojados y no felices, divertidos por dentro, o si el enojo no era parte de la diversión. Uno de ellos intentó azotarlo con el cantaclaro en la cabeza y Michelena levantó instintivamente un brazo para defenderse. El gesto hizo enfuriar de verdad al agresor que descargó esta vez una lluvia de golpes. Mas de cincuenta fuetazos dice Crassweller que le dio o le dieron en la espalda y otras partes del cuerpo, le desprendieron piel y pedazos de carne, le inutilizaron uno de los brazos.
Despertó, según se dice, en una asfixiante celda donde pasó un periodo indeterminado en compañía de sus excrementos, ratones y otras alimañas. Tan débil y maltratado quedó que durante varios días no tuvo fuerzas ni para comer.
Pero esa no fue la única vez que lo sometieron a semejante martirio. Crassweller dice que le aplicaron el mismo tratamiento en varias ocasiones.
Además no le permitían bañarse, apenas le daban agua en un lata hedionda a kerosén y tenía que hacer sus necesidades en una cubeta que no cambiaban hasta que no estaba rebosada, enfermó de gripe, contrajo malaria y le fue negada la quinina.
Sus compañeros no recibían un trato diferente. Eran azotados, colgados del techo, golpeados hasta que quedaban muchas veces sin conocimiento, ejecutados a veces rutinariamente o enviados al campo de concentración de Nigua donde no duraban mucho tiempo vivos.
Michelena estaba, como los demás, incomunicado y encerrado en una estrecha ratonera y probablemente habría corrido la suerte de la mayoría de sus compañeros de prisión si no se hubiese establecido que era ciudadano norteamericano.
A partir de ese momento, la embajada intervino y al poco tiempo consiguió que a uno de sus funcionarios se le permitiera entrevistar a Michelena en la cárcel al cabo de setenta y cuatro días de encierro. En una declaración jurada en presencia de un notario, Michelena contó lo que aquí parcialmente se ha contado.
Los representantes del imperio en las altas instancias del Departamento de Estado se indignaron o fingieron indignarse al descubrir (o fingir que descubrían) de lo que era capaz la criatura que habían fabricado las tropas de ocupación y dieron inicio a los tramites para obtener la liberación de Michelena. Algo que no se logró sin superar ciertas dificultades, pero sobre todo por obra y gracias de la influencia de personajes de alto vuelo en el mundo diplomático (Corder Hull, Sumner Welles, Arthur Schoenfeld). Se dice, en efecto, que Trujillo soltó a Michelena como un gesto de cortesía al ministro Schoenfeld.
De modo que Oscar Michelena salió vivo o casi vivo, milagrosamente vivo de la cárcel. Pero estaba -como dice Crassweller- abatido, derrumbado, aturdido, desorientado y completamente roto espiritualmente.
Antes de partir para el exilio tuvo tiempo de enterarse de que durante el tiempo de su encierro su familia había sido acosada judicialmente y había sido despojada de un ingenio azucarero, el ingenio San Luis y otras propiedades. Prácticamente habían perdido casi todo lo que tenían y estaban quizás en bancarrota. Quizás pura y simplemente al borde de la ruina.
(Historia criminal del trujillato [36]. Cuarta parte.
BIBLIOGRAFÍA:
Eric Paul Roorda, “The Dictator Next Door”
The Good Neighbor Policy and the Trujillo Regime in the Dominican Republic, 1930-1945
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”



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Pedro Conde Sturla
31 mayo 2029




Plataforma de tiro baja de la Fortaleza Ozama y muro de la Fortaleza Trujillo

A Oscar Michelena, el otro empresario implicado en el complot contra Trujillo, no le fue tan bien como a Amadeo Barletta. Lo de Barletta había sido una estadía en el purgatorio, pero Michelena hizo un descenso al infierno (del cual no regresarían la mayoría de sus compañeros de infortunio). El también pertenecía a una familia de empresarios, gente que destacaba en el ámbito social y económico, bien posicionada y relacionada, pero de nacionalidad dominicana, lamentablemente dominicana, y aunque tenía parientes puertorriqueños no tenía padrinos extranjeros hasta que finalmente los tuvo. Empezó a tenerlos desde cuando alguien recordó o hizo valer un cierto dato biográfico que lo acreditaba como ciudadano norteamericano por haber sido registrado como tal en los primeros años de la década de 1920 en Puerto Rico o en algún otro de los muchos confines del imperio. A ese hecho
aleatorio, un  simple giro, una parada de la rueda del azar,
debe Oscar Michelena haber salido con vida de las
mazmorras de Trujillo.         

viernes, 31 de mayo de 2019

Me pregunto...


Me pregunto si uno no sabe lo que tiene hasta que no lo pierde o no sabe lo que se pierde hasta que no lo tiene

lunes, 27 de mayo de 2019

HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO. CUARTA PARTE (1-4).

La apoteosis del emperador

El querido Jefe lo decía y lo repetía en presencia de mi padre, el general Bonilla, y lo decía y lo repetía en presencia mía y de mis hermanas. Y lo decía y lo repetía también públicamente. No se cansaba de decirlo. Que no aceptaría otra nominación a la presidencia de la República. Que de ninguna manera se reelegiría. Que su mayor ambición era servir al pueblo y ya lo había servido, rescatando la democracia, rescatando de sus ruinas la ciudad de Santo Domingo, rescatando económicamente el país.
La única circunstancia en que consideraría volver a ser candidato era o parecía ser inconcebible. Sólo aceptaría si todo el pueblo dominicano se lo pedía. Sólo si todo el pueblo dominicano unánimemente se lo pedía. Y el pueblo se lo pidió.
Sí, el pueblo dominicano se lo pidió. Unánimemente se lo pidió de mil maneras diferentes. Se lo exigió amorosamente. Lo arrastró casi como quien dice a la fuerza, la fuerza del cariño, a optar por un nuevo periodo de gobierno.
Hoy resulta difícil imaginar cómo el aprecio, la devoción o veneración que la gente sentía por el Jefe pudiera expresarse en términos tan entusiastas y cómo el entusiasmo se traducía en un coro tan simultáneo de alabanzas. La gente hablaba y escribía, publicaba peticiones en todos los medios solicitando la continuidad del Jefe en el poder. El pueblo, todo el pueblo dominicano, no sólo quería la reelección del querido Jefe, expresaba un deseo de honrarlo como se merecía, con todo tipo de títulos, monumentos, con todos los medios posibles. Muchos exigían a gritos su nombramiento o designación como Grandeza Ilustrísima, Gran Ciudadano, Tutor de Generaciones… La comunidad pedía, no sin cierta (aunque justificada) exageración, la consagración, la glorificación, el ensalzamiento, la elevación del querido Jefe al rango de la divinidad.



Eleanor Roosevelt, María Martínez de Trujillo y Rafael Chapita Trujillo
Eleanor Roosevelt, María Martínez de Trujillo y Rafael Chapita Trujillo

sábado, 25 de mayo de 2019

La conspiración de los empresarios (1)

La conspiración de los empresarios (1)

En 1935, cuando la bestia apenas estaba estrenando el segundo año de su segundo mandato, se destapó en Santo Domingo una escandalosa conspiración en la que estaban envueltos dos conocidos empresarios: Amadeo Barletta y Óscar Michelena.

Amadeo Barletta 

Era la tercera conspiración importante, después de la de Leoncio Blanco y la de Santiago de los caballeros, y tuvo una enorme cobertura de prensa y cierta repercusión internacional. De hecho, enfrentó al patriótico tirano con dos potencias extranjeras y puso en alto, muy alto, los intereses de la nación, o por o menos los del tirano. Dio, en fin, al mundo una idea de la clase de mandatario  que estaba al frente del gobierno. Mostró metafóricamente en público el equipo colgante del hombre fuerte del país. Los enormes timbales de la bestia, de la serpiente emplumada.

jueves, 23 de mayo de 2019

MEMORIAS DE UNA DAMA: la novela prohibida

Pedro Conde Sturla

13 de noviembre de 2011 

[Santiago Roncagliolo, un excelente narrador peruano, escribió hace unos años una novela sobre una supuesta familia patricia dominicana de origen italiano (los Minetti). Una familia vinculada al fascismo y a la CIA, a Trujillo, a Batista, a la importación de vehículos, a la mafia al contrabando, al tráfico de estupefacientes y todo tipo de negocios turbios, tanto en Santo Domingo como  en Cuba.
La historia, en la novela Memorias de una dama,  gira en torno a Diana Minetti, una rica heredera que fue despojada en parte por su cuñado y sus hijos de una cuantiosa herencia (proveniente de la tesonera y poco honesta labor de su padre) y casi en lecho de muerte se decide a emplear los servicios de un amanuense desconocido para que escriba una biografía edulcorada de su vida.